Uno más de corrupción.
¿Cansades de tantos conceptos de corrupción? Pues aquí va uno nuevo: la corrupción como una falla para controlar el poder de los poderosos. La corrupción no es una patología, una enfermedad, ni algo externo, sino que está embebida en las instituciones, leyes, normas de la política en todo país.

Controlar a los poderosos es el problema, siempre lo ha sido. La relación entre poder político y capitalismo es estrecha, íntima. El poder genera inequidad. Asimismo, la inequidad permite a los poderosos tener apalancamiento para seguir manteniendo y acrecientan esa inequidad. Los poderosos son los que defienden qué es corrupción. Morris dice que el profe David plantea que la definición de la corrupción es una definición política, por tanto de los poderosos. Esto es lo que llamamos la contradicción original.

Las democracias han sido el mejor, no perfecto, no infalible, método basado en un solo principio: limitar el poder. Es por ello que el concepto de corrupción es tan normativo: una idea basada en un ideal utópico de perfecta delimitación de lo público, el interés general y lo privado y el interés particular. Morris incluso recupera la idea de hegemonía de Gramsci: quien domina la arena ideológica define la realidad. La lucha anticorrupción es todo menos pura y desinteresada.

La anticorrupción implica técnica, conocimiento, de un fenómeno que se mueve, reacciona, se resiste, aprende. Separar la lucha anticorrupción de cambios críticos en los acuerdos políticos que dan estabilidad a un sistema en un país, parece ser destinado al fracaso, incluso perjudicial: atacando la corrupción (siempre un acto atacable por selectivo), se puede desestabilizar a un país o sociedad.

Parece que se ha generado un impulso, una base para reducir y enfrentar la corrupción. El paso que sigue es mantener la inteligencia de que el juego es limitar el poder de los poderosos.