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Cuando mi cuerpo me habla
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Cuando mi cuerpo me habla
Libro electrónico291 páginas4 horas

Cuando mi cuerpo me habla

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Cuando mi cuerpo me habla, le creo

 

Y le creo porque confío en él. Le creo porque me habla desde lo más profundo de mi corazón, allá donde habita ese rayito de luz, pasando por mis venas, por mis poros y saliéndose por mi piel. Le creo porque él me pertenece y yo en un acto sublime de amor, le creo ciegamente y en él me siento a salvo. Porque estoy a salvo. Es mio.

Es esa capa de piel que siento tibia y que me protege de todo y que me cuida de todo y que eventualmente golpeo sin querer y que me separa de los otros y que muchas veces también me ha unido a ellos. Y esa que me permite arruncharme con mi hijo y sentirlo cerca y tocar todo, oler todo, sentir todo, abrazar todo, ver todo. Es ese maravilloso lugar que ocupo y que habito y que siento que me pertenece, y en el cual me refugio y el cual se refugia también en mi, cuando muchas veces no lo trato como debe ser.

Cuando mi cuerpo me habla, lo hace amorosamente y me deja saber qué debo hacer, con quién debo estar, con quién no. A dónde debo ir y a dónde no. Cuándo debo seguir y cuándo debo parar. Cuándo comenzar y cuando terminar. Justo ahora me habla, me susurra palabras de amor diciéndome, párate que ya terminaste tu cuarto libro, pero éste es el primero que vas a publicar de muchos. Sonríe, en tu camino hacia abajo, para y ve a besar la frente de tu hijo, ve y sueña con Gaia y con el Lugar Soñado, recibe ese sol que tanto amas, y vé a visitar a Rosita para que tomen chocolatico parviado y juntas se rían de la vida.

IdiomaEspañol
Editorialmarthallano
Fecha de lanzamiento31 jul 2023
ISBN9798223378044
Cuando mi cuerpo me habla
Autor

marthallano

Soy una mujer sensible, soñadora, romántica, hija, hermana, amiga, madre y compañera. Recorrí en familia, los lugares más hermosos de Colombia en donde se instaló para siempre en mi espíritu, mi amor por el mundo natural, por ese verde que percibía y que hoy es mi guía. Graduada como diseñadora gráfica, fotógrafa por deseo y escritora por pasión. Escribo por amor, por agradecimiento, porque toda la vida me toca. Porque mi cuerpo me habla, y yo le escucho. Y puedo realmente oírlo y me habla en un lenguaje antiguo. En uno más antiguo que las palabras, y no puedo resistirme. Y no puedo quedarme quieta y siento que yo solo debo expresarlo. Tengo que hacerlo. A través de mis relatos espero poder contar un poco el mundo que veo, el que no veo. Puedo imaginarme muchas cosas y puedo relatar muchas otras. Ese es mi placer permanentemente. Ser la narradora de mi propia historia y de la historia de otros vista a través de mi corazón. Mi fotografía solo da cuenta de mi paso por este planeta. Pintar con la luz es mi gran privilegio. Solo capturo instantes. Irrepetibles. Únicos. Momentos que dejan plasmada en mi vida la sensación de haber vivido. ​Enamorada de los árboles porque sé que silenciosamente, nos dan lo que necesitamos para vivir, lo que necesitamos para respirar. Y ellos en los bosques, viven resilientemente y hacen un trabajo que nos permite la vida. Agradecida por vivir rodeada de ellos.

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    Cuando mi cuerpo me habla - marthallano

    Y le creo porque me habla en un lenguaje sencillo. Antiguo. Certero. Veraz. Y me dice quiénes fuimos. Quiénes somos. Quiénes seremos. Me dice además todo en un cronón. Medida diminuta en la que todo pasa. Como este instante. Como los millones de instantes en los cuales nos movemos y que hay veces pasan desapercibidos y otras no...

    Cuando mi cuerpo me habla, le creo y me detengo. Y entonces todo cobra sentido. Y quedo detenida en un lugar sin tiempo y sin espacio en donde solo habita mi espíritu. Un lugar maravilloso y misterioso al que quisiera llevarlos a todos. Un lugar mágico que reside en todos nosotros y que no podemos atrapar pero sí sentir y tocar y ensoñar. Un lugar en donde todo es posible. Un lugar en donde nuestros cuerpos se sumergen con toda la furia de sus almas, para quedarse allí escondidos en ese limbo del cual pareciera que no queremos salir.

    Cuando mi cuerpo me habla, me saca y me estruja y me tira afuera y me deja desnuda ante las sensaciones que me recorren por aquello que veo y que no resisto. O por aquello que veo y que quisiera abrazar y atrapar y besar. O por aquellos seres que silenciosos y sin que ellos nunca lo supieran tocaron mi espíritu para siempre. Una mirada. Una sonrisa. Un silencio. Un roce de nuestras pieles. Porque todo se habla primero por la piel. Nuestros sentidos nos hablan en ese lenguaje más antiguo que la palabra. Ese que hoy me levanta para vaciar mi pensamiento y poder así hacer esto que es lo que más amo hacer.

    Porque cuando mi cuerpo me habla me saca de ese adormecimiento de la vida. Y me lleva a los lugares más inesperados. Y me regala el placer absoluto de hacer lo que siento y de decir lo que pienso. De tomarlo todo y envolverlo como en una melodía cuando sus notas suben y bajan y se mezclan perfectamente para hacerme estremecer. Para hacerme sollozar ante la belleza de quienes soñaron con esas notas y quienes las interpretaron haciendo que mi corazón se acelere y mi pulso no quepa en mi cuerpo y mis venas sean pequeñas para tantos sentimientos y los millones de células que me componen viajen lejos y regresen dejándome sin aliento.

    Cuando mi cuerpo me habla me siento el ser más afortunado del mundo. Porque puedo llorar de tristeza y de alegría. Porque puedo ir a ese lugar en donde ningún cronón habita y detenerme y abrazar a otros sin que ellos ni siquiera se den cuenta. Y puedo regalarles todo mi amor y envolverlos de alegría y desear un mejor futuro para todo lo que veo. La gente. Los bosques. Las ballenas. El cielo azul. La lluvia. Las montañas. La selva. Mi gente. La gente que ni conozco pero que sé que existe y que hoy en alguna parte sus espíritus también danzan ante la belleza de la vida.

    Cuando mi cuerpo me habla le he creído...y esto es lo que me ha dicho.

    ––––––––

    ј™Ð

    ¿Le ayudó con esa finquita, mamacita?

    No puedo escribir tu entonación. Tu ritmo. Pero era algo así. ¿Leeeeee ayudooooo con esa finquitaaaaa? silencio...mucho silencio. Yo ya te miraba, tus ojos brillaban, sostenías aquella botella transparente con un espeso líquido amarillo y me sonreías, ¿mamacitaaaaaaa?

    Me cogiste desprevenida. Era temprano. Muy temprano. Ya hacía un poco de sol y entonces cuando giré mi cabeza, te vi sonriéndome por entre aquellos rayos que te iluminaban para yo nunca olvidarte. Estabas ansioso, muy ansioso. Entonces te detallé en milisegundos y te dije, claro parceeeeee, pero vengaaaaa yo le tengo esa botellita amigooooo que usted me lleva mucha ventaja. Te alarmaste y sin ni siquiera detallarme me respondiste, ahhhh noooo mamacitaaaaaa, aquí cada quien trae su botellitaaaaaa, oigan a estaaaaaaa.

    Dónde estarás. Cuántas botellitas más habrás necesitado para resistir, para tolerar, para continuar. ¡Cuántas! Me ayudaste tanto aquel día. Tanto. ¡Nuestra finquita fue tan hermosa! Y tú le diste esa magia de lo inesperado, de lo no planeado, de lo inusual, de ese torcido que por poco mata a mi amiga artista Yamile, a quien yo había invitado para apoyarme. Te quise inmediatamente. Te metiste en mi corazón cómo si fueras un amigo de mi infancia que hubieras salido de la nada para acompañarnos aquel día. Fuiste hasta Caldas a cambiarte porque decías que estabas muy sucio y volviste Pedro. Volviste. Y te quedaste más limpio con aquella botella sonriendo desde la lejanía como un ángel. Como un guardián. Contigo allí me sentí segura. Sabía que conocías un mundo misterioso y profundo que desconozco. Un mundo cruel y voraz. Un mundo lleno de maldad y muerte.

    Hay días que te recuerdo mucho. Otros nada. Hoy te invoco. Quisiera verte sonreír y poder darte la posibilidad de que me ayudaras con una finquita que tengo. Es más grandecita Pedro. Pero si te encontrara, sé que serías la persona perfecta para ayudarle a estos robles. A este bosque. Tu solito dejarías tu botellita por ahí perdida en cualquier árbol y tal vez, un gnomo curioso la tomaría para encontrar en ella esa magia que produce en quienes la consumen. Haría locuras, pero entonces sé, con absoluta certeza que tú la perderías y que entre gnomos, duendes y ninfas, tus sueños serían otros.

    A dónde estarás... dónde habrás dormido anoche. ¿Te habrás mojado? ¿Tienes amigos? ¿Tienes madre? Ve y abrázala Pedro, corre. Corre. Sé que te ama. Búscala que sé que se desvela por ti. Búscala que sea lo que sea te perdonará y tú a ella. Ve por ella y acúnate en su regazo que es allí a dónde todos volvemos cuando nos duele cualquier cosa. Acúnate en su regazo y descansa. Te veías cansado. Estabas cansado. Quisiera tomarte de la mano. Poner tu botellita a un lado. Hablarte de la vida. Que me contaras de tus sueños. Contarte los míos. Pero no te encuentro. Estás en mis recuerdos. Habitas mi memoria. Y te me borras. Te pierdo. Cada día.

    Respiren profundo

    Lento y profundo. Porque corrí tan rápido como pude cuando recordé que aquel día era el último día del pago del impuesto predial de un bosque que produce más aire que muchos, más agua que otros y sobre todo que genera no sólo un excelente paisaje sino que además es el albergue de muchas especies. Incluyéndonos. Incluyéndote.

    Respira profundo. Porque no sé por cuánto tiempo más sea capaz de pagar el impuesto de una tierra que debería de estar exenta de cualquier impuesto. Aún no entiendo. Y tal vez nunca lo haga. Porque simplemente es inaudito que lugares como éste, bosques tan valiosos, árboles tan productivos, se vean amenazados constantemente por todo, por tanto, por leyes obsoletas de patrones que no corresponden al tiempo presente, al calentamiento que vivimos, al desarrollo insostenible.

    Respiren profundo porque ya quedan pocos, hay un exceso de todo, de contaminación, de luz, de comunicación, de energía, de carros, de velocidad, pero no de árboles, no de aire puro, no de libertad, no de pedacitos verdes que son los que al final todos necesitamos, o al menos yo. Sin ellos estoy cada vez más perdida. Mi piel se siente cada vez más caliente y yo pierdo todo mi aliento.

    Respira profundo que este aire es para ti. Para mí. Para todos. Respira. Lenta y profundamente porque este aire es cada vez más escaso, es único, es uno, es mucho, es todo, es todos. Todos los árboles, todas las hojas, todas las raíces en un mismo aire. Mi aire, tu aire.

    Respiren profundo que ya no habrá muchos árboles. Aunque los necesitamos, no todos lo saben, los desconocen, los ignoran, los olvidan, los talan. Aunque son árboles de todos, ellos deciden por nosotros y ellos no los necesitan, porque no vivirán mucho, porque sus vidas son otras, distintas, llenas de nada pero sin mucho. Llenas de poco pero sin nada. Vidas vacías llenas de tantas cosas que no son realmente útiles y faltas de tiempo, faltas de aire, faltas de árboles, faltas de hojas, faltas de todo.

    Respira profundo que falta poco. Ya queda poco. Cambia el tiempo. Cambian las hojas, cambian los árboles, cambias, cambian, cambio. Somos ya otros. Respira profundo...

    ¿Me lo manda por güasá?

    Yo sólo seguí caminando. No quería romper la magia de aquel instante en donde lo que le enviarían a aquel desconocido podría ser cualquier cosa. Desde un pedido del trabajo hasta un mensaje de amor. Todo. Ahora todo cabe por ahí. Por güasá. Increíblemente. Cuando pensábamos que ya poco se podría superar, llegó esta nueva forma de comunicarnos. Todo es más fácil decirlo. O no decirlo. Todo se puede decir hasta con una carita, o un símbolo que transmite nuestro estado de ánimo, nuestros instantes, nuestra vida. Terriblemente. O increíblemente. Todo depende.

    ¿Me lo manda por güasá? Y yo antes que reírme simplemente me quedé detenida en el tiempo. Observé no hacia atrás donde estaba aquel hombre que llamó mi atención, sino hacia los lados. Y fue así como vi a un joven conduciendo sin despegar sus ojos de su güasá y una chica que sin siquiera mirar al frente de su volante sonreía ruborizándose. Ese güasá estaba como bueno pero fue así como sentí un dolor profundo por recordar aquella joven mujer que perdió casi toda su vida por un conductor ebrio, o la chica que segó la vida de aquel ciclista porque simplemente por andar pegada de su celular no lo vio y éste fue literalmente arrollado.

    ¿Güasá? Aunque útil y mucho, al igual que casi todo lo que inventamos, tiene que tener un límite. ¿Llegará el día que nos detengan en un retén para revisar no que hayamos bebido sino que hayamos conversado por nuestro celular mientras conducíamos? Tal vez. Es seguro, porque no solo es una forma de captar recursos sino que espero sea una forma de disminuir accidentes.

    Mi celular decía 1756 mensajes después de mis días de vacaciones con mi hijo en el Chocó. Si estás leyendo este mensaje y me enviaste alguno por esos días, debo decirte que no los leí. Me asusté. No supe cómo borrarlos porque estaba en una conexión que me encontré en la mitad de la selva a $200 la hora de conexión. Y me conecté para decirle a mi mamá que estábamos bien. Porque maravillosamente mi celular tampoco funciona en la selva, aunque claro que me hubiera gustado poder al menos decirle principalmente a ella cómo estábamos.

    Güasá se convirtió en el telegrama de hoy, en la telepatía que ya hace mucho no funciona, en la forma casi perfecta de estar conectados... Las relaciones son más rápidas. Se habla menos. Se mira menos a los ojos...Estoy un poco confusa con eso y por eso le exijo a quienes más amo que hablemos. Güasá me funciona pero con voz.

    Y con vos, pero con vos no. Definitivamente no todo cabe por ahí. Es útil y mucho, por aquello de que los datos navegan más rápido que la voz. Pero la voz es la voz. Porque la voz es el ritmo, la entonación, el estado. La voz es esa poderosa forma de comunicarnos que evolucionó después de mucho y que aunque muchos silencian y otros callan, es al final la que nos permite al igual que una mirada, saber qué les pasa a los seres con quienes nos relacionamos. Es ideal en unas ocasiones pero dañino en otras. Perverso. Uno quiere decir una cosa y le entienden otra. Aunque éste lo entendí y sólo por recibir mensajes así de mi hijo aún lo mantengo... Hijo, ¿qué quieres de regalo, ya vas a cumplir 18? Ma, que se te quite el dolor del cuello.

    Trato de entender

    Y por más que intento y que leo y que busco, simplemente no entiendo. Parece otra galaxia. Indago y me quedo perpleja de saber tan poco sobre una guerra tan brutal. Siria. Jordania. Irak. Me siento ignorante y durante casi tres horas busco lo que hay para intentar al menos saber. Todo es brutal. Solo veo lo peor y curiosamente veo solo reinas de belleza y reinas de verdad, de otros lugares en donde no hay paz.

    Trato de entender y veo también pequeñas guerreras tratando de proteger sus tierras. Ante salvajes que no quisiera jamás encontrar. El historial de mi buscador en estas tres horas quedó lleno de algo que jamás pensé ver y que nunca quisiera volver a visitar. Países tan ricos y valiosos, cegados por fanatismos que destruyen la mayor riqueza. ¿Quiénes son para atrapar a otros en jaulas y dejarlos ahí hasta que lentamente se extinga sus vidas? Puro terror salido de las peores mentes.

    Trato de entender pero me cuesta comprender los seres humanos que habitan hoy este planeta. Unos buscando ser los únicos, tener una sola verdad, una sola religión, un solo partido político, un solo estado. Mientras en su búsqueda se desangran sus familias, sus países, sus estados, sus naciones. Quisiera entender pero me es imposible. Veo amor en casi todo. Y para esto no tengo nombre. Me duele hasta lo más profundo. Me duele más allá de lo que imagino. Me duele no poder entender.

    Sueño con que seamos las mujeres las que traigamos esa paz a muchos lugares. Hay mujeres poderosas que lo podrían hacer todo. Pero en realidad es en manos de todas las mujeres en donde siento que se puede amansar el brioso y guerrero espíritu de miles de hombres peleando. Está en nosotras tocar misteriosamente con nuestra palabra a cada hombre para decirles que todo estará bien, que nada pasará. Fueron ellos quienes pelearon por el fuego y lo trajeron a nuestros hogares para que lo protegiéramos. Así es que son ellos quienes supieron de las crueldades y la lucha por conseguir lo casi imposible. De vuelta nosotras deberíamos con nuestras manos sanadoras tocarlos lentamente para que sientan que ya todo pasó, que todo acabó, que no es necesario pelear en todas partes, ni llevar la guerra a cada lugar.

    Trato de entender y lo hago. Es histórico, va en sus genes. En los nuestros. Pero debe parar. Los crímenes que hoy ocurren no pueden continuar y tenemos que encontrar otras formas de mantenernos en nuestros hogares, en nuestros pueblos, en nuestros países, en nuestro planeta, en nuestro universo. Quisiera abrazar en tantos lugares del mundo a todas las mujeres que hoy viven en medio de la guerra. Sacarlas de allí para que encontraran su naturaleza femenina y pudieran sanar todo lo que las rodea, todo el odio, toda la crueldad, todo el dolor, toda la maldad. Quisiera y desde mi pensamiento lo hago en este instante, en miles de instantes. Cada día y cada noche porque ya entiendo. Pero igual me cuesta.

    Su inscripción se ha realizado satisfactoriamente

    Eso decía el formulario. Y apenas recibí ese mensaje mis lágrimas no pudieron contenerse.

    No era alegría solamente porque por fin logré terminar de llenar el formulario para la libreta militar de nuestro hijo sino porque además pensé en tantos jóvenes que tienen la obligación de prestar servicio militar. Por diversas razones. Por muchas. Por casi todas.

    Siento que somos afortunados aquellos que tenemos un solo hijo y por lo tanto eso nos exime de que vayan al ejército. Ellos lo saben. Tener un solo hijo es un riesgo. Y por lo tanto que vayan al ejército ya sería demasiado. Pienso en tantas madres, en tantos padres del campo. ¿Cómo harán ellos estas vueltas que si bien se han vuelto cómodas son también complejas? Sé que saben que sus hijos van para el ejército y de solo ver las imágenes de mi país o de recordar aquellos 27 jóvenes que mientras yo estaba descansando en una playa pacífica, ellos caminaban cargando un equipaje para proteger nuestro país, siento un profundo dolor. Un equipaje pesado, no sólo por lo que era, sino por lo que representa.

    No es justo. No parece justo. No siento que nuestra especie sea una que aún no madure lo suficiente para que comprendamos que a la paz se llega con paz y no con guerra. Yo lo entiendo. Es fácil. ¿Quién no lo comprende? Ninguna guerra ha valido la pena. Se ha perdido tanto. Tantas vidas. Tantos seres. Tantos amores. Tantas viudas y tantas madres y padres que son una palabra inexistente, porque duele tanto, que ninguna cultura tiene nombre para cuando los padres pierden un hijo.

    Mis lágrimas descienden lentas por mis mejillas y mi pecho siente que se va a estallar. Pienso en tantos jóvenes que siendo unos niños aún son reclutados a la fuerza no por las fuerzas militares sino por otras fuerzas, unas poderosas que los esclavizan y los convierten en esclavos de la guerra. Niñas. Colombianas. Israelitas. Sirias. Iraquíes. Y no puedo dejar de pensar en que hoy mientras yo escribo esto y mientras tú lo lees, algún joven, muchos jóvenes del mismo mundo tuyo y mío tienen un arma en sus manos y están a la defensiva o al ataque, para protegerse o para mantener esta guerra loca que se inventaron en algún tiempo, en alguna parte.

    Agradezco que tengamos la opción de construir nuestro propio mundo. De lo contrario ese que veo cerca y lejos me mataría de dolor. Se robaría mi espíritu en un solo instante. Me dejaría sin vida lentamente. Aunque muero también cada día cuando en días como hoy recuerdo a tantos que están atrapados y sin libertad de ningún tipo. Tras las rejas o jaulas, o detrás de ellas pero igual atrapados. Cuánto me duele cualquier guerra. Cómo me duele saber que quienes empuñan un arma podrían estar escribiendo esto también con lágrimas en sus ojos, mientras a lo lejos saben que otros empuñan un arma en vez de empuñar un poco de tierra, un azadón, un carrito, una muñeca, algo... cualquier cosa...menos un arma. Duele. Profundo. Lento.

    Lo que la luz me quitó

    Pero también me dio. Ese es el dilema. Me quitó tantas cosas que ya no soy, pero me dio otras nuevas que no sé si son mejor o peor. Lo que si es cierto es que sin luz artificial siento más paz.  Me conecto de otras formas, con otras cosas, con otros seres, conmigo misma y me toman por sorpresa, las sombras, y los olores son otros, y se me aviva la sensibilidad toda. Como si la necesitara. Y debe ser así.

    En mi amado Chocó, la primera tarde que llego, duermo como hipnotizada por la belleza de todo lo que me rodea. Al llegar la noche todo cambia, veo distinto, escucho distinto, siento distinto. Soy otra. Soy una más aguda. Porque así lo exige el medio. Más atenta, más rápida, más sagaz. Y me encanta. Mis ojos ven más. Mi cerebro produce más imágenes y me arroja más información. Mientras pasa la noche voy haciéndome más lenta hasta que el sueño me vence. Y aunque me resista, la ausencia de esa luz artificial que nos inventamos y que nos ha dado tanto, como la posibilidad de escribir y que ustedes tal vez lean, nos ha quitado demasiado como seres.

    Me encanta que se vaya la luz. Y que regrese a media noche como anoche, cuando ya para qué. Mi hijo me dijo: mamá, ya llegó la luz. Préndela. Y yo que lo escuché por allá como desde otra galaxia, le respondí: Y ¿para qué?, donde estoy ya no necesito la luz. Seguí dormida plácidamente en medio de la mayor oscuridad que me da vivir en una zona rural con vecinos lejanos, medianamente conscientes de que la contaminación no es solo de sonidos sino visual también.

    Me encantan todas las actividades que involucren perder la luz artificial, por eso amo acampar, ir a la selva, a lugares apartados, meterme en aquellos lugares en donde obligadamente la luz es un lujo y por ser un lujo es costoso. Amo las velas, los mecheros, los canecos y todo lo que me dé la luz precisa. La chimenea ardía ayer calentándonos y entregándonos toda la fuerza de ese árbol que se cayó hace años y estaba guardado para ser el calor de ayer. Así puedo pensar más, me concentro en lo importante, en lo esencial, en la vida vivida tranquila y plácidamente sin televisores hablando solos, ni música aturdiendo mis sentidos. Anoche la música era el fuego y la guitarra hermosa que mi hijo tocaba mientras la luz llegaba para estudiar su biología amada.

    Lo que la luz me quitó no tiene precio. Y lo que me da tampoco. Sin embargo y aunque en las noches la uso poco, la uso y decido usarla inteligentemente. Anoche escribí con la poca batería que tenía y ya casi terminándose mis ojos simplemente estaban en otro lugar. El silencio era total. El frío también por supuesto. Pero me sentía en paz. Dormí en paz antes. Cuando llegaba la noche y por casualidad prendía la televisión, algo me enganchaba y luego cuando ya quería dormir no podía dormir. Puede ser personal, lo sé. Pero opto por la paz. Así, mi proveedor de televisión hoy perdió una cliente pero yo me recuperé. Para mí y para Nico. Para lo esencial, para lo vital, para nuestras vidas.

    Ser gay o no ser

    Qué más da. No da más. Da igual. Somos lo mismo. Somos un espíritu alojado en un cuerpo. Un espíritu sin género que adopta un cuerpo que si tiene género. Si no es el que sentimos, podemos elegir. Ya hay muchas opciones. Y qué más da. Da igual. Somos libres y escoger quienes queremos ser es nuestra opción. El libre albedrío. Maravilloso.

    Ser gay o no, no es el problema, ser heterosexual tampoco, ni bisexual o cualquier tipo de elección que hagamos sobre nosotros, sobre nuestro cuerpo, sobre nuestra sexualidad, nuestros deseos, nuestros amores y desamores. Todo es nuestra elección y no pensaría yo, ni mucho menos que seamos nosotros quienes debamos decidir si las parejas por disparejas que creamos que sean, de acuerdo a nuestras creencias, deban o no decidir si viven o no viven juntos, si adoptan o no un hijo o si lo conciben de la forma cómo decidan.

    ¿Es acaso ese el problema? No quisiera juzgar, pero he visto más malos tratos en parejas heterosexuales que en parejas homosexuales. Así como también he visto más discriminación religiosa en quienes dicen profesar una. Así no es. Es imposible. Es con respeto. Por todo y por todos. Por cada uno. Por el blanco y el negro. Por la mujer y el hombre. Por el niño y el anciano. Por los católicos y los musulmanes. Por la diferencia. Por la diversidad. Por esa maravillosa

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