Retazos De Vida
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Reconocer tambin que tenemos un origen, dejamos el ombligo en algn lugar (donde nacimos) y es ah a donde vamos a volver. Reconocer lo nuestro (nuestra patria, no importa cul es nuestra visin de patria) y lo que hemos ido haciendo nuestro (las patrias sustitutas de las que hablaba Mario Benedetti), las que nos acogen y nos dan hlito de vida.
Reconzcanse en estos relatos de lugares vistos, visitados y vividos por la autora.
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Retazos De Vida - Ruth del Valle Cóbar
Índice
Amores de mi tierra
Ciudad de Guatemala
Cuchumatanes, Huehuetenango
Ixcán, Quiché
Totonicapán
Zaculeu, Huehuetenango
Atitlán, Sololá
Monterrico, Taxisco, Santa Rosa
Patrias sustitutas
México, D. F.
Taxco, Guerrero, México
Brasilia, Brasil
São Paulo, Brasil
Rio de Janeiro, Brasil
Florianópolis, Brasil
Salvador, Bahía, Brasil
Iguazú
Otras latitudes
Argentina
Chile: memoria viva y presente
La Paz, Bolivia
San José, Costa Rica
Washington, D. C.
Nueva York
Alemania
Bruselas, Bélgica
Brujas, Bélgica
Praga, República Checa
Roma, Italia
Madrid, España
El Cairo, Egipto
Ginebra, Suiza
Lugano, Suiza
Paris, Francia
Chamonix, Francia
Yvoire, Francia
Londres, Inglaterra
Liverpool, Inglaterra
Irlanda del Norte
Cuba
Pompeya
Memorias y Tradiciones
El Pámpara
El año que llegué a Ixcán
Las primeras experiencias en la CPR
Bañarse en Ixcán
Viaje a la letrina en Ixcán
La comida en Ixcán
La cartilla de alfabetización
Recorriendo la Franja
Las ranas de la Margo
Las preguntas de las comunidades vecinas
Chipiacul, Chimaltenango
Amores de mi tierra
Ciudad de Guatemala
Ciudad%20Guatemala.jpgPuente El Incienso
Esta ciudad ha sido mi cuna y la de mucha gente de mi familia. A ella llegó mi padre, buscándose la vida, caminando largo y tendido desde las lejanas y montañosas tierras familiares de Huehuetenango, aunque él nació en Nuevo Progreso, San Marcos, por causa del trabajo de mi abuelo.
Esta ciudad cada día crece más y se desordena, se complica, se complejiza. Se llena de barrios pobres, donde florecen las pandillas juveniles, pero también los grupos organizados de jóvenes. Las Limonadas, las colonias debajo de los puentes, las colonias marginales; pero también las colonias de los ricos se fueron yendo hacia las orillas de la ciudad, hacia lo que ahora llaman carretera
-como si sólo una existiera- por mencionar la salida hacia El Salvador.
También es reciente eso de recuperar
el Centro Histórico, le han puesto flores, han cerrado avenidas para que la gente pueda salir a pasear caminando, pero han complicado el tráfico vehicular. Es una ciudad que sigue siendo oscura y sigue teniendo dificultades de transporte colectivo. Por eso se ha llenado de carros, y de parqueos privados en casas que antaño fueron mansiones, sobre todo en el centro.
Tengo recuerdos de sus olores, no sólo por la comida sino por el ambiente, el smog de la Avenida Bolívar, el atol de elote y las tostadas del Obelisco cuando nos llevaba papá los domingos, o los caballitos de la Avenida de Las Américas. La Avenida Bolívar que yo recorría para regresar a casa después de las sesiones de la CEEM¹ en la Casa del Maestro, frente al Cine Variedades; caminaba con un grupo de patojos que me cuidaban. A veces después de comernos una cheese-proletaris
en la Capri, porque nosotros no comíamos queso burguesas, sólo proletarias.
El Parque de la Industria, donde me perdí cuando apenas tenía dos años, y unos boy scouts me encontraron y encontraron a mi familia. La Plazuela España, cuando íbamos a las Muchachas Guías los sábados por la tarde. Esa casa de las Guías, donde aprendimos tantas cosas y organizábamos la ayuda que recolectamos para el terremoto de 1976, así como nos tocó irlo a hacer al edificio de la Cruz Roja -donde nos agarró el remezón del sábado siguiente-.
El Trébol que tenía sus cuatro hojas bien hechas, hasta que lo destruyeron al hacer las estaciones del Transmetro. Trébol que nos vio nacer y crecer, donde hicimos amistades y donde todavía sigue estando nuestro ombligo. Desde ahí íbamos al colegio o al Templo Yoga.
La ciudad de los puentes, como el Puente Belice, tan largo y tan especial, cuyas bases corren peligro; el Puente del Incienso, que une el centro de la ciudad con el Periférico. El Periférico que fue el sueño de la modernidad del Alcalde Manuel Colom Argueta, ése que tenía ideas revolucionarias y que fue asesinado por ellas.
El Portal del Comercio, el Parque Central -todo cementado ahora que es la Plaza de la Constitución-, el Parque Centenario -cuya concha acústica está encerrada-. El paseo del domingo, yendo a ver las ventas de ropas indígenas. El Portal que se convirtió en lugar de peregrinación porque ahí cayó abatido por las balas asesinas nuestro amado Oliverio Castañeda de León.
El Hipódromo del Norte, lugar de paseos infantiles, donde funcionó -y ahora funciona de nuevo- un trencito que nos llevaba a recorrerlo; lugar que nos albergaba cuando íbamos a estudiar después de salir de clases en la secundaria, a comernos una alpina y media gaseosa, porque sólo para eso nos alcanzaba. Donde aprendí a barranquear con los compañeros.
O los Chéveres de la sexta avenida y doce calle, por ahí por el Fu Lu Sho tan recordado por la bohemia revolucionaria. Esa sexta avenida por donde siempre caminábamos en las manifestaciones, saliendo del Palacio de La Loba, o sea la Municipalidad Capitalina; o desde el Muñecón de la zona cinco, o sea el Monumento al Trabajo. Fue mucho después que comenzaron a salir manifestaciones del trébol…
La Roosevelt y la San Juan, que llevaban hacia colonias donde vivían muchos de nuestros compañeros y compañeras, como La Florida, la Primero de Julio, La Brigada, Molino de las Flores. Por donde pasamos para llegar al Milagro a ayudar en el escombramiento de las casas después del terremoto del 76.
O la Aguilar Batres, por la que nos íbamos hacia la Costa cada feriado o vacación que teníamos. Era la puerta hacia el paraíso de Sanan, el río Nahualate, la poza, las lluvias torrenciales donde podíamos mojarnos, comer mangos y helados, ver a las tías y a los primos. Donde aprendí a comer la fruta del cacao, la pocha.
Guatemala es la ciudad de nuestra infancia, adolescencia y juventud. La que aprendimos a querer de diferentes maneras y que, en nuestro período de adultos y adultas, hemos tenido que redescubrir, volver a conocerla, aprender a amarla de nuevo. Como sucede con los matrimonios, donde hay que renovar los votos de amor y pasión. Porque la relación con esta ciudad es un poco así: a veces buena, a veces difícil; a veces amorosa, a veces la odiamos.
Pero es la nuestra, aquí dejamos el ombligo, y aquí dejaremos nuestras cenizas para volver a la tierra de la que salimos.
Cuchumatanes,
Huehuetenango
Cuchumatanes%2c%20Huehue.jpgMonumento a Los Cuchumatanes
Poema A Los Cuchumatanes, de Juan Diéguez Olaverri
¡Oh cielo de mi Patria!
¡Oh caros horizontes!
¡Oh azules, altos montes;
oídme desde allí!
La alma mía os saluda,
cumbres de la alta Sierra,
murallas de esa tierra
donde la luz yo vi!
Del sol desfalleciente
a la última vislumbre,
vuestra elevada cumbre
postrer asilo da:
cual débil esperanza
allí se desvanece:
ya más y más fallece,
y ya por fin se va.
En tanto que la sombra
no embargue el firmamento,
hasta el postrer momento
en vos me extasiaré;
que así como esta tarde,
de brumas despejados,
tan limpios y azulados
jamás os contemplé.
¡Cuán dulcemente triste
mi mente se extasía,
oh cara Patria mía,
en tu áspero confin!,
¡cual cruza el ancho espacio,
ay Dios que me separa
de aquella tierra cara,
de América el jardín!
En alas del deseo,
por esa lontananza,
mi corazón se lanza
hasta mi pobre hogar.
¡Oh, dulce made mía,
con cuanto amor te estrecho
contra el doliente pecho
que destruyó el pesar!
¡Oh, vosotros que al mundo
conmigo habéis venido,
dentro del mismo nido
y por el mismo amor;
y por el mismo seno
nutridos y abrigados,
con los mismos cuidados,
arrullos y calor!
¡Amables compañeros,
a quienes la alma infancia
en su risueña estancia
jugando me enlazó
con lazo tal de flores,
que ni por ser tan bello,
quitárnosle del cuello
la suerte consiguió!
Entro en el nido amante
vuelvo al materno abrigo:
¡Oh cuánto pecho amigo
yo siento palpitar,
en medio el grupo caro,
que en tierno estrecho nudo
llorar tan sólo pudo,
llorar y más llorar.
¡Oh cielo de mi Patria!
¡Oh caros