Diario de Oaxaca
Por Oliver Sacks
3.5/5
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Información de este libro electrónico
Un fascinante tapiz de México, su gente y sus infinitas maravillas. El testigo del excepcional Oliver Sacks.
Durante su larga trayectoria, Oliver Sacks fue conocido ante todo como un explorador de la mente humana, un neurólogo con un don para los retratos complejos y reveladores de personas y sus enfermedades que servía de acicate para el éxito fenomenal de sus libros. Pero también fue miembro activo de la American Fern Society (Sociedad Americana de los Helechos), y desde niño siempre le fascinó la capacidad de esas plantas primitivas para sobrevivir y adaptarse a climas diversos. En Diario de Oaxaca entrelaza con briosa inteligencia las coloridas hebras de la biología, la historia y la cultura para tejer un fascinante tapiz de México y de un grupo de buscadores de helechos unidos por una pasión común.
En este extraordinario rincón se reúne un variado grupo de botánicos, profesionales y aficionados, eruditos que desconocen la pedantería, con una perspectiva diferente y originales percepciones. Y esta parte del mundo destaca por su espléndida variedad: mientras en Nueva Inglaterra hay unas cien variedades de helechos, en Oaxaca hay casi setecientas. En los mercados de los pueblos se venden por lo menos dos docenas de clases de chiles, desde la que tiene un ligero sabor picante hasta la que es capaz de causar alucinaciones. Oaxaca es también un paraíso de aves, y el sueño del arqueólogo (abundan las ruinas antiguas que se hacen eco de leyendas precolombinas). Y es aquí donde el Nuevo Mundo hizo al Viejo el delicioso regalo del chocolate, en otro tiempo reservado, bajo pena de muerte, a la realeza azteca. El hondo interés de Sacks por la historia natural y la riqueza de la cultura, unido a su afilado ojo para los detalles, hace de Diario de Oaxaca la cautivadora evocación de un lugar y de sus plantas, su gente y sus infinitas maravillas.
Oliver Sacks
Oliver Sacks was born in 1933 in London and was educated at the Queen's College, Oxford. He completed his medical training at San Francisco's Mount Zion Hospital and at UCLA before moving to New York, where he soon encountered the patients whom he would write about in his book Awakenings. Dr Sacks spent almost fifty years working as a neurologist and wrote many books, including The Man Who Mistook His Wife for a Hat, Musicophilia, and Hallucinations, about the strange neurological predicaments and conditions of his patients. The New York Times referred to him as 'the poet laureate of medicine', and over the years he received many awards, including honours from the Guggenheim Foundation, the National Science Foundation, the American Academy of Arts and Letters, and the Royal College of Physicians. In 2008, he was appointed Commander of the British Empire. His memoir, On the Move, was published shortly before his death in August 2015.
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Acquired via BookCrossing 03 July 2009 - in my NSS parcel at the UnconventionNot one of Sacks' neuropsychiatry works but a more personal work - a diary of a week-long trip to Mexico to study ferns. A beautiful book in which he both celebrates the ferns themselves and the people - mostly amateurs - who study and know so much about them. Eccentrics abound in both populations, but Sacks feels included in this quite different world, which he stumbled upon a few years ago, and obviously has a wonderful time. A lovely book which, although registered, I'm going to keep, making it available to loan only to people fairly close to me!
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5A brief tour to the state of Oaxaca Mexico, its Zapotec antiquities, present-day consequences of the so-called Conquest, a look at some of its millennia-old industries, but mostly a lot about the region's astonishingly diverse botany. A primer. Very light, very brief, in no way comprehensive. Highly recommended.
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Sacks, the neurologist, loves ferns. This book tells the story of a trip he made to Oaxaca, Mexico with a group of fellow fern-lovers and botanists. A tremendously diverse group of ferns grow in the Oaxaca area; some are the common moisture-loving ferns that grow in rain forest areas, and others are adapted to desert conditions. Sacks talks about some of the unique characteristics of ferns, but the book is really about the passion that the others on the trip have for ferns and about how the native flora of an area affect the culture. While his travelling companions are focused mainly on the ferns (and some on birds as well), Sacks talks about all sorts of plants and how they are used today in Oaxaca and how they were used by other Mesoamerican cultures--agave, other cacti, cacao, maize, etc. Sacks is a good writer, and I found him generally likeable (something I think is important when reading travel literature). Occasionally he gets a little too dreamy for my taste. He does a good job of putting the landscape and the flora in context and providing background history of the area.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5First of all, this book is about ferns. It’s about people from all walks of life, all educational backgrounds, and all nationalities who love ferns. Oliver Sacks, noted neuroscientist and author, counts himself among their number. He is a legitimate card-carrying member of the American Fern Society. Ferns don’t get a lot of love from supposed plant lovers and botanists. They belong to the plant group Pteridophyta, reproduce by spores, and don’t have flowers. But Sacks loves them all. Some time back, he got to go on a “fern foray” to Oaxaca, Mexico with some fellow enthusiasts from the AFS. Oaxaca Journal takes us with him.After reading this one, I wish I could have gone with him on his trip. His description of the people, landscape, and flora of Mexico is delightful and rich. Even if you are bored to death by the thought of a botany book, this one is interesting nonetheless, with bits about anthropology, food, and culture to help space out the plant science. He captures some of the glee of being an amateur scientist. He doesn’t have a research paper to write, or a lab to get back to, or even an agenda at all. He just wants to explore a new place that has a lot of the plants he loves to see and talk about. Being surrounded by others who revel in ferns doesn’t hurt either. It’s a short book for a short trip, and makes for a wonderful afternoon of reading. A quick and enthusiastic read.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Our favorite neurologist goes on vacation and writes a pleasant Mexican travelogue. There's just enough technical botany of non-vascular plants, to make things interesting. Anyone who has gone on a group field trip will relate to this short, memoir.
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5A fun short read about Sacks's trip to Oaxaca with a group of fern enthusiasts. He writes about the plants, the people, the markets, and his experiences having a good time and exploring the world.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Ostensibly this is a diary about a trip to Oaxaca, Mexico to see ferns. The ferns end up being incidental, and Dr. Sacks spends far more time on his insights into his traveling companies, their interests, and the history and culture of the places he visits. It is a very fast and very good read, much more interesting than I really expected it to be.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5It is some time since I read this but as I have just given it away to a friend I thought I had better make a note of it. Something I picked up a few years ago when I took a holiday in Oaxaca and wanted something interesting and relevant to read. Mr Sacks is a well known author and psychologist but I didn't know he was also a specialist in ferns and spends time, like a bird watcher, collecting sightings of new species. The book is a record, a journal as the title tells us, of a trip he took to Oaxaca with his group of fernologists (I'm a bit too lazy to look up the real word for a fern specialist). Although I have no knowledge of ferns and no great interest in acquiring any I found Mr Sack's book both interesting and soothing. He writes in a straightforward calm fashion that brings interest to simple events. It tells you that Mr Sacks is by nature and training observant and has the skill and talent to make a telling record of his observations. A good read but not necessarily one that tells you a great deal about Oaxaca except its ferns of course.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Me emociona la forma en que narra su semana día por día, describiendo la flora y cultura de Oaxaca. Quiero ir a conocer Moltr Albán! Lo necesito!
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Diario de Oaxaca - Jordi Fibla Feito
Índice
PORTADA
PREFACIO
1. VIERNES
2. SÁBADO
3. DOMINGO
4. LUNES
5. MARTES
6. MIÉRCOLES
7. JUEVES
8. VIERNES
9. SÁBADO
10. DOMINGO
NOTAS
CRÉDITOS
Para la American Fern Society y para los buscadores de plantas, observadores de aves, submarinistas, astrónomos aficionados, recolectores de rocas, exploradores y naturalistas aficionados del mundo entero.
PREFACIO
Me he deleitado con la lectura de los diarios de historia natural decimonónicos, todos ellos una mezcla de lo personal y lo científico, sobre todo Viaje al archipiélago malayo, de Wallace, El naturalista por el Amazonas, de Bates, las Notas de un botánico, de Spruce, y la obra que los inspiró a todos ellos (así como a Darwin): Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, de Humboldt. Me agradaba pensar que los caminos de Bates, Spruce y Wallace se cruzaban y se alternaban en adelantarse unos a otros, en el mismo trecho del Amazonas y durante los mismos meses de 1849; todos ellos, además, fueron buenos amigos. (Y no sólo seguirían manteniendo correspondencia a lo largo de sus vidas, sino que Wallace publicaría las Notas de Spruce tras la muerte de éste.)
En cierto sentido, eran aficionados, autodidactas, hombres que hallaban la motivación en su propio interior, que no pertenecían a ninguna institución, y en ocasiones parecían vivir en un mundo feliz, una especie de Edén, que aún no era turbulento ni estaba involucrado en rivalidades casi asesinas que no tardarían en caracterizar a un mundo cada vez más profesionalizado (la clase de rivalidades que H. G. Wells retrató de una manera tan vívida en su relato «La polilla»).
Creo que ese ambiente grato, intacto, anterior a la profesionalidad, regido por cierto sentido de la aventura y el deseo de saber y no por el egocentrismo y la avidez de protagonismo y fama, todavía sobrevive, aquí y allá, en ciertas sociedades de historia natural, así como en sociedades de astrónomos y arqueólogos aficionados, cuya existencia tranquila pero imprescindible el público prácticamente desconoce. Apreciar un ambiente semejante fue lo que primero me atrajo de la American Fern Society, y lo que me estimuló a acompañarles en el viaje que, a comienzos de 2000, realizaron a Oaxaca con la finalidad de buscar helechos.
Y el deseo de explorar ese ambiente fue uno de los motivos que me incitaron a llevar un diario durante mi estancia en aquella región mexicana. Había mucho más, por supuesto: el descubrimiento de un pueblo, un país, una cultura, una historia, de los cuales no sabía casi nada (eso era maravilloso, una aventura en sí misma), y el hecho de que todos los viajes me incitan a llevar diarios. En efecto, los he llevado desde los catorce años, y en el año y medio transcurrido desde mi visita a Oaxaca he estado en Groenlandia y en Cuba, he buscado fósiles en Australia y examinado una extraña alteración neurológica en las islas de Guadalupe, y todos estos viajes también han generado diarios.
Ninguno de esos diarios pretende ser exhaustivo ni erigirse en una autoridad sobre el tema abordado. Por el contrario, son textos ligeros, fragmentarios, impresionistas y, sobre todo, personales.
¿Por qué llevo diarios? La verdad es que no lo sé. Es posible que el motivo principal sea aclarar mis pensamientos, organizar mis impresiones en una especie de narración o relato, y hacer esto en «tiempo real» y no en retrospectiva, ni tampoco transformando imaginativamente, como sucede en la autobiografía o la novela. Escribo esos diarios sin pensar en la publicación (los diarios que llevé en Canadá y Alabama sólo se publicaron, y por azar, como artículos en la revista Antaeus, treinta años después de ser escritos).
¿Debería haber embellecido este diario, haberlo elaborado y hecho más sistemático y coherente, como haría con mis diarios de senderista y con el diario de Micronesia, que tiene la extensión de un libro largo? La verdad es que he seguido un procedimiento intermedio, añadiendo algunas cosas (sobre el chocolate, el caucho y lo relativo a Mesoamérica), y haciendo pequeñas excursiones de diversas clases, pero en esencia he mantenido el diario tal como lo escribí. Ni siquiera he intentado darle un título adecuado. En mi cuaderno de notas era el diario de Oaxaca y en Diario de Oaxaca ha quedado.
O. W. S.
Diciembre de 2001
1. VIERNES
Me ilusiona pasar una semana lejos del gélido invierno neoyorquino, en Oaxaca, donde voy a reunirme con unos amigos botánicos y a llevar a cabo una incursión en busca de helechos. Ya en el avión, de la línea AeroMéxico, hay un ambiente distinto al que he visto en ningún otro vuelo. Apenas hemos despegado cuando la mayoría de los pasajeros se levantan, y mientras unos charlan en los pasillos otros abren bolsas de comida, e incluso algunas madres amamantan a sus pequeños, una escena social similar a las de un café o un mercado mexicano. Al subir a bordo, me siento ya en México. Los letreros luminosos que indican la necesidad de mantener abrochados los cinturones de seguridad aún están encendidos, pero nadie les presta atención. He tenido un atisbo de esta sensación en aviones españoles e italianos, pero aquí está mucho más marcada: esta fiesta inmediata, este ambiente risueño a mi alrededor. ¡Cuán esencial es ver otras culturas, ver hasta qué punto son especiales, locales, y lo poco universal que es la tuya! En contraste con el de este avión, el ambiente en la mayor parte de los vuelos estadounidenses es rígido y carece de alegría. Empiezo a pensar que voy a disfrutar de esta visita. En cierto sentido, es muy poco el goce «permitido» en estos tiempos, y sin embargo no hay duda de que la vida está para gozarla.
Mi vecino, un jovial hombre de negocios de Chiapas, me desea «Bon appetit!», y luego, cuando llega la comida, la versión española de estas mismas palabras: «¡Buen provecho!» No entiendo nada de lo que dice el menú, por lo que acepto lo primero que me ofrecen, un error, ya que resulta ser empanada, mientras que yo prefería pollo o pescado. Lamentablemente, mi timidez y la incapacidad de hablar lenguas distintas a la mía constituyen un problema. La empanada no me gusta, pero como una poca considerándolo parte de mi aculturación.
Mi vecino me pregunta el motivo de mi visita a México, y le digo que formo parte de un grupo de botánicos que se dirigen a Oaxaca, en el sur del país. Varios de los pasajeros procedemos de Nueva York, y nos encontraremos con los demás en la Ciudad de México. Al saber que ésta es la primera vez que visito México, el hombre me habla con entusiasmo del país y me presta su guía. No debo pasar por alto el enorme árbol de Oaxaca, que tiene milenios de antigüedad, una célebre maravilla natural. Le respondo que, en efecto, he oído hablar de ese árbol, que ya en mi infancia vi fotos suyas y ésa es una de las cosas que me ha atraído de Oaxaca.
El mismo amable compañero de viaje, al observar que he arrancado las últimas páginas e incluso la portadilla de un libro para escribir en ellas, y que ahora estoy preocupado por la falta de papel, me ofrece dos hojas amarillas de un bloc (he cometido la estupidez de guardar mi bloc de hojas amarillas y un cuaderno de notas en el equipaje principal).
El hombre se da cuenta de que he aceptado la empanada que me ofrecían cuando es evidente que no sé de qué clase de comida se trata, como es también evidente que no me gusta, así que vuelve a prestarme su guía, sugiriéndome que examine el glosario bilingüe de alimentos mexicanos que contiene. Por ejemplo, debo tener cuidado y distinguir entre «atún» y «tuna». Esta última palabra es idéntica a la inglesa que significa atún, pero en realidad se refiere a una clase de higo chumbo. Con lo que podrían servirme fruta cuando lo que deseo es pescado.
La guía contiene una sección sobre plantas, y me intereso por la «mala mujer», un árbol de aspecto peligroso con unos pelos punzantes que parecen de ortiga. Mi vecino me dice que, en las salas de baile de los pueblos, los jóvenes arrojan ramas de ese árbol para que todas las chicas se rasquen. Es algo que oscila entre la broma y el delito.
«¡Bienvenido a México!», exclama mi compañero cuando aterrizamos, y añade: «Aquí encontrará usted muchas cosas originales y de gran interés.» Cuando el avión se detiene, me da su tarjeta de visita. «Llámeme por teléfono», me dice, «si puedo ayudarle de alguna manera durante su visita a nuestro país.»
Le doy mi dirección, que apunto en un posavasos, pues no tengo tarjetas de visita. Le prometo que le enviaré uno de mis libros, y cuando veo que su segundo nombre es Todd («mi abuelo era de Edimburgo»), le hablo de la parálisis de Todd, una parálisis transitoria que a veces sigue a un ataque epiléptico, y le prometo incluir una breve biografía del doctor Todd, el fisiólogo escocés que descubrió la enfermedad.
Estoy muy conmovido por la amabilidad y cortesía de ese hombre. ¿Es acaso una característica latinoamericana? ¿Es algo personal? ¿O simplemente se trata del breve encuentro que tiene lugar en trenes y aviones?
Disponemos de tres horas de asueto en el aeropuerto de la Ciudad de México, mucho tiempo antes de enlazar con el vuelo a Oaxaca. Cuando voy a almorzar con dos miembros del grupo (apenas los conozco aún, pero nos conoceremos muy bien dentro de pocos días), uno de ellos mira el pequeño cuaderno de notas que tengo en la mano.
«Sí», le digo, «llevo un diario.»
«Pues tendrá mucho material», replica. «Somos un grupo de tipos más raros que un perro verde.»
Me digo que no, que somos un grupo espléndido, entusiasta, inocente, en absoluto competitivo, unido en nuestra pasión por los helechos. Somos aficionados (amateurs, es decir, amantes en el mejor sentido de la palabra), aunque algunos tienen un conocimiento más que profesional, una erudición enorme. Entonces me pregunta por mis intereses especiales y mi conocimiento en el campo de los helechos.
«Yo no..., sólo voy a pasearme con vosotros.»
En el aeropuerto nos recibe un hombre corpulento, con camisa a cuadros, sombrero de paja y tirantes, recién llegado de Atlanta. Hace las presentaciones de él, David Emory, y de su esposa, Sally. Me dice que en 1952, en Oberlin, fue a la universidad con nuestro amigo común John Mickel, el organizador de este viaje. En aquel entonces John aún no se había graduado, y David, que era un estudiante de posgrado, fue una de las personas que lo orientó hacia el campo de los helechos. Me dice que le hace mucha ilusión reunirse con John en Oaxaca. Sólo se han visto dos o tres veces desde que fueron condiscípulos, hace casi cincuenta años. Cada uno de esos encuentros se ha debido a expediciones botánicas, y la vieja amistad, el entusiasmo de antaño, ha vuelto al instante. Cuando se reúnen, el tiempo y el espacio quedan anulados. Convergen desde zonas horarias y lugares distintos, pero los une el amor y la pasión que sienten por los helechos.
Tengo que confesar que mis preferencias se decantan no tanto hacia los helechos como hacia las plantas emparentadas con ellos: los licopodios (Lycopodium), las colas de caballo (Equisetum) y las criptógamas Selaginella y Psilotum. David me asegura que también encontraremos esas plantas en gran cantidad: en el último viaje a Oaxaca, que tuvo lugar en 1990, descubrieron una nueva especie de licopodio, y existen muchas especies de Selaginella. Una de ellas, la doradilla o «helecho de la resurrección», puede verse en el