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Los Trifálicos
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Libro electrónico205 páginas3 horas

Los Trifálicos

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Lenguaje imaginativa, creatividad insigne, espectacular! son algunos de los comentarios de la crtica de Los Triflicos. Jocosa narrativa, llena de ironas y juegos de palabras, el lector no puede contener la risa al ser arrastrado por las inverosmiles incertidumbres de una coleccin de vidas virtuales y mgicas. Un rosario de tragicomedias fruto de las impredecibles fuerzas que les azota desde el agujero negro de la fuerza vital.

Dr. Leonardo Dempster, Profesor de Literatura Espaola

Novela de cuentos de espionaje, intrigas, poltica y sexo. Relata la historia de un pueblo arraigado a su tierra, junto con la oligarqua, el clero y la derrochadora burguesa, todos en lucha feroz entre ellos y los inmigrantes que siguen invadiendo sus tierras. Hasta que chocan unos asteroides contra la Tierra y les deja a todos fuera de rbita, desorientados en sus costumbres y valores. Se encuentran como Alicia en el pas de las maravillas. De repente son liberados de su funesto pasado, pero no saben reorientar sus vidas. Los tripartitos macho-triumflicos no funcionan. Mas, les salvar? El hilo conductor es una reguera de deudas socio-polticas y culturales que han de pagar los hijos de la gran innombrable. Un best seller de Times, con el tiempo y el empuje de una masa creciente de vidos lectores, como t... cmpralo y vers!
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento23 mar 2011
ISBN9781617646706
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    Los Trifálicos - Juan Tanamera

    Copyright © 2011, Juan Tanamera.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso:     2011923251

    ISBN:     Tapa Blanda                 978-1-6176-4671-3

                   Libro Electrónico         978-1-6176-4670-6

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Fotos de la portada del autor.

    Diseño portada Scotsman Calsa: Simbólico

    rugido agónico y tieso del último toro matado

    antes de la ley anti taurina de Catalunya.

    Publicado por Palibrio Books en Estados Unidos de America,

    con la colaboración de Scotsman Calsa Press.

    Todos los derechos reservados en cualquier

    formato o medio de difusión sin permiso del autor

    Se puede contactar el autor por correo electrónico:

    jtanamerda@gmail.com

    Para pedir copias adicionales de este libro, contactar:

    Palibrio

    1-877-407-5847

    www.Palibrio.com

    ordenes@palibrio.com

    301035

    Dedico este libro a mi querida esposa Pilar,

    por su paciencia y aguante durante el tiempo

    que duró la tiranía de palabras que el lector

    ahora tiene entre manos. Como cada cultura,

    la de la Catalunya cambiante, huésped al tifón

    de ideas y gentes invasoras desde el resto

    del mundo, sufre, aprende y disfruta

    de este aperturismo.

    Dulce Catalunya mía, te dedico a tí también las

    voces dispares aquí presentes. Si pescáis

    algún que otro anglicismo, se debe a mi

    otro yo, que no nació en estas tierras,

    pero sí que las vive.

    Finalmente, mi más profunda

    gratitud a Josep R.,

    quien ejerció el noble

    trabajo de editor del texto.

    Nota del autor

    Esta novela de cuentos no cabe en el canon literario tradicional por su excepcional inventiva. Entre otras cosas, se intenta por primera vez distinguir entre lo escatológico en el sentido de la renovación de la especie más allá de la muerte, (por este motivo la narrativa está cargada de referencias bíblicas: Moisés entre las espadañas, Jonás y la ballena, Noé y el diluvio, el barro abonado del que sale el primer hombre, pecado mortal, resurrección y renacimiento, Abel y Caín, redención, etc.) y el tema escatológico en el sentido del morbo fascinante de la mierda. La lengua española no distingue ortográficamente entre las dos escatologías, lo cual lleva uno a pensar en la estrecha relación entre la teología y la mierda.

    Si queréis ‘realismo mágico’, aquí un botón… una mezcla del realismo día a día que vivimos, más la magia virtual de lo fantasmagórico de los protagonistas de otro mundo político y también virtualmente real. La ficción es un proceso de mentir hasta topar con la verdad.

    Debajo de cada sábana hay un cuerpo, y debajo de cada cuerpo hay otro cuerpo (aunque sea sólo un ácaro…). Y debajo de toda esta carne hay otra sábana, y después un colchón, y después la inevitable bolsita de monedas de oro. Seguid pelando la cebolla y no descansaréis nunca en este viaje de revelaciones mágicas—negras y rosaditas—de quienes somos. Cada uno tiene que convivir con su agujero negro o su capullo rosadito subliminal.

    Juan Tanamera

    Contents

    1 LA GRAN INNOMBRABLE

    2 FUERA DE ÓRBITA

    3 LOS GORDIFONGOS

    4 EL PESO ESPECÍFICO

    5 REY DE REYES

    6 LA VENDEDORA DE CÁMERAS

    7 EL HÉROE NACIONAL

    8 EL COMPLOT

    9 MANJARES EROTICOS

    10 EL CERCO DEL CIRCO DE NAMUR

    11 TATUAJES, CLOACAS MECÁNICAS, HUÉRFANOS Y PUTAS

    12 EL ÁRBOL DE LA VIDA

    13 ENTRE LLAMAS

    14 EL ORFANATO

    15 EL HUERTO DEL SEÑOR

    16 LA CHINA, REDIVIVA

    17 DE PUTA MADRE

    18 EL CURA

    19 DULCIMEA

    20 EL BAILE DE LA PESTE

    21 MANELET

    22 EL COLECCIONISTA DE NOVIAS

    23 MÁSCARA MORTIS

    24 SUEÑOS DE ALTURAS Y ALTIVECES

    25 CRAZY HORSE CONTRA LOS CRAZY WHORES

    26 TODAS LAS MADRES DE TODAS LAS GUERRAS

    27 RATONES HAMBRIENTOS

    28 PESADILLAS REGIONALISTAS

    29 YAËL, HEROÍNA DE ISRAEL

    30 NECIAPOTAMIA

    31 LA MADRE QUE ME PARIÓ

    32 EL COLAPSO

    33 VESTIDA DE GALA

    34 RESURECCIÓN

    1

    LA GRAN INNOMBRABLE

    Ahora déjame, que voy solo.

    Tengo que salir, que tengo trabajo.

    Un insecto me espera para un negocio.

    Hieronimus Bosch

    Nací en una colmena eclesiástica en los cincuenta, años del durismo, seguidos en los sesenta por el auge del turismo. Mi padre era el arcipreste de Figa, mi madre, una provinciana humilde que se convirtió en dama honesta enchufada por él en el convento de las Salacianas, ubicado frente al obispado, detalle que contribuyó a aumentar la familia en cuatro hermanos más—una hierogamia ideal. El padre nuestro daba a toda su prole nombres de pila clásicos: César, Marcus Antonius, Herodes. A mí me tocó Aníbal, el de los elefantes, crucero de montes.

    A pesar del arranque algo torcido que tuvo mi vida, los padres me sirvieron de algo, especialmente el arcipreste. Estaba bien relacionado con la jerarquía del poder local, el príncipe de Alot, entre otros. Yo asistía a todos los banquetes y funciones oligárquicas de la comarca, una vida que pasó de lo folklórico a lo jolgórico. Con cabellera de época, bigote fino y un caliqueño siempre colgando del labio inferior, llegué a conquistar una masa de mozas antes de mi vigésima primavera. Utilicé los servicios del sastre de mi padre para vestir indumentaria de última moda… pantalones aterciopelados estilo arlequín, sedosas blusas de manga amplia, foulard al cuello. El no-va-más, vaya. Me perdía, nadando entre el orgullo y la autoestima. Yo era un caballero galante, a caballo galopante, surcando los hogares de la provincia con aire de bon vivant, siempre al acecho de cualquier nueva montura que se presentara. En resumen, una vida digna del hijo de un arcipreste. Los que me querían menos me llamaban a mis espaldas hijo de la gran figa. Pero las tuve anchas y me preocupaba poco lo que podrían llegar a decir. Y los que me querían más, bueno, apodos como Aníbal el caníbal, entre otros. Supongo que lo decían porque me comía las chicas vivas. Cosas de la juventud.

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    La España de los noventa, de mi madurez, de la Unión Europea, estaba cambiando rápidamente. Hubo inmigraciones de todas partes. Gente de todas las clases, desde trabajadores rasos a técnicos de alto rango, todos buscándose la vida como podían. Primero vinieron del resto de Europa. Después empezó un diluvio de indios, paquistaníes y chinos. Los que más vinieron fueron los chinos, que montaban restaurantes al principio, después salas de juego, fábricas de ropa barata, tiendas todo a cien, salones de Xai Tí, (donde sirvieron infusiones de té—Xai en chino, ti en inglés, acompañadas de sus famosas galletas de la suerte). Y como abundaban chicas sobrantes de la política de limitación de población en la patria, hasta las importaban por catálogo para alimentar sus lucrativas agencias matrimoniales.

    Mi padre me había conseguido el título de duque de Figa, que me sentó muy bien, y que me valió, entre otras cosas, una invitación a la boda del príncipe de Alot, un tal Fadrique, hombretón con todo un aire militar, vestido con uniforme de requeté, cara seria, como si se hubiera tragado un sable. Harto de las aburridas chicas burguesas de Alot, un buen día se colocó de lado su boina roja, decidido a encontrar su futura novia precisamente a través de una de esas agencias matrimoniales chinas.

    Aquí hace falta un cambio de costumbres, declaró el príncipe. Y eso en boca del más carca de la comarca. Empezó la selección, primero por fotos de las candidatas en catálogo. Al final una serie de entrevistas le condujeron a la perla del mar de sus sueños. Ella se llamaba Chu Li, y lo era de verdad, pero muy chuli. El príncipe Fadrique se quedó encantado ante su esbelta belleza, su lacia cabellera negra, y la sonrisa complaciente y misteriosa de sus ojos oscuros. Era diferente de las nativas de toda la vida, con su encanto delicado, como una porcelana preciosa, tan ligera y airosa como el canto de su risa. Sin embargo, la hizo pasar por una clínica de tetografía, porque dudaba de su capacidad de amamantar a sus futuros herederos. Todo eso por el tópico—en este caso confirmado—de que las chinitas eran de teta menuda. Confirmada la mamo como non plus ultra, don Fadrique prosiguió con la boda. Y tan encantados los dos.

    Tendría lugar en la catedral de Castell Follit de la Boca, vetusto pueblo medieval colocado tenuamente encima de un despeñadero espantoso cerca de Alot. Los preparativos nupciales engorraron al pueblo entero. Colgaron guirnaldas de flores silvestres en las farolas, sembraron las calles que conducían a la catedral con pétalos de rosas amarillas y azules que, combinados, daban un aire verdoso al festín. El traje de la novia lo confeccionó el conocido modisto Modest Pixat con crêp de chine y una seda color lechosa, entretejida con hilos de oro amarillo pálido. Quedaba muy sui generis. Envolvió a la novia en lo que parecía unas telas de Penélope, un sinfín de resplandores que captaban la luz con cada insinuación de movimiento de aquella joya de dama. Parecía emerger de su mundo sedoso a borbotones, tez traslúcida, sonrisa de ancho horizonte, ojos almendrados.

    Mi padre, el arcipreste, ofició la ceremonia, asistido por la alcaldesa de Alot, doña Giselda de Buitrago, que se cuidó del grial. Vestida con pantalón ancho estilo flandes del siglo XVI, parecía un paje al lado de mi padre, el gran pavón, con sus harapos alilados, su corona y peto dorados. Cuando tocó el momento de la comunión, mi padre elevó entre sus manos una hostia de más de un palmo de diámetro. Desde el fondo de la nave alguien exclamó con suspiro ironizante un ¡Hostiaaa! que resonó por las piedras de la mole con el disgusto general de los asistentes, carcas de todas las épocas, de toda la vida. A pesar de aquel espetón inesperado, los novios llegaron a intercambiar anillos, cada uno colocando el suyo en el anular del otro. Anulados quedaban los dos.

    ¿Qué pasará con esa pareja? pensé yo, anticipando acontecimientos que no tardaron en devenir realidades…

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    Aparte de la familia íntima de Chu Li que asistió formalmente a la ceremonia dentro de la catedral, hubo el resto, multitudinario, celebrando el evento por las calles de Alot, donde se había desplazado la fiesta después de la ceremonia religiosa. Ella había convidado a todos los dueños, cocineros y camareros chinos de la península, del sur de Francia y de Taiwan. Eran miles de chinos, vestidos de dragones, ratas y conejos, según el calendario chino. Habían montado tenderetes en las esquinas—como las castañeras de antaño—con sus woks al rojo vivo sobre brasas de carbón vegetal, desprendiendo el delicado olor de aceite de cacahuete chisporroteando alegremente. Abundaba el arroz de tres delicias, el moo goo gai pan, pollo al curry y el omnipresente, efímero pan chino con su textura de hostia diáfana.

    Chu Li tenía cuatro hermanas, todas nacidas fuera del cautiverio, o sea, fuera de la patria. La más joven se llamaba Cha Po, las gemelas Cha Ta y Cha To (que era travestí) y la mayor, Chun Ga. Vestidas de seda roja, las cuatro se sentaron en primera fila al lado de sus padres, Chin Gao y Ho Dí. Al terminar la ceremonia, las hermanitas, guapetonas todas, migraron como una manada de mariposas al otro lado del pasillo donde se sentaba la realeza de Alot, sus duques y marqueses, sus barones y condes. Las guapas se filtraron entre los variopintos uniformes de la jactante jerarquía como agua entre granos de arena. Pronto no anduvo ninguna sin escolta. Yo fui uno de los jóvenes cautivados, por la china gracia de Cha Po. El marqués de Urteta cayó en manos de Cha Ta, y el conde de Buitrago, hermano de la alcaldesa, fue acaparado por Chun Ga. Suerte que Cha To ligó con el conde-duque de Caos, que era marica.

    No puedo opinar sobre la felicidad relativa de mis aristocráticos colegas, pero yo me casé con la enigmática sibilina del Yang Tse, y me resultó chapeau. Tuvimos diez hijos en quince años. Todos ellos lograron engarzar con otros tantos catalanes y producir aún más estrellas para la repoblación del firmamento de la vieja Cataluña.

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    El banquete oficial para los familiares se celebró en el larguísimo comedor rococó del palacete del Príncipe. Fue un catering arreglado por una empresa catachina de Barcelona, la Chinense, cuya presentación dejó boquiabiertos a todos. Había un camarero por cada huésped, vestidos todos al estilo de la corte del siglo XVIII. Llevaban pelucas empolvadas, camisas con puñetas filigranadas, las chaquetas entorchadas y bordadas de finas trenzas de oro. El menú bilingüe, de cartulina apergaminada y letra gofrada en tinta dorada, descansó sobre cada plato. Estaba escrito en catalán y los enigmáticos ideogramas chinos. Por ejemplo, después de mucho análisis, logré descifrar algunos símbolos: el ฆ ๘ ۩ quería decir pollo al limón casera. Fue una lección magistral de interculturalidad, el descifrar aquel elegante menú.

    El primer plato fue anunciado por un arlequín de la corte con un agudo trompeteo: ¡TA-TA-TA-TAT! ¡TA-TAAA!, seguido por la voz barítona del maitre pregonando el plato a seguir: una sopita de algas traslúcidas flotando en un caldo de langostinos, rociada ligeramente con una salsa de soja y nata montada. Cada comensal tenía ante sí seis copas enfiladas en diagonal a mano derecha. En la primera decantaron un chenin blanc para acompañar a la sopita. Y así siguieron los platos, cada uno anunciado con el trompeteo del arlequín y la sonora entonación del maitre: una vichyssoise de calabacín decorado con pétalos de rosa amarilla en forma de fleur de lis, cuyo frescor apeteció después del sutil picante de la sopita. El tercero asombró por su elegancia: una base redonda de hojaldre fluté, rellenado de bogavante troceado, bañado en una salsa de setas de bosque, con una tetina de caviar belugo del Mar Negro montada encima. Éste mereció un chardonnay de acompañamiento.

    Con los apetitos ya encendidos, se presentó con toda gala el cuarto plato: dos pinchitos de plata entrecruzados en forma de espadas con el escudo real de Alot en la empuñadura, que atravesaban trozos de rape al horno, alternados con gambas abiertas en forma de mariposa, todo ello nadando en una salsita suave de un quesito fundido de cabrito, salpicado con granitos de nuez moscada, acompañado de un vino de arroz pálido de Shangai. Ya estaba bien, pero muy bien. Todos los huéspedes se miraron con sonrisas de muy contentos, esperando el próximo logro culinario… que fue, con trompeteo climáctico, la pièce de résistance: un medallón de filet mignon grillé montado encima de una loncha en forma de corazón de foie d´oie sauvage de Strasbourg, decorado con rebanaditas de castañas chinas doradas y flambées en Gran Marnier. Este manjar de manjares se tragó con copiosas copas de un tinto gran reserve del año 82 de las bodegas de la Pesquera, Ribera del Duero alto.

    Al culminar con esa presentación cárnica, los invitados estaban más que de buen humor. Las oleadas de risotadas y carcajadas se sintieron hasta en las calles de Alot, a dos kilómetros del palacete. Para apaciguar los ánimos, el maitre anunció el postre: un mazapán de molde templado, tamaño hostia moderado, rociado con trocitos rallados de piel de naranja amarga y un jarabe caliente de chocolate negro. Al lado de esta delicia, les esperaba un

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