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Cuenca de Leyenda
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Libro electrónico299 páginas3 horas

Cuenca de Leyenda

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Información de este libro electrónico

¿Sabía que el crimen de Cuenca no fue uno sino dos, y se perpetraron con 13 años de diferencia? ¿Conoce los prodigios que han tenido lugar durante siglos en la laguna de Uña y que han aterrorizado al pueblo durante mucho tiempo? ¿Estaba al tanto de que la Monja de las Llagas era de la localidad de San Clemente, que tuvo todo tipo de episodios místicos, y que fue íntima amiga de Isabel II? ¿Ha visitado, alguna vez, la Cruz de los Descalzos de la capital conquense, fuente de historias terroríficas?

Todas estas cosas y muchas más las podrá encontrar en este libro, en el que se hace un recorrido por las leyendas y misterios más interesantes e impactantes de la provincia de Cuenca, desde reyes míticos sumergidos en la Reconquista hasta nigromantes que volaban a Roma con la sola ayuda de un ángel protector, sin olvidar los muchos misterios que se pueden descubrir, o no, en el interior de la catedral capitalina.
Una gran representación de estas historias se encuentran en estas páginas, adaptadas al lector actual y renovadas para que, cuando se visite de nuevo los pueblos de esta mágica provincia, se puedan ver con otros ojos o investigar los distintos parajes donde se desarrolla cada una de ellas.
IdiomaEspañol
EditorialLid Editorial
Fecha de lanzamiento21 mar 2019
ISBN9788418089251
Cuenca de Leyenda

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    Cuenca de Leyenda - José Talavera

    Prólogo

    Abordar un libro sobre leyendas de Cuenca es sumamente complejo. Solo hay que echar un vistazo a su historia para suponer que la dificultad viene de la gran riqueza material e inmaterial que atesora. Donde hay grandes hitos hay grandes misterios y se guardan en el tiempo para disfrute de las generaciones venideras.

    En nuestra época es difícil imaginar todos los hechos importantes que han sucedido en la provincia de las Casas Colgadas, de la Ciudad Encantada, del monasterio de Uclés, del nacimiento del río Cuervo, de la Semana Santa de interés turístico internacional o del resolí, rico donde los haya, pero de consumo moderado por lo que pueda pasar.

    Desde el año 2012, comencé a realizar una sección de historia y leyendas en Radio Castilla-La Mancha y, después, en la cadena Cope, y así he conseguido acceder a cientos y cientos de estas, que he estudiado profusamente, investigado en la medida de lo que he podido y mimado lo máximo posible, como se merecen. De ahí surge una colección de quinientos relatos castellano-manchegos y más de doscientos nacionales hasta el momento de escribir este libro.

    Este conjunto de leyendas que he rescatado de entre tantas lo he querido actualizar a los tiempos que corren y darles un nuevo concepto a algunas, ordenar de una manera más o menos acertada otras y dialogar bastantes, para que podamos imaginarnos todos cómo sería la vida en esta provincia a lo largo de su historia, desde su etapa andalusí, pasando por la reconquista del gran Alfonso VIII de Castilla, recordando los muchos milagros sucedidos en sus pueblos y ciudades y sacando a la palestra a sus personajes más ilustres y controvertidos, que es lo que suele dar vida a una libro de estas características.

    Por eso, te ruego, amigo lector, que intentes disfrutar de este ramillete de historias con el único hilo conductor de la grandeza de una provincia que ha sido y será un referente en el desarrollo de nuestro país y que siempre tendrá un hueco en nuestros corazones, por la bondad de sus gentes y la belleza de sus parajes.

    Y te animo a que una vez leído, o con el libro entre las manos, aproveches para recorrer los lugares donde todo se desarrolla, para comprobar in situ la grandeza de su pasado y la buena proyección de su futuro.

    José Talavera

    Don Bueso y el pozo Airón

    La Almarcha, Mancha Alta, Al Ándalus

    —Baila para mí —ordenó inquisitorialmente don Bueso a una de las más bellas doncellas de su harén.

    La joven, de no más de 17 años, comenzó a contonearse de manera primero sensual y luego casi hipnótica. El pañuelo que llevaba anudado a la cadera era de seda y tenía algunos elementos metálicos que le colgaban y tintineaban al son de la danza. El hombre entró entonces en la misma etapa de sueño de siempre que terminaba la comida de la tarde, la más potente de la jornada.

    Mientras él cambiaba de mundo, los quehaceres de las veinticuatro mujeres de su harén parecían no tener fin. Unas recogían el resto de la comida que había sobrado, otras limpiaban la casa, otras permanecían en la cocina arreglando este o aquel alimento y otras tareas habituales, o también algunas se dedicaban a canturrear cansinamente en la estancia del señor, lo que le hacía el sueño más placentero y profundo.

    En general, una armonía casi absoluta la que se desarrollaba, sorprendentemente, en un hogar en el que había tantos miembros. Pero la paz era casi absoluta, salvo alguna pelea que no llevaba a ningún sitio y de la que a duras penas se enteraba don Bueso.

    Como dueño del castillo de Garcimuñoz, el hombre podía disponer de cuantas mujeres quisiera, como era costumbre en la España andalusí porque, aunque el islam marcara que el número fuera cuatro, todo lo disponía la fortuna y el estatus del varón en cuestión. Y claro, don Bueso era un cabecilla musulmán local y tenía gran poder en la zona. Por eso, todo se le hacía poco y en las cuestiones femeninas era muy avaro, tal vez demasiado, y más aun mezquino, porque si quería disponer de una mujer no había quien se le pudiera interponer. Así que era tildado en la zona de opresor y dictatorial, parece que con gran razón.

    Bailarina árabe.

    Por otra parte, las veinticuatro doncellas habían conseguido alcanzar la armonía antes descrita de manera casi milagrosa porque, aunque la fortaleza era grande, casi todas desarrollaban su labor en las mismas estancias. Así que las fricciones podían ser de diversa índole. Pero nada más lejano a eso, por lo que ellas habían formado una piña y eso era de agradecer. Don Bueso no estaba mucho en esas interioridades, pero sí veía que todo estaba bien y parecía conformarse con eso.

    De entre todas ellas destacaba una, la joven Aliima, cuyo nombre significa es «bien informada», una joven que había conocido al señor en una aldea cercana al castillo y de la que inmediatamente se había encaprichado. En principio, ella opuso resistencia porque estaba enamorada de un joven vecino, pero sus padres le aconsejaron que era mejor que aceptara las órdenes de don Bueso porque lo contrario podía suponer el destierro de toda la familia o, aun peor, la muerte. Nadie podía hacer nada contra el señor y todos eran conscientes de ello.

    De hecho, contaban las malas lenguas que había deshecho más de una pareja o un posible matrimonio cercano debido a que se había enamorado perdidamente, o simplemente la deseaba, de alguna joven doncella.

    Una de las historias que se narraban en la zona era la de un campesino que estaba a punto de unirse a una mujer muy bella y bastantes años menor que él. Unos días antes de que se celebrara la ceremonia apareció don Bueso en su casa, a horas poco apropiadas para las costumbres de entonces.

    —Esa mujer tuya será para mí —le espetó el tirano sin que el otro supiera qué decir.

    El hombre le miró triste e iba creciendo en su interior un odio que prometía privarle del sentido. Cuando don Bueso se dio la vuelta para salir de la casa el otro se le tiró encima y le apretó las manos contra el cuello y casi lo asfixia si no fuera porque los sirvientes lo cogieron y consiguieron separarle, pero hicieron falta tres porque no había manera.

    Del campesino nunca más se supo, pero todos dieron por sentado que las huestes buesiles habían dado buena cuenta de él, o como alimento de los perros o como abono para las plantas en algún campo cercano.

    Y la mujer parece que era una de las veinticuatro que ahora formaban su harén y vivían en el castillo.

    Pero todo eran especulaciones, porque si alguna vez hubo una desaparición nunca se encontraron restos de la persona en cuestión por ningún sitio, por lo que la otra opción era que se hubiera marchado buscando fortuna a mejores tierras. Y esa era la que preferían creer las gentes del lugar para ser un poco más felices.

    Nadie sabía de dónde había salido la bella Aliima, pero enseguida comenzó a ejercer de lideresa en el harén a pesar de ser de las más jóvenes del grupo. Y es que su perspicacia e ingenio, su capacidad para realizar cualquier tarea casi a la perfección y sus grandes dotes para la danza y otras artes la habían convertido en el espejo en el que todas querían mirarse y a la que imitaban sin ruborizarse. Además, la acompañaba una gran belleza y una esbeltez corporal inusual en la comarca, por lo que si no era perfecta, sí lo más cercano a la perfección que podían haber conocido los habitantes del castillo.

    Por eso, don Bueso estaba enamorado de ella y, aunque también tenía ojos para las demás, su preferida era Aliima y no lo ocultaba, porque era el que mandaba y podía hacer lo que quisiera.

    Y ella no se quedaba atrás a la hora de disponer a su antojo, gracias a la anuencia del señor y de la dejación de sus compañeras. Por eso bailaba, cantaba y dedicaba gran parte del tiempo a las bellas artes, aunque también guisaba y limpiaba como la primera. Por eso siempre fue querida y nunca aborrecida por ninguna.

    Y así es cómo había llegado hasta ese momento, bailando para su señor en una danza sin fin mientras él dormitaba algunas veces y las más dormía profundamente.

    En una de esas se encontraba cuando, de repente, despertó. Estaba todo oscuro, las mujeres habían desaparecido como por ensalmo, parecían haber pasado dos años y eso, para un hombre acostumbrado a controlarlo todo, fue inquietante. Se restregó los ojos varias veces, pensando que estaba soñando, pero no lograba cambiar la situación en que se encontraba y tanto le incomodaba.

    De pronto, una luz potente apareció de la nada ante él y bajo la luz vio un gran pozo que no parecía reconocer. Sentía miedo pero algo le empujó a acercarse hasta allí para contemplarlo bien. El pozo era profundo e insondable, parecía no tener fin, y enseguida reconoció esa laguna circular que había muy cerca del castillo, ya en términos de La Almarcha, donde siempre se había hablado de que existían todo tipo de monstruos, reptiles de otros tiempos y fenómenos naturales varios que producían pavor a la población de la zona. Él había escuchado de oídas todo esto pero, como no era dado a especulaciones y leyendas de poca monta, hacía oídos sordos a tales habladurías y siempre se reía de la gente que se creía esas historias a pies juntillas.

    Pero, claro, ante esa visión no pudo sino quebrarse su raciocinio. Y más aun cuando, absorto como estaba contemplando su reflejo en el agua, escuchó una voz profunda que le hablaba y parecía salir de lo más profundo.

    —¡Bueso! —le llamó.

    El hombre ahí sí que se quedó tan epatado que pareció entrar en éxtasis por un momento. Miró hacia atrás, donde la habitación seguía oscura, pensando que tal vez le estaban gastando una broma pesada, incluso que eso podía ser motivo de empalamiento o despeñamiento, pero no había nadie ni nada parecía esconderse por alguno de los recovecos de la estancia.

    —¡Bueso! —volvió a llamar la voz sin dueño.

    Y este miró de nuevo hacia el pozo, porque era de dónde venía, aunque no quisiera creérselo.

    La voz siguió hablando, ya que el hombre no tenía la capacidad de responder encontrándose en tal estado de pavor.

    —Bueso, no me ves, pero soy yo.

    La pregunta era obligada y por fin atinó a balbucear algo más o menos inteligible.

    —¿Quién eres? —preguntó, intentando mirar hacia dónde se podía situar el propietario de esa voz, si es que tenía.

    —Soy Airón, el dios de la vida y de la muerte, el que trae y el que lleva, el que está en un principio y el que lleva a su fin.

    Don Bueso no entendía nada, pero, ya familiarizado con el fenómeno que le había tocado padecer, decidió lanzarse a dialogar con él como si de un humano se tratara.

    —¿Y qué quieres?

    —Bueso —continuó el que decía llamarse Airón— en breve vendrás a este pozo y me harás una ofrenda.

    —¿Una ofrenda? —preguntó sorprendido sin saber a qué se refería.

    —Sí, una ofrenda que te dará incluso más poder del que tienes.

    El hombre no sabía a qué se refería, así que decidió inquirir de nuevo, a ver si le sacaba algo más a ese que se llamaba dios a sí mismo.

    —¿Y de qué ofrenda se trata?

    Entonces el pozo desapareció de golpe, desapareció la luz y al cerrar los ojos y abrirlos de nuevo comprobó que todo estaba normal, Aliima bailaba sensual junto a él, las mujeres seguían su tarea diaria y el calor de la estancia le hizo recobrar el sentido de la realidad.

    —¿Dónde estabais? —preguntó sin saber muy bien si esa era la cuestión correcta que tenía que hacer.

    —¿Dónde estábamos cuándo, mi señor? —respondió Aliima sin dejar de mover las caderas al son de la tamborina.

    Se dio cuenta de que el planteamiento era erróneo, porque enseguida consideró que todo había sido un sueño, muy real, pero un sueño al fin y al cabo.

    —¿Cuánto tiempo he estado dormido?

    —Muy poco, no he acabado ni de bailar esta danza —aseguró Aliima.

    Y como no tenía por qué no creerla, porque era su preferida y confiaba en ella, se quedó más tranquilo y no volvió a pensar en el tema.

    Pero sí se acercó unos días después al pozo que había en La Almarcha para comprobar in situ que todo estaba bien. Efectivamente, parecía muy profundo pero no creía que, como se pensaba, no tuviera fin. Tampoco se veían extrañas criaturas sino hierbajos en las orillas y, aunque se quedó en silencio durante un momento, no escuchó ninguna voz que proviniera del interior.

    —¡Patochadas! —se dijo para sí mismo.

    Y se marchó por donde había venido, pensando que una persona tan importante como él no podía darle veracidad a sueños para supersticiosos como ese.

    Pasaron los días, las semanas y los meses y todo había vuelto completamente a la normalidad. Don Bueso regresó a su vida hedonista al lado de sus veinticuatro mujeres, con su favorita Aliima afianzándose en su puesto de gobernadora informal de la casa, y a lo que más le gustaba: comer, beber y disfrutar de la vida lo máximo posible.

    Sí es verdad que en alguna ocasión había deseado volver hasta el pozo de La Almarcha para mirar hacia sus profundidades, pero nunca fue el deseo tan grande como para que le empujara a agarrar un caballo y galopar hasta el lugar.

    Pero tras la tempestad llega la calma y viceversa, porque la vida son ciclos y eso es imposible de parar por muchas riquezas que se posean.

    Todo empezó de la manera más inocente posible, como muchas veces había pasado. Llegó al pueblo una familia desde Granada, de clase baja, sencillos, pero que pensaban que su vida podría mejorar en un lugar como ese. Se componía de padre, madre, un hijo y una hija bella, con los ojos color negro azabache, a juego con su larga melena, y una sonrisa que desmontaba al más pintado. Un día que don Bueso salió a pasear por sus dominios se encontró a la joven por la calle, que parecía venir del mercado. Enseguida el hombre se quedó anonadado ante sus ojos brillantes y se acercó presto a conocerla.

    —¿Quién eres, bella joven? ¿De dónde ha salido tal hermosura sin par? —le piropeó indisimuladamente don Bueso, sabedor de que nadie le iba a importunar por ello.

    Ella primero bajó la mirada pero volvió a subirla clavando sus ojos en los del hombre, en un gesto que mezclaba la inocencia con el coqueteo más descarado, pero conservando un sorprendente equilibrio, como si hubiera sido una estrategia calculada anteriormente durante mucho tiempo.

    —Una forastera recién llegada, señor —respondió con una voz tan suave que parecía formada con terciopelo.

    Si a primera vista ya le gustaba la mujer una vez que pronunció palabra se quedó absolutamente obnubilado.

    —¿Sabes quién soy? —acertó a pronunciar, casi balbuceante.

    —Sí, señor, el amo de estas tierras y del castillo —contestó tan segura de sí misma que parecía llevar viviendo allí toda su vida.

    Don Bueso se sintió orgulloso de que una recién llegada supiera inmediatamente de su existencia y eso le emocionó más aun, si cabía.

    —¿Y cómo te llamas? ¿De dónde vienes? —inquirió el hombre, casi nervioso por saber ya todas las respuestas.

    —Me llamo Nuhaa. He venido con mis padres y mi hermano de Granada, porque nos dijeron que había trabajo en estas tierras y queríamos tener una vida mejor. No sé si me equivoco —fue explicando la joven de la manera más pausada posible.

    Realmente no hizo mucho caso don Bueso de las razones por las que habían recalado en sus dominios, porque se había quedado con el nombre y nada más, tratando de no olvidarlo. «Nuhaa», se repetía para sus adentros como si lo quisiera grabar a fuego en su mente. Y no se dio ni cuenta de que significaba inteligente y que lo mismo le estaba dando gato por liebre y ni siquiera se llamaba así. Pero bastante tenía con sentir el hormigueo del enamoradizo en el estómago y de tratar de que el corazón le bombeara lo menos posible, no le fuera a fallar en una de esas arremetidas.

    —Muy pronto serás mía —le espetó sin contemplaciones el hombre.

    Y ella se quedó completamente inmóvil, como si no sintiera nada, como si lo que le había dicho fuera lo más sencillo del mundo. Tranquila, sin ruborizarse y mirando fijamente al hombre le contestó sin titubeos:

    —Eso será cuando el agua profunda lo permita.

    Y, dejando perplejo con su respuesta a don Bueso, siguió su camino.

    Él no intentó seguirla, porque más que el capricho parecía el amor el que en esta ocasión le había invadido. Así que decidió volver a su castillo a reflexionar sobre las palabras de Nuhaa, muy crípticas, pero acordes con el discurrir de los tiempos, repletas de parábolas y misterios.

    Iba pasando el tiempo y don Bueso no sabía qué hacer, se debatía entre ejercer su poder tirano y forzar a Nuhaa a irse a vivir al castillo con él y sus veinticuatro mujeres o irla conquistando poco a poco como un enamorado más. Pero su aspecto era más bien grueso, no muy agraciado facialmente y, además, le sacaba tantos años que prefería no hacer el recuento para no deprimirse. Hacía tiempo que no le pasaba, tal vez la última vez había sido con Aliima, pero en mucha menor medida.

    Es cierto que soportar la carga de una mujer más en el castillo era bastante costoso y todo tenía un límite, hasta su dinero. Por eso se hallaba como amargado. Cuando sus mujeres le hacían carantoñas él las rechazaba con desagrado porque solo pensaba en Nuhaa. Incluso cuando Aliima le bailaba, él ya no tenía la misma sensación de antes. Dormía mal, comía menos, había dado un cambio de carácter que hizo darse cuenta a las compañeras de que algo extraño pasaba. Sobre todo a la joven lideresa, que era lista como ella sola y en las cuestiones de analizar los comportamientos humanos era única. Por eso, cuando lo comentaban entre ellas siempre trataba de excusarle con un «estará enfermo» o un «será cosa del tiempo cambiante» con el que conformaba a las otras pero no a sí misma. Estaba tan convencida de que pasaba algo, y no bueno, que intentaba afanarse más en sus cariños y sus bailes para que el señor estuviera más contento. Pero no lo conseguía y eso le preocupaba sobremanera.

    Él, mientras, bajaba más a menudo al pueblo para ver si se encontraba con su querida, pero pocas veces lo conseguía. Habría podido ir directamente a su casa y haberla forzado a hacer lo que quisiera en cualquier momento, como había ocurrido en muchas ocasiones anteriormente, hecho por el que era aborrecido por gran parte de la población a su cargo, pero en esta ocasión se abstuvo para no enturbiar su relación.

    Pasado un mes de su primer encuentro volvieron a hacerlo casi en el mismo lugar. El hombre volvió a abordarla verbalmente y la inquirió:

    —¿Cuánto tiempo falta para que te vengas conmigo al castillo?

    Nuhaa volvió a clavar sus profundos ojos en los de don Bueso y de nuevo lo dejó hipnotizado. Era tal su enamoramiento que, a veces, el pecho parecía salirse de su sitio. La respuesta de la joven fue la misma de la última vez:

    —Eso será cuando el agua profunda lo permita.

    Y siguió su camino como si hubiera vuelto en el tiempo y se hubiera desarrollado la misma escena de la última vez.

    Entonces, el señor no tuvo ninguna duda. Decidió que era hora de librarse de alguna de las mujeres de su harén y acoger a Nuhaa en su seno. Pero ¿a cuál echar? ¿Dónde iba a mandarla? Sabía que eso era

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