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Tonalli: y otros cuentos
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Tonalli: y otros cuentos
Libro electrónico127 páginas1 hora

Tonalli: y otros cuentos

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Información de este libro electrónico

Historias de nahuales, robots, otros mundos, dioses, viajes en el tiempo y lo imposible para el no iniciado.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 nov 2022
Tonalli: y otros cuentos
Autor

Erasmo Hernández Martínez

Escritor cuentista veracruzano, "Tonalli y otros cuentos" es su primer libro.

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    Tonalli - Erasmo Hernández Martínez

    TONALLI_.jpg

    PRIMERA EDICIÓN

    Tonalli y otros cuentos

    © 2022, Erasmo Hernández Martínez

    D.R. © 2022, Lapicero Rojo Editorial

    Ave. Cerro de la Silla 600, Fracc. Monterrey, C.P. 22046

    Tijuana, Baja California.

    www.lapicerorojo.com

    Comentarios: servicios@lapicerorojo.com

    Dirección Editorial: Miguel Alberto Ochoa García

    Diseño de interiores: Jazmín Lozada Ángel

    Este libro no puede ser reproducido total o parcialmente por ningún medio impreso, mecánico o electrónico sin el consentimiento por escrito del autor. Las acciones de reproducción que violen los derechos intelectuales y autorales de esta obra serán denunciadas ante las autoridades.

    A Dios.

    A mi madre que, desde arriba, pide por mí.

    A mi esposa, que aceptó compartir su vida a mi lado.

    A mis hermanos y toda mi familia.

    A los que han sido parte de este proyecto.

    A los que creen en mí, a todos, gracias.

    TONALLI

    «Cuenta la leyenda que, al nacer los seres humanos, el dios Ometéotl les otorgó un soplo de vida a cada uno. Esta energía divina se puede considerar como el alma, con el nombre de Tonalli, que también tiene que ver con las habilidades y el destino. Sin embargo, hay algo más en este sentido: al llegar un nuevo ser a este mundo viene acompañado de un alma gemela en forma de animal. Nacen simultáneamente y están unidos en esencia y destino. A este animal gemelo se le conoce como nahual y se encarga de guiar y proteger al ser humano física y espiritualmente, los dos viven, sufren y mueren al mismo tiempo, pudiendo llegar a encontrarse, unirse o nunca tener contacto alguno.»

    Esta era la reseña de Cuauhtémoc, un joven originario de la región montañosa del estado de Veracruz y que radicaba en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, donde vivía desde hacía ya varios años en busca de mejores ingresos y oportunidades. Su habilidad de escribir lo incitaba a diseñar una historia que, a su pensamiento y objetivo, deseaba publicar en un libro. El joven trabajaba y escribía simultáneamente. Su novia Xóchitl, originaria y radicante de la ciudad, lo apoyaba en su persona y proyectos ya que, para ella, era interesante y novedoso convivir con un artista. La chica era estudiante profesional universitaria en el Tecnológico de Monterrey; su familia no era pudiente, simplemente de clase media que se esforzaba al máximo para darle estudios a su única hija y verla convertida en una profesionista.

    Por otra parte, el sueño de Cuauhtémoc era publicar su literatura y casarse con Xóchitl, ya que la amaba y sentía que era el amor de su vida, quería envejecer a su lado. Ambos jóvenes amaban la cultura prehispánica mexicana y se emocionaban con el tema del Tonalli y el Nahual. Entonces, en una tarde de noviazgo, se citaron en un parque de la ciudad donde se encontraron y se saludaron con un beso.

    —Hola, hermosa, ¿cómo estás? —dijo él.

    —Hola, cariño. Bien, ¿y tú? —respondió la chica.

    —Igual, me encuentro bien —dijo Cuauhtémoc—. Mira, te traje unas flores.

    —Guau, ¡alcatraces! Están hermosos, ¡gracias! —Exclamó Xóchitl mientras sonreía y tomaba el ramo—. Ven, sentémonos en aquella banca.

    Ambos jóvenes se sentaron mientras la tarde caía y algunas personas caminaban y trotaban con sus perros dándoles un paseo.

    —¿Sabes? Hoy mi papá encontró un perro vagabundo —comentó la chica—, en la carretera a las afueras de la ciudad, cuando venía de regreso, se compadeció de él y lo trajo a la casa.

    —¿En serio? ¿Y qué le van a hacer? A tu mamá no le gustan los perros —interrogó Cuauhtémoc.

    —Lo sé. Mi mamá me dijo que te preguntara si lo querías —respondió la joven.

    —Mmm, no sé —dijo el chico— ¿Sabes? Hoy soñé que me transformaba en un animal y corría por las calles de mi pueblo a una gran velocidad, pero nadie podía verme, solo los perros, y me perseguían ladrando. ¿Puedes creerlo? Fue fascinante.

    —Ay, Cuauhtémoc, sí lo creo —dijo Xóchitl—. Ya me imagino lo emocionante que sería correr a gran velocidad en forma de animal. ¿Y qué animal eras?

    —Un lobo —respondió Cuauhtémoc—, un bello lobo, no muy grande pero muy veloz.

    —Sería un lobo mexicano —comentó la joven entusiasmada.

    —Sí, como un lobo mexicano —dijo el joven—. ¿Sabes? Tal vez tenga que ver algo con el perro que encontró tu papá.

    —No, ¿cómo crees? —comentó ella sonriendo—. No seas supersticioso. ¿Y cómo vas con tu historia del nahual? ¿Ya avanzaste más?

    —Sí. De hecho, traigo lo último que escribí. ¿Quieres que te lo lea? —preguntó el joven.

    —Claro, por supuesto —respondió la chica un poco impaciente —. Ya sabes que me encanta oír tus historias.

    —Bueno, te leeré algo que me contaron unas personas ya grandes de edad —dijo el chico—, de una comunidad de mi pueblo. Ellos hablan el dialecto náhuatl y está muy interesante. ¿Lista? Escucha.

    Cuauhtémoc sacó de su mochila una libreta y empezó a leer, mientras la joven escuchaba e imaginaba pasivamente lo siguiente:

    «Anteriormente, nuestros antepasados esperaban el nacimiento de un nuevo niño con alegría y preparaban algunos ritos de su creencia en la noche del alumbramiento. Esparcían humo quemando hierbas, que seleccionaban del campo, por toda la casa. Además, colocaban ceniza afuera alrededor del hogar. Cuando nacía el niño o niña, lo cargaban y alzaban en lo alto en señal de agradecimiento y le colocaban en su pecho tres hojitas frescas de hierbas, como símbolo de salud, fuerza y sabiduría. Lo cubrían y dejaban reposar junto a la madre para que fuera amamantado y, al amanecer, salían a mirar la ceniza y veían que huella de animal había marcada, según la cual ese sería su Nahual, y sus habilidades y destino estarían ligados hasta que cualquiera de ellos muriera primero, llevándose también la vida del otro. Además, se asomaban a su alrededor y sabían que detrás de las hierbas llenas de flores estaba el animalito pequeño, hasta que empezara a crecer y salir a la vida. Por eso, las flores eran apreciadas y respetadas, porque eran de suma relevancia hasta en la muerte de las personas, ya que, al morir algún hombre o mujer, en el rito de su despedida le ponían lo que más le gustaba: comida, instrumentos personales, armas de guerra y bellas flores del campo. Todo esto como signo de alegría en su siguiente camino…»

    —Entonces, ¿ese es probablemente el verdadero origen del día de muertos? —preguntó Xóchitl interrumpiendo a Cuauhtémoc.

    —Pues, quizás. Es una de las versiones. Tal vez, dependiendo de la región, serían las variedades de flores —respondió el chico—. ¿Sabes? Ya se hizo un poco tarde. Te acompañare a tu casa y vemos lo del perro. Me estoy animando a llevármelo.

    —Sí, está bien, pero me lees lo siguiente que escribiste, ¿sale? —Dijo la joven.

    —Claro, falta una historia que contarte —comentó el muchacho.

    Ambos jóvenes se retiraron del parque rumbo a la casa de Xóchitl, donde la mamá de esta los recibió.

    —Hola, Cuauhtémoc —dijo la madre—. Pasa. ¿Ya te comentó mi hija del perro? ¿Lo quieres?

    —Hola. Sí, claro. Me lo llevo. Espero se acostumbre donde vivo —respondió el joven.

    —Yo creo que sí —comentó la señora—. Se ve que es perro sufridor. Tráelo, hija.

    La muchacha trajo al perro y Cuauhtémoc se sorprendió mucho al mirar el parecido que tenía con el animal que había soñado.

    —¡N’hombre! Se parece al que soñé —comentó el chico.

    —¿En serio? —preguntó Xochilt.

    —Sí, se parece mucho —respondió el muchacho sorprendido.

    —Pues, viéndolo bien, si parece un lobito —comentó la chica.

    La madre de Xóchitl los invitó a cenar. Comieron y charlaron un rato amenamente, pasaron un par de horas y se despidieron. La chica encaminó al joven a la puerta y con un beso se dieron las buenas noches. Cuauhtémoc decidió caminar hacia su casa con el perro sujeto de una correa. Al llegar, lo amarró en el patio y se le quedo viendo unos instantes y, con un profundo respiro, reflejó su asombro al ver que el animal tenía en el pecho una marca un poco abultada de pelos, formando un remarcado círculo pequeño, pero visible. El joven sonrió porque él también tenía un lunar circular exactamente en su pecho, el cual se tocó con la mano. En voz baja le dijo al canino:

    —No, tú no puedes ser mi Nahual. Anoche te soñé, te encuentro y, aparte, traes mi marca… No soy supersticioso, pero tampoco quiero coincidencias… Te llamarás Xo.

    El chico le dio algo de comer, entró a su recamara y, en un pequeño escritorio que tenía al lado de su cama, se dispuso a escribir apaciblemente ya que era sábado y al otro día no habría trabajo. Tomó su libreta, su lapicero y, con un pequeño suspiro, escribió lo siguiente:

    «Los nahuales tienen rangos. Hay toda una gran diversidad de animales, pero unos más sobresalientes que otros. La persona a la que le toca nacer con el Quetzal será de una gran belleza física. A quien le toque el Águila, será muy hábil físicamente y con una gran táctica para la guerra. El que nace con el Lobo, tendrá una gran astucia y sabiduría, además, gran poder para curar y sanar a los demás, física y espiritualmente. Pero hay uno en especial que es el mejor y engloba las habilidades de todos los Nahuales existentes, y ese es el Jaguar. Es poco común que nazcan las personas con ese animal. De hecho, se dice que aparece uno por cada un millón de nacidos o también cada cien años. Con base en eso, se comenta la historia de Juan, un muchacho que vivía en provincia mexicana en tiempos actuales y que deseaba convertirse en su Nahual. Su abuelo, de origen indígena, descendiente azteca, le comentó el secreto de cómo lograrlo. Primero, tenía que pedir permiso al dios Ometéotl y hacer una alfombra de ciertas hierbas específicas del campo y, en un incienso con brasas, esparcir humo de las mismas en la habitación.

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