La lógica en la India
Por Vicente Fatone
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Vicente Fatone
Vicente Fatone (Buenos Aires, 1903 - Buenos Aires, 1962). Filósofo, historiador de las religiones y profesor de Filosofía en la Universidad Nacional de Buenos Aires (1926). Autor prolijo y heterogéneo, su voluminosa obra no sólo incluye ensayos filosóficos, sino numerosos artículos periodísticos, traducciones e incluso obras infantiles. Su gran vocación fueron las tradiciones orientales. Entre 1936 y 1937 estudió filosofía india en Calcuta y Bombay y lengua tibetana en Ghom; en 1956 visitaría Delhi como delegado argentino en el XI Encuentro de la Asamblea general de la UNESCO y al año siguiente regresaría como Embajador extraordinario y plenipotenciario de la República Argentina en la incipiente India independiente. Su actividad docente sobre pensamiento oriental fue pionera en Latinoamérica y puede verse recogida en su mayor parte en Ensayos sobre hinduismo y budismo. La notoriedad académica en este campo le llegaría con sus trabajos Sacrificio y gracia. De los Upanishads al Mahayana (1931) y El budhismo «nihilista» (1941), considerado como una de las obras más influyentes sobre Nagarjuna de la época. En 1962, ocho meses más tarde de recibir el doctorado honoris causa, fallece en su Buenos Aires natal.
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La lógica en la India - Vicente Fatone
I. El silogismo y sus miembros
1. De acuerdo con los Nyâyasûtras, la proposición es el miembro del silogismo en que se declara lo que va a ser establecido. Esto supone, por sí solo, dos actitudes mentales: la de quien enuncia la proposición y la de aquel a quien se la enuncia; para el primero, la proposición constituye un conocimiento y tiene carácter asertórico, pero para el segundo sólo constituye la posibilidad de un conocimiento y tiene carácter problemático. La lógica budista y la jaina, advirtiendo las diferencias entre esas dos actitudes mentales, intentan, en sus primeras críticas orgánicas a la lógica brahmánica de los Nyâyasûtras, determinar cuáles son las condiciones que debe reunir un enunciado verbal para ser tenido por proposición. La proposición es el enunciado de una posibilidad, pero toda posibilidad está sujeta a ciertas condiciones. Por de pronto, el enunciado no ha de ser contradictorio en sí, pues lo contradictorio es imposible y, por lo mismo, sin más, indemostrable; y lo que se enuncia, para ser proposición, ha de ser demostrable. De la misma manera, el enunciado no ha de ser contradictorio con otros conocimientos admitidos por quien se propone demostrarlo: esto significa que no hay enunciados independientes, cuya verdad pueda ser establecida en contradicción con el sistema de verdades de quien intenta la demostración. Ningún enunciado es válido simplemente en sí; tiene que ser válido, también, dentro de un sistema determinado. Pero independientemente de este sistema determinado hay otro, válido para todos: el enunciado que contradice un sistema general de verdades tampoco tiene dignidad de proposición. La contradicción que demuestra la imposibilidad e indemostrabilidad de un enunciado tiene, así, tres formas: la contradicción en sí, la contradicción con el sistema particular de quien intenta la demostración, y la contradicción con el sistema general de verdades. (Esta última contradicción implica, naturalmente, a la anterior, pero no está implicada por ella.)
Un enunciado no puede, además, ser un conocimiento en aquel a quien va dirigida su demostración. Un enunciado ya conocido, es decir, una proposición ya demostrada, es falaz. Admitir que un enunciado que ya es conocimiento pueda volver a ser proposición, significa admitir que lo demostrado necesita ser demostrado una vez más. Lo que ha sido demostrado no necesita una segunda demostración, pues lo demostrado no puede perder su condición de tal para convertirse, como antes de la demostración, en simplemente demostrable. Lo que era contradictorio con lo ya demostrado no podía ser una proposición, porque ningún razonamiento puede demostrar un enunciado que contradiga al de una proposición ya demostrada; igualmente, cuando una proposición ha sido demostrada, no necesita demostración, salvo que se incurra en la contradicción de sostener que una demostración no ha convertido lo demostrable en demostrado. No se demuestra lo contradictorio, y es una contradicción demostrar lo demostrado. Dos demostraciones diferentes nada agregan a la verdad alcanzada en una sola demostración. Más aún: las demostraciones, aunque distintas en sus procedimientos, sólo pueden provocar un único proceso intelectual, y lo que interesa es el proceso intelectual y no el procedimiento verbal.
Por la misma razón, no es proposición un enunciado evidente. A es A no es una proposición, porque no puede ser el enunciado de algo que vaya a ser demostrado. Lo evidente no se demuestra, sino que se muestra. Si vemos un fuego, no necesitamos demostración de su existencia, pues la intuición sensible ofrece el objeto directamente, y lo afirma sin necesidad de ningún proceso demostrativo. La intuición en general —sensible, intelectual o mística— nos ofrece objetos o situaciones cuya realidad no necesita ni puede ser demostrada: la intuición es, ella misma, afirmación de la realidad de un objeto o situación, y constituye otro de los medios de conocimiento estudiados en la lógica india.
Hay aún otras condiciones de la proposición. El enunciado ha de ser comprensible; y podríamos decir que el razonamiento es, en el esquema silogístico que estamos estudiando, el paso de lo comprensible a lo comprendido. Las condiciones anteriores no bastan para asegurar la comprensibilidad de un enunciado. Es necesario que los términos del enunciado no carezcan de sentido; es necesario, además, que ese sentido no sea ignorado por aquel a quien va dirigida la demostración; y es necesario, por último, que tenga también sentido la relación en que esos términos se presentan, y que ese sentido no sea ignorado por el mismo a quien va dirigida la demostración.
Si se nos ofrece el enunciado «En la colina hay fuego», aceptamos que eso sea una proposición, porque cumple todas las condiciones exigidas: no es contradictorio en sí mismo; no está en contradicción con ningún conocimiento del que lo formula, ni con los conocimientos comunes; no nos ha sido aún demostrado que en la colina haya fuego; no es evidente que en la colina haya fuego, porque no lo vemos; tiene sentido el enunciado, pues lo tienen sus términos y la relación en que nos son presentados. Pero supongamos que se nos dijese: «En la colina no hay fuego». Aparentemente, en ese enunciado se cumplen todas las condiciones exigidas; pero ¿tiene efectivamente sentido ese no hay? En otras palabras: ¿es demostrable un enunciado negativo? Si la proposición es el enunciado de lo que va a ser establecido, cabe preguntarse si con un enunciado negativo es posible llegar al establecimiento de algo. Por ahora baste indicar que el hecho de que un enunciado debe reunir, para ser proposición, una serie de condiciones, plantea, en forma general, el problema de la posibilidad misma de la demostración; y podría suceder que las exigencias convirtiesen en indemostrables a todos los enunciados y obligasen a concluir en la imposibilidad de toda demostración.
El análisis de las condiciones de la proposición y la importancia que la discusión acerca de su número adquiere con el tiempo, se explica por el hecho de que la lógica brahmánica presenta su proceso demostrativo (que se ha convenido en llamar silogístico, aunque la palabra es impropia y no constituye la traducción de ninguna palabra sánscrita) comenzando con el enunciado de lo que se quiere establecer, o sea por la proposición, que en el ejemplo clásico dice así:
En la colina hay fuego.
2. Antes de continuar con el análisis del proceso, conviene recordar que en la filosofía brahmánica tradicional se establece que los medios posibles de conocimiento son cuatro. Uno de ellos es el testimonio verbal, o sea la afirmación formulada por una persona digna de crédito, que es suficiente para determinar, en la mayoría de los casos, convicción. Otro es la intuición, que resulta del contacto de un sentido con su objeto, considerando sentido también el espíritu en cuanto éste tiene conocimiento directo de sus estados y sus actos. (Cualquiera que sea la naturaleza del objeto —sensible, ideal o divino— siempre que el conocimiento sea directo nos hallaremos ante una intuición. Este conocimiento, según los Nyâyasûtras, se caracteriza por ser inexpresable, infalible, evidente. La filosofía budista llevara el análisis un poco más lejos, como luego veremos.) Un tercer medio de conocimiento es la comparación, que nos permite conocer una cosa a través de su semejanza con otra ya