El eco de las sombras
Por Moris Polanco y Jorge Llanos
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La historia sigue a Adrián Soto, un hombre atrapado en la vida de un sicario bajo el mando de un jefe criminal implacable. Cada capítulo desentraña las profundidades de la desesperación de Adrián y su lucha por mantener su humanidad intacta mientras ejecuta las órdenes cada vez más peligrosas y morales del Jefe. Desde su infancia pobre que lo predispuso hacia un camino oscuro, hasta las noches solitarias enfrentando las consecuencias de sus acciones, Adrián se encuentra atrapado entre un pasado lleno de sueños no cumplidos y un presente plagado de violencia y traición.
La aparición de Lucía, una luz de esperanza en su mundo sombrío, ofrece un toque de amor y posibilidad de redención. Los encuentros con ella son un respiro emocional en la oscuridad de su oficio. Sin embargo, la presencia de Rodrigo, el sicario veterano y mentor de Adrián, le recuerda constantemente las duras realidades de su vida y las reglas no escritas que gobiernan su mundo brutal: lealtad absoluta, no dejar testigos y el silencio sobre sus actividades.
A medida que se suceden los trabajos y Adrián se ve obligado a confrontar sus propios límites y la posibilidad de una nueva vida, el conflicto interno se intensifica. En una noche crucial, Adrián toma una decisión que lo enfrentará a las consecuencias de sus actos, marcando el principio de su verdadera lucha por la libertad y la redención.
La historia es un viaje a través de la psique de un hombre que carga el peso de las pistolas y las sombras mientras busca la luz en un camino que parece no tener retorno. Con cada disparo, con cada decepción y cada pequeño acto de desafío, Adrián batalla por una oportunidad de cambiar su historia, incluso cuando el eco de las sombras lo sigue a cada paso.
Moris Polanco
Moris Polanco (Guatemala, 1962) es doctor en filosofía por la Universidad de Navarra. Ha sido profesor en diversas universidades de Guatemala y Colombia y es autor de más de 20 libros. Es miembro de número de la Academia Guatemalteca de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española.
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El eco de las sombras - Moris Polanco
Capítulo 1: El primer disparo
La noche se había tragado la ciudad con su manto oscuro y solo las farolas ofrecían puntos de luz, como estrellas caídas sobre el asfalto. Me encontraba en la parte trasera de un coche en marcha, con la ventana entreabierta, dejando que el aire frío me golpeara la cara, intentando despejar la mente.
—Tienes que estar tranquilo, Adrián —dijo Rodrigo desde el asiento del conductor, su voz grave y calmada contrastaba con el tamborileo de mis dedos sobre la culata de la pistola—. Es solo un trabajo más.
Le dediqué una mirada vacía, sin poder articular palabra. Mi mente estaba en cualquier parte menos allí. Rodrigo captó mi desasosiego.
—Escúchame, chico —continuó, posando una mano sobre mi hombro—. Respira hondo y recuerda: apuntas y disparas. No hay nada más simple que eso.
Asentí, aunque en mi interior sabía que no había nada simple en quitar una vida. Sentía el peso de la pistola como si fuera el de mi propia alma, cada vez más pesada, más difícil de cargar.
—Ya estamos cerca —anunció, mirando a través del espejo retrovisor.
El coche se detuvo en una calle desolada. El silencio era tan denso que el simple sonar de mis pasos en la acera parecía un estruendo.
Rodrigo me siguió, manteniendo una distancia prudente mientras yo me acercaba al objetivo. Una figura solitaria esperaba en la esquina, iluminada por la luz mortecina de un poste. Me palpé la pistola en el bolsillo para asegurarme de su presencia.
—¿Eres tú el que busca a Joaquín? —preguntó la figura con una voz que delataba nerviosismo.
—Sí —respondí, mi voz más firme de lo que esperaba.
—Tengo el dinero. Dime dónde está la mercancía.
La pregunta fue la señal. No era ningún comprador. Era el hombre que el Jefe quería fuera del juego. Saqué la pistola y apunté. El miedo bailaba en sus ojos, un espejo del mío propio.
—Lo siento —susurré, aunque no sabía si por él o por mí.
El disparo rompió la quietud de la noche, un eco que se extendería por cada rincón de mi existencia. El hombre cayó al suelo sin vida, y una parte de mí cayó con él.
Rodrigo apareció a mi lado, su expresión era la de un hombre que había visto demasiadas noches como esa.
—Vamos, tenemos que movernos antes de que alguien oiga eso —dijo en un tono apremiante.
Caminamos de vuelta al coche, yo con la mirada perdida y el alma aún temblando por el eco de las sombras que acababa de crear.
—Bien hecho, chico —murmuró Rodrigo mientras arrancaba el coche—. Ha sido limpio.
Pero nada en lo que acababa de hacer me parecía limpio. Había cruzado una línea de la que sabía que no había retorno. Y mientras nos alejábamos, el rostro del hombre se quedaba grabado en mi mente, una sombra más que me seguiría en los muchos disparos que todavía estaban por venir.
Capítulo 2: Sombras de infancia
—¡A drián, ven aquí! —la voz de mi madre se filtraba entre las paredes de cartón y metal de nuestra casa precaria.
Corrí a sus brazos como siempre lo hacía después de la escuela, buscando en su abrazo un refugio contra la realidad de nuestra existencia. A mis ocho años, aún no comprendía del todo la gravedad de nuestra pobreza, pero podía sentir sus efectos en cada plato de comida que se encogía y en cada nueva arruga que marcaba el rostro de mi madre.
—¿Cómo te fue en la escuela, hijo? —preguntó, mirándome con sus ojos cansados pero llenos de amor.
—Bien, mamá. Aprendimos sobre los planetas. ¿Sabías que hay uno que está todo lleno de anillos? —respondí con el entusiasmo de los que todavía se maravillan con el universo.
—Sí, mi vida, es Saturno. Algún día podrías ser astronauta y verlos de cerca —dijo ella, acariciando mi cabello.
Pero ambos sabíamos que era un sueño imposible. Las estaciones espaciales estaban tan lejos de nuestro barrio como la esperanza de un futuro distinto.
—Anda a hacer la tarea, y después ayúdame a preparar la cena —instruyó, mientras yo asentía obediente.
Las horas se desvanecían entre libros de texto desgastados y el sonido de la televisión que un vecino tenía siempre a todo volumen. Mientras sumaba y restaba, soñaba con ser el héroe de alguna historia, no el villano