Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Primavera de fresas y heno
Primavera de fresas y heno
Primavera de fresas y heno
Libro electrónico239 páginas2 horas

Primavera de fresas y heno

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

-Había una vez un circo que alegraba siempre el corazón.
-¿Cuántas fresas has comido hoy?
-Yo no como fresas, sólo las cuido y protejo de lobos como tú.
-¿Lobo?
-Ciervo.
-¿Ciervo?
-No juegues conmigo, Valérie.
-Me has pillado. ¡Din!
-Se te reconoce a treinta pasos.
-¿Cuántas fresas has comido hoy?
-Yo no como fresas, sólo las cuido y protejo de seres como tú.
-¿Desdibujados?
-Y agrietados.
-Ahí te has pasado.
-Pues aléjate de mis campos de fresas. ¿No ves que el aire hoy no perdona? ¿Lo fría que está la mañana?
-Ahora te da por recitar.
-Y la luna en lo alto.
-¿Cuántas fresas has comido hoy?
-Yo no como fresas, sólo las dibujo. Y, ¿sabes qué me dicen? Que ellas no son así, que capte su esencia, que el color rosado no se debe a su propia naturaleza, sino que se arrebolan al verte venusino, saliendo de las olas del mar, naciendo de la espuma del...
-¡Justopía pa ti!
-Hirsuta.

Y así se pasaron toda la tarde, se ve. No sé, yo me encontré esta nota encima de la mesilla de un burdel. Fíjense qué casualidad. En la parte de atrás había unas anotaciones indescifrables para mí. Viene firmado por un tal Ororo, pero me fallan las fuerzas y espero que alguno de ustedes queme estas notas junto a su tumba, pues me da por pensar que es lo que le gustaría.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 may 2016
ISBN9781311896094
Primavera de fresas y heno
Autor

¡¡Ábrete libro

¡¡Ábrete libro!! es un foro en el que escribir sobre todo lo que se os ocurra referente a los libros que hayáis leído y sus autores.

Lee más de ¡¡Ábrete Libro

Relacionado con Primavera de fresas y heno

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Primavera de fresas y heno

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Primavera de fresas y heno - ¡¡Ábrete libro

    Día de pueblo para un enclenque de ciudad

    Alfredo Ferrero Yanini

    Llegamos tras una hora de carretera. Sárica es un pueblo situado en un valle, entre montañas, cuyo terreno me mostraba, con la estética que la naturaleza gusta de brindar, sus colores férreos y calcáreos. Aparqué el coche en las afueras del pueblo y salimos los dos. Notando la brisa fresca de primavera, me embriagaba con la fragancia húmeda de la tierra que la lluvia había dejado. La mañana había alejado las precipitaciones, sin embargo, y los petirrojos gorjeaban de forma melódica, contentos de recibir el calor solar. El clima me hacía sentir bienvenido. Los chorros de una fuente natural, al otro lado de la carretera, me recordaron que tenía mucha sed.

    Le dije a mi amigo, que ya iba a entrar en Sárica, que me esperara un momento. Crucé la carretera y bebí. El agua de la fuente era fresca y cristalina, surgía de la propia roca y estaba sazonada con los aromas de las calizas por las que discurría. Oí entonces a mi amigo:

    —¡Vamos primero a mi casa, que quiero ver a mis padres!

    Asentí con la cabeza, mientras me secaba con la manga de la sudadera, siguiéndole hacia el pueblo.

    Mi amigo se llama Raúl. Aquel día fuimos a su pueblo porque celebraban la feria de la tapa, lo que implicaba mucha fiesta. Yo tenía ganas de divertirme y, ya que no lo había hecho aún, me daba la excusa de visitar la localidad y, de paso, bien que comí.

    El pueblo era un amasijo irregular de calles, a cual más empinada y estrecha, y un campanario en el punto más alto. Por doquier veía terracitas llenas de gente vociferando, riendo, bebiendo cerveza y vino y hartándose de comer. Cruzamos la plaza principal, abarrotada de comerciantes que vendían desde ropa hasta juguetes, anunciándose a gritos y piropeando a los paseantes. Lo que más me llamó la atención fue la parada de dulces al final de la plaza, pero me dio reparo pedirle a Raúl que nos parásemos porque parecía tener prisa para llegar a su casa. Hice bien en no decirle nada, al fin y al cabo. En la otra plaza, algo más pequeña, había un burro cercado, pero por la misma razón no pregunté y seguimos hasta llegar a su casa.

    La casa era pequeña, en apariencia, pero tenía un par de pisos. Era bastante moderna para lo que esperaba de un pueblo más bien menudo y, en la planta baja, estaba la cocina y la sala, unidas, dando una sensación de espacio muy acogedora. Las estanterías estaban abarrotadas de estatuillas de cerámica, colecciones viejas de libros, periódicos y tres libros electrónicos, apilados unos encima de otros. El suelo brillaba y la cocina estaba tan limpia que daba gusto mirarla. No veía ni una mota de polvo, a pesar de que había una chimenea y que unos pocos días antes había hecho un frío espantoso.

    Sus padres no estaban en casa y propuso que les esperáramos allí mismo. Me senté en una silla y, al momento, Raúl vino de la despensa con un montón de carne, pan, boquerones, queso, aceitunas y cacahuetes. Entró de nuevo y volvió tambaleándose con un montón de botellas que habría jurado que se le iban a caer. Trajo agua, cerveza, refrescos, vino tinto y un licor de almendras casero muy rico.

    Abrumado me quedé ante tal despliegue de comida servida en pocos segundos. Fue a un armario y tomó dos vasos que se apresuró en llenar de cerveza.

    —¡Venga, de trago! —animó.

    Lo bebimos de trago. Iba a rellenármelo, pero le dije que no, que luego tenía que conducir.

    —¡Qué chorrada! —contestó rellenando el vaso igualmente—. Tú te quedas a dormir aquí. Toma algo de longaniza, que está tremenda.

    No contesté, dubitativo, porque no tenía intención de quedarme, pero sí comí lo que me iba recomendando, que terminó siendo una barbaridad. Si es que la sobrasada y el queso eran una maravilla y el pan era del día. Las dos litronas de cerveza que había sacado se esfumaron y del vino también dimos buena cuenta. Me sorprendí de las ganas con las que habíamos almorzado.

    El padre llegó primero. Cargaba una bolsa de plástico. Tras saludarme, sacó una tarrina de helado y me preguntó si quería un poco.

    —No, gracias —contesté tocándome el estómago—. Aún tenemos que ir a comer tapas.

    Padre e hijo rieron, supongo que sabían lo que me esperaba. O no sé. Le propuso que me quedaba a dormir y el padre asintió. No me vi capaz de discutir, por lo que acepté la invitación. Nos despedimos y, tras decirle Raúl a su padre que ambos volveríamos a la hora de comer, fuimos al primer bar.

    Por el camino mi amigo saludaba a algunas personas, pero no llegaba a pararse. Al pasar por la plaza, sin embargo, lo paré yo. Volví a ver al burro, encerrado entre vallas, campando a sus anchas en el territorio que tenía para él. Al lado había un puesto con un pequeño grupo de gente que bebía cerveza mirando al burro, intercambiando conversación. Me despertó la curiosidad, así que le pregunté.

    —¿El burro? —rio.

    —¿Por qué está en mitad de la plaza?

    —Pues mira —Raúl sacó un papelito del bolsillo—. Esta es una participación para una rifa —señaló—. ¿Ves los cuadrados?

    Miré al suelo de la plaza, en el vallado donde se encontraba el burro. En el asfalto había cuadrados pintados con tiza, representando coordenadas. Raúl prosiguió:

    —Pues si el burro caga en la D14 me llevo mil euros.

    —¿Si caga ahí ganas mil euros? —señalé el lugar.

    —Ahí, ahí.

    —¡Hala, qué gracia! Pues voy a comprar una participación yo también.

    Fui al puesto y, tras comprar el boleto, me acerqué al burro. Al acariciar su pelaje de alabastro, que era suave y agradable, el animal ladeó ligeramente la cabeza, invitándome a rascar detrás de sus orejas. Sonreí al hacerlo y al burrito le gustó, pero tuve que parar porque un hombre canoso, esgrimiendo un bastón, me vociferó que estaba prohibido tocar al animal, que afectaba a la competición.

    —Hazme ganar pasta —le susurré antes de seguir nuestro camino hacia el primer bar.

    No gané. Ni tampoco pude comprobarlo. Me contó Raúl que el puñetero se pasó dos días sin defecar y, cuando por fin lo hizo, fue en el lado opuesto del lugar donde aposté.

    Fuimos de bar en bar, comiendo sin parar y bebiéndonos una cerveza con cada tapa que pedíamos. Entre el almuerzo en casa de Raúl y las tapas que nos echábamos al buche, mi estómago pedía una tregua. Pero mi amigo no parecía dispuesto a que parara la entrada de sustento en el cuerpo, obligándome a ir a la par y comiendo más de lo que tenía por costumbre. Las cervezas también hacían su efecto y, aunque la comida paraba su efecto embriagador, mi cabeza iba bastante más ligera que mi barriga.

    Mi amigo me contaba, entre trago y trago, que tenía un grupo de rock, «Los perros de Sárica», con cuyos compañeros iba a encontrarse en otro bar. Le parecía que ellos ya estarían allí, así que le dije que, si quería, podíamos ir directamente a ese bar. Me hizo un gesto de desaprobación con la mano, como si hubiera dicho una tontería, como si el recorrido de bar en bar de verdad fuera importante. Mientras intentaba picar cada vez menos de las tapas y ponía excusas para beber más despacio, Raúl me contó más de su grupo.

    Llegamos al final del recorrido. Allí pude conocer a «Los perros de Sárica», tres chicos y todos vestidos de negro, que estaban sentados al fondo del concurrido bar. Raúl cogió dos sillas y las llevó junto a ellos. Me presentó a sus amigos y pedimos más tapas y más cerveza. Como ahora éramos más, la fijación en mí se perdió y dejé de comer.

    —¿De qué estabais hablando? —preguntó Raúl.

    —De la Semana Santa de hace dos años —contestó el que se llamaba Santi, uno que llevaba el pelo largo. Todos rieron, aunque yo no lo entendí.

    —¡Cuéntaselo! —dijo Raúl, señalándome. Santi sonrió y empezó a relatar:

    —Pues resulta que hace años que la banda intenta tocar por el pueblo. Siempre en fiestas como esta y, a veces, porque nos da por ahí. El caso es que en Semana Santa queríamos tocar. Y podíamos, pero hubo unos tipos que no querían, así que lo que hicimos...

    —No, no. Lo estás contando mal —interrumpió Raúl.

    —¡Coño, pues cuéntalo tú!

    —No, tú tienes más gracia, pero cuéntale lo de los beatillos.

    —A ver, es que en este pueblo son muy religiosos. Algunos, vamos. Pero el que lo es, lo es mucho. Vale, pues la cosa es que tocamos a veces canciones que ellos dicen que son satánicas. Y ni lo son ni nada, pero oyen rock y lo llaman chimpún-chimpún y que eso es ruido y que su puta madre. Así que en unas fiestas nos fastidiaron a base de bien. Íbamos a tocar en el pueblo y los tíos nos boicotearon, se quejaron, maldijeron e hicieron de todo con tal de que no tocáramos. ¡Y no lo hicimos al final!

    »Así que estábamos cabreados, ¿vale? Y mira que ellos bien que joden con la Semana Santa. Que ellos siempre sacan un Cristo, bueno —hizo hincapié—, un Cristo horroroso. Lo llevan arriba y abajo por el pueblo, suena siempre la misma música religiosa y se visten como si fueran del Ku Klux Klan, vamos lo típico, pero en cutre, ¿entiendes? Hay alguno que decide no vestirse y va con vaqueros, otro que pone publicidad de su carnicería en el capirote... un desastre. Y luego dicen que lo hacen divertido porque ponen un mercado medieval, que no es ni mercado medieval ni nada.

    Raúl se rio. Santi prosiguió elevando el tono:

    —Uno de los tíos del mercado se disfrazó de Drácula, que más que Drácula parecía un gitano con capa, ¿qué tiene eso de medieval? Y todo con luces de los chinos y mierdas por el estilo. Ah, ¡pero nosotros de tocar nanay, que nuestra música no es acorde con la Semana Santa!

    »Pues aquella Semana Santa, cuando iban a sacar al Cristo, nosotros teníamos preparada una cosita —sonrió—. Sacamos un Cristo de cartón piedra que habíamos hecho nosotros, con su cruz y con su todo, bastante realista si me lo permites, pero llevaba un empalme del quince, un pollón enorme, una tranca legendaria.

    »Lo sacamos a pasear como si fuera el Cristo de todos los años y no pasaron ni cinco minutos que salió medio pueblo a increparnos y a gritarnos enfadados... —Santi se recreó en la situación, diciendo—: Querían zurrarnos, vaya que sí. ¡Menuda se estaba armando con el Cristo! Imagina, la bronca no se acaba, ¿vale? Y entonces llega la Guardia Civil.

    »Todos los beatillos saltan y empiezan a quejarse de lo maleantes que somos —imitándolos, poniendo voz de falsete—: «¡Ay, es que nos están fastidiando la fiesta! ¡Que es Semana Santa! Bla, bla, bla...» Pues nosotros nos acercamos también al tío y sacamos un permiso de manifestación que teníamos para aquel mismo día, que vamos, que lo teníamos planeado. El picoleto se llevó la mano a la cara, leyendo el papel que nos daba prioridad y no tuvo más remedio que decirle a los beatillos que se apartaran, porque nosotros teníamos permiso y ellos no. Vamos, que estuvimos todo el día con el Cristo empalmado arriba y abajo y cantando canciones nuestras para joder. ¡Fue genial!

    Todos levantaron sus cervezas y yo les acompañé. Conversaron también sobre otras cosas del pueblo, de otros líos y de temas personales. Al rato, mi amigo miró el reloj y dijo que volvíamos a su casa, añadiendo que luego volverían a verse. Yo ya era un autómata que le seguía adonde él fuera, mientras él no paraba de hablar. Me contó que en su casa había arroz con acelgas.

    —No sé si podré comer más...

    Pero ni caso. La madre me puso un plato de arroz gigantesco. Sentados en la mesa, con vino y cerveza y ensalada y el terrorífico plato, bajo la mirada acusadora de la madre que sabe que no voy a comer nada, empecé a calcular cuánto podía comer para que no fuese de mala educación dejarme el resto. El plato estaba bueno, pero fue una tortura. No me lo terminé, evidentemente, y sintiéndome humillado, viendo que ellos se relamían y hablaban de tomar postre, dije en tono de súplica que no tenía más hambre.

    —¿Es que no está bueno? —inquiría la madre—. ¿Quieres otra cosa?

    —Está muy rico. Es que estoy lleno y...

    Aquello parecía estar demasiado lejos de su comprensión, ¿cómo iba yo a llenar el estómago si no había comido nada? Me sentía en un juicio, sabiéndome culpable de antemano. Me ofrecieron hacerme una tortilla, servirme un flan, comer helado y también fruta. Tuve que decir que no a todo, mientras veía que Raúl comía postres uno detrás de otro. La madre me echó una mirada de desaprobación, aunque disimulada.

    Hicimos sobremesa hablando de la crisis, de la situación actual, el paro y esas cosas. El padre exponía sus argumentos como si fueran verdades irrebatibles, tomó una posición que no tenía ganas de desafiar y decidí dejar que se desahogara con políticos, periodistas y otros, como él los llamaba, «sinvergüenzas», pero yo estaba harto de tanto hablar de lo mismo, había ido a Sárica precisamente a desconectar. Luego nos preguntaron que qué íbamos a hacer. No tenía ni idea, pero rezaba para que Raúl no contestara que comeríamos en otro sitio. Afortunadamente, no lo hizo. Dijo que me enseñaría el pueblo y luego iríamos a reunirnos con sus amigos de nuevo, porque había que prepararse para el concierto.

    —¿Vas a tocar? —pregunté, sorprendido, pues no me había dicho nada.

    —Claro.

    Primero fuimos al río. A un lado del valle el sol daba de lleno y había muchos pinos, al otro la pendiente era muy elevada, daba mucha sombra y estaba poblado de carrascas. Caminábamos bajo el sol, encontrando tomillo y romero por doquier, regocijándonos con su fragancia. Cerca de las surgencias de agua había musgo. Caminando cuesta arriba, nos encontramos un sendero lleno de hoja de pino que accedía al campanario de Sárica, emblema del pueblo. Por este camino los pinos estaban replantados, algo visible por su disposición ordenada, todos a la misma distancia de los otros.

    Me costaba subir la pendiente con la panza tan llena, pero con un esfuerzo titánico lo conseguí. Sin embargo, valió la pena. La torre de Sárica me gustó. De cerca pude comprobar que tenía tres secciones: La sección inferior era la mayor, gris, de forma octogonal y sobria, sin detalles. La sección media estaba casi en la parte superior, presentaba la campana y el reloj y se recargaba de ornamentos y detalles estéticos. La sección superior también tenía el mismo tipo de ornamentos y, además, aquí se encontraba la linterna. Estuve largo rato admirándola mientras Raúl me contaba que era de la época mudéjar.

    Fue una pena que no pudiéramos entrar, pero desde allí la vista era estupenda. Se veían las montañas de maravilla, el sol era cálido y reconfortante y había muchos sitios para recostarse, algo que hicimos. No recuerdo cuándo me dormí.

    Al despertar, el sol aún machacaba pero se había movido, por lo que imaginé que había dormido un montón. Raúl no se encontraba a mi lado. Me giré, incorporándome un poco, y lo vi. Estaba hablando con cuatro chicas. Ellas estaban encaramadas a un pedrusco elevado cerca del barranco, sentadas, mirando a mi amigo. Las chicas habían dejado sus zapatos al pie de la roca y todas llevaban sombreros de paja con cintas de distintos colores. Se reían de algo que Raúl les contaba y, al verme despierto, se rieron más aún. ¿Qué les estaría diciendo?

    No me notaba ya tan pesado y me incorporé, acercándome al grupo que se había formado. Raúl me presentó a sus amigas y oí la conversación que llevaban. Más adelante, con la impetuosidad acostumbrada, dijo que nos íbamos. Yo, que me sentía a gusto, acepté un poco a regañadientes porque me dijeron que por la noche las volvería a ver.

    El sol empezaba a bajar y notaba que el viento refrescaba un poco. Intuía que acabaría haciendo frío, sensación que detesto. Raúl tenía prisa para llegar al sitio donde iba a preparar su concierto y, cuando vi dónde era, le avisé de que me acercaría al coche a recoger mi chaqueta y que volvería al momento.

    Yendo al coche vi que aún había mucha gente en los bares. El aparcamiento donde tenía el coche ahora estaba rodeado de otros tantos, habría gente queriendo ver el concierto,

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1