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El Salón De Los Espejos
El Salón De Los Espejos
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Libro electrónico197 páginas3 horas

El Salón De Los Espejos

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El libro EL SALN DE LOS ESPEJOS, es una emocionante novela que, combinando fantasa con realidad, lleva tanto a los lectores como al protagonista (Hctor), a viajar a travs del tiempo para conocer as parte de la condicin humana, los valores que se han trasgredido, violado, y todo aquello que con el paso del tiempo hemos perdido como seres humanos, seres racionales.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento13 sept 2013
ISBN9781463361686
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    El Salón De Los Espejos - Bernardo De la Mora

    Copyright © 2013 por Bernardo De la Mora.

    Diseño de portada: Stephanie Sotelo

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2013912400

    ISBN:   Tapa Dura               978-1-4633-6169-3

                Tapa Blanda            978-1-4633-6170-9

                Libro Electrónico     978-1-4633-6168-6

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 10/09/2013

    Para realizar pedidos de este libro, contacte con:

    Palibrio LLC

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

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    Fax: 01.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    485163

    Índice

    I Hijo del Bosque

    II Viaje en Navío de Línea

    III Un Futuro Imperfecto

    IV Tercera Guerra Mundial

    V Lucha de un Guerrero Solitario

    VI El Sueño de ser Libres

    A mis más grandes héroes,

    que a su vez son mi familia.

    I

    Hijo del Bosque

    Aprende a amar la soledad; pero acepta siempre con gusto las interrupciones. El amor a la soledad es propio de todas las vidas triunfadoras.

    Noel Clarasó

    Hoy desperté como cada día en uno de los bosques más inhóspitos del mundo, lejos de toda civilización, lejos de ruido humano, de gritos, llantos, lejos de coches sonando la bocina, lejos del molesto sonar de las fábricas trabajando. Nuevamente desperté y no escuché los llamados de una madre preocupada por la hora o de un padre que pide a gritos algo de comer, y me encuentro aquí, como cada día, añorando estos molestos pero a la vez tan reconfortantes sonidos de vivir en sociedad. A cambio he recibido el sonido del bosque, del viento, de los cientos o miles de pájaros cantando, cada uno con tonadas diferentes, el sonido de los grillos, el croar de las ranas y el lejano correr del agua que brinda vida y color a este lugar, e incluso percibo sonidos, cantos y llamados que antes no lograba distinguir.

    Hoy se cumplen mis primeros veinte años en soledad, marcados por la muerte de una madre, la desaparición de un hermano y el abandono de quien fuera el Señor Militar, y confieso no recordar mucho su rostro, o su cuerpo, sólo ese bigote poblado, y esa mano dura con la que solía castigar.

    De ella, mi madre, recuerdo todo, su cabello, su mirada, sus palabras de angustia y consuelo y las interminables horas de pleito que empleaba en mi defensa y protección. Nunca le di las gracias por nada de eso, y me habría encantado tenerla un día más, unas horas más para decirle que lo lamentaba, que lamentaba el nunca haber tenido el coraje de defenderla, de anteponerme a mi padre, de cerrarle la puerta para siempre, pero cómo lograr eso si yo apenas era un niño de ocho o diez años, ya no recuerdo.

    Ahora ya me he hecho un hombre, he aprendido a encontrar mi propia comida y agua, mi propio bienestar y protección, y conservo el único recuerdo palpable que mi madre me dejó, ésta, la que ahora es mi casa, sin nada de lujos ni un gran tamaño pero al menos me proporciona un lugar en donde dormir protegido de la lluvia y demás adversidades.

    Tomé la decisión de que hoy por ser mi vigésimo aniversario en soledad recorrería los caminos del bosque y caminaría las horas necesarias con tal de ver gente pasar, a alguien que comparta mi misma raza, el mismo cuerpo y de alguna manera mi forma de pensar, actuar, alimentarme y las mismas necesidades que por vida yo tengo.

    Fue así como empezó mi viaje, el viaje que sin saberlo, pensarlo ni planearlo transformaría mi vida y mi destino. Tomé un par de alimentos sencillos por si el hambre atacaba en el camino, llené una bota con agua, me armé con un machete y salí.

    Nunca lograba recordar cuál era el camino correcto a la llamada ciudad, pero si de algo estaba seguro, es que dirigiéndome hacia el sur del bosque llegaría de un modo u otro.

    Caminé un par de horas aproximadamente y los rastros de la civilización no aparecían, ni siquiera los agudos sonidos llegaban hasta mis oídos, y me encontraba en un punto en donde la maleza se hacía cada vez más espesa y el frío más intenso. Mi machete trabajaba a pasos forzados, pues abrirme paso era necesario y mis sentidos estaban en su punto más agudo, porque si algo me ha enseñado la selva, es que mientras más árboles y ramas hay, más poblado de animales se encuentra el lugar. Cansado de cortar y machetear volteé para observar el camino recorrido, e impresionado me di cuenta que había logrado hacer un túnel entre la maleza, túnel que aún no tenía fin, pero que sin duda llegaría. La luz empezó a colarse entre las hojas cada vez con mayor intensidad, y eso sólo indicaba que me encontraba cerca de una planicie, o al menos de un lugar con menos vegetación. Seguí talando, haciendo movimientos bruscos con el brazo, sintiendo una especie de libertad, como si llegara al final de una prisión. Después de la oscuridad la luz era un tanto cegadora, mis pupilas disminuían su tamaño y junto con ella se me cerraban los ojos, hasta que por fin el túnel llegó a su fin. Poco a poco recuperé la vista, y cuando finalmente se aclaró el panorama, algo inédito ante mis ojos apareció.

    Es extraño describir lo siguiente, pues parecerá esto una historia de ficción, pero justo ante mis ojos, en medio de la selva y la maleza se encontraba una mansión, aquel lugar era enorme, no sabría decirlo con precisión, pero a mi parecer era un lugar construido en el siglo XVIII tal vez XIX. El jardín, que en efecto era una especie de planicie como lo había imaginado, era del tamaño de cien veces mi casa, y tenía distribuidas fuentes, estatuas y esculturas en diversos puntos. El lugar era imponente; a pesar del gran deterioro que mostraban las paredes, los muros corroídos por el tiempo y los pastizales evidentemente descuidados y largos, el lugar no perdía la fuerza de impresión.

    No lo pude evitar, las puertas del lugar me decían a gritos que entrara, que oliera, saboreara y observara cada rincón del palacio que yacía ante mis ojos, y así lo hice, caminé directamente al gran portón. No pude evitar sentir nervio y temor, mis ojos en efecto dictaban que el lugar se encontraba abandonado, pero mi razón no se lo dejaba de cuestionar, ¿Qué pasaría si al entrar encontrase a alguien? ¿Qué sería de mí si los dueños no fueran amigables? O peor aún, si el lugar resultara estar embrujado o hechizado. El miedo y la zozobra eran grandes, pero la curiosidad y el encanto eran mucho más fuertes, era esto como el canto voraz de una sirena.

    Tomé entre mis manos un pesado aro de fierro que colgaba de la puerta, era incluso más grande que mis dos manos juntas, y casi sin pensarlo lo azoté contra el portón, tres veces para ser exacto, y esperé a que alguien atendiera a la puerta, pero nadie salió, repetí la acción una vez más, no quería apresurarme a entrar por el temor que me generaban los adentros del lugar, pero nadie asistió a mis llamados, así que decidí entrar. Empujé la puerta pero ésta no abrió, al parecer el peso natural de la misma y el enmohecimiento de los años la tenían atascada, así que empleé toda mi fuerza, empujé una y otra vez hasta que por fin logré abrirla. Un rechinido ensordecedor llenó la entrada del lugar y generó eco por todo el palacio. Era espectacular. A mi parecer, y con mi poco conocimiento del mundo en general, podría decir que esta era la mansión más grande del mundo. Tan sólo el recibimiento del lugar era como una explanada, al frente unas escaleras inmensas que al llegar al descanso principal se dividían en dos partes que daban la posibilidad de subir tanto del lado izquierdo como del derecho. A cada lado de la escalera se encontraban dos estatuas antiguas y en el centro de este primer salón, formando parte del piso de mármol, se apreciaba la forma de un círculo con un sol en el centro, era una especie de tapete incrustado en el piso. Los muebles eran escasos, al menos en esta primera vista, pero los pocos que había se encontraban cubiertos por sábanas blancas, dando el sentir de que cuando la última persona abandonó el lugar mantenía la esperanza de un regreso próximo. Al parecer este regreso nunca sucedió.

    Me adentré un poco más al lugar y pude observar de mi lado izquierdo un pasillo muy largo, no estoy muy seguro, pero me atrevería a dictar que contaba con unos treinta metros de longitud, tal vez más. A lo largo tenía dos arcos de aproximadamente diez metros de altura que daban continuidad al mismo, y al final se podía observar una gran puerta de madera con la misma forma de arco. Recorrió mi cuerpo una necesidad de descubrimiento y una sensación de morbo. Caminé directamente a la puerta, tan embobado y embrutecido como quienes aseguran ver una luz seductora al momento de morir. No sé describirlo, pero me jalaba, me atraía, era una especie de fuerza de gravedad. Al llegar a ella descubrí una gran cerradura, y el ojo en donde se introducía la llave era considerablemente más grande de lo común. Empuje la puerta varias veces, pero no cedió, no logré moverla ni un solo centímetro, era evidente que requería la llave para poder ingresar a este lugar.

    Seguí recorriendo cada rincón cauteloso de no perder un solo detalle. Mantenía los ojos lo más abiertos posible en todo momento. En la parte de arriba, una vez terminando las escaleras, había dos pasillos interminables, uno de cada lado de la desembocadura de los escalones. Al yo haber subido por las escaleras del lado izquierdo, decidí recorrer el pasillo correspondiente en primera instancia.

    A lo largo del pasillo se encontraban de mi lado izquierdo ventanal tras ventanal, y de mi lado derecho decenas de puertas de madera.

    Abrí todas y cada una de ellas, la sed de hallazgo y exploración eran insaciables. Sentía como si alguien me estuviera ofreciendo litros y litros de agua después de días de caminar por el desierto. De la misma forma que es inconcebible dejar de beber en dicha situación, para mí era inadmisible el dejar de llenar mis sentidos con algo tan prodigioso. Al interior de las puertas encontré diferentes salones, habitaciones y baños. Algunas de estas eran habitaciones simplemente para dormir, aunque dentro de la simpleza contaba cada una con una cama para dos o tres personas, distintos cuadros que ambientaban el lugar, sábanas de seda ahora cubiertas de polvo y acabados en oro embellecían las cabeceras. Cada uno de los baños era de mármol con acabados en metales preciosos, y dentro de los distintos salones se podían apreciar las actividades o hobbies que sus antiguos dueños llevaron a cabo. Algunos de estos contaban con instrumentos musicales tales como pianos, distintas guitarras, instrumentos de aire y algunos otros de percusión. En otros salones pude observar el fanatismo que la familia le profesaba al arte, ya que tenían decenas de cuadros apilados sobre mesas e incluso algunos otros directamente en el piso. No tenía manera de saber si estas obras de arte eran originales, pues mi conocimiento del tema no era tan extenso, pero si de algo estaba seguro es que todas aquellas que pude observar eran pinturas elegidas por alguien de un gusto exquisito, era como si cada cuadro me transportara a un universo distinto.

    Todos los muebles que observé, a excepción de las camas, se encontraban cubiertos por sabanas blancas. Levanté algunas de ellas para poder ver más a detalle los mismos, y sorprendentemente todos se conservaban en buen estado, se notaba el paso del tiempo en pequeñas grietas y en un estilo antiguo, pero gracias a la cubierta con la que contaba cada uno, el polvo parecía no haberlos dañado en lo más mínimo, y la humedad no había hecho estragos en ellos.

    Finalmente terminé de recorrer ambos pasillos, tanto el del lado derecho como el del lado izquierdo de la escalera, sólo me faltaba una habitación a la cual entrar, esta se encontraba al final del pasillo derecho, justo en el fondo. La puerta era más grande que las de habitaciones anteriormente visitadas, e incluso tenía un toque de elegancia superior. Contaba con piedras preciosas incrustadas en el contorno de la misma tales como diamantes azules, morados, rosas, algunos toques de oro y otros metales que no pude distinguir, pero de lo que sí estaba seguro era que tan solo con esa puerta podría vivir el resto de mi vida y mis futuras generaciones.

    No hace falta aclarar que me adentré a conocer la última de las habitaciones, al menos la última de esta primer parte recorrida del lugar, porque seguramente había otras varias decenas de lugares que aún no veía y tal vez ni siquiera imaginaba.

    Definitivamente este era el aposento principal, en donde dormía el Rey, Monarca, Príncipe o quien quiera que fuese el dueño de este majestuoso palacio. A diferencia del resto del lugar, los muebles de esta habitación no se encontraban cubiertos por sábanas. Todo estaba perfectamente acomodado, los cuadros aún colgaban en su sitio, los adornos se encontraban de pie en sus respectivas mesas y la cama estaba perfectamente bien tendida, pero lo más extraño es que el polvo no había invadido ni un solo centímetro del dormitorio. La duda, el miedo y la zozobra de que alguien habitara el lugar regresó a mí, pero esta idea era prácticamente imposible, ya había recorrido gran parte del lugar, decenas de salones e incluso había hecho ruidos al entrar y nadie respondió a mi presencia. En efecto era de extrañar que todo estuviera perfectamente ordenado, sin embargo no planeaba dejar de indagar y conocer la oportunidad que ante mí se presentaba.

    No sólo eran las cortinas, la cama o los extraordinarios cuadros y retratos que en este aposento había, era todo el conjunto de lujo, extravagancia, detalles y adornos. Desde el escritorio y las sillas, la pequeña mesa con una tetera encima, las estatuas y esculturas, las pieles de animales exóticos y un augusto candelabro suspendido justo al centro del dormitorio. De habérmelo contado mi madre, habría creído que todo este relato era un cuento de hadas y ficción.

    Justo a los pies de la cama se encontraba un baúl lo suficientemente grande como para guardar un tesoro que alimentara a una ciudad entera por años, y colgaba de él un candado antiquísimo de metal, pesado a simple vista. ¡Estaba abierto! ¡El candado estaba abierto! Imaginé monedas de oro por montones, diamantes sueltos, coronas y todo tipo de riquezas. Lo retiré cauteloso, en el mayor de los silencios y levanté la tapa lentamente. ¡Una llave! Sólo había una llave en el interior, aunque a decir verdad la llave debía costar una fortuna gracias a las incrustaciones que en ella había, pero en lo que pensé de inmediato no fue en los lujos y riquezas que esta podría traerme, el único pensamiento que por mi cabeza cruzó fue la primera puerta que de este lugar había yo visto, aquella que me sedujo y atrajo como ninguna otra. Durante todo el recorrido realizado por los adentros del palacio mi sorpresa y excitación habían alcanzado niveles que nunca antes había experimentado, pero esa puerta en especial me llevó a un éxtasis incontrolable y estoy seguro que no era por lo prohibido. Desde que la vi, desde un inicio me cautivó.

    ¿Y si esta es la llave? ¿Qué habrá dentro de aquél, el único lugar prohibido? ¿Por qué será que de todas las puertas, aquella es la única que impide su entrada? No contaba con ninguna de las respuestas, no obstante las iba a resolver.

    Guardé la llave debajo de mis ropas y salí cuidadosamente de la habitación, la sospecha de un alguien viviendo en la mansión no se había extinguido por completo y no quería imaginar qué sería de mí si me sorprendieran no sólo invadiendo sus terrenos, ahora también robando lo que por obviedad era una posesión preciada.

    Mis pasos fueron cautelosos de camino al lugar, bajé cada uno de los escalones pendiente a cualquier sonido, mis sentidos ahora se encontraban perceptibles no sólo a la admiración, sino también al miedo. Llegué al recibimiento principal,

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