Fuego ardiente
Por Olga Hoekstra
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Para Emma Alexander es escribir o morir en el intento. Su primer artículo tiene que convertirse en una gran primicia, sino perderá su trabajo. Entonces, el dueño de la casa en la que vive Emma, que también posee el restaurante italiano del piso de abajo, le hace una propuesta que parece un sueño hecho realidad. No sólo le proporcionaría a Emma la primicia que necesita, sino que también la haría gozar de unas vacaciones en la preciosa Toscana. Emma prefiere no pensar en que tiene que escribir una historia sobre cocina, mientras no sabe ni freír un huevo. Y a esto se le agrega el hermoso, pero arrogante, cocinero italiano, que justamente está dictando el curso. Si bien intenta olvidarlo con todas sus fuerzas, no se puede sacar de la cabeza a Massimo Da Sangallo. Ni de la cama…
Mass pensaba que lo tenía todo. Cara, el restaurante más exclusivo de la ciudad. Una cálida familia. Un futuro envidiable. Hasta que perdió la pasión. Entonces, la conoce a Emma, una mujer que es su polo opuesto. Por más que se resista, es ella la que vuelve a encender su pasión por cocinar. Pero Emma tiene un secreto. Un secreto que lo quema horriblemente.
Si no puedes soportar el calor, retírate de la cocina. ¿Pero qué hacer si las llamas ya se han extendido?
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Fuego ardiente - Olga Hoekstra
♥ Capítulo 1 ♥
Si hubiera podido desplomarse sobre un taburete, lo habría hecho. En su lugar, Ema se había acomodado con los brazos apoyados sobre la mesada de la cocina, la mejilla sobre el frío metal de la lámina. Llevaba los lentes de sol torcidos sobre la nariz. Así estaba bien.
Así estaba perfecta.
Así podía controlar un poco el palpitante dolor de cabeza. Así, cada tanto, podía olvidarlo. Sino apoyaba la mejilla, apoyaba la frente sobre la superficie helada. ¿Por qué nadie la había prevenido anoche de los efectos de la Grapa? El simpático camarero italiano podía haberle dicho algo ¿no? ¿O las dos alemanas? Nein! Mädchen. Nein!
O algo así.
A su lado deslizaron un taburete sobre el piso resbaladizo. Ensordecedor.
Emma gimió, no podía describirlo de otra manera. No le importaba que los otros la oyeran, era seguramente la resaca que estaba surtiendo su efecto.
-¿Hola?-. Una mano sobre el hombro. -¿Señorita? ¿Está bien?
-Mmmmm-. Emma levantó la cabeza lentamente. Despedirse del metal helado se sentía como un acto despiadado.
-Oh. Un doctor. ¿Juan? ¡Tenemos que llamar un doctor!-. Ema siguió la voz, dio vuelta la cabeza y abrió los ojos. La mujer que estaba sentaba frente a ella, tenía que ser más o menos de la edad de su abuela Angelita. Aunque nunca había visto a su abuela Angelita llevando un vestido de leopardo, combinado con zapatos rojos con los tacos tan altos que Emma temía que le diera una conmoción cerebral si alguna vez se tropezaba y se caía.
-¿Juan?
Detrás de la mujer se apareció un hombre más o menos de la misma edad. Tenía el pelo canoso, peinado con un montón de laca, y llevaba unos anteojos de sol con montura dorada. Le recordaba vagamente a Lee Towers.
-Ana, creo que no es para tanto-. El hombre mayor, Juan, le guiñó el ojo. –Creo que esta jovencita está... un poco deshidratada.
Ema se aclaró la garganta. –Sí. Eso, sí-. Se sacó el flequillo de la cara, que estaba demasiado largo, y observó a la pareja mayor. –Su marido tiene razón.
-Oh amorcito. Ese no es mi marido-. Ana se sentó en el taburete a la derecha de Ema y Juan a la izquierda. –Este es mi hermano.
Emma se mordió el labio. Ahora veía el parecido entre sus dos compañeros de mesada.
-¿Esta es la primera vez que siguen un curso de cocina?
Ana negó con la cabeza. –Ya van doce veces. ¿O, Juan?-. Juan asintió. –Pero es la primera vez en el extranjero. Cuando oíamos de este curso, la oportunidad de que Massimo nos diera clases...
En los ojos de Ana se vislumbró una mirada soñadora. Y Emma se dio cuenta de que también en los ojos de Juan. Reprimió la sonrisa que quería deslizarse sobre su rostro dolorido, y recorrió el local con la mirada. Para su sorpresa, vio que el lugar ya estaba lleno. Contó los participantes rápidamente, que formaban prolijas filas frente a los bloques de cocina. Había en total 31. Guau.... Toda esta gente había pagado una fortuna para poder sudar y trabajar como locos en una cocina caliente. Emma aún no podía creerlo. Que había gente que elegía esto sobre reposar un día en la playa y el mar azul.
Una mirada rápida al reloj arriba de la puerta le dijo que el curso debía haber empezado ya hacía media hora. Tomó su cuaderno de anotaciones del boso, el bolígrafo, y empezó a hacer clic-clac, impaciente. El dolor de cabeza aminoraba, lento pero seguro. Gracias a Dios. No quería pensar en pasar todo el día en la cocina y sufrir aún más de lo que estaba sufriendo, debido al dolor de cabeza.
No, se dijo a si misma. Esta era una oportunidad. Una gran oportunidad en la que todo tenía que cambiar. Emma volvió a mirar el reloj. Habían pasado quince minutos. El profesor ya se había retrasado cuarenta y cinco minutos. Decidió esperar otros quince minutos y después dar el día por perdido. Quizás dormir algunas horas en su habitación de hotel y después ir a la playa. Tomar un poco de sol antes de que...
Se abrió la puerta debajo del reloj y Emma levantó la mirada. Lo primero que vio fueron sus ojos. Aún más azules que el mar por el que había caminado la tarde anterior.
Lo segundo fue un gesto burlón en sus labios carnosos.
Emma tragó saliva. No podía ser verdad.
En serio, no podía ser verdad...
Allí entraba él. La razón de su dolor de cabeza. Enfundado en una camisa blanca, que le marcaba el pecho, y sobre ella estaban bordadas las letras M d. S en letras adornadas.
Emma extendió los brazos por delante y apoyó la cabeza sobre las manos.
Esta se convertiría en una semana muy, muy larga.
♥ Capítulo 2 ♥
Buongiorno. Sono Massimo, il vostro insegnante per la settimana
. Mientras cantaba cada una de las palabras, que resonaban en el ambiente, deslizó la mirada sobre todos los estudiantes, para dejar los ojos fijos en ella. Emma tragó saliva ¿la reconocería? Esperaba que no, pero a la vez esperaba que sí.
-Me pueden decir Mass. Esta semana estará marcada por la cocina italiana. Empecemos simple-. Cambiaba con mucha facilidad al español, Emma tenía que adivinar lo que había dicho antes. Algo de buenos días y su nombre, el resto ni idea. –Pasta. La receta básica de harina, huevos, sal y agua. Los ingredientes están sobre la mesada. Las cantidades las escribo en la pizarra.
Se dio la vuelta, y la imagen de atrás también era fascinante. Los hombros musculosos y... Emma no pudo evitar fijar la mirada en su trasero, envuelto en un jean que le quedaba perfecto. Sus pensamientos volaron al día anterior. Rápidamente tomó el cuaderno de lectura que estaba sobre