Amor libre. Y otros 8 relatos eróticos de temática gay
Por Marcos Sanz
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Este volumen incluye los siguientes relatos eróticos de temática gay del escritor Marcos Sanz:
En la frontera del agujero negro
El capitán y el primer oficial de una nave estelar a veces desarrollan un vínculo muy especial. En este relato descubrirás qué puede ocurrir si el oficial de seguridad descubre por casualidad al primer oficial llamando con los nudillos a la puerta del capitán, como si no quisiera que quedara registro de su visita a la cabina del oficial al mando a horas intempestivas...
Desfase en el castillo
Nuestro protagonista sufre una extraña enfermedad. Cuando se excita demasiado su subconsciente crea mundos paralelos con la misma consistencia que el real. Cuando su mejor amigo descubre en su ordenador unas fotos explícitas y está a punto de ocurrir algo entre ambos, un remolino los arrastra a un extraño lugar donde los hombres no necesitan ningún descanso tras el sexo y siempre están preparados para el próximo ataque.
El día que el mundo acabó, todos los relojes se pararon a la 1:33
Juan Carlos es un escritor de relatos eróticos que suele escribir ligero de ropa en la cama. Su antiguo profesor de literatura de la universidad se muda al piso de enfrente y ambos retoman su relación donde la dejaron a través de la ventana...
Dándole en el hotel... lo que se merece
Paco y Juan son dos seguratas que trabajan en un hotel. Un chico se suele colar para intentar ponerlos calientes a través de las cámaras. Hasta que una noche, Paco conseguirá atraparlo y le dará lo que se merece mientras su compañero mira.
Reto y castigo
Dos amigos muy competitivos se retan. El que pierde tiene que hacer todo lo que el otro le pida.
Tac tac tac
Dos chicos que se acaban de conocer se quedan solos en el sillón esperando al tercero que no deja de hablar por el móvil. Uno de ellos comienza a darse golpecitos en la pierna con el mando a distancia de la tele...
El fin del mundo conocido
Armand sale de la criogenización e inmediatamente es raptado por un grupo de mujeres que necesitan su esperma. De regreso a casa descubre que el mundo ya no es como lo recuerda, los parques públicos donde antes jugaban los niños son ahora sitios de cruising donde los hombres tienen sexo a todas horas, a plena luz del día. Tendrá que esperar a llegar a casa para que su hermano Jules le revele lo que ha ocurrido en el mundo en su ausencia...
Amor libre
Cada viernes nuestro protagonista tiene ración de romanticismo y de carne en barra.
Mientras duermes
Este es el relato de aquella vez que me volví loco en mis tiempos de universidad y me aproveché de mi compañero de habitación hetero mientras el tío dormía a pierna suelta.
Acerca del autor: Marcos Sanz es un escritor (y un tío guapo y bastante bear) de relatos eróticos de temática gay. Si estás buscando leer relatos eróticos gays para hombres escritos por un hombre, has llegado al lugar indicado.
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Amor libre. Y otros 8 relatos eróticos de temática gay - Marcos Sanz
Nota del autor
Todos los personajes representados en esta obra de ficción son mayores de 18 años.
En la frontera del agujero negro
I
Estaba haciendo mi ronda de las 21 cuando vi al primer oficial llamar con los nudillos a la puerta del capitán. Me pareció cuando menos curioso que no usara el intercomunicador. El capitán abrió la puerta enseguida y vi que estaba en bata, como si acabara de darse una ducha sónica o estuviera a punto de acostarse. El primer oficial entró raudo y el capitán apresuró el sellado de la puerta de forma manual.
Algo en la forma de actuar de ambos llamó mi atención y como buen alférez de seguridad me acerqué a una consola de las muchas que hay en los pasadizos de nuestra nave estelar para comprobar que todo estuviera en orden en los aposentos del capitán.
La privacidad de sus aposentos estaba al máximo nivel, pero me conozco algunos trucos. Tecleé las órdenes oportunas en el teclado virtual de la consola y enseguida tuve una imagen de las fuentes de calor del camarote en cuestión. Ajusté varios parámetros para eliminar los datos térmicos de los relés de la propia nave, de las luces y de cualquier otra fuente de calor no humana y sólo quedaron dos figuras compuestas de diferentes tonalidades de rojo, muy cerca la una de la otra.
Sabía cual de las dos figuras era la del capitán porque era más bajo que el primer oficial, y éste, a su vez, bastante más corpulento. Estaban tan cerca el uno del otro que supuse que el señor Maxwell estaba informando de algo extremadamente secreto al capitán. Seguro que era algo relativo a las negociaciones con los Tralownes. Pretendían formar parte de la Alianza, pero lo tenían todo en contra. Hacía muy poco tiempo que habían comenzado la conquista del espacio y aún estallaban guerras entre los diferentes gobiernos de su planeta. Lo tenían bastante crudo, y además no eran de fiar. Llevo el suficiente tiempo en este trabajo como para saber cuando algo huele mal, y el embajador tralownita, que ahora permanecía en su camarote contra su voluntad, despedía un olor nauseabundo (metafóricamente hablando).
Maxwell, el primer oficial, seguía dando el parte. Las dos figuras permanecían inmóviles, muy cerca la una de la otra. Hice un escáner para asegurarme de que todo estaba bien, que Maxwell no llevaba encima nada extraño ni peligroso para el capitán (más de una vez fuerzas alienígenas se han apoderado de un oficial de esta nave para hacerse con el control del puente de mando) y como vi que todo estaba en orden me dispuse a apagar la consola y a continuar con la ronda.
Sin embargo, algo me demoró. El primer oficial había llamado a la puerta con los nudillos. Aquello seguía siendo extraño. Sólo había un motivo para llamar a una puerta de esa forma, y era para que la computadora central no guardara registro de su entrada en el camarote. Si uno debía regirse por el registro, no tendría forma de averiguar que el primer oficial había estado con el capitán. Eso quizá tuviera sentido en las circunstancias actuales. No podíamos fiarnos de que no hubiera un espía tralownita infiltrado en los sistemas. Pero, por otra parte, era lo más normal del mundo que el primer oficial y el capitán de una nave se reunieran a cualquier hora del día, y no había ningún motivo para ocultar eso, ni siquiera a un espía.
Por todo lo expuesto, no cerré la consola inmediatamente, y pude ver asombrado lo que ocurría a continuación. Las dos figuras se convirtieron en una. No quiero decir que licuaran sus respectivas materias y se fundieran en un solo ser, sino que se abrazaron íntimamente, lo cual a mí me sorprendió más que si hubiera ocurrido lo otro. Ninguno de los dos me parecía un hombre dado a las muestras de afecto. Maxwell debía haberle dado al capitán una muy mala noticia para tener que prestarle consuelo de forma tan vehemente. Si no fuera porque los conocía bien a ambos hubiera jurado que además se estaban besando, pero aquello era imposible. Maxwell era un mujeriego empedernido, tenía una alienígena en cada puerto, y el capitán estaba felizmente casado desde hacía una década. Cierto que su esposa estaba en la Tierra y la veía dos o tres días al mes, pero cuando esos momentos se acercaban la mirada del capitán se iluminaba y uno sabía que seguía tan enamorado como el primer día.
Sin embargo los minutos pasaban y las figuras de Maxwell y el capitán seguían abrazadas, y yo no podía seguir fingiendo que aquello no eran besos porque eran besos apasionados y las manos de ambos oficiales exploraban el cuerpo del otro. En determinado momento una fuente térmica cayó al suelo y el ordenador la eliminó de la ecuación por mis órdenes previas: El capitán se había desecho de la bata. Poco después más fuentes térmicas se desprendieron del cuerpo del primer oficial.
Miré hacia los lados, preocupado por si aparecía alguien por algún extremo del pasadizo en el que me encontraba, consciente de que había sobrepasado los límites de lo estrictamente profesional para convertirme en un fisgón, pero era incapaz de apagar la consola sin saber si la cosa iría a mayores.
Y tardó muy poco en ir a mayores. A muy mayores.
La figura más pequeña, la del capitán, ayudó al primer oficial a desprenderse de las últimas piezas de su vestimenta, entre ellas su ropa interior cuya representación térmica era de un rojo mucho más intenso que el del resto de piezas, por su más elevada temperatura, y que al caer al suelo el ordenador también eliminó.
Entonces el cuerpo del capitán pareció disminuir de tamaño y comprendí que se había puesto de rodillas. Con manos temblorosas modifiqué la perspectiva para poder ver claramente ambas figuras de perfil, y amplié la zona correspondiente al rostro del capitán. Tenía la nariz a escasos centímetros del miembro viril del primer oficial, que aparecía en mi pantalla de un carmesí violento debido a la acumulación de la sangre. Su falo era mucho más grande de lo que había supuesto (lo admito, alguna vez me había imaginado al primer oficial desnudo, era un hombre que me atraía muchísimo) y tenía un buen par de cojones prietos y peludos.
Jamás me había imaginado, sin embargo, que el capitán pudiera hacerle una mamada. Al contrario, quizá. El capitán tenía ese halo de autoridad, de yo soy el que manda aquí y si le comen la polla a alguien ha de ser a mí. Pero las mediciones térmicas no mentían, el capitán era tan chupapollas como el que más. Y seguro que se lo estaba pasando de puta madre. Es cierto que sentí una envidia sana. También es cierto que la escena me había puesto caliente y la verga se me notaba muchísimo con el uniforme tan ajustado que nos hacían llevar en la Unidad. Y más cierto aún es que si alguien aparecía en ese momento vería a quince metros de distancia mi erección y pensaría que estaba viendo pornoholografías en los pasillos, lo cual era casi cierto. Pero no podía apartar los ojos de la pantalla.
El capitán parecía un experto mamón. Su cabeza hacía molinetes amorrada al cipote del primer oficial, cuya figura térmica se estremecía de placer ante mis ojos. Me pasé la mano por el bulto que hacía mi pija aprisionada por el uniforme y me recorrió un escalofrío. Aquello era demasiado. No era solamente por la situación en sí, sino por los protagonistas. Los dos hombres más importantes de la nave tenían una aventura. Quedaban a escondidas. Se besaban, se abrazaban y se comían las pollas. Y yo lo sabía. No debía saberlo pero lo sabía. Y cuando llegara a mi camarote me haría una paja brutal, un pajote larguísimo, recordando esos calores. Eso no me lo quitaba nadie.
Entonces sonó mi comunicador de solapa. Me dio un susto de muerte y con el pasadizo tan vacío, el ruido se extendió delator en todas direcciones. Le di un golpe para hacerlo callar, pero eso era el equivalente a responder la llamada, y la voz de Owen, el jefe de seguridad de la nave (mi jefe) sonó más estridente que el propio tono de llamada.
—Fred, ¿dónde estás?
A todo esto, la figura térmica del capitán se había detenido en seco y permanecía a la escucha con todo el vergajo del primer oficial en la boca. Maxwell, a su vez, también parecía haberse puesto en tensión.
No tuve más remedio que contestar a Owen en voz alta. Si no, daría a entender al capitán y al primer oficial que estaba al tanto de lo que hacían dentro del camarote.
—Estoy haciendo la ronda, jefe.
—¿Estás cerca del camarote del capitán?
—Justo enfrente.
—He intentado llamarle tres veces pero ha apagado los comunicadores. No es propio de él.
—¿Ocurre algo, jefe?
—Hay tres naves desconocidas acercándose al perímetro. No se identifican. Podrían ser hostiles. Trae al capitán ahora mismo, aunque tengas que sacarlo de la cama desnudo.
Owen era amigo íntimo del capitán (aunque seguro que no tan íntimo como el primer oficial) y era una de las pocas personas que se permitían hablar de él de forma tan irrespetuosa, quizá precisamente porque sabía que no habría consecuencias.
—Entendido –le di otro golpe al intercomunicador de solapa para cortar la conexión, borré los datos de lo que había estado haciendo en la