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Rezwana: Un expediente europeo
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Libro electrónico142 páginas2 horas

Rezwana: Un expediente europeo

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Un expediente europeo

Rezwana era una niña afgana de trece años cuando el barco de madera en el que viajaba desde Turquía a Lesbos naufragó con más de trescientas personas a bordo. A ella la rescató el arpón de unos pescadores. Su madre, su padre, sus dos hermanas y su hermano desaparecieron en el mar. Son cinco de las 26.000 personas que han muerto intentando cruzarel Mediterráneo desde 2014.

Tras pasar por un campo de refugiados en Lesbos y por tres familias de acogida en Atenas, Rezwana logró viajar a Suecia y reunirse con su tía abuela y sus primos. Aprendió el idioma, rehizo su vida, empezó a ser feliz. Pero al cumplir los dieciocho años, las autoridades suecas decidieron devolverla a Grecia, el primer país de acogida. Para la burocracia, Rezwana era un expediente más.

La periodista Mariangela Paone contó la tragedia de aquel naufragio del 28 de octubre de 2015. Seis años después conoció a Rezwana en persona en Atenas. Nació entonces una relación de amistad y una promesa: juntas contarían la historia de la familia de Rezwana y juntas intentarían averiguar dónde reposaban sus restos. No lo hicieron solas. Tejieron a su alrededor una red de complicidades con ayuda de abogados griegos, activistas noruegas, fotorreporteros españoles, refugiados sirios y afganos…

Además de diario de viaje, álbum de recuerdos, relato de amistad e investigación periodística, Rezwana es la historia humilde y heroica de todas esas personas anónimas que, juntas, hacen del mundo un lugar menos oscuro.

Un día espero poder abrir aquella puerta, coger el traje de novia de mi madre y volver a oler su perfume en la ropa. Como cuando estábamos en casa y yo le decía: «Mamá, ven que quiero sentir tu olor».

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 nov 2023
ISBN9788419119513
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    Rezwana - Mariangela Paone

    REZWANA_portada.jpg

    Mariangela Paone y Rezwana Sekandari

    REZWANA

    Un expediente europeo

    primera edición: noviembre de 2023

    © Mariangela Paone y Rezwana Sekandari, 2023

    © Libros del K.O., S. L. L., 2023

    Calle San Bernardo 97-99, entresuelo 8

    28015 Madrid

    isbn: 978-84-19119-51-3

    código ibic: JFFN, BTP

    diseño de cubierta: Artur Galocha

    maquetación: María O’Shea

    corrección: Candela Morillas y Melina Grinberg

    Esta es una historia que no tiene un final.

    La que leen es una historia abierta,

    como una herida que no se cura,

    como una esperanza que no se apaga.

    A Fátima, Naseer, Hadith, Negin, Mehrumah.

    A todas las víctimas de las fronteras.

    In memoriam

    PARTE 1. Lesbos, principio y fin

    23 de junio de 2022. Lesbos

    Rezwana es una diminuta mancha negra en medio de un erial de yerba alta y seca. El sol, que cae en picado sobre su cabeza, borra la sombra. Desde lejos, parece inmóvil.

    Quiero quedarme sola, por favor. Sola. Solo un rato.

    La dejamos sola, mirándola desde una distancia infranqueable de un puñado de metros. Ella, allí sentada, ella que dobla la espalda, una pequeña mancha negra que se recoge sobre sí misma hasta cubrir otra minúscula mancha blanca. Una lápida. Un rectángulo de mármol plantado en la tierra, con unas palabras y unos números. «Άγνωστη Γυναίκα», mujer desconocida. Un par de metros más allá, hay otra. «Άγνωστο Κορίτσι», niña desconocida. En la explanada, enclaustradas entre olivos seculares, con sus ramas torcidas como brazos dolientes elevándose hacia el cielo, hay decenas de lápidas como estas. «Άγνωστος», desconocidos. Hombres, mujeres, niños.

    Rezwana desliza lentamente la mano sobre el mármol. La caricia tan deseada, que no podrá ser nunca más. Limpia el mármol con el agua de una pequeña botella de plástico. Baña la tierra, baña los ramilletes de siemprevivas que hemos traído y, con las uñas, trata de arrancar las raíces de la yerba para dejar más espacio libre alrededor de las dos lápidas. Son las únicas que han sido liberadas de la maleza, antes de nuestra llegada. Las dos personas que identifican ya no son nombres desconocidos. Se llamaban Negin y Fátima, tenían once y treinta y siete años y murieron hace siete, el 28 de octubre de 2015.

    Nos acercamos a las tumbas y le mojo el pelo con agua. El resto de la cara está bañada en lágrimas que gotean sobre las lápidas y sobre sus manos. «Hace demasiado calor», le digo.

    Un rato más, por favor.

    ¿Por qué? ¿Por qué yo estoy viva y ellos no? ¿Qué podría haber hecho para salvar al menos a uno de ellos? ¿Por qué tenían que morir así? ¿Por qué tuvieron que morir aquí?

    Al caer la noche, desde el balcón de mi habitación del hotel, las luces del puerto de Mitilene reflejadas en el mar parecen una mancha de Rorschach. Yo no tengo respuestas racionales, Rezwana. Solo hemos encontrado un fragmento de realidad: murieron y están aquí. Podían no haber muerto así, podían no haber sido enterrados aquí, podían haber llegado sin arriesgar su vida en el mar. No pudieron. Lo único que sabemos es que están aquí. En Lesbos.

    *

    Es la primera vez que Rezwana vuelve a la isla. Nos habíamos prometido ir juntas si llegábamos a tener una respuesta que realmente nunca pensamos que conseguiríamos.

    Nuestras vidas se habían cruzado sin cruzarse hace siete años. Eran los meses más duros de la llamada «crisis de los refugiados». A Europa se le secarían pronto las lágrimas derramadas por la imagen del pequeño Alan Kurdi, el niño de tres años que se ahogó junto a su madre y su hermano mientras intentaban cruzar el mar Egeo, huyendo de la guerra en Siria. El 2 de septiembre de 2015, el día que encontraron el cadáver del chiquillo boca abajo en una playa de la localidad turca de Bodrum, como si estuviera durmiendo, recibí la noticia en la otra orilla. «A Lesbos se llega, pero luego de Lesbos no se sale nunca, por muy lejos que te hayas ido», me habían avisado.

    Unas semanas después de la muerte del pequeño, cuando ya se esfumaba el eco de las palabras de desesperación de su padre, llegó la noticia de un accidente de enormes dimensiones. Un barco de madera, con más de trescientas personas a bordo, se había hundido a unos tres kilómetros de Lesbos.

    Era el 28 de octubre de 2015.

    Los registros oficiales contabilizaron 274 supervivientes y, al menos, cuarenta y tres muertos —diecisiete hombres, seis mujeres, diecinueve niños, un bebé— y un número indeterminado de desaparecidos. En el barco viajaba Rezwana con sus padres, Naseer y Fátima, su hermana Negin, su hermano Hadith, de cinco años, y su hermana Mehrumah, de catorce meses. Solo Rezwana sobrevivió. Huérfana a las puertas de Europa.

    *

    20 de agosto 2021. Atenas

    Después de meses de videollamadas en plena pandemia de covid, aterrizo en Atenas para cumplir con la promesa de ir a verla tan pronto como las restricciones de viaje lo permitiesen. A la salida de la estación de metro Acrópolis, rodeada por el trajín de turistas en este primer verano pospandémico, Rezwana aparece con un paquete de pasteles recién comprados en su panadería favorita. Nos abrazamos como dos amigas que se reencuentran después de mucho tiempo. Tengo la sensación de conocerla desde siempre. Me da igual lo retórico y convencional que pueda sonar esto, porque es así.

    Mientras paseamos por la calle Dionisio Areopagita, justo a los pies de la colina de la Acrópolis, los relatos que Rezwana esbozó en nuestras llamadas telefónicas empiezan a coger forma, a vestirse de detalles, imágenes y sensaciones. Es el prólogo de la conversación larga y pausada a la que nos habíamos emplazado para cuando estuviéramos juntas.

    *

    Aquí estamos ahora, en su habitación, en un piso de la segunda planta de un edificio de Kallithea, un municipio al sur del área metropolitana de Atenas que yo conocí en 2012, uno de los años más duros de la Gran Recesión, y donde ella, en el último año y medio, ha tenido que aprender a reconstruir su vida, pieza por pieza. Dos osos de peluche descansan sobre la cama con las sábanas estampadas en flores, y unos pajaritos de plumas cuelgan de una pared cerca de un corazón dorado. Sobre la mesa que hace de escritorio hay apilados varios libros, algunos en sueco.

    Recorrer la vida de Rezwana a partir del día del naufragio es remover una pena que ha tenido que aprender a contener. Cuando su relato se adentra en los recuerdos más dolorosos, le pregunto si quiere parar. No quiere. Es como si hubiera esperado demasiado tiempo para poder contarlo todo, sin frenos, sin temor a ser juzgada, sin miedo a las consecuencias de sus palabras. Me atraviesa la sensación de ser inoportuna y culpable. Tengo delante de mis ojos a una joven a punto de cumplir veinte años y, sin embargo, solo consigo ver a la niña de trece que llegó muerta de frío y de miedo a la orilla de Europa, sin saber aún que nunca volvería a ver su familia.

    Nos habían dicho que tardaríamos treinta y cinco minutos. El mar al principio parecía tranquilo. Cuando pasaron unos quince o veinte minutos, nos encontrábamos en la mitad del recorrido. Mi madre rezaba y yo también. Mi padre, que había dejado de fumar hacía años, se había encendido un cigarrillo. Era un barco de dos pisos. Mucha gente. Estábamos los unos pegados a los otros.

    De repente vimos que empezaba a entrar agua. Mi familia estaba en la que tenía que haber sido la cocina del barco. Solo cabíamos nosotros seis allí. Al entrar, mi madre vio que había unos pepinos y cogió uno para mí y mi hermana. Mi padre decía que no los tocara, que no era algo nuestro y mi madre le mandó callar porque a nosotras nos gustaban mucho los pepinos y no habíamos comido nada aquel día.

    Mi madre estaba cerca de la puerta de esa cocina. Yo cerré los ojos y ella también. Media hora pasaría rápido. Rezábamos por nuestra familia. De pronto mamá dijo: «Levantaos porque el agua está subiendo».

    Fue cuestión de segundos. Ella cogió la mano de mi hermano y se fue hacia el pasillo para tratar de subir a la segunda planta. Pero cuando se estaba acercando a la escalera se oyó un estruendo y nos tiramos al mar. Desde aquel momento les perdí de vista.

    Yo estaba en el agua. No los veía. Había un hombre que me empujaba hacia abajo para permanecer él a flote. Yo no podía hacer nada. Mi padre era mi héroe, en aquel momento pensé en él y en que viniera a rescatarme y a matar a ese hombre que intentaba hundirme. No sé cómo, pero conseguí zafarme. Y vi a mi padre. Me dijo: «No sueltes esa madera». Fue cuando me di cuenta de que estaba agarrada a un trozo de madera del barco. Él sujetaba a mi hermana pequeña, la tenía sobre su cabeza. Es la última imagen que tengo de él.

    Recuerdo los últimos besos y no sabía que serían los últimos. Ahora puedo recordar. En el viaje desde Estambul a Esmirna, durante toda la noche, tuve en mis brazos a mi hermano. Finalmente habíamos encontrado sitio en el autobús y no estábamos sentados en el suelo. Mi padre quería que estuviéramos cómodos. Mi hermano Hadith estuvo conmigo todo el tiempo. Todos quieren lo mejor para sus hijos y yo tenía este sentimiento hacia mis hermanos. Siempre que veo ahora a un niño de su edad pienso en él, pienso en mis hermanas. Ellos también podían haber tenido esta vida, estar a salvo.

    Me rescataron unos pescadores que estaban en una embarcación pequeña. Yo estaba mirando hacia un barco grande que se acercaba y pensaba que llegaría para salvarnos. Dicen que cuando te vas a morir te pasa por la cabeza tu vida y las personas a las que quieres. Yo esto lo viví. Al mismo tiempo pensaba: me salvaré, sobreviviré. Me venían a la cabeza las imágenes de mis primos a los que quiero tanto, pero a la vez trataba de sobrevivir, me agarraba a ese trozo de madera. Después de media hora, o quizá fuera menos porque yo no sabía nadar y me parecía eterno, vi ese barco pequeño que llegaba. Empezaron a coger a los niños y las mujeres y pensé que mi familia estaría allí. De repente sentí algo que me agarraba por la espalda. Un arpón. Eran los pescadores de ese barco pequeño.

    Me arrastraron y me subieron a cubierta. Yo tenía una pequeña mochila, con la leche y los pañales para mi hermanita, el móvil, unos dátiles y un diario que mi madre había regalado a mi padre cuando se habían comprometido. Mi padre había escrito allí durante los años en los que estuvieron separados, cuando él se fue un tiempo con su familia a Irán. Era muy importante este diario. Pero yo no podía hablar. Miraba alrededor sin poder hablar. El pescador me quitó esa pequeña mochila para ayudarme, sé que lo hicieron

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