Tierra prometida
Si no fuera porque esto es Europa, te diría que te han robado el catalizador», me dijo, al oír cómo sonaba mi coche, un amigo ucraniano recién llegado huyendo de la guerra. Me lo habían robado, por supuesto. Bienvenidos a. Me jode ser un poco esa Europa. Tenemos cafés y cultura, museos y edificios de piedra, y una sensación como de saberlo todo. Como si nuestra vida fuera más funcional, organizada, realizada. Tenemos terrazas con luces LED, e impuestos, y hacemos yoga, y el nos parece ya . Y andamos opinando de todo, sabiendo de todo. Mientras, un ejército de inmigrantes buscan los huecos, buscan vivir mejor entre nuestros prejuicios, nuestro racismo y nuestra condescendencia. De esto habla Brenda. De la historia de su hermano que le viene grande Europa, la tierra prometida. Los dos se juntan en Madrid con su madre después de años de mantenerlos a distancia. Pero no encajan. Ni entre ellos, ni con el país: la responsabilidad de haberse criado solos, el , la soledad de los desplazados en el barrio de El Pilar, el racismo. Entonces la protagonista habla del México soñado, el que ella echa de menos. «Y extrañaba el ruido de las calles, la música, lo estruendoso de los autos y la tensión. La tensión, el sentirse siempre vulnerable y mirarlos a todos vulnerables y saber que ese pinche vacío en el estómago y el insomnio no eran porque una se sintiera muy triste, sino que vivíamos en la tristeza misma». Pero ninguno de los dos existen ni la Europa mítica ni el México añorado. Y así lo vive cuando tiene que regresar con las cenizas de su hermano en una urna y una imagen con la que arranca el libro: «Siempre la misma imagen: Diego cayendo y el ruido de su cuerpo al impactar contra el suelo». Brenda tiene tres años menos que yo. También me jode. Me hago vieja. Y hay mucha gente más joven escribiendo cosas que te agarran las tripas, como si supieran qué importa realmente. Y ni siquiera son europeos.
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