Mis viajes y la mirada de los niños
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La autora relata sus experiencias vividas en el norte argentino, conviviendo con las
culturas indígenas que lo habitan, los collas. Compartiendo con ellos sus costumbres,
tradiciones y creencias, comprendió su dolor y sufrimiento, sometidos por la
explotación y esclavitud, que silenció su voz a través de los siglos. Y muy
especialmente nos habla de la lucha de los pueblos indígenas por mantener su vida,
identidad y libertad, después del descubrimiento de América. La mirada de los niños
en cualquier país que visitara adquiere para ella una gran importancia en su vida y en
este relato.
Dolors Cabau Sabaté
La autora, nacida durante la guerra civil española, vivió su infancia de posguerra en Barcelona. A los trece años, emigró con su familia a Argentina, después que su padre, Mozo de Escuadra, sufriera el campo de concentración en Argelès y, posteriormente, la prisión en la Cárcel Modelo de Barcelona.
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Mis viajes y la mirada de los niños - Dolors Cabau Sabaté
Prólogo
Mis viajes es aquello que enriqueció mi vida con hermosas experiencias. Que me acercó al mundo y a su gente. Y me permitió dar y recibir con creces.
Y la mirada de los niños es lo que, a través de mi largo andar, llegó por muchos caminos a lo más profundo de mí. Miradas tristes casi siempre, pero con una dulce y tímida sonrisa en sus labios, es lo que vi en aquellos niños más carenciados. Los que me parecía que solo esperaban un beso, una caricia o una palabra para poder seguir viviendo.
Han pasado muchos años, pero todavía hoy, cuando cierro los ojos, disfruto de aquellos que quedaron grabados en mi mente y el corazón, y cuyo recuerdo es imposible borrar.
Pero, por tercera vez en mi vida, el destino me cambió los rumbos, aquellos que nunca pensé abandonar.
A veces pienso
A veces pienso que siempre viajé y aun antes de nacer. ¡Sí! Cuando en Barcelona, dentro de mi madre y aferrada a ella, corríamos las dos, junto a mi pequeño hermano y la abuela, escapando de la guerra, del terror y de las bombas que caían muy cerca de nosotros.
Y así el miedo y la desesperación nos llevó por muchos caminos, refugios, bosques, pueblos y ciudades, en una incesante búsqueda de vida y de paz.
A veces pienso que, desde allí donde estaba, sentía los gritos y llantos de los grandes y de los niños. Pero lo más importante y hermoso es que también pienso que sentía las manos dulces, aunque temblorosas, de mamá que me acariciaban. Y hasta creo haber escuchado sus palabras: «Tranquila, nena meva», con las que me entregaba todo su amor.
¡Sí! Muchas veces pienso y sufro imaginando el terror y la angustia de mamá, que como tantos miles de madres llevaban en su seno o en sus manos lo más preciado, fruto de quien amaban y que quizás estaba en esos momentos luchando en el frente y arriesgando su vida por un ideal… ¡O ya no estaba! Pero muchas veces pienso que pienso demasiado y que no quiero pensar lo que pienso y sí, lo que no pienso. Pero creo que es casi un imposible.
Y desde entonces pasarían en nuestra patria muchas cosas. ¡Cosas tan terribles que nadie pudo imaginar!
Pero la vida siguió casi sin inmutarse, caminando como siempre junto al tiempo, cuyas horas se marcan en un reloj que no para nunca. ¡Aunque lloremos, riamos o muramos!
******
Un sueño
Muchos fueron los que se marcharon. Los que abandonaron todo, ¡hasta a sus muertos! Pero solo por salvar a aquellos seres queridos que les quedaban, pues ellos eran lo único valioso que les restaba.
Era demasiada la tristeza y el desaliento para que la propia vida ya importara.
Muchos años duró la inmigración. ¡Demasiado triste para haber tenido que esperar tanto! Pero no siempre era posible la partida, aquella que tantos soñaban, víctimas de una guerra que casi nadie entendía, pero que había destruido un país y miles de esperanzas y de vidas.
Y así también nosotros partimos hacia el exilio, con el miedo aún reflejado en nuestras miradas, el sufrimiento de nuestros padres en sus espaldas y la tristeza en sus rostros y en su alma.
América, aquel lejano mundo donde se cifraron en su historia sueños de aventura para los audaces, de apostolado para los cristianos, de libertad para los presos y de enriquecimiento para los ambiciosos, sería entonces en la posguerra el sueño de muchos y la posibilidad de pocos. Pero su nombre llevaba implícita una ilusión y la esperanza de paz y de libertad.
Y así, en busca de un sueño, muchos dejaron de soñar y también se olvidaron de reír.
Pero entonces hoy siento que ¡tampoco eso era libertad!, cuando te condicionaba a abandonar aquello que más querías, tu familia, tu patria, tu vida, tu presente y tu pasado. ¡Tu identidad!
Y ese desarraigo no se borra. Nuestras raíces, como los de una planta que se arranca, sufrieron, pero callaron.
Pero era el precio por haber logrado un sueño. Un precio muy alto, sin duda, pero estábamos vivos… ¡Aunque lloráramos!
Miles y miles de seres pagaron mucho más por nada, pero ¡no llegaron a saberlo!
******
Nuestra partida
En aquel primer y gran viaje, mi pequeño mundo se agrandó. Con ojos llorosos aún por la partida, miraba con asombro, y hasta con miedo, que el mundo, ¡nuestro mundo!, era enorme. Islas, costas, montañas, ciudades. Mucho mar y mucho cielo.
Y «gente de otros colores, de costumbres y de hablar diferente».
Durante veintidós días, nos envolvió el mar. Pero su horizonte lo veíamos siempre a la misma distancia, pareciendo burlarse de nuestras angustiadas ansias de llegar. ¡Pareciendo que nuestro destino fuera a la nada!
¡Qué lejos estaba Barcelona! ¡Qué lejos estaba nuestra casa y los seres queridos! Pero volvería ¡seguro que volvería!, y ojalá muy pronto…
Sí, necesitaba contarles a todos que el mundo era mucho más grande de lo que yo pensaba y que creía que todos pensábamos. Pero tenía que decírselo muy especialmente a mi querida abuela, la «yaya», la que me enseñó a vivir, rezar y amar.
Y a mi corta edad ese fue mi primer sueño, pero a la distancia fue muriendo lentamente junto a ella, pues nunca más escuché su voz, ni sentí su mirada, ni sus caricias, ni