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Libro electrónico109 páginas1 hora

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Después de siete años escribindo en blogs y antologías, el autor reunió en en este libro sus cuentos y crónicas mejor valorados.

Son temas variados que abarcan desde el universo infantil hasta el cotidiano de los adultos. A pesar de que el autor fue policia militar, evitó al máximo tratar temas como la inseguridad y la violencia, aunque en uno u otro texto se traten tangencialmente estos temas, pero siempre con algún matiz de esperanza, amistad y alegría. Muchos textos remiten a un abuelo contando historias a sus nietos, como antaño.

La sensibilidad literaria del autor hace que su prosa poetica directa y sin florituras, nos transmita las emociones y sentimientos de sus protagonistas.

Destacan entre ellos:


 

La Cascabel al Pie de la Gabiroba (Premio Interarte 2012 “Melhor Contista” – Academia de Letras de Goiás Velho)


 

Supervivientes del Fin del Mundo (Vencedor del XXXV Concurso Internacional Literario de las Edições AG)


 

El Aliento de la Boa (Premio Participación en el Gran Concurso Ciudad de Rio de Janeiro, da Taba Cultural)

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento21 jun 2014
ISBN9781498921015
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    Textos Seleccionados - José Anilto dos Anjos

    Presentación

    - Haga cosas diferentes y descubrirá nuevas alegrías en la vida – me dijo una vez un amigo, cuando me estaba preparando para dejar el servicio activo en la Policía Militar del Estado de São Paulo.

    - ¡Escriba! - me dijo otra persona, y este fue uno de los mejores consejos que recibí, a pesar de no haberle dado mucha importancia en esa ocasión.

    Así, después, de casi treinta años actuando al servicio de la Seguridad Pública, decidí dedicarme a la literatura. En mis relatos evité al máximo hablar de crímenes, violencia, inseguridad, y otras tantas cosas que eran mi rutina en el trabajo de policía, aunque uno u otro texto se encuadre en esos temas.

    A lo largo de siete años escribí muchos relatos, publicándolos en blogs, en Internet y en antologías literarias, y ya era hora de organizar y publicar un libro propio. Realicé una selección de mis mejores cuentos, y el resultado fueron dos recopilaciones: ésta, con temas variados y textos que habían destacado en estos siete años; otra, que publicaré de aquí a seis meses, como una colección de cuentos regionalistas, nordestinos, ambientados en el agreste pernanbuqueño.

    Escribir es una actividad muy gratificante, y me gustaría sinceramente agradecérselo a la persona que me aconsejó entrar en el mundo literario. Fue realmente un buen consejo, que recomiendo a todos: escriban, no se preocupen del estilo, de los temas, formas. Simplemente escriban. El resultado podrá ser sorprendente...

    Cuentos

    Surucucu debajo de la cama

    Era tarde-noche, ya estábamos recogiéndonos para dormir. Mamá estaba preocupada, pues sus dos hermanas iban a llegar de Pernambuco aquel día. Mi padre había ido a buscarlas al autobús y aún no había regresado.

    En aquella época vivíamos en las inmediaciones de Caturaí, un pequeño villorrio de Goiás, y para mi entendimiento de niño de poco más de tres años, en pleno bosque, al que le tenía un miedo mortal; para mis padres, apenas un poco alejados del poblado. Mi padre trabajaba en la cantería, y la cantera donde transformaba sistemáticamente gigantescos matacanes en adoquines quedaban allí cerca.

    Yo estaba dormitando cuando empezó el alborozo. Mamá retiraba rápidamente los maderos que formaban la puerta con una prisa desesperada. Nuestra casa era toda de madera y barro, cubierta con paja, y la puerta era una serie de maderos encajados durante la noche para protegernos de los animales que por ventura viesen nuestra casa como una morada atrayente. Por otro lado, sus hermanas esperaban, estaban cansadas después de más de cien horas de viaje de Pernambuco a Goiás. Por fin, entraron. La hermana más joven era aún adolescente. Abrazos, apretones de mano, besos, caricias para mi, y yo, en mi euforia, corría de un lado para otro, hasta que por desgracia me di un cabezazo en la columna central de nuestra casa, un tronco que reforzaba toda la estructura.

    Después de mucho llorar, friegas de alcohol en la cabeza y un comprimido Melhoral Infantil, terminé por adormecerme, mientras mis tías y mi mamá charlaban alegres.

    Al día siguiente me desperté muy temprano, como era costumbre. Mi cama estaba hecha de varas, con un colchón de capín, que de tarde en tarde se rellenaba para que quedase más cómodo. Bien, confieso que a veces el capín se mudaba por causa del olor, pues a pesar de mi edad, de vez en cuando hacía pipí en la cama.

    Despierto, observaba a mis tías en el interminable peinado de sus cabellos, cuando oí un ruido raspante por debajo de mi cama. Medio colgado, miré, intentando encontrar el origen del ruido. Bastante abajo, en el rincón, donde el barro amasado que formaba el piso se encontraba con los maderos que formaban las paredes, en un vano, algo se movió. Tuve escalofríos. Llamé a mis tías, y una de ellas palpó al intruso, y gritó asustada:

    - ¡Una serpiente! – e inmediatamente subió a mi cama, que al no aguantar el peso, se vino abajo.

    Fue una correría. Mi mamá acudió, mi padre que había acabado de salir volvió para ver la causa de la confusión. Mi tía mayor me agarró y corrió conmigo hacia fuera.

    - Es una serpiente. Está en un agujero debajo de la cama, y no quiere salir – gritó la más joven.

    Después, corrió hasta la cocina y volvió de allí con una garrafa de alcohol, el mismo que había aliviado mi dolor del cabezazo del día anterior, y con una caja de cerillas. Antes de que se lo pudiesen impedir, vertió alcohol en el agujero y rascó la cerilla. Alcanzada por el fuego, la serpiente salió furiosa del agujero, contorsionándose por las quemaduras, y dando saltos para todos lados. Era una enorme surucucu, que terminaron matando a palos.

    Aliviadas después de matar a la serpiente, se reían y hablaban de tonterías, hasta que mi tía mayor dio el aviso, aterrada:

    - ¡Vengan! ¡La casa está ardiendo!

    Otra correría. Esta vez corrían con cacerolas y calderos, del riacho para la casa, echando agua en el fuego para evitar que alcanzase el techo de paja. Yo observaba y me divertía con el trajín de ellas, ajeno al peligro.

    Después de mucho trabajo, se dominó el fuego.

    Aquel día mi padre no fue a trabajar. Armado con una hoz y un hacha, se embreñó en la selva y retornó con dos troncos nuevos. Después buscó un haz de varas, reformó mi cama y reforzó la estructura de la casa. Con el barro recogido a la vera del riacho, tapó los agujeros del suelo. Aún remendó el tejado de paja, insertando aquí y allá paja nueva.

    La calma volvió a aquel rincón de Caturaí, y los días que siguieron fueron de alegría para mi. Mis tías me entretenían con sus historias, y también con sus tonterías y sustos, pues eran chichas de ciudad y no estaban acostumbradas a la vida en el selva, especialmente con la banda de macacos traviesos que vivían alrededor, y que adoraban tirarles cosas a ellas.

    Sobrevivieron durante un mes en aquel lugar, después se fueron aliviadas.

    La niña y el escritor

    El escritor recorría distraído los estantes de la librería, descansando de una sesión de autógrafos. De vez en cuando cogía un libro, miraba la cubierta, a veces la contracubierta, y lo devolvía a su sitio.

    - ¿El señor escribe libros para niños? ¿Tiene algún cuento con hadas y magia? ¿Cree en las hadas? – preguntó una niña acercándose a él.

    El escritor devolvió el libro al estante y miró para la chiquilla sonriente.

    - Mmmm...…. no tengo mucho estilo para escribir historias para niños. Aún no

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