EL VUELO DE MI PADRE
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EL VUELO DE MI PADRE - DANIEL T. BIRDMAN
Prefacio
Este vuelo imaginario por la vida de mi padre es un viaje que va más allá de las fronteras propias. Es un camino hacia el infinito de las relaciones y sus cambios a través del tiempo. Entre relatos y cartas nos embarcamos en una misión del recuerdo sobre momentos y vivencias, lejanos en las épocas y cercanos en el corazón.
Un nacimiento en un lujar lejano y olvidado de Europa, recién terminada la Segunda Guerra Mundial y un escape atravesando la cortina de hierro hacia el nuevo estado judío, en 1956. Una aventura sin muchas explicaciones hacia la República Oriental del Uruguay, para después volver a Israel a cumplir el sueño de ser soldado paracaidista. El amor dibuja otra vez la silueta de Sudamérica en el horizonte; esta vez en Buenos Aires, para emprender un largo camino de altos y bajos que desemboca en un nuevo y final regreso a Israel. Una vida que se hace espejo, en momentos claves de una época en la que tres generaciones emprendieron un camino de cambios gigantescos.
Este vuelo nos recuerda que todos estamos de paso y lo que queda son los recuerdos. Este libro es un viaje por la vida, por el siglo veinte, por Polonia, por Israel, por Uruguay, por Buenos Aires, por el fútbol, por los sueños, por las guerras, por los triunfos y también por las derrotas.
La Muerte
Este principio es el final. ¡Qué difícil entender a este animal misterioso, sin rostro, que no distingue entre sentimientos y creencias! Por siglos ha atacado a todas las clases sociales. Se acerca en silencio y visita sin aviso. ¿Es la muerte el destino? Qué vínculo tan interesante hay entre estos dos amantes nocturnos. Pareciera ser una relación por conveniencia, una admiración entre el amor y el odio. ¡Qué difícil entender a la muerte! Tanto le tememos, tanto la evadimos. Al final, ella parece burlarse de todo presagio, y en un acuerdo tácito con el destino decide cómo proceder. ¿Existe algún tipo de amistad
entre la muerte y el destino? ¿Cómo fue la primera muerte? Seguramente que tras la primera muerte nació la tristeza. Al final, esta vida nos deja amar para después quitarnos del medio. Es el mismo amor el que se mezcla con el miedo para crear esa sensación de un destino inesperado. En el presente, la muerte es vista como algo negativo, tan temida como imposible de comprender. El temor a la muerte es lo que distingue al ser humano, y su forma de razonar a través del presagio a lo desconocido. El miedo anticipado por la muerte está en nuestro ADN, el terror a no poder ver más a un ser querido, a que este no sepa más que pasará con uno, a que no vea sus logros, a no poder compartir sus tristezas ni los logros de sus hijos, que no pueda disfrutar el nacimiento de sus nietos y bisnietos. Simplemente, que no esté más en este mundo.
Cuando se experimenta ese punto dramático, de no saber dónde está nuestro ser querido, empieza una búsqueda frenética y sin rumbo dentro de uno mismo. Un camino hacia lo desconocido, para al final volver al principio, que es la vida. Después, cuando el miedo le da paso al dolor, este desarrolla las dudas y las culpas. El dolor es el hijo del miedo. El debate central de esta relación entre miedo, dolor y duda es el eje medular de este camino que, sobre todo, está basado en el amor. Es casi irracional, de todas formas, hablar de la muerte y el amor en conjunto, pero es justamente el amor el que crea el miedo a la muerte.
Después de la tristeza, sigue el sentido de pérdida perpetuo, una vida diferente, con un vacío imposible de llenar. Los recuerdos se desfiguran, y esa persona de carne y hueso se dibuja impecable y perfecta. Dicen que la muerte es sagrada en otras culturas y fue venerada en el pasado por los faraones. Todas esas historias de grandeza no alcanzan para calmar el dolor de vacío humano que se siente en los huesos, cada mañana, en los almuerzos, en la falta de esa voz o aquel gesto conocido.
Mi papa se murió y con él se fue parte de mí. Me pregunto a diario si algún día volveré a verlo, si me va a volver a abrazar de la forma que lo hacía. Me pregunto dónde está, si sabe de mí, si sabe cuánto lo extraño. Vivió su vida como quiso y como pudo, una vida de película, de dolor, de felicidad y de amor, una vida que me dio mi vida.
Relatos
Un lugar lejano en el tiempo
Mi papa entró vencido, con la pinta de siempre, jeans levemente nevados, camisa mostaza, los anteojos redondos, zapatos ovalados, los rulos grises y el bigote recortado. Nada quedaba de aquella melena combinada con barba que desencadenaba miles de fantasías sobre un personaje único. Eran tiempos difíciles en Buenos Aires, y su cara lo denotaba. Miró para ambos lados, como buscando algo ausente, se mordió los labios y soltó la frase que resumía el fin de una época: Lo perdí todo
. Con esa frase se vino un mundo abajo, la ilusión de otra vida. Con esta frase se transformó en real una vida que yo no había conocido hasta entonces. El monoambiente de la Calle Virasoro olía a una nueva etapa, y el cambio no era positivo. Sobre un costado estaban apilados recuerdos de mejores momentos. Sentado en una silla de madera y apoyado en una mesa plegable cubierta con papel de diario, fijó su mirada en la ventana del contrafrente y me dijo:
"Dany, ¿sabes lo que es la pobreza? La pobreza huele a madera, barro y nieve. Recuerdo a los chicos polacos tirándome piedras, insultándome y gritándome ‘judío sucio’. Al volver a mi casa, mi mama lavaba la ropa a mano con el poco jabón que había. Nos bañábamos con poca agua; si había agua caliente era un milagro. Los baños estaban fuera de nuestra casa en los pasillos del edificio. No puedo decir que no era feliz, pero no sabíamos qué nos podría deparar el futuro. Nací en Legnica, Polonia, en el año 1948. Era una zona devastada; vivíamos en departamentos comunes con muchos sobrevivientes de la guerra. Todos estábamos esperando el permiso para poder salir de Polonia a donde fuera, pero el gobierno comunista polaco no nos lo permitía. Fueron ocho años de espera. Aunque no sé si hablábamos en idish o polaco, recuerdo todo lo que pasaba. La mesa de Pesach leyendo la hagadá, mi mama Golda que no nos dejaba comer nada antes de terminar de leer. Cantábamos todos juntos Avadim Ainu sobre cómo habíamos sido esclavos en Egipto pero ahora éramos libres. A pesar de ser solo un niño yo no me sentía libre. En Yom Kipur, vestidos de blanco, respetando el ayuno en la vieja sinagoga que tenía los retratos vivos de la violencia del holocausto. Mi mama junto a mi hermana Anna preparando el guefiltefish que comíamos para las fiestas con las sobras de los pescados que se compraban en el mercado. Ese fue el sabor de la infancia, y a la tristeza que nos envolvía. ¿Qué estaba sucediendo o había sucedido? Fue un gran misterio y lo siguió siendo toda la vida. Nunca pude preguntar qué había pasado durante el holocausto, de dónde veníamos. Sí supe que nuestros orígenes estaban en Sion, que éramos judíos, que estábamos en exilio hacía dos mil años, que esperábamos estar el año siguiente en Jerusalem. ¿Pero qué había pasado durante esos dos mil años? ¿Como habíamos llegado a ser extraños en el lugar donde nacimos?
Supuestamente, en determinado momento nuestros antepasados habían llegado a Polonia para escapar del antisemitismo en la edad media, buscando un refugio. Con el tiempo, la realidad fue tomando otro curso, que culminó con el holocausto. Mi hermano Aaron jugando en la nieve con los amigos, y su mochila usada de trineo. Mi hermana Anna, siempre impecable, ayudando en la casa. En Rosh Hashaná podíamos comer un poco de miel para sentir el gusto dulce del nuevo año. Las canciones que acompañaban esas fiestas se cantaban con los vecinos para alegrar un momento difícil. Hoy recuerdo una canción en particular, que me acompañó después toda mi vida. La melodía y su letra que dice que este mundo es un puente angosto(Kol a Ulam Kulo Ghesher Tzar Meod) y que no hay que tenerle miedo. Sinceramente, siempre luché por no tenerle miedo, pero la vida me llevó por momentos extremos en los que sí tuve mucho miedo. Hoy más que miedo tengo tristeza, pero al recordar los días difíciles de Polonia me siento feliz. Porque es recordar a mi papa y a mi mama. Me gustaría volver a estar allí un rato. Poder abrazar a mi papa y decirle algunas cosas que nunca alcancé a conversar con él. Salir a dar un paseo por el bosque en verano y ver cómo los arboles cambian de color, ver a mi mama tejer con una sonrisa eterna en su silla, esperándome para darme un abrazo sentido. Esperar el fin de semana para pasear por el centro de la ciudad o el invierno para jugar sobre el río congelado. Mis padres habían pasado la Segunda Guerra Mundial escapando hacia el este de Rusia y refugiándose en la Unión Soviética, en la provincia de Oreborg, junto a la familia de mi mama. Durante ese escape, mi abuelo Joseph salió a buscar leña para calentar la