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Intersignos: Aspectos de Louis Massignon y Henry Corbin
Intersignos: Aspectos de Louis Massignon y Henry Corbin
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Libro electrónico103 páginas1 hora

Intersignos: Aspectos de Louis Massignon y Henry Corbin

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Se recogen varios ensayos sobre la obra y la experiencia de vida de Louis Massignon (1883-1962) y Henry Corbin (1903-1978), intentando mostrar la íntima relación que existe entre ambas. Se traducen algunos textos de estos dos estudiosos de la mística -sobre todo del área cultural iraní-, que precisamente muestran de qué modo vida y pensamiento se encuentran unidos. También aparece en el libro un artículo sobre Ibn Arabi, pues la visión que aquí se presenta del filósofo andalusí está determinada por Massignon y sobre todo por Corbin.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 may 2018
ISBN9788416230525
Intersignos: Aspectos de Louis Massignon y Henry Corbin
Autor

José Antonio Antón Pacheco

José Antonio Antón Pacheco (Larache, Marruecos, 1952). Profesor de Historia de la filosofía en la Universidad de Sevilla. Ha dedicado sus investigaciones a cuestiones de hermenéutica espiritual (sobre la que versó su tesis doctoral), filosofía oriental y filosofía de la religión en general. Ha prestado una especial dedicación a autores como Swedenborg, Guénon, Massignon y Corbin, así como a la iranología (es cofundador de la Sociedad Española de Iranología). En 2015 publicó en Athenaica Intersignos. Aspectos de Louis Massignon y Henry Corbin. Al que ha seguido en 2020 Las imágenes de la aventura.

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    Intersignos - José Antonio Antón Pacheco

    Semblanza massignoniana de Louis Massignon

    Los que se han encontrado con Louis Massignon, una o cien veces, sean intelectuales o analfabetos, creyentes o ateos, cuando se les pregunta por él, repiten una imagen, el fuego: palabra de fuego, alma de fuego, espada de fuego. Massignon escribía lo que vivía y vivía lo que escribía.

    Jean François Six

    En 1908, Massignon se encuentra en una misión arqueológica en Iraq, donde descubre las ruinas del fuerte El-Ojeidir, entre Kut el-Amara y Basra. Creyéndolo un espía¹, las autoridades otomanas lo detienen y está a punto de ser fusilado. Entre el 3 y 8 de mayo, estando prisionero a bordo de la Burhaniyé, barco que hace la ruta del Tigris, Massignon tiene dos experiencias místicas que él denominaría La visita del Extranjero y de las que ha dejado testimonio en el breve escrito que hemos traducido, escrito que publicaría muchos años más tarde (45 para ser exactos) en L’Age nouveau (después en Palabra dada; Massignon siempre fue muy circunspecto a la hora de dar a conocer el contenido y las circunstancias de su experiencia). Previamente Massignon había redactado en 1922 unas Notas sobre mi conversión para uso privado (no se han publicado hasta el 2001), que en realidad es un diario íntimo o un diario de viaje de su expedición a Mesopotamia, y que sirve de base documental para La visita del Extranjero. Como puede comprobarse, los escritos referentes a su experiencia de conversión no trascienden el campo de la literatura privada y todo muestra el carácter personal del acontecimiento². Pero en el relato de los hechos no sólo aparece la experiencia extática, sino también la intervención a modo de intercesión ante las autoridades turcas de la familia bagdadí de los Alusi y de un jeque chií: fue la experiencia massignoniana de la compasión, del derecho de asilo y de la hospitalidad sagrada como virtudes teologales fundamentales. En resumen, este acontecimiento que no dudamos de llamar místico, cambió de forma raigal su existencia personal y su obra: fue el intersigno supremo que marcó decisivamente su curva de vida. Pero conviene reseñar que la experiencia fundamental de Massignon no fue un acontecimiento puramente privado e interno. La visita del Extranjero fue un descubrimiento de Cristo, pero también y al mismo tiempo del lenguaje como epifanía, de la interpretación como compasión del otro, de la intercesión y hospitalidad como virtudes teologales supremas, y todo ello a través de la mediación de la lengua árabe, del Corán y del Islam, que se insertan así de manera orgánica en la economía de la revelación y salvación cristianas. Que sepamos, desde Raimundo Lulio y Nicolás de Cusa no había habido en la cristiandad un pensador que abordara de esta forma favorable la cuestión musulmana.

    No entraremos a analizar la tipología mística de La visita del Extranjero, sobre la que tan parco fue Massignon. Diremos tan sólo que la experiencia, por lo que sabemos de ella, responde a un carácter personal y personalista. No hubo ascética o proceso de iniciación en el que el alma sigue el orden de los conceptos hasta el Principio supremo al modo neoplatónico (el joven Massignon estaba alejado entonces de cualquier preocupación religiosa o metafísica); desde luego, estamos también lejos de una mística de la naturaleza donde el yo se disuelve en una totalidad indiferenciada (según la tipología de Zaehner). Por el contrario la vividura fue una instauración individual que supuso una ruptura en la existencia de Massignon, una solución de continuidad en su transcurrir existencial, un antes y un después. En este sentido la experiencia de Massignon puede parangonarse a las de Pascal, Swedenborg, García Morente, Ionesco o Borges: todas responden a una misma morfología, donde el rasgo biográfico y los detalles personales concretos (lugar, día, hora, circunstancias) desempeñan un papel preponderante (lo que hace que estos acontecimientos sean muy diferentes a las experiencias de Plotino, Eckhart o Sánkara). No hay disolución del sujeto sino afirmación del mismo. «Je suis Louis Massignon», dice él en uno de esos textos íntimos³.

    Pero aunque no entremos en la fenomenología de La visita del Extranjero, su trascendencia fue tal que condiciona todo el desarrollo vital e intelectual de Massignon. Filosofía y teología, Islam y Cristianismo, arqueología, filología y sociología, piedad religiosa y acción política: todo depende de lo instaurado en la experiencia fundamental de La visita del Extranjero. Haremos algunos acercamientos a partir de este punto de referencia.

    El tenor personal de la vivencia mística de Massignon provoca que todas las categorías existenciales massignonianas estén tocadas profundamente por lo personal, en el sentido más individual e intransferible de la palabra. Esto lo comprobamos en la cuestión del lenguaje y su relación con la mística. No estamos aquí ante lo inefable. Por el contrario, según Massignon la mística verdadera produce lenguaje, tal vez sea la más prístina experiencia del lenguaje, es decir, del sentido como determinación esencial, que es tanto como decir determinación personal, pues el lenguaje habla, descubre, comunica y revela. El lenguaje significa de por sí ponerse en el lugar del otro, llevar a cabo una compasión con el otro (y no olvidemos que cuando Massignon habla del lenguaje, entiende fundamentalmente la lengua árabe⁴. El lenguaje es donación.

    Hay un tópico en el tratamiento de la mística según el cual lo místico se refiere a aquello de lo que no se puede hablar. Sin embargo, la idea (y la experiencia) de Massignon al respecto no expresa una actitud de estupefacción, sino más bien todo lo contrario: para él la mística verdadera denota la superabundancia del lenguaje. Lo infinitamente nombrable de lo Divino explica el porqué de la feraz literatura mística. No se trataría, pues, de Presencia inefable, sino de infinita capacidad nombradora. Este es el origen de metáforas estrafalarias para referirse a Dios («pez fosforescente» en Massignon; «dios oblongo» en Ionesco). La mística personalista de la que hablamos produce, pues, lenguaje; no corresponde a una experiencia inexpresable sino a una forma de conocimiento determinada nominalmente. Para Massignon la verdadera mística no sólo no es indecible sino que por el contrario genera palabras y nombres que, repetidos e interiorizados originan nombres, comunicación y tejido social (Hallaj, el místico mártir a cuyo estudio Massignon dedicó toda su vida, es un caso paradigmático). Se podría decir que son los místicos los creadores de lenguaje, en la medida en que son los que descubren y ponen de manifiesto el horizonte de una lengua. Decimos lenguaje en sentido esencial y no estilización literaria, algo que Masignon repudiaba como un añadido espurio que obstruye la comprensión de la mística

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