En una sociedad plural, todos tenemos diferentes puntos de vista. De modo que, argumentamos, discutimos y acordamos, para comprobar si alguien está más cerca de la verdad, de la justicia o de lo correcto. Saber argumentar implica en gran parte poder defender las ideas que uno tiene respecto de las dudas o críticas que devienen de otros.

Lo ideal, es que uno pueda defender sus ideas a partir de los argumentos más fuertes de los contrincantes por llamarles de alguna manera. Esto suena fácil, pero no lo es, puesto que implica que al menos dos partes son capaces de buscar los mejores argumentos para derribar o cuestionar los argumentos del adversario. Sin embargo, es bastante fácil caer en un error: crear una versión distorsionada de lo que está diciendo el otro, una versión que es más fácil de atacar. Aquí es donde aparece el tercero en discordia: aquel que tendrá que entender cuál es el punto del debate y que tal vez pueda quedarse con la versión distorsionada como la real.

De ser así entonces el debate cae en una contradicción, una falacia. a ésta se le conoce como la falacia del hombre de paja: en una discusión una persona aparentemente obtiene la ventaja en una discusión o debate gracias a que construyó una versión distorsionada de lo que otra persona estaba diciendo, lo que crea un hombre de paja que es más fácil de atacar, pero sobre todo que distrae, tal vez incluso engañe a otros con el fin de obtener una ventaja en una discusión o un debate.

Scott Aikin y John Casey en el libro Argumentos del espantapájaros. En esta obra plantean el whataboutism y bothsiderism. El primero es desviar la discusión a otros temas que se plantean serios o peores, sin que haya nada que ver con la discusión. El segundo es tratar de forzar que todo mundo tiene la razón, para evitar más discusión.

¿Por qué son efectivas estas falacias? Esa es la pregunta. La primera respuesta es que se usa para silenciar. La segunda para hacer gaslighting