Y esto también pasará
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Y esto también pasará
Es una obra que relata tres historias que transcurren en tiempos de pandemia, cada una de ellas basadas en la espiritualidad y la importancia de mantener la fe en todo momento, sin importar que tan difícil sea el camino que se deba recorrer.
La mágica inocencia de un niño, el amor verdadero y la gracia de la bondad humana, hacen de este libro una conmovedora obra literaria que puede atrapar tu corazón y los grandiosos motivos para fortalecer tu espíritu y tu mente ante la adversidad.
Marcos Javier Ramirez Ceresa
Licenciado en administración. Mención gerencia.Estudios de postgrado en gerencia empresarial.Docente universitario.Conferencista motivacional.Estudiante de psicología.Aprendiz de diseño gráfico.Locutor.Empresario.Venezolano 100%Amante de la música.Escritor.CEO - Gente Contigo C.ACEO - FundapanasCuenta Instagram: @marcosceresa
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Y esto también pasará - Marcos Javier Ramirez Ceresa
INTRODUCCIÓN
CAPITULO I - LA VENTANA
CAPITULO II - UN AMOR PARA LA HISTORIA
CAPITULO III - SIEMPRE HAY MILAGROS
DEL AUTOR
INTRODUCCIÓN
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Y esto también pasará
no es un libro que habla sobre la pandemia del año 2020, es una obra que relata tres historias que se viven en medio de una pandemia mundial, una de las tantas que han atentado contra la existencia de la humanidad.
Cabe destacar que ninguna de las historias narradas sucedieron durante este histórico momento, sin embargo bien pudieron ocurrir en algún hogar, de algún vecindario, de alguna ciudad de algún país.
Tampoco tendrá en sus manos un texto religioso, pues en ningún momento se pretende limitar la universalidad de Dios, todo lo contrario, lo místico es considerado como espiritual, afianzando la creencia de que para Dios no existen fronteras y la mejor manera de llegar a él es a través de la espiritualidad.
Cada capítulo de Y esto también pasará
encierra el relato sobre la historia de personas y familias que atraviesan por situaciones muy complejas, incluso intolerantes en algún momento para la capacidad y comprensión humana, pero la esperanza y en especial la fe, son bastiones que les ayudan a superar los momentos más difíciles.
Las circunstancias más confusas que se presentan en la vida pueden llegar a quebrantar el temperamento y con ello debilitar los principios y valores de las personas, por momentos se puede llegar a perder cualquier signo de esperanza, pero al final siempre habrá una nueva oportunidad de continuar hacia adelante y siempre habrá una manera de encontrar la fe. De eso se tratan estas historias, pues no importa que tan sombría sea la noche, no importa el tiempo que dure la oscuridad, puede estar seguro, que en algún momento la luz del sol brillara de nuevo.
Y no existe nada más puro que la inocencia, el amor y la bondad cuando se combinan con la fe, por ello, la mágica inocencia de un niño, la fuerza del amor verdadero y la gracia de la bondad humana, son sin duda, las principales fuentes de inspiración en las que se basan las historias contadas en esta literatura, porque sin duda alguna son cualidades que abren conexiones espirituales infinitas, que sostienen al ser humano, que tienen el gran poder de transformar el mundo y el interior de cada persona, pues sin importar lo difícil que sea el camino, mientras haya fe, existirá lo necesario para conseguir el bienestar que todos anhelan.
CAPITULO I
LA VENTANA
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Hacía más de tres meses que Alejandro no podía salir a la calle debido a una extensa cuarentena, su vida se había confinado, durante este tiempo, solo a los espacios de su pequeña pero acogedora casa.
Alejandro vivía con sus padres en la casa # 61, en un hermoso vecindario, de una pequeña ciudad, en algún país. Por aquellos días una extraña enfermedad azotaba sin clemencia al mundo y la vida de muchas personas había cambiado drásticamente. Ya no se podía ir al parque, ni ir de compras, se hacía hasta complicado ir a comprar lo más elemental que eran los alimentos, la asistencia a las escuelas se había paralizado con mucha anticipación. Con los amigos y familiares solo se hablaba por teléfono, las calles estaban solitarias casi las 24 horas del día, no se escuchaba el acostumbrado ruido de las turbinas del avión que volaba a diario luego de la hora del almuerzo, estaba ausente el bullicio de los autos y el de las personas en la calle.
Ocasionalmente se escuchaba al señor Eduardo, el vecino más cercano, salir en su auto. Siempre usaba unos guantes de látex y una mascarilla en la cara como medida de protección ante la enfermedad. Un día Alejandro escucho cuando el señor Eduardo antes de salir hablaba con Jesús, su hijo mayor, al cual le decía:
–No te puedo llevar Jesús, papá debe ir solo esta vez, sabes que estamos en cuarentena, tú debes cuidar a mamá y a tu hermanita –exclamaba el vecino con un tono de tristeza–. Cuando todo esto pase iremos a donde tú quieras, recuerda que es por el bien de todos, debes quedarte en casa.
Alejandro, quien apenas había cumplido los 7 años de edad, hacia un gran esfuerzo en entender a los adultos en aquellos días. Ya nada era igual, se sentía un extraño ambiente dentro y fuera de su casa a raíz de aquella extraña gripe, pues así le decían, incluso le habían puesto un curioso nombre de Pandemia
.
Javier, el padre del chico, quien se desempeñaba como gerente de una empresa financiera, ya no salía a trabajar cada mañana, ahora su empleo se había mudado a un viejo escritorio, que tenía en una reducida habitación de estudio. Su atención diaria estaba centrada en su computadora, su teléfono móvil y sobre las noticias de los medios informativos. Todo había cambiado, no tenía que ir a la oficina, pero su horario se había hecho más largo en casa, o por lo menos eso pensaba Alejandro.
Todos los días era la misma rutina, Javier sentado en su pequeño escritorio, ocupado en sus cosas. Muy pocas veces rompía con esa costumbre, y cuando lo hacía, de manera abrupta dejaba su alargada silla de oficina y se acomodaba en una mecedora, taciturno y algo acongojado. Incluso, en dos oportunidades, Alejandro sin que Javier se percatara, había visto que en esos momentos a su padre le corrían lágrimas por las mejillas.
Elena, la madre del niño, era costurera y trabajó por largo tiempo en una fábrica de la ciudad, sin embargo, se había dedicado al cuidado del hogar desde el nacimiento de Alejandro. A pesar de que seguía encargada de los quehaceres de la casa, también había cambiado su rutina, ya sus amigas no la visitaban para comer las ricas galletas de chocolate que preparaba un par de veces por semana, las tías Fabiola y Gladis ya no le buscaban para ir al salón de belleza, tampoco se arreglaba mucho, jamás salía de casa, a su rostro se le había desdibujado su cálida, tierna y hermosa sonrisa de mamá. Pasaba mucho tiempo en su cuarto, también atada a su móvil. Su reproductor de música hacía semanas que no se escuchaba, también tomaba frecuentes y largas siestas, las más extensas sucedían después de hablar por teléfono con la abuela, pues el ánimo de Elena decaía de una manera incontrolable esos días, y al Igual que Javier, se le veían lágrimas en el rostro.
Alejandro siempre había demostrado ser un niño muy formal y maduro a pesar de su corta edad, por lo que no le era indiferente el clima emocional que rondaba por esos días en su casa y en el vecindario. Soledad, tristeza, melancolía y la ya frecuente ansiedad y angustia de sus padres, eran las emociones que poco a poco invadían la diaria escena de su familia, en especial, porque observaba como los acostumbrados juegos, risas y buenos momentos, en compañía de sus padres, desaparecían a pasos agigantados. La mayoría de sus diversiones se habían convertido en rutinarios monólogos mentales, sus amigos de estudio y del vecindario no le visitaban, y las pocas charlas divertidas eran compartidas con Coco, su oso de peluche favorito y por el resto de sus juguetes.
Cierto día, a media mañana, Alejandro irrumpió en la reducida habitación de estudio y jadeante grito al papá:
– ¡Papá, papá, ven rápido, asómate a la ventana! –dijo el niño agitado–. Acabo de ver a unos abuelitos que pasaron por el frente de nuestra casa, caminaban con la cara descubierta y estaban tomados de la mano, ¡ven, apúrate!
Javier, que no entendía con claridad a lo que él niño se refería, solo se limitó a responder:
– ¡Por Dios Alejandro! –Dijo el padre en tono elevado–, no vez que estoy ocupado, ve a jugar con Coco, si termino temprano tú y yo jugaremos un rato.
Alejandro ya se había habituado a este tipo de rechazos y sin hacer ninguna objeción se retiró a su habitación. El bien sabía que esa noche seria como todas las otras noches desde que inicio la cuarentena, su papá estaría muy cansado y angustiado para jugar con él.
Dos días habían pasado y esta vez le tocó el turno a Elena. La abuela había llamado y esta vez Alejandro interrumpió la llamada, pidiendo a su mama que le acompañara a la misma ventana:
– ¡Mamá, mamita! –Dijo apresurado el chico–, ¡Apúrate, quiero que vayamos a la ventana para que veas lo que pasa afuera, Rafael y Sebastián, los nietos de la señora Justina, la vecina del frente, llegaron a visitarla y les están acomodando una gran piscina en el jardín, ven, date prisa! –Replico