Bengalas
Por Alejo Piovano
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Alejo Piovano trata de ir por el entorno aparentemente periférico que rodea al hecho.
El respeto a los muertos y condenados obliga a su autor a la prudencia, sin dejar de denunciar el conformismo y la desidia que lo produce.
En forma de pequeñas o prologadas historias el autor realiza un mural de entretejidos corales donde conviven los diferentes personajes unidos por un solo hecho.
Su lenguaje sagaz, sugiere más que detalla, y hace al placer de la lectura de este libro que representa un funcionamiento social escondido entre las mentiras de la costumbre y la falta de respeto al prójimo.
Éste suceso es una pequeña o gran muestra de muchos otros que han sucedido en el mundo entero.
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Bengalas - Alejo Piovano
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Parte 1 - El viaje de Adrián
Los rostros contraídos, algunos con los ojos cerrados. Otros como sin ver. Todos considerando que su propio cuerpo no sea tocado y no toque a otro. Conforme con eso debe colocarse de modo que no se rocen las partes privadas.
El aire pesa.
Silencio de los pasajeros y ruido del coche. Sentada y maquillándose, una señora se marca la línea de sus ojos. Para entrar al subte hay que pensar que lo malo si es rápido no lo es tanto. Los japoneses tienen un mejor servicio: tipos especializados en empujar gente en las horas pico. Trato de no respirar, pero no puedo evitar el sudor por la espalda donde se me clava la mochila de un joven. El ventilador del vagón no atenúa los efectos. Un tipo se empeña en leer en un pequeño libro algo de Séneca. Tal vez lo consiga, porque si el autor logró aislarse de Nerón, por qué él no puede aislarse de la multitud. Algunos alcanzan este sortilegio con audífonos de los que se oye el compás de la batería. ¿Y si anda suelto un tipo de Al-Qaeda? Si al pibe de atrás con su mochila, lo siento moverse le salto encima. Tengo que recorrer seis estaciones entre cuatro que sube gente y otras dos donde baja gente. Estamos después de la primera estación. En un momento se detiene el tren, se apagan las luces, voces de lamento, se prenden los celulares y luego se ven las primeras linternas. ¿Era la peli 8 y ½
que comenzaba en una ruta? Los zapatos con el calor oprimen mis píes y justo me pica a la altura de la pantorrilla. Resistiré. ¿Ya pasa? Somos los peones de ajedrez sin rey.
¿Cómo son capaces todos de guardar silencio y no gritar? ¿Y si tiran gas sarín? Parece que fuéramos a Buchenwald. Todos quietitos guardando las formas hasta las cámaras de gas. ¿Seré paranoico o los demás no quieren decir nada porque les aterro con mi presencia? Cierro los ojos y los dientes como un animal salvaje. Nadie lo nota pero es el momento de matar, acá falta aire, y alguno tiene que morir porque si no morimos todos.
¿O será que todos estamos rezando? El trabajo era un rezo para los masones de las catedrales. ¿Yo estoy conciente de que voy viajando por debajo de la tierra para ir a mi lugar de trabajo, o me engaño porque soy otra oveja inconciente?
¿El pensamiento salva? Estoy aterrado. Si tiene que explotar todo que sea ahora… Un, dos, tres… La realidad no obedece a mi deseo… ¡Que sea ahora!… Empiezan las charlas, dos señores conversan sobre los errores políticos del pasado… Permanezco en silencio: no han aprendido a tener años y prudencia. ¡Que sea ahora! Se escuchan las voces de los empleados del subte, hay reflejos de grandes linternas. Estoy sobreviviendo. Yo les pido a los muchachos de los subsuelos que, aunque le hayan pegado al hijo hasta reventarlo, ahora no se hagan problemas, culpas tenemos todos, por favor, sean buenos, sáquennos de acá. Tanta cultura solo me da certeza del caos. Mañana no tomo más este subte, mañana hago la dieta, mañana hago ejercicios, no puede ser, estoy todo deformado, mañana tengo que comprarme un dividí
porque, si las cintas me gustan, voy a decir que el viernes que viene no voy a trabajar y me tomo el día, mañana tendría que arreglar las vacaciones, pero el cuatro de enero me vienen a pagar lo que me deben. ¿Para que me dejaron nacer? Me llaman al celular, yo no lo oigo porque tengo el portafolio sobre una cabeza de señora que reacciona y me dice: Es el suyo, señor
. Le agradezco pero me será difícil atenderlo. Las charlas se han multiplicado y también las luces. Rezo. Me persuado de que la realidad de afuera no es tan mala. Pero, quién es el culpable, porque esto no pasa porque si
. Esto tiene necesariamente un culpable, un único y cierto culpable. Así es en las películas que veo al ir a dormir, a un asesinato corresponde un asesino. Además no me quiero morir en un subte. Quisiera vivir hasta los 105. El teléfono no para de llamar. Se prenden las luces. Un suspiro masivo y caliente me seca las gotas del cuello. La supervivencia pesaba más que cualquier otro pensamiento. Llegamos a la estación, la mitad del pasaje sale despedida y desesperada al andén. Los más jóvenes huyen escaleras arriba. Caigo sobre un asiento y atiendo, todavía faltan varias estaciones pero no quiero bajarme, afuera el tránsito estará colmado, los empleados no dicen nada al pasaje que queda, la que me llama es Giselle que está angustiada porque tenía que estar a las nueve en Obras y Catastro para hablarle a Rubio sobre los problemas de las antecámaras de la grabadora, sí, andate, le digo, estoy varado en el subte, corré, si no perdemos. Son diez mil pesos, le grito. Y corto. Cuando cierro el celular me parece que todos me miran, pero también ellos tienen sus asuntos que les moverán las ansiedades. El tren sigue sin salir. Saco el único libro que he llevado. Poemas de Fernández Moreno
. Lo cierro. ¿Que hilo me conecta con un hombre que amaba el silencio y la palabra? Me acuerdo de que llevo el cuaderno de notas mío, que tiene como cuarenta años, por si tengo que esperar al gallego del hotel. Miro a mi alrededor, saco el cuaderno, quiero volver sobre mis notas de hace tanto. Estoy fatigado, pero veo mi letra antigua y me lleno de nostalgia. Anuncian que el tren va hasta la última estación. Me quedo. Cuando llega, el andén está lleno de pasajeros, quiero salir de ahí, caminaré lo que haga falta, me levanto del asiento e irrumpe una manada colérica por la espera, pero puedo atravesarla. Cuando estoy por subir la escalera oigo a mis espaldas que se cierran las puertas del tren, y éste parte.
Me doy cuenta de que olvidé mi cuaderno en el vagón.
Parte 2
Seducciones
Rubio es un hombre de unos cincuenta años, gordo, pero que se cuida y aprieta su panza con un buen cinturón con guarda telúrica. Su camisa está muy planchada y viste un vaquero de onda .Su postura es la de un cantante de ópera entonando un aria. Además de darle trabajos al maestro de obras, Adrián Alanis, para sus negocios, es el sindicalista de la Dirección General.
Desde su escritorio hay una enorme vista de la gran avenida y está tomando el café cuando llega Giselle a la oficina con cara desencajada por haber tardado mucho.
Rubio, de labios carnosos, pómulos salientes y una marca en la pera, se transforma.
Eso esperaba, algo particular, porque había llevado flores esa misma mañana y las colocó en el escritorio. Su intuición coincidía con la realidad .Pero su imaginación corría muy rápido.
El día está deslumbrante este viernes de diciembre. Por algo había perfumado el lugar y había pasado una franela para que la oficina se viera pulcra como él deseaba para las buenas ocasiones. Ella es una chica de mediana estatura, muy colmada de encantos, los pechos son de una rara perfección y tiene un culito que aventaja a todas las minas que circulan en los pasillos de la DG. Rubio, huele con deleite la presencia femenina.
Se considera un animal carnívoro especialista en niñas deslumbrantes. Pero le gusta la pulcritud para sus festines y es por eso que ya no le bastan las flores arregladas. Cuando Giselle no mira hacia él, cambia la foto ecuestre de Perón, en la que le parece demasiado milico, por otra donde se lo ve con el nuevo jefe de gobierno en una fiesta.
–Giselle, qué grato verte tan temprano. Esperaba algo más desagradable,… el pesado de tu patrón
Y sonriendo sin que lo vea agrega, pregunta:
-¿No pudo venir?
- Se quedó varado con el subte. Me dijo que viniera porque no puede salir.
Y se enredan en una conversación entusiasta pero, en cuanto puede, Rubio le mira el culo y sufre con inocultable transpiración. Ella se da cuenta y la mirada le quema el cuerpo. Él no se quiere perder la oportunidad de pasar su mano ansiosa por esas convexidades impolutas, casi vírgenes, y rendirle unas miradas sumisas a esos ojos que alabaría sin restricciones.
Después de todo, el negocio con Adrián puede esperar, y empieza a seducir a la chiquita que entró a su oficina y que tiene veinte años y nunca la había visto vestida de ese modo Sin que se le note, sus gestos son una invitación civilizada, a las que ella, sin que tampoco se note, le rinde su interés también civilizado.
A través de las mampara de vidrio, Gastón observa la escena mientras trabaja en su compu. Le han bastado unos segundos para entrar en aceleración. Conoce muy bien los hábitos de Rubio y sabe que desde ya se la quiere llevar al hotel. No le cabe la menor duda, pero esta vez eso lo enfurece: Giselle pertenece al estudio donde él también trabaja cuando sale de la institución, y piensa que está tocando algo muy querido para él y para Adrián. Porque la piba es muy buena mina y hay entre los tres una comprensión perfecta. Toman todas las mañanas los desayunos juntos y deciden los trabajos de las jornadas. Salvo hoy, que los trenes están de paro, y la ciudad más colapsada que de costumbre.
Sabe que él se está levantando a Giselle, lo ve claramente, y aunque no escucha las voces la bronca le estalla en la cabeza. Gordo cerdo, piensa, que se levanta a la piba del estudio, que Adrián y él respetan a ultranza. Una luz de buena persona y bonita y además es amiga de ambas esposas. Lo subleva la idea de que el tipo se meta entre ellos solo porque no puede dejar esa voracidad sexual enfermiza que lo posee.
Llega a tanta su tensión que se mete en la oficina y dice desencajado:
-¡¿Van a querer un café?!
-¿Te pasa algo?
-Se me ocurrió. ¡Veo que Giselle esta agitada!- La mirada se le vuelve cargada de ira-. ¿Te cansaste Giselle?
El Gordo no sabe qué hacer pero, al escuchar la electricidad ambiente, dice:
-No te preocupes, pibe, ya nos vamos, si viene Adrián decile que estamos en el bar que ya conoce.
Gastón regresa al escritorio y saca una pastilla de Clonazepan 5 mg, porque se da cuenta de que el momento lo desborda.
Se va para el servidor de agua.
Mientras toma, ve por el reflejo de los vidrios que el gordo saca un gramo de merca del escritorio y se la lleva. Luego