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Brígida e Inocencio
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Brígida e Inocencio
Libro electrónico121 páginas1 hora

Brígida e Inocencio

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Una novela tierna y cruda, con intrigas, pasión y desencanto.
Simón el Marinero, convertido en uno de los boxeadores más importantes del mundo, cierra el círculo de una familia que nace entre burdeles, conventos, circo, grandes ciudades…

Una bella novela, mágica, simbólica, divertida y cruda, contada en ocho cuentos que se conectan unos con otros y a la vez, son independientes; donde los personajes transmiten sus emociones, haciéndolas sentir como propias.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 mar 2024
ISBN9788410004979
Brígida e Inocencio

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    Brígida e Inocencio - Paco López Armas

    Brígida e Inocencio

    Paco Lopez Armas

    Brígida e Inocencio

    Paco Lopez Armas

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

    © Paco Lopez Armas, 2024

    © Revisión de textos: Patricio Chávez, Manuela Botero, Emilia Armas

    © Ilustraciones: Jadyra Shantal, Agustín Butti

    Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras

    Portada: Jadyra Shantal

    Obra publicada por el sello Universo de Letras

    www.universodeletras.com

    Primera edición: 2024

    ISBN: 9788410003941

    ISBN eBook: 9788410004979

    A Samy

    Capitulo 1

    Regatzo Divino

    Los padres de Brígida, Simón El marinero y Betania La portuguesa, se conocieron en la inmensidad del mar, en el ejemplar burdel Regatzo Divino. El padre de todos los burdeles estaba sobre un acantilado cercano al faro, al otro lado del cementerio donde pastaban los burros y merodeaban las almas en pena.

    La Bella Anselma, su dueña, era una cortesana, cantante. Bailaba como ninguna los siete palos del flamenco andaluz. Era la mujer más hermosa, y deseada en toda Europa. Sabia en amores y placeres. Con su magia, sedujo a gente rica e influyente. A reyes, aristócratas y nobles.

    Con uno de sus célebres amantes hizo un viaje transatlántico hasta el puerto encantado de Felizia en el océano Pacífico. Quedó maravillada con sus playas vírgenes, anchas, llenas de palmeras, el mar de aguas turquesas cristalinas, arena blanca y arrecifes.

    Las casas de caña guadúa se escondían entre árboles milenarios cargados de helechos, bromelias y orquideas con flores rojas, amarillas, violetas, desde ahí se contemplaban unos atardeceres de cuento: paisajes dorados que hacían contraste con los flamingos y fragatas que reposaban en los manglares al borde del río. El sol se ocultaba en el lugar donde el río salado de Soloya se funde con el mar. Era el lugar perfecto para cumplir su sueño y hacer el mejor burdel del mundo.

    Regatzo divino estaba construido en una inmensa roca negra, en una concavidad profunda en forma de cráter. Un famoso arquitecto Catalán amigo de la Bella Anselma edificó esta obra arquitectónica majestuosa, aprovechando la estructura y las formas del lugar.

    Hizo una fusión de piedra, madera y bambú con su entorno natural. En la parte superior, el gran salón principal tenía formas voluptuosas, seductoras, llenas de placer. De las paredes colgaban fotos en blanco y negro autografiadas por personajes nobles y famosos con frases escritas de su puño y letra con tinta indeleble.

    Las escaleras helicoidales, conectaban con las habitaciones de techos altos en forma de cúpulas orgásmicas, perfiladas en la misma roca que cambiaba de tono y de textura según la entrada del sol. Tenía balcones que dejaban mirar la entrada del río, las montañas selváticas y la profundidad del mar. Luz tenue por dentro y luz de luna por fuera.

    En cada rincón refulgían valiosas piezas donadas por los mecenas de doña Anselma como la capa de Manolete, el bigote de Hitler, el sombrero con el ADN de Napoleón, las botas del Libertador, las patillas de Sucre, el Cristo de Caspicara y un sinfín de obras de arte.

    Las letrinas y desbebederos estaban afuera ya que eran considerados de mal augurio en un entorno cerrado. En las letrinas se cagaban genialidades y en los desbebederos se meaban dificultades. El agua de la lluvia recolectada en un aljibe servía para las duchas del antes y después del encuentro. La limpieza era paso obligado.

    Una larga escalinata unía el muelle con el burdel, la luz del faro y las luciérnagas acompañaban y alumbraban el camino. Al final de este, antes de llegar, se alzaba una ermita con la Santa de las meretrices, Santa Asunta, traída desde la República Checa, a la que cada cliente cuando llegaba le frotaba con fe para tener buen desempeño y hacían lo propio a la salida en agradecimiento por la experiencia, tradición importada de las esculturas del Puente de Carlos. El burdel fue considerado por la Unesco patrimonio universal de todos los burdeles; patrimonio sexual, uno de los siete placeres, la octava maravilla.

    La Bella Anselma y sus damiselas eran visitadas por personajes y celebridades, todos peces gordos de los cinco continentes: comunistas a la moda, conservadores reprimidos, radicales libres, trovadores, poetas conservados en alcohol, músicos del cha cha cha con aires de bandoneón, el rey de la rockola, , escritores con años de soledad que el viento se llevó, trabajadores de la zona, nativos del puerto que hacían trueque de los servicios con alimentos afrodisíacos del mar, ostiones, langostas, pescado fresco, concha del manglar, jugo de borojó, frutas, verduras, el mejor cacao y otros productos exóticos de la zona. La comida que se servía en las mesas de Regatzo divino era sin duda de las más estimulantes del mundo.

    Entraban todos los fulanos de tal o cual que iban y venían del mundo entero realizando grandes viajes en lujosos barcos; ningún lugar estaba lejos: todos llegaban con la ilusión de conocer y ver bailar a la Bella Anselma que tenía un duende dentro para hacer del flamenco un momento mágico y escuchar las melodías de Betania La portuguesa. Querían vivir esa experiencia única en la vida para que su vida renazca.

    En el salón principal se servía el mejor ron añejo que llegaba con los habanos directamente desde la isla del Caribe; aguardientico de coco y caña compadre, cerveza rubia y cerveza morena. Trescientos kilos de son, flamenco y fado.

    Cada noche Casimiro, el único hijo de Bella Anselma, daba la bienvenida. Era mudo de nacimiento, pero tenía una lengua larga y universal; gran habilidad para comunicarse sin voz, muy expresivo y elocuente. Con sonidos guturales y señas se hacía entender por propios y extraños. Ostentaba el título del cabrón del burdel cuidando de las chicas que también cuidaban de él, quienes apreciaban enormemente las cualidades de su lengua, su sentimiento oral. Era su mimado y consentido.

    El show se abría con La portuguesa: tomaba la guitarra y de sus labios cantores brotaban notas, acoples, las más dulces melodías mientras del humo de los habanos y el tabaco germinaba una tenue neblina, como si las nubes viajeras bajaran a visitar el burdel.

    El desfile con los mejores trajes testimoniaba la elegancia de Francia: corsés de seda y lino satinados con encajes, porta ligueros, medias y tacones, realzaban las figuras. Lo oculto no se hacía visible, estaban todas guapísimas, la una mejor que la otra. De punto en blanco. No había con quién quedarse. Sus cuerpos ergonómicos, geométricos y esculturales ponían al público de pie y la piel de gallina. Ninguna era de nadie. La demanda era muy alta y el tiempo de prestación sólo de treinta minutos; la vida se hacía eterna en treinta minutos cortos.

    Bella Anselma ponía las reglas muy claras. Donde manda capitán no manda marinero. El servicio se prestaba los 365 días del año, excepto jueves y viernes santo por la creencia de que si se tenía coito en esos días, los coitantes se convertirían en pescados. Las prestadoras, ángeles en la tierra, tenían derecho a un fin de semana libre a inicios y fin de mes además de sus vacaciones anuales. Las ganancias eran exorbitantes, la dueña acrecentó aún más su gran fortuna y las prestadoras gozaban de una muy buena paga.

    Bella Anselma brindaba sus servicios exclusivamente a chicos jóvenes, vírgenes y a ciertos clientes especiales que al rato resultaban unos fulanos apáticos en la cama, aunque importantes o aristócratas fuera de ella.

    Betania La portuguesa, a más de deleitar con su guitarra y su voz, en temporada alta reforzaba al equipo.

    En el burdel no había discriminación, no importaba la raza, ni el credo, ni la corona; todos sin excepción tenían que hacer cola para entrar y cada meretriz elegía a sus clientes. Atendían un máximo de cinco hombres por día.

    Si se vendía todo el pescado, los turnos quedaban

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