Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

El diminuto corazón de la Iguana
El diminuto corazón de la Iguana
El diminuto corazón de la Iguana
Libro electrónico142 páginas1 hora

El diminuto corazón de la Iguana

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Premio Nacional Aquileo J. Echeverría 2014 en novela.

"El diminuto corazón de la Iguana" es un texto experimental que posee una marcada pluralidad de voces; es una novela arraigada en la profundidad de Costa Rica, en sus bajos fondos, en la marginalidad urbana de sus personajes.

Presenta un manejo del lenguaje inusitado, irreverente, a veces musical, transgresor, aunque la ternura lo salva de caer en lo soez. La forma particular que tiene de recurrir al mundo onírico y alucinante en el que se confunden diversas realidades, es uno de los mayores logros de esta novela. Además, sus personajes son creíbles, desgarradores e inolvidables.

Anacristina Rossi, Rafael Ángel Herra, Ruth Cubillo
Jurado Premio Editorial Costa Rica 2013
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 dic 2016
ISBN9789930519790
El diminuto corazón de la Iguana

Relacionado con El diminuto corazón de la Iguana

Libros electrónicos relacionados

Ficción literaria para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para El diminuto corazón de la Iguana

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    El diminuto corazón de la Iguana - Cirus Sh. Piedra

    Cirus Sh. Piedra

    El diminuto corazón de la Iguana

    Premio Editorial Costa Rica

    Novela, 2013

    En especial dedicado a mi abuelita, María Julia Gutiérrez Sáenz;

    a Julia María Piedra Gutiérrez, mi madre;

    a Mariella del Risco, la única Reina que conocí,

    y al Sacerdote Hermitaño, Stephen Mark Kaplan, que muy en paz descanse;

    En general dedicado a todo lo que me hace estar vivo y casi vivo todos los días.

    The wheel is falling apart, but the revolution is intact.

    Henry Miller

    The great Spirits always find someone to make them dream.

    Cecilia

    1. P4D

    ...En su corazón desmigajado latía, como en el diminuto corazón de la Iguana, una esperanza nimia, frágil.

    Joaquín Gutiérrez

    No conozco a Sancho Garcés, ni fui compañero de Marco Vipsanio Agripa. Nunca fui amante de la Reina Guinevere, ni claudiqué a Conrado en Alabanzas de Castilla. Poco a poco empiezo a oler el mar pero no hay mar acá. Estoy simplemente aquí, casi muerto para la historia que me mantiene estando, urdido en desconfianza y aterido a una cama de hospital. Ayer noche me dispararon en el brazo izquierdo, y el mundo, por un momento, me mató las ansiedades y me alejó de contenciones. Sangré, por mucho rato, todo el viento contenido entre mis venas. En mis bolsillos sentía glaciares cada vez que buscaba los cigarros, en mis colmillos bregaban fuegos cada vez que los prendía, y en mi lengua, mi paladar y mi tráquea, se me atoraron montañas de arena que me contuvieron de llorar de espanto. Salivé –¡y cómo salivé!– y salivé que nunca tendría la historia, entre sus marcos, mi nombre. Pensé que la vida nunca me haría concesiones al final de mis días como para satisfacerme muriéndome con un atardecer, satisfecho de satisfacciones, suspirando alisios como una leyenda. Nunca sería un héroe, no siéndolo, y me tendría que romper, así como se me rompían las muelas de caries y los huesos de balas, en un hospital en la cama 69, como ahorita pero en veinte años, quemándome de lo enfermo y desapareciéndome en papelitos.

    Castor tuvo la culpa de que me bombearan, y mientras iba bajando la cuesta para ver si el gordo se robaba un carro que me llevara a la clínica, volví a ver hacia atrás y, entre el Seco, el Cachetón y Bocha, lo contenían al Castorcillo de que se despellejara los puños contra el pavimento. Pobre, aún hoy se muere de pena. Hoy, que ha pasado tanto tiempo. Hoy, que estoy haciendo el mundo de los pobres en literatura. Pero tal vez no sea culpa ni pena, sino miedo de que cuando me echen de acá, de que cuando el hospital me desangre más bien a mí, salga a cortarle la jupa. Todos creen esas cosas de mí, pero yo estoy acá más bien miserable. Tengo tanto amor por el barrio patrón que jamás le haría daño a un hermanito. Ni siquiera a hooligan, que tuvo la decencia de dispararme en el brazo izquierdo. Ha de tener el maleante su quijada y sus ojos frenéticos de piedra abiertos contra la tapa interior del féretro en la fosa común. Cada tanto me acuerdo de él, y por él la gloria. De todos los años que me prometo ir a orinarle la tapa con su nombre mal escrito me arrepiento tan siquiera de considerarlo. El tiempo ya hizo lo suyo y todo sigue en sus fríos y en sus colores, y yo ando por acá, recordando neciamente todos los días ya demasiado antiguos y demasiado hediondos. Coraje es lo que ocupo, y dentro del coraje, la memoria. La memoria total de todo lo que pasa.

    Y entonces ahí, bajando la cuesta, tenía a nachito sosteniéndome un pésimo torniquete que por poquito nomás y es lo que me mata. Y al botija y al mijito (que dios lo guarde en sus caudales), y a kenny y al copete y no sé quién más. Los tenía de verdad cerca. Nachito, jugando de paramédico, me hizo confirmarle nueve veces si veía los cuatro dedos que me mostraba, hasta que le dije cinco dedos y se dio por vencido, completamente sofocado y embotado de angustia, pero con una máxima sonrisa conciliadora cuesta abajo pero hacia adelante. El cielo era gris y oscuro y no sé qué más ni cómo se le llama a esa parte del día en que es realmente de noche y la humanidad general te ignora y no está y te desampara si aparecés. Definitivamente recuerdo ver estrellas en el cielo, millones. Muchísimos de millones. Tenía galaxias en las manos en el momento en que me detuve en la mitad de la calle. Paré todo el anecdotario recorrido del tiempo y miré. Alcé a mirar como nunca lo había hecho. Miré sin contenciones, con mi mente solo a presentes, sin pasado ni futuro. El reloj se salió de sus horas, y la burbuja del tiempo estalló. Había nada más que constelaciones de emociones, geometrías robustas y nostalgias. La calle se cernía asombrosa: un viejo andén de aventureros, el final de una montaña y el principio del vacío y del guindo; neblina por todo lado.

    Recuerdo mi mano tiesa y seca como si fuera a tocar a la Virgencita de Guadalupe; ...la observé y la observé. Empecé a danzar en alcantarillas de aguas malas por donde planeaban planetas negros y cefeidas y gusanos cuánticos e irrespeté todas esas negligencias del universo. Irrespeté, al ver a nachito detenido en el tiempo botando espuma y pausado en media incoherencia, consideraciones sobre física y forma. Y estabas vos, y yo, y el mundo atrás de las montañas; el humo de aluminio saliendo del hueco en mi brazo, y la sangre a borbotones y el sagrado Lagarto

    amarillo y cáncer y escorpio y aries. Estaba el final de todos los números, y el final de todas las sumas, y la rectificación de los logaritmos resultando a cero. Y estaba el fin de la civilización humana, hoy, y ayer, y siempre, como una fecha patria. Ahí estallaban las begonias y los geranios en nubes inventadas, y bajaba una lenta garúa de flores y desperdicios de aroma que tiznaban el torniquete que la doctora se dejaría como un recuerdo, junto con un beso tuyo, la cocaína de todos tus dientes, y el olor de promo cortés en tu barba. El mundo alcanza a brillar en algún lugar, estás seguro de eso, pero aún es muy temprano y probablemente siempre lo será mientras estés vivo. Siempre te va a faltar el sol de esa madrugada dentro de esa boca tuya que es una caverna y que tenés ampliamente abierta al descubrir el mundo en este pasmo de éxtasis momentáneo que te hirió tu corta visión de mundo.

    Atrás de las montañas y las casuchas apiladas y los rumores y los gestos de la gente que ha salido a vernos dejar una huella de sangre que ninguna lluvia y ninguna gasolina podrá lavar, atrás de eso, está la suma consecuencia del ser humano: los ríos se han alzado a base de llanto, la tierra ha ido apilando a sus muertos y ha detallado monolitos y geografías con sus huesos, tripas y pieles; los volcanes se han cargado del sueño frustrado y el caucho y la rabia y el silencio de generaciones y generaciones. Se han alzado vientos de quemas y gemidos, árboles de ambiciones y negaciones, lagos de conformidad y postergación y esperanza y bostezo. Abuelita cosiendo ajeno y atrás, con el muerto sonido de una radioemisora cristiana y el mundo girando viciosamente en su telar cósmico y establecido. Uno tristemente bosteza entre pulsiones energéticas dentro de átomos vacíos. Rueda y rueda el mundo indefinidamente

    resbalando la conclusión accidental e ilógica de una evolución fortuita, cuya marcha de hombros caídos y tramo torcido me ha dosificado con una bala casera, mezcla de cemento y metal en mi brazo izquierdo, en mi humanidad izquierda, en mi zurda percepción. Tengo veinticinco años y percibo el perfume barato a través de la calle. Es la virgen de mis ilusiones la que está ahí, alzada de brazos, intacta, detenida, fumando, noble y enmarcada en la entrada de Pollos El Paso mientras tamales le prende el tubo de ñoña, cerniendo éter hasta más allá, por las nubes y los madejos de la Iglesia de Coronado. Como sordos: Sordos como estamos, Sordos como somos, en el rincón en el que nos dolemos a respirar, a tratar de escuchar el caminá hacia adelante, caminá bajo la lluvia y morite descalzo de amor. Desde los altos y las cumbres del Anaán, hasta los suelos submarinos del arenazo cósmico del Volga, yo estoy apretando el pulso bajo un torniquete mal hecho, explotándome en mil pedazos de páginas quemadas, explotando en hojas por doquier, cantando y componiendo versos de amor a una pareja de extraños, con letras y frases y versos ahogándose entre humo y brasas tóxicas.

    Veo en el cielo las estrellas que amanecen y pienso en las madres y en los niños; pienso en Celeste y don bienvenido, borracho y terco en la esquina. De entre nosotros, que vamos bajando la cuesta de la vida, el seco es el único que tendrá su familia. Lo veo, en mi futuro de visiones, con su esposa y sus hijos mirándome fijamente ver el eslabón danzante de la familia cruz, uno más de entre muchos apellidos sin mayúscula.

    Jesse rompe la ventana de una casa y se sumerge dentro de ella. De la oblonga oscuridad dentro de la que se perdió y por donde solo le vimos a lo último ese mamarracho que tiene por culo, sale de nuevo victorioso con las llaves del carro de don toño. Arranca el carro y me meten a como pueden. Se les olvida que no tengo brazos que cierren la puerta y jesse entonces se tiene que bajar a cerrarla. Ahora sí siento un punzón en el alma y trago hondísimo, no vaya a ser que me desmaye habiendo llegado tan lejos. Nadie tiene más cigarros, y por ahí olvido que yo tengo un paquete casi entero en el bolsillo. En el suelo del carro chapoteo la sangre que se me escurrió del cuerpo y que nunca voy a recuperar de vuelta, pero que ya estoy lo demasiado camuflado como para verla detenidamente, y lo que veo es un abismo tremendo bajo mis botas del que no sé si pueda salir nadando por mis propios medios, y es ahí, aun cuando el nachito me habla y me recomienda y me hace reír, que me transformo en un ser completamente debilitado. Pienso en Tupac Amaru, y en el fondo de mi pecho, y en el cielo. Pienso en el cielo y lo admiro detrás de la ventana; al mismo tiempo me veo en el reflejo, y siento el infinito recorriéndome las anchas nervias de mi cuerpo. Soplo, y mi soplo recorre lentamente las montañas. Estoy resucitando desde una .38 especial hacia el rincón inmenso de los azules misterios de la conciencia humana.

    Poco a poco empiezo a oler el mar pero no hay mar acá. Cuando comienzo por abrir los ojos y darme cuenta de que estoy en un rincón de una gran sala de hospital, desaparece el pervivente olor a mar. Ahora lo que hay son más o menos los mismos casi muertos que yo, repartidos en varias camillas, de forma chambona, tirando un fetidazo a químico. Y está pamelita tocándome la punta del dedo gordo del pie. Pamelita insiste en travesearme las mañanas para que me despierte. Me guiña el ojo irrespetando mi mar y lo desaparece. Pero cada vez que habla, con su voz gruesa y estruendosa de enfermera, es como hundirme una vez más en el sueño. Las paredes igual son celestes, y quedan lejanas a mis ojos semiabiertos. Varios doctores pasan y pasan con su fluir escandaloso y llamativo, pero la pamelita queda tierna ahí, anclada a mi pie gordo, y sonriente. Termino de despertar y me acerca la mesita del desayuno. Hi-C y un sanguchito suave de queso y galletas.

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1