Pluma de ángel
Por Olga Hoekstra
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El más allá no es tan bonito como parece para Lilith Adams, una adolescente de diecisiete años de edad. Además de odiar el hecho de estar en el Limbo, no quiere tener nada que ver con la guerra que se está llevando a cabo contra los discípulos de Lucifer. Una guerra que, de acuerdo a Lilith, no se relaciona en nada con ella. Para colmo de males está Gabriel, el arcángel que parece decidido a convertir su vida después de la muerte en un verdadero infierno.
Entonces, cuando a Lilith le dan la oportunidad de regresar al momento justo antes de morir, no duda ni un segundo. Después se da cuenta de que sus actos tienen consecuencias devastadoras, no sólo para ella, sino también para Gabriel.
Pluma de ángel es una novela sobre el destino y el amor, que llega cuando menos lo esperas o lo quieres, una novela con un toque diabólico al final. Pluma de ángel es la primera parte de la serie del Ejército celestial. La segunda parte, Sangre de ángel, está en venta desde el invierno de 2014.
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Pluma de ángel - Olga Hoekstra
Este es, por supuesto, para ti, madre.
Espero que lo disfrutes muchísimo, allí en el cielo.
Capítulo 1
La comitiva se trasladaba lentamente, del cementerio a la sala velatoria. Lilith fijó la mirada en la espalda de Ben. El chico tenía puesta su chaqueta de cuero y, con cada paso que daba, el cierre roto golpeaba rítmicamente contra la hebilla de su cinturón. Tic-tac. Tic-tac. Tic-tac. Lilith escuchaba el ritmo por encima de las pisadas de los dolientes. Tic-tac. Tic-tac. Tic-tac. La ceremonia había estado bastante bien. Ataúd blanco. Flores blancas. Todo blanco. Hasta el clima había colaborado, el suelo cubierto por una fina capa de nieve.
Delilah dio un paso adelante, al lado de Ben. Se inclinó hacia él, sus hombros casi rozándose. Ben se agachó un poco, de modo que su rostro se acercó al de ella. Lilith hizo un esfuerzo para escuchar qué le decía Delilah a Ben: —Si tú...—
¡Mamá!
Su madre se deslizó por la nieve, delante de Ben y de Delilah, su cabellera castaña atada en una larga cola de caballo. Tenía la cabeza ligeramente inclinada y la mirada fija en sus botas cortas, que dejaban huellas sobre la superficie blanca.
Lilith estiró la mano, quería abrazar a su madre. Consolarla. Pero, por suerte, su papá ya estaba allí. Con sus manos grandes, abrazó a su mujer por los hombros. La acercó a su cuerpo, y ella se apoyó en él. Así avanzaron lentamente, entrando a la sala velatoria.
Ben y Delilah seguían andando juntos. Demasiado juntos. Lilith resopló ruidosa, pero no la escucharon. Se acercó aún más a Ben, al otro lado; quizás así podría captar algo de su conversación. Pero ambos continuaron en silencio.
Lilith se detuvo frente a la pesada puerta de madera de la sala velatoria. Delilah siguió caminando, Ben la siguió. Lo quiso tomar del brazo, detenerlo, pero no tuvo éxito. Tenía que hablar con él. De lo sucedido. Le debía tantas explicaciones a Ben. Y no solo a su novio. También su madre y Delilah habían sufrido por ella. Sus mentiras, las faltas a la escuela, los robos, las estúpidas bromas pesadas... en sus diecisiete años se las había arreglado para convertir todo en un verdadero desastre.
Los dolientes pasaban a su izquierda y a su derecha. Nadie decía nada. Lilith intentó entrar, pero Gabriel le bloqueó el camino. ¡Justo lo que necesitaba en ese momento! Si de algo no tenía ganas, era de la reprimenda que, indudablemente, estaba por recibir. Con los brazos cruzados, Gabriel la miraba, literalmente, de arriba a abajo. Estaba parado en la última grada de la escalera que llevaba a la sala velatoria.
—Sí, sí. Lo sé.— No pudo evitar desafiarlo. Todas sus conversaciones con Gabriel terminaban, como mínimo, en una fuerte discusión, y eso si la chica lograba controlarse. La mayoría de las veces, Lilith perdía la paciencia, o Gabriel la perdía. Hablando en serio, ¡la paciencia de ángel no era más que un mito! Casi siempre, sus diálogos terminaban con intensos griteríos de parte de la chica, y portazos de Gabriel.
––––––––
Gabriel alzó una de las cejas. Un gesto burlón se dibujó en su rostro perfecto. Sus ojos azules, que tanto contrastaban con el negro azabache de su pelo, se clavaron en los de ella.
—¿Qué?—. Okey, esta vez no era capaz de controlarse.
Gabriel no necesitaba decir nada. Ella lo sabía. Él se lo había dicho tantísimas veces. Su voz hacía eco en la cabeza de la chica, sus palabras seguían el ritmo de tic-tac del cierre roto de Ben contra su abrigo. —Está. Prohibido—.
La chica levantó la cabeza. Un copo de nieve revoloteaba hacia abajo, entre ellos. Otro lo siguió. El tiempo pasaba, se extendía. Tiempo era una noción extraña cuando estabas muerto.
—Sí. Lo sé. De acuerdo. Ya me lo has dicho. Como un millón de veces—.
—¿Qué te he dicho, Lilith? ¿Qué te he dicho exactamente?—.
Bueno. Entonces, ¿estas son las reglas del juego? Lilith respiró hondo y, obediente, hizo retumbar en el aire las palabras que Gabriel tanto quería escuchar. La chica imitó su voz oscura, melodiosa, enfatizando la palabra prohibido como él acostumbraba a hacer.
—Los Novit tienen prohibido buscar contacto con los vivos, salvo orden en contrario. Los Novit tienen prohibido ir al propio funeral. Está prohibido, en todo momento, tratar de contactar a tu familia o amigos—.
*
Las sillas de la oficina de Néstor eran incómodas. Lilith se balanceó de un lado al otro y se preguntó si las habían puesto así a propósito. Para que te llamaran a la oficina de Néstor tenías que haberte metido en un problema tan grande, que mismo tu comandante era incapaz de salvarte. La mayoría de los Novis evitaba el lugar como la peste. En el corto tiempo que llevaba en el Limbo, Lilith ya había estado allí más de diez veces.
Gabriel se apoyó en la pared. Lilith vio que él estudiaba al hombre joven y rubio, sentado frente a ella. Cuando Gabriel se dio cuenta de que ella lo estaba observando, le respondió con una mirada hosca. Entonces, Lilith le dio la espalda. Que ella fuera una visita frecuente de la jaula de castigos en la que vivía Néstor, significaba para Gabriel que él tenía que venir aquí más seguido de lo... conveniente. Sí, así lo había formulado él cuando la arrastró consigo. Lejos del cementerio. Lejos de Ben. De vuelta en el Limbo. La sorprendió que Gabriel dijera que eso no era conveniente. La cuestión no