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Conversaciones Ajenas
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Libro electrónico192 páginas2 horas

Conversaciones Ajenas

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"Conversaciones ajenas"; (subjetivo título), es el primer libro de cuentos publicado por el escritor colombo-canadiense Enoïn Humanez Blanquicett. Ilustrado con los dibujos de la artista plástica colombo-canadiense Lucia Barreto y los bocetos de las pintoras primitivistas colombianas Angélica Sierra Tapia y Martha Mercado Arias, este libro contiene 20 relatos, que fueron escritos entre los años 2000 y 2022. En las peripecias ventiladas por el autor en cada uno de sus relatos, que suceden a caballo en cualquier lugar del Caribe continental o alguna parte de América del Norte; especialmente en la provincia de Quebec, en Canadá, se puede apreciar el recorrido vital del escritor por la geografía continental y la manera como el viaje del sur hacia al norte ha influenciado su actividad creativa, tanto en el ámbito temático, como lingüístico y estético. Según el poeta salvadoreño-canadiense Salvador Torres, quien escribió el prólogo de la obra, "Conversaciones ajenas semeja ser una recapitulación de situaciones y hechos vividos o inventados por el cuentista, que con buena pluma aporta su visión de la existencia en su terruño tropical en sus tiempos de estudiante y de su exilio, que transcurre sin mayores sobresaltos en las borrascosas nieves del Norte. Los diferentes textos divierten, instruyen y transportan. El lector no tiene más que dejarse llevar y disfrutarlos plenamente".
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento11 abr 2023
ISBN9781506549286
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    Conversaciones Ajenas - Enoin Humanez Blanquicett

    Copyright © 2023 por Enoin Humanez Blanquicett.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Las personas que aparecen en las imágenes de archivo proporcionadas por Getty Images son modelos. Este tipo de imágenes se utilizan únicamente con fines ilustrativos.

    Ciertas imágenes de archivo © Getty Images.

    Fecha de revisión: 05/04/2023

    Palibrio

    1663 Liberty Drive, Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    832839

    ÍNDICE

    Prólogo

    Agradecimientos

    1 El enamorado de Diana la Muerta

    2 Conversaciones ajenas

    3 Ella, aquella noche

    4 En el juego de la vida

    5 La boda de Esmeralda Medina

    6 La receta de la felicidad

    7 La llave del cielo

    8 Las voces interiores

    9 Memoria

    10 Palabras sagradas

    11 Al pie de la letra

    12 Respuesta inmediata

    13 Sin salida

    14 Tesis y antítesis

    15 Intuición

    16 En el paraíso sin Eva

    17 Juramento

    18 Cuestión de talla

    19 Libertades perdidas en tiempo de pandemia

    20 ¡Marco Aurelio, soy yo!

    PRÓLOGO

    Conversaciones ajenas de Enoïn Humanez Blanquicett es la recopilación de varios cuentos que tienen lugar en ciertos pueblos costeños del Caribe colombiano, lo mismo que en frígidas regiones del Este de Estados Unidos y Canadá. En ellos el autor aborda aspectos variados sobre la gente y la vida de por esos lares.

    A través del personaje recurrente de un bachiller recién graduado, el autor trata de amores de juventud truncados por el destino y las barreras entre clases sociales desiguales. Muestra al amor triunfante poniendo en ascuas a los muertos y a los vivos del pueblo macondiano donde reposan los restos de Diana. También trata del clima de violencia endémica que mata ciega a cientos de jóvenes valiosos de las generaciones que se suceden soñando con una patria más justa y mejor para todos. De un lado, hay los caídos combatiendo la injusticia al lado de la guerrilla; y del otro, los que no nacieron con estrella sino estrellados que se ven obligados a enrolarse en las filas del ejército para contar con un sueldo mensual asegurado.

    A ciertas interrogantes ontológicas que se le plantean, un personaje de uno de los cuentos trata de meterles colmillo echando mano a lo aprendido en sus cursos de filosofía y letras, y al saber profundo que encierran en sus letras los tangos, los boleros y las rancheras en que sus coterráneos encuentran abrigo y consuelo al movérseles el piso o cuando los vientos que soplan sacuden fuertemente sus cimientos. Como es el caso del sujeto con el espíritu enturbiado por una fuerte resaca alcohólica, al que se le van con todo sus voces interiores, que casi lo mandan al mundo de Diana.

    Conversaciones ajenas semeja ser una recapitulación de situaciones y hechos vividos o inventados por el cuentista que con buena pluma aporta su visión de la existencia en su terruño tropical en sus tiempos de estudiante y de su exilio que transcurre sin mayores sobresaltos en las borrascosas nieves del Norte. Los diferentes textos divierten, instruyen y transportan. El lector no tiene más que dejarse llevar y disfrutarlos plenamente.

    Salvador Torres

    Poeta

    AGRADECIMIENTOS

    La producción de este trabajo literario, como la mayoría de mis trabajos académicos y periodísticos, se hizo bajo la conducción y el entusiasmo creador del narrador oral que me habita. Era él quien comandaba, a troche y moche, la escritura de cada cuento, sin detenerse mucho en la ortografía de las palabras y la estructuración de las frases. La adopción de ese método de trabajo me impone—a posteriori— una minuciosa labor de carpintería, que en el caso de este libro implicó el recurso a la cooperación de un grupo amplio de personas, pues por el hecho de haber hecho — de manera parcial— mis estudios primarios y haber tenido una formación académica precaria en el campo lingüístico en la escuela secundaria, mis competencias en el campo ortográfico y gramatical son deficitarias. En ese orden de ideas, es importante reconocer en lo atinente a la ortografía los aportes del poeta Salvador Torres, del periodista Roberto Carbonell, de la profesora de lenguas modernas Ana María Pareja y de la señora Yennis; una profesora jubilada de lengua española, que por tener amistad con una de mis amistades, se ocupó de la revisión minuciosa de los textos.

    Debo agradecer igualmente la generosidad de Lucia Barrios. Sin su dinamismo y espíritu filantrópico la materialización de este proyecto no hubiese sido posible. Igualmente agradezco a las pintoras Lucia Barreto y Martha Mercado Arias, quienes —por tributo a la amistad— consagraron parte de su tiempo libre a la producción del material ilustrativo. Debo agradecer igualmente, a la persona que —por amistad— hizo posible la contribución técnica de la señora Yennis.

    Dedico este texto a mis hermanos, un colectivo que se complace en el cultivo de los relatos orales cortos y guasones, así como a la rememoración de las epopeyas de las personalidades de la familia y el terruño.

    Igualmente, este trabajo es in memóriam de mis cuatro hermanos fallecidos y de mis padres: Marco y Hermelinda, personas que tenían un conocimiento rudimentario de la lengua escrita pero un amor profundo por la narración oral y la palabra usada con precisión y bien pronunciada. Sin su devoción por la palabra y la cuentearía, mi interés por la escritura no hubiese tomado vuelo nunca.

    Finalmente, debo dedicar este trabajo y agradecer a su alteza real, la Reina Victoria, por su apoyo incondicional y —también— por su puesto.

    1

    El enamorado de Diana la Muerta

    Y allá en la triste habitación sombría,

    de un cirio fúnebre a la llama incierta,

    sentó a su lado la osamenta fría

    y celebró sus bodas con la muerta.

    Carlos Borges

    40688.png

    Fue bajo el ventarrón implacable de la última tormenta de nieve del invierno pasado que me acordé de esa historia tremebunda, que me contaba mi abuela, cuando era niño, con el fin de ayudarme a conciliar el sueño. Ella que nunca me dijo mentiras, afirmaba que los hechos habían sucedido hace más de ciento cincuenta años en uno de los pueblos de ese páramo inhóspito y friolento, donde su familia reinó en señorío, después de que la Real Audiencia le encomendara al tatarabuelo de su abuelo la tarea de iluminar, con las luces de la fe católica, las almas impías de los indios salvajes, que habitaban a cinco leguas a la redonda de su casa señorial. Mi padre, hombre de alma rústica que nunca ha percibido los intríngulis literarios que yacen detrás de esa narración, siempre me ha dicho que esa historia la había inventado su madre, inspirándose en esos versos sobrecogedores, compuestos por un vate del terruño, en honor a un amor muerto. Escuchando sus argumentos, mis recuerdos evocaban la voz meliflua de Teódulo Gandul, declamando el primer verso de esa oda macabra, en las celebraciones del día del idioma del colegio:

    Una noche de misterio

    estando el mundo dormido

    buscando un amor perdido

    pasé por el cementerio...

    Mi tío José María, que es fanático de esos boleros cantineros y borrachos, pródigos en historias de amores enfermizos y tristes, argumentaba que no eran los poemas necrófilos de nuestro bardo melancólico, los que habían estimulado la imaginación de la abuela. Según él, la vieja nunca fue amante de la poesía y sus conocimientos lingüísticos tampoco le alcanzaban para descifrar el mensaje lóbrego que se esconde detrás de las figuras churriguerescas de esos versos. Sostenía mi tío que los antecedentes de dicho relato había que buscarlos en los versos del bolero Bodas negras, del que mi abuelo se volvió devoto conspicuo, después que se lo escuchó cantar a Julio Jaramillo, en la primera rocola de la cantina del pueblo.

    En una ocasión, durante la semana cultural del colegio se me ocurrió contar la historia delante de mis compañeros. La profesora Teófila Villadiego Esquivel, que enseñaba gramática y literatura española, me dijo, al final de mi presentación, que esa historia le recordaba un pasaje del Altar de los Muertos, un cuento inigualable del neoyorquino Henry James. El profesor Candido Favrau, que enseñaba francés en los grados superiores, la interrumpió diciéndole: "profesora, nada que ver entre esa historia y la de James. El parecido de ese cuento es con el relato tenebroso de Guy de Maupassant, intitulado La Muerta. Mi primo Nacor, que ya tenía fama en la familia de ser una oveja perdida por sus gustos musicales, por la manera como llevaba siempre el pelo y por su estilo de vestir, después de escuchar la discusión de los profesores y recordar los argumentos de papá y el tío José María, decidió él también exponerme su descabellada hipótesis sobre el asunto. Para él, la abuela había imaginado su historia después de ver Thriller", ese video-clip espeluznante de Michael Jackson.

    Hoy no me importa si mi abuela se inspiró en nuestro poeta leproso, en el bolero triste que escuchaba el abuelo, en los clásicos de la literatura del siglo diecinueve o en ese negro renegado, que protagonizó, él solo, la mitad de la historia de la música pop norteamericana del final del siglo veinte. En síntesis, no me interesa si los hechos fueron reales o ficticios… Esta noche sólo me interesa complacerlos. Por eso, he decidido contarles ese cuento tal cual como me lo contaba mi abuela a la hora de dormir, pues veo que están ustedes ansiosos de escuchar historias sombrías.

    42631.png

    En el pueblo todo el mundo lo conocía como el hombre que había perdido la cabeza por causa de un amor imposible. Pero para entender la verdadera dimensión de la tragedia vivida por ese infeliz enamorado es necesario remontarse al origen de los hechos que dieron comienzo a esa novela dolorosa. Su desgracia comenzó el primer día del año escolar. Ese día entre los desconocidos que llegaron al colegio estaban él y ella. Los dos, por haberse sentado en las filas del centro, que eran también las que marcaban la frontera entre los sexos, se sentaron en bancas contiguas. Él, que sólo tenía diez años, sintió en su pecho el impacto certero de la flecha de cupido. Aunque a esa edad los hombres tenemos una noción muy vaga de lo que significa la atracción por esa cara opuesta a nuestra existencia emocional: la feminidad, él sintió por primera vez el hormigueo incómodo que se siente en el estómago cuando se tiene al alcance de la mano la mujer que nos gusta.

    Ustedes me dirán que hace ciento cincuenta años no era normal —ni siquiera en las naciones más liberales de occidente— que niños y niñas compartieran bancas en un mismo colegio. Yo les diré, que hay ocasiones en que la teoría no encaja con la realidad. Como bien lo saben ustedes, hay casos en que las reglas tienen que dar paso a las excepciones. En los pueblos parameros donde nací, hasta hace más o menos cincuenta años, la única institución educativa existente era la escuelita de Doña Rita. En la única aula de ese plantel, la promiscuidad escolar era moneda corriente desde la época colonial. En ella niños y niñas compartían sus quehaceres, sin reparar en las normas legales y sociales que los obligaban a ir a la escuela por separado. El asunto se torna más complejo de explicar si tenemos en cuenta que en las sociedades rurales de la época, pocas familias se preocupaban por ofrecerles a sus hijas los rudimentos de la educación formal. ¡Ustedes lo saben más que yo!… Hasta no hace muchos años predominaba esa concepción que suponía que una mujer no necesitaba ir al colegio para aprender a ser un ama de casa eficiente y una esposa y madre abnegada. Para ello sólo bastaba que tuviese una progenitora y una abuela ejemplar. ¿Se acuerdan los hombres lo que nos decían las mamás cuando comenzábamos a frecuentar a las muchachas? "¡Antes de decidirse por una mujer fíjense primero en la madre, porque así como es la mama son las hijas!" Para terminar con estas digresiones sobre la historia del mundo escolar del páramo, les diré que hace no más pocos años que ha llegado hasta nuestra comarca periférica el sistema público de educación. Antes de ese momento las familias que querían brindar una educación de mayor calidad a sus hijos, sobre todo a los hijos varones, los mandaban a los colegios de los curas y monjas, que quedaban siempre en las ciudades más importantes del altiplano. De allí, los que eran iluminados por la santidad, salían convertidos en clérigos y prioras. Los otros; aquellos que a pesar del esfuerzo de sus mentores y dómines continuaban manteniendo un espíritu lego, eran preparados para ocuparse de los asuntos profanos de este mundo temporal. Como en ningún pueblo del páramo había escuela de monjas y curas, los niños de todos los sexos, edades y cursos compartían aulas —las niñas en un costado y los niños en otro— en las escuelitas de todas las Ritas, que decidían abrir su propio plantel. Allí han sido muchos los que aprendieron los principios elementales de la gramática castellana y las cuatro operaciones.

    Como sucedía siempre en el primer día de colegio, en los tiempos en que no existían la escuela maternal ni las guarderías, la algarabía producida por el llanto de los niños que llegaban por primera vez había enrarecido el ambiente. Sus gemidos lastimeros traspasaban las paredes y se escuchaban en las casas vecinas. Los que regresaban al colegio después de las vacaciones de fin año corrían excitados al encuentro de sus viejos camaradas. Sus cuchicheos, gritos y carcajadas ahogaban las órdenes de una maestra diligente, que ponía toda su energía para tratar de organizarlos en filas indias separadas:

    - Atención…. los niños a

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