Adán
Por Ivan Méndez y Jorge Méndez
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Una novela de vampiros que busca lo escandaloso, ahondando en temas tabú en muchas partes del planeta, el misterio, el suspense y muchas dosis de acción y oscuridad.
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Adán - Ivan Méndez
Capítulo 1
Relajado, con la misma calma que una estrella espera su fin en el Universo, así se encontraba Leandro justo en ese momento. Acompañado por la oscuridad de la noche, caminaba tan despacio y con movimientos sigilosos y elegantes, observando, creando y recreando escenarios. A pesar de su 1.75 de estatura, su cuerpo estaba claramente en forma, por lo que era difícil que alguien quisiera meterse con él. El resultado sería nefasto para la pobre alma que así lo intentara, tanto, que lo último que vería, serían los negros ojos que le arrebatarían la vida. Vestía uno de los muchos trajes negros que tenía; solía usarlos sin saco y solo cambiando los colores de su camisa, siempre eran tonos fuertes y con carácter y esa noche no era la excepción, pues su camisa era de un tono vino muy oscuro, el cual ayudaba a resaltar bastante su tez morena. Durante los últimos años, sentía su existencia un tanto aburrida, no es que tuviera la necesidad de cosas nuevas, no, y tampoco era que siguiera una rutina, la verdad es que él no tenía idea del porqué de su sentir y dicho sea de paso, tampoco buscaba un cambio, parecía que en tantos años de su existencia, había encontrado un tramo de extraña calma.
La noche transcurría serena, mientras su mirada estaba fija en toda la gente, buscando algún pequeño bocadillo. Era verano del 2011 y toda la humanidad se encontraba obsesionada con el fin del mundo, cosa que a Leandro le parecía por demás graciosa, pensaba en la ingenuidad humana y en como siempre había sido así, y eso le placía.
—En fin, un año más, lejos de donde todo inicio —pensó—, y aunque ya he recorrido el mundo entero, no me importa ningún sitio en particular.
Tan pronto lo vio, se decidió y comenzó la cacería. Se trataba de un joven alto y corpulento, de unos veintidós años; una criatura diminuta para él. Lo observó y le pareció el indicado. Se estaba acostumbrando a alimentarse más de hombres que de mujeres; por alguna razón le incomodaba matar mujeres, aunque esa fuera su fascinación años atrás. Lo siguió un par de calles, escondido entre las sombras, casi le daba alcance cuando de pronto percibió, proveniente desde el sur, un viento helado acompañado de susurros. Voces escalofriantes le llamaban. Sentía como la noche se hacía cada vez más fría y gracias a su experiencia, estuvo seguro a que se debía el cambio tan repentino en la temperatura, sus sentidos se agudizaron de inmediato, sus oídos alcanzaban a percibir el más mínimo movimiento de cualquier cosa que estuviera a menos de 200 metros de él.
Redujo la velocidad de su andar, pero sin que fuera notorio, continuando así por varias cuadras. Un olor que reconoció al instante, lo atrajo a unos dos kilómetros, hasta al centro de la ciudad, sabía que algo y alguien lo esperaban allí. Aquellas voces que viajaban en el viento, le guiaron hasta un edificio abandonado. Era un viejo inmueble de cinco pisos, que alguna vez rebozaron de vida y que hoy, a duras penas, permanecían íntegras unas pocas ventanas. Ahora comúnmente su interior era usado por vagabundos y drogadictos. Llegó a la puerta principal y el susurro se hizo más fuerte, el olor ya era brutalmente intenso. La oscuridad, que crecía a gran velocidad dentro, no era problema para su agudo espectro de visión. Estaba preparado para cualquier eventualidad. El primer piso se encontraba vacío, parecía que habían sido oficinas algún día lejano; aunque oscuro como cielo nocturno no era ningún reto para él, encontró las escaleras y comenzó a subir. El segundo piso estaba aún más oscuro, pero junto a la escalera para subir al tercer piso, notó brillantes marcas de sangre, el olor le pareció exquisito. Llegando al tercer piso, la oscuridad lo recibió con la escena de un grotesco crimen. Sus agudos ojos alcanzaron a observar, justo en medio del amplio salón, lo que parecían tres cuerpos pequeños colgados boca abajo, el olor era embriagador y maravillado, se acercó.
Dos hermosos niños de entre siete y ocho años, y una bella nena de unos cuatro; castaños y de piel blanca, los tres finamente desmembrados. Los dos pequeños ya desangrados y llenos de oscuridad, la nena aún en agonía, notándose que acababa de pasar por un enorme y cruel sufrimiento. Una ofrenda para él, sin duda.
—Qué delicia —pensó de inmediato, mientras su lengua mojaba sus gruesos labios.
Con lo que parecía un terror indescriptible y una terrible tristeza en la mirada llena de lágrimas, y sin poder emitir algún sonido, aquella bella criaturita lo observaba saboreando poco a poco lo que quedaba de ella. Leandro tenía una fascinación por los seres agonizantes, disfrutaba cada eterno último segundo de su existencia. Terminó, pues con la vida, sueños, futuro y alma de la hermosa pequeña, sabiendo que alguien lo esperaba un piso más arriba. Cambió su curiosidad por las más enormes ganas y subió al cuarto piso. Al llegar, otro olor golpeó su nariz y supo de quién se trataba, pero reaccionó demasiado tarde. Como una fiera leona acechando a su presa, un cuerpo saltó sobre el de Leandro, con tanta rapidez y fuerza, que él no pudo hacer nada.
—¿Te estás volviendo lento? —preguntó la dueña de aquel esbelto, veloz y hermoso cuerpo.
—¡Lucy! —exclamó Leandro, levantándose con agilidad.
Lucy se lanzó hacia él, sosteniéndose en un abrazo firme y cálido, lleno de sueños y pesadillas atrapados en el tiempo. Sus pechos se sentían jóvenes aún, mientras ella le obsequió un beso delicioso.
—¡Leandro! —exclamó—, eres más hermoso que hace cien años —le dijo, con su voz suave.
—La sangre de este lugar te rejuveneció —dijo otra voz de alguien que permanecía aún en las sombras, pero que Leandro reconoció al instante.
Víctor salió de la oscuridad y se les unió al abrazo.
—Debe ser por la vida más sedentaria que llevo aquí —respondió Leandro, después de una sonora carcajada.
—Te trajimos un obsequio Leandro —dijo Víctor, con una sonrisa diabólica en su rostro.
—No se hubieran molestado —le respondió, sin apartar la vista de los padres de aquellos tres angelitos destrozados un piso más abajo y de los que estaba seguro, fueron obligados a ver la muerte de sus hijitos.
—La sangre llena de odio, tristeza y desesperación es riquísima y muy fácil de conseguir, ¿me acompañan? —les preguntó.
—Por supuesto —dijo Lucy, lamiéndose los labios.
Entre los tres devoraron a los padres y a Leandro le encantó poder escuchar aún unos pocos gritos de dolor. Al terminar, Víctor y Leandro se sonrieron como viejos pecadores y se fundieron en un candente beso, le encantaba sentir en su lengua, el roce de los colmillos de Víctor. Lucy se les unió y le mordió el brazo derecho, succionando un poco de su sangre. Víctor se pasó detrás de Leandro sosteniéndole con su enorme fuerza los brazos, él podía sentir su virilidad, mientras Lucy comenzaba a besarlo. Entre Leandro y Lucy siempre existió un enardecido amor, un poco como el que había entre Víctor y ella, pero también otro tanto, como el de padre e hija. Leandro estaba extasiado, por la manera en la que Lucy, deliciosa y descontroladamente, lo besaba, tal y como lo había hecho hacía ya más de cien años. Ambos desnudaron con paciencia a Leandro, besándolo en cada rincón de su cuerpo, hasta que la dulce Lucy le hacía sexo oral, al tiempo que Víctor se encargaba de desnudarla y mientras ella seguía en lo suyo, él la penetraba salvajemente.
—Los colmillos de Lucy se sienten riquísimos
—pensó Leandro.
Con un movimiento brusco, Leandro hizo que cambiaran de rol; ahora él la penetraba. Después de un rato, Leandro los lanzó al suelo y dio unos pasos atrás, solo para contemplar aquel erótico baile entre ellos. Mientras fornicaban, contemplaba el bello cuerpo de Lucy y recordaba la noche en que la creó, lo que lo hizo sentirse el ser más orgulloso en ese momento, al ver la despampanante y hermosa criatura que hacía ya más de doscientos años, había engendrado. Fue en el año 1750 en la capital de Brasil, su existencia era más alocada en esos tiempos, cazaba casi cada hora, buscaba orgías, las cuales casi siempre acababan en matanza. Para él, fue una época sangrienta, sin duda. En aquel entonces, las poblaciones cercanas estaban extasiadas con los nuevos descubrimientos de minas de oro, la economía crecía de manera moderada pero constante, y Leandro siendo dueño de algunas minas, tenía una fuerte cantidad de esclavos y trabajadores. Le fascinaba abusar de ellos en largas jornadas de trabajo y verlos casi muertos de hambre y de calor, sin duda era un deleite para él. El tronido de los látigos en sus espaldas le parecía sublime, la sangre que caía al suelo le abría el apetito de manera incontrolada, para él era extasiante cazarlos de noche y asustarlos, incluso dentro de las minas. Acostumbraba observar sus festejos y rituales secretos, oculto en las sombras de la selva. Le parecía muy gracioso oírlos hablar de la sombra que los perturbaba, Demônio
Dentes afiados
decían y murmuraban. Eran muy religiosos y bastante supersticiosos.
Cuando Leandro adquirió un lote grande de esclavos de la zona costera, dentro de una de esas sesiones fue cuando la vio; mulata divina de unos diecinueve años, su cabello rizado color castaño formaba sombras, las cuales parecían tener vida propia ante las llamas, bailaba con el fuego de la hoguera hipnotizando a todos, incluso a él, al punto que casi perdía la cabeza para devorarla frente a todos. La música de tambores le invitaban a ir tras ella, pero se contuvo y fue paciente. Una vez que ella terminó el ritual, se retiró sin compañía y allí fue que comenzó la cacería. La siguió entre la selva y la oscura noche fue su cómplice y única testigo. Ella caminaba larga cuál gacela y él la acechaba sigiloso cuál felino. Leandro podía escuchar el bombear de su corazón y sus pasos entraban como una droga en su cerebro, sentía la sangre correr en sus venas. A propósito, dejó que ella lo escuchara, lo cual hizo que ello volteara buscándolo entre la maleza. El olor de su miedo apareció de inmediato. La joven Lucy inició su marcha de nueva cuenta, esta vez casi corriendo y justo antes de que pudiese llegar a su destino, Leandro saltó sobre ella. Sintió su miedo, lo vio en sus ojos, lo olió y le encantó. Lo miraba, pero no gritaba, se notaba que ella sabía lo que seguía. Salvajemente, Leandro se fue sobre su cuello, succionaba tanto y tan rápido que un frenesí le recorría el cuerpo, nunca había probado néctar tan suculento (o tal vez solo en una ocasión).
—Será mi esclava personal y me alimentaré con ella con frecuencia —pensó, mientras aquel delicado cuerpo perdía sus fuerzas—, la dejaré seca en este mismo momento y devoraré hasta su carne y huesos —continuó, pero al final, cerca de su muerte, Leandro concibió la idea de arrancarle el alma y hacerla eterna como él.
Con su uña cortó la piel y carne de uno de sus brazos, dándole de beber su sangre que brotaba. Al principio, la sangre caía y fluía en su boca y su garganta, sin que ella hiciera nada, pero pocos segundos después la bebía a chorros sujetándolo con fuerza por la cintura, hasta que de pronto, cayó a sus pies. Al pasar de un par de horas, ella comenzó a convulsionar, para después despertar siendo su Lucy, dejando atrás su nombre y vida anterior. Cómo en todos los casos, su nombre lo escogió ella misma, pero nunca explicó el porqué. Hambrienta y hermosa como Diosa despertó e hicieron suyo el mundo un buen rato.
Así la recordaba Leandro, así la visualizó y así la veía ahora, feliz con su pareja eterna, Víctor. Cuando se vestían, Leandro descubrió la pequeña cruz que llevaba Lucy en su cuello, aquella que él mismo le había regalado; cuando lo hizo, fue como una burla hacías sus creencias que por extraño que pareciera, ella insistía en mantener e incluso le comentó en algunas ocasiones, que estaba segura de que había algún plan para ella y al ver aquella cruz nuevamente, le provocó una sonrisa.
—Aún soy sierva del Señor —dijo Lucy, respondiendo también con una sonrisa.
—Lo sé, la locura te sienta bien —le respondió, entre sonoras carcajadas.
—¡Alto, alto, alto! No entremos en discusiones teológicas —interrumpió Víctor, también riendo—, de hecho, estamos aquí para discutir contigo sobre los cambios que se avecinan —continúo sonriente, pero ahora con mirada dura.
Leandro notó la seriedad en su rostro y entendió la idea que tenía en mente, miró fijamente a la pareja y los invitó a continuar la charla en su departamento. Así pues, ocultos entre las sombras, se movían con velocidad saltando de edificio en edificio, de casa en casa, hasta llegar a su hogar. Su residencia se encontraba sobre la avenida principal por cuestiones de logística. Bajaron de lo alto de los edificios y de un salto ingresaron justo por la entrada de un lujoso hotel. Él siempre lo hacía de esa manera para no levantar sospechas, aunque sabía que no funcionaba del todo. Llegando a la recepción, se encontraba la chica del turno nocturno. Isabel era una chica hermosa de unos veintitrés años, cabello rosado y rizado, piel blanca como la leche, sus ojos cafés muy penetrantes y unas pecas en cada mejilla y sobre la nariz que le daban un aire de inocencia perpetua. Leandro sabía el deseo que ella sentía por él y que incluso, tenía sospechas acerca de su naturaleza, en algunas ocasiones durante las breves pláticas forzadas, ella insinuaba sus ganas de estar con él o de que la hiciera como él. Leandro ya no acostumbraba crear monstruos y mucho menos pensaba hacérselo a ella, debido en gran parte a la persona a quien le recordaba, así que para él las esperanzas que ella tenía eran vacías. Isabel los observó con insistencia al ingresar al elevador, mientras Leandro se despidió de ella con una sonrisa casi forzada.
—Podría ser tu próxima compañera —le dijo Víctor, con evidente sarcasmo.
—Lo estoy pensando —respondió, mirando de reojo a Lucy.
—Sin duda es hermosa —recalcó Víctor.
—Lo es —afirmó Leandro, con tono de voz cortante—, pero seguramente solo será una diversión de corto tiempo, he pensado torturarla largas noches, pero no he decidido el momento.
—Tú y tus estúpidos juguetes —intervino Lucy, con voz fuerte y sin invitación para una réplica.
—Estuvimos un largo rato en Ámsterdam, amigo —soltó de pronto Víctor, como si supiese que Leandro quería dejar aquel tema por la paz.
Llegaron hasta el último piso, era el departamento más lujoso. Se trataba de una habitación muy amplia, con una enorme cama en el centro y un enorme balcón justo enfrente de ella. En uno de los lados de la cama, un poco retirado, se encontraba una sala muy lujosa que parecía sumamente cómoda. Leandro los invitó a sentarse, destapó su mejor botella de vino Bolgheri-Sassicaia Sassicaia, les sirvió en copas oscuras de cristal finamente cortado, con pequeñas figuras que simulaban océanos negros y bebieron los tres al mismo tiempo, se miraron unos minutos permaneciendo en silencio hasta que Víctor rompió el hielo.
—¿Sabes el gusto que nos da verte y constatar lo fuerte que aún sigues? —preguntó, con una sonrisa afable en el rostro—, te extrañábamos y decidimos hacerte compañía un rato, a pesar de que Lucy no está totalmente de acuerdo conmigo…
—Eso es cierto —murmuró Lucy, interrumpiendo a Víctor, aunque sin dirigir su vista hacia Leandro.
—Aun así —continuó Víctor— es necesario que retomemos el proyecto, ¿no te parece? —le preguntó.
—No existe ningún proyecto del que yo quiera formar parte —le respondió con tranquilidad, pero también con firmeza—, no sé de qué hablas.
—Por supuesto que lo sabes —dijo Víctor, con tono fuerte y un tanto amenazador—, y lo haremos incluso