YO TAMBIÉN ME FUI
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YO TAMBIÉN ME FUI - Alejandro Ferrándiz
Yo también me fui
Alejandro Ferrándiz
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Yo
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Yo también me fui
© Del texto: Alejandro Ferrándiz Gallo
© De la corrección: Alejandro Ferrándiz Gallo
© De esta edición: NPQ Editores
www.npqeditores.com
edicion@npqeditores.com
Primera edición: marzo, 2023
ISBN: 978-84-19924-00-1
A todas aquellas personas que, para bien o para mal,
pasaron alguna vez por mi vida.
1
Me fui de mi familia
Nacer sin saber que has venido para irte, que a veces tus raíces no anclan sino sueltan.
La vida nos enseña que algunos tenemos que comenzar luchando contra unas adversidades que nos vienen sin haberlas merecido ni elegido, pero que nos hacen crecer aprendiendo a saber marchar sin importar lo que dejes, aunque sea poco, atrás.
Mis primeros años en la infancia fueron un vaivén de emociones y experiencias, vistas desde el prisma de un niño que en la mayoría de las veces no entendía qué pasaba solamente sabía que muchas cosas no eran lo que habitualmente veía en sus compañeros de la escuela, pero esa era mi familia, y era la vida que me había tocado vivir.
Los años noventa comenzaban y con ellos muchos cambios sociales y formas de vivir en el país, experimentar mundos nuevos que se colaron también en mi familia.
Quizás ella no estaba preparada, pero en el fondo sabía que esa era la mejor forma de hacer crecer a su hijo, dejarle a cargo de sus padres.
—No puedo criarlo yo sola, tengo 19 años y no trabajo —Dijo Esperanza.
—Ya me hago cargo de la hija de tu hermana, deberías haberlo pensado antes —Le contestó Alma.
—Sabes que no fue algo buscado, necesito que me ayudéis.
No hicieron muchas palabras más para convencer a Alma, la mujer que ya había criado a cinco hijos y la que mejor preparada estaba para hacerse cargo de este nuevo reto que su hija le proponía.
—Ya he criado cinco, podré con dos más —decía Alma en tono orgulloso.
—Haré todo lo posible por encontrar trabajo y dejaré de salir tanto por las noches, te lo prometo.
Promesas vacías de compromiso que una vez más caían en saco roto, la realidad fue bien distinta, Esperanza se fue. Algunas veces por poco tiempo, otras por meses.
Una de las veces que pasó mucho tiempo sin dar señales de vida nos encontramos en la calle a las amigas que solían salir con ella, pero ninguna sabía de su paradero. Tampoco nadie en el barrio la había visto, era extraño, le encantaba pasear y saludar y hablar con la gente.
—No lo sé Alma, la última vez que la vi casi me pierdo yo también —Le decía su amiga Susi entre carcajadas.
—No tiene gracia, su hijo pregunta por ella asustado.
—¿Tiene un hijo? No nos ha hablado de él.
—Sí, se llama Salvador y tiene seis años.
No le costó mucho entender que Esperanza volvería cuando necesitara algo de ella y que su hijo se quedaba otra vez sin saber nada de ella. Tras muchos días de búsqueda, el timbre de la vivienda le sorprendió de repente mientras preparaba la paella como cada domingo.
—¿Doña Alma?
—Sí, soy yo dígame.
—Somos la policía nacional venimos a hablar con usted.
Alma colgó asustada y bajó corriendo.
Al bajar se encontrón dos policías, un hombre y una mujer.
—Buenos días y disculpe las molestias, su hija Esperanza nos ha indicado su dirección.
Se le nublaron los ojos, Espe como la llamaba ella, nunca se había metido en problemas, pero tras su ausencia se temía lo peor.
—¿Qué ha pasado? ¿Está bien?
—Sí no se preocupe, Esperanza va a pasar un día más en el calabozo, fue sorprendida junto con su acompañante atracando a una pareja el pasado viernes y por ello ha sido detenida.
—Pero eso no puede ser ella nunca ha hecho algo así.
—Lamento decirle que su hija tuvo una actitud muy agresiva durante la detención y es por eso que decidimos llevarla al calabozo para que no vuelva a suceder, debería controlar sus adicciones para que no acabe peor.
Alma se llevó las manos a la cabeza.
—¿Qué adicciones?
—Ya lo sabe, el mundo de la noche puede resultar complicado a veces.
Los agentes se despidieron, antes de ello le hicieron una última pregunta.
—Esperanza nos ha dicho que tiene un hijo ¿verdad?
—Sí, tiene ya 6 años.
—Cuide usted de él, le hará un favor al niño.
Alma subió las escaleras, cerró la puerta y se dirigió a la cocina para acabar su plato estrella, esa paella que su Esperanza no volvería a probar jamás.
Ese mediodía se sentó en la mesa a comer, junto con mis abuelos y mi prima Cielo nos sirvió un plato, mi abuelo Antonio acababa de llegar del bar que regentaban y hacía sus bromas, mi abuela reía con él, siempre tengo el recuerdo de sus risas cuando contaba cualquier chiste o intentaba animar a su mujer ante la situación de sus tres hijas.
—Menos mal que me haces reír —Le dijo Alma.
—Sabes que la risa tranquiliza y cura.
—Por suerte, sí.
Alma cesó su risa y a continuación dijo:
—Ha venido esta mañana la policía.
—¿Otra vez? ¿Los vecinos no se cansan de hacer ruido?
—No han sido los vecinos esta vez, es por Esperanza.
—¿Qué ha pasado? ¿Está bien?
—Sí, no te preocupes, vendrá mañana simplemente tuvo una pelea con unas chicas al salir de una discoteca anoche al parecer iba un poco alterada.
—Ya sabes que ella es muy nerviosa y pierde a veces las formas.
—Creo que ese no es el único motivo.
—¿Cuál es entonces?
—¿No has notado que últimamente falta dinero de la caja del bar?
—La verdad es que algunos días no cuadra. ¿Por qué?
—Son ellas las que lo cogen, las vi el otro día escondiéndose dinero en sus mochilas.
—¿Y qué hacen con el dinero? Tienen todo lo que necesitan.
—Ya sabes que salen mucho de fiesta por las noches, imagínate.
Antonio se quedó pensativo, y calló, una vez más.
Era difícil para dos personas que no conocían lo que ocurría en las fiestas nocturnas llegar a comprender la realidad que sus tres hijas, trillizas, ocultaban ya desde hace tiempo. Esperanza, Valentina y Soledad nacieron a la vez, y las tres compartieron destino.
Esperanza era mi madre, y mi padre, Salvador se llamaba igual que yo, aunque nunca le llegué a conocer o por lo menos no tengo ningún recuerdo, siempre me habían dicho que se fue cuando yo tenía tres años y que nunca más regresó. Valentina era la madre de Paz, mi prima, y Soledad, todavía no había conseguido quedarse embarazada a pesar de intentarlo en numerosas ocasiones, era algo que le frustraba, ya que mi prima Paz y yo nacimos con tres meses de diferencia.
Una tarde de verano mientras comíamos el tema del embarazo salió durante la sobremesa:
—No puedo quedarme de ninguna forma, ya no sé qué hacer. —Dijo Soledad.
—Si te relajas igual lo consigues, en la vida a veces puede más la actitud que las ganas.