igue fiel a su paquete de tabaco y su viejo teléfono. "Total, solo lo necesito para hablar con mis hijos", comenta el que fuera uno de los escritores más mediáticos de los años 90. Ray Loriga (Madrid, 1967) acaba de publicar (Ed. Alfaguara), una novela aparentemente Más bien quise plasmar las reflexiones que tuve después de pasar tantos meses en la cama de un hospital. Por lo menos, que la experiencia me sirviera para algo. Bailar un vals con la muerte, hacerlo de una manera ligera, dulce y con sentido del humor, quitándole la negrura a un asunto tan mundano como la muerte. Sí, encontré dos sitios que la practican, uno en Suiza y otro en Canadá, donde existe un proceso legal para tomar la decisión de morirte pacífica y dulcemente, dentro de lo dulce que puede ser eso, sin tener que dar explicaciones. Sí, pero ¿por qué no se puede ser cobarde? Vivimos en una sociedad que nos obliga a heroicidades constantes y entiendo que cada uno, en su vida, puede crear sus propias reglas sin hacer daño a los demás. Estamos viendo cómo la acumulación de este vivir para nada y para mucho tiempo está siendo una rémora en todo, es cruel decirlo y cada uno puede vivir lo que le apetezca, pero somos muchos y los sistemas de la sociedad del bienestar están muy tensados por la ancianidad. Uno desde dentro puede pensar que ya ha vivido lo suficiente y que no le apetece ser una carga. La muerte siempre es un asunto de los demás. Es una cosa sencilla, aburrida y que ocurre a diario, a no ser que se produzca con dolor y sufrimiento. Sí, Alma era un nombre muy exacto y potente para la historia que iba a contar. Un satélite constante entre la amistad de dos hombres y una frustración constante para el protagonista. También viene por la mujer de Hitchcock, Alma Reville, que era una guionista fantástica. Pero no en el sentido profundo de la palabra, sino más liviano.
