Una pequeña fiesta llamada Eternidad
Por Grabriela Wiener
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Un mundo que se acaba, pero no todavía: el pasado que nos encauza hacia el futuro, la noche –con su día– y la revolución.
«Pincho la música fuerte en la sobremesa. / Bailo antes del postre. / Me tomo la cerveza antes de que se caliente. / Me salto los preámbulos del amor. / Pero no me doy prisa.» El momento justo, que llegue cuando llegue: Gabriela Wiener sube el volumen y dispone cada elemento en su lugar, no siempre el que se espera, nunca el que conviene. En Una pequeña fiesta llamada Eternidad se baila como bailan los cuerpos al sonar el amor y el deseo, las utopías y las decepciones, la rabia y la esperanza; también las ficciones que «nos ayudan a soportar la vida» frente a la misma vida que no sabemos si decir o no. De fondo se oye a Sylvia Plath, Anne Sexton, el golpe beat, Carmen Ollé.
En esta celebración inagotable se ama y se promete todo, incluso la salvación. Desde la escritura, y desde el sexo, y desde la insurgencia: en Una pequeña fiesta llamada Eternidad hay fuego y purpurina. La primera persona se conjuga singular y se comprende plural, colectiva. Un libro en el que Gabriela Wiener se asoma hacia la eternidad que sigue a la derrota, y nos lo cuenta aún más personal, aún más político.
Grabriela Wiener
Gabriela Wiener es escritora y periodista peruana residente en Madrid. Ha publicado los libros narrativos Sexografías (2008), Nueve lunas (2009), Llamada perdida (2014) y Dicen de mí (2018); la novela Huaco retrato (2021); y los poemarios Ejercicios para el endurecimiento del espíritu (La Bella Varsovia, 2014) y Una pequeña fiesta llamada Eternidad (La Bella Varsovia, 2023). Sus textos han aparecido en antologías nacionales e internacionales y han sido traducidos al francés, inglés, italiano, polaco y portugués. Sus primeras historias se publicaron en la revista peruana de periodismo narrativo Etiqueta Negra. Fue redactora jefa de la revista Marie Claire en España y columnista de The New York Times en español. Hoy escribe una columna para Público. Ganó el Premio Nacional de Periodismo de Perú; por un reportaje de investigación sobre un caso de violencia de género. Es creadora de varias performances que ha puesto en escena junto a su familia. Recientemente escribió y protagonizó la obra de teatro Qué locura enamorarme yo de ti.
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Una pequeña fiesta llamada Eternidad - Grabriela Wiener
Índice
Portada
Podía ver la revolución desde mi váter
Promesas desde la bañera de Mafe
Ama rápido
Un poema económico
Hija de la coca
Huaco erótico
Embarazadas
Hermanas
La mujer del leño está en Tinder
Los idiotas en Wild Wild Country
Todo dolor tiene su pajarito
Tengo que escribir una columna
Utopía
La colonia
Qué es el frío
Ligándome a unaUcraniana
Pon de tu parte
No están
Créditos
PODÍA VER LA REVOLUCIÓN
DESDE MI VÁTER
Llegamos de Lima a un piso con doce personas
y un solo váter en Pla de Palacio.
Hicimos progresos.
Pudimos subalquilar a un alemán
un piso de 20 metros cuadrados en Sagrada Familia.
Nos mudamos al barrio más aburrido de Barcelona
para tener a Coco.
La Ronda de Guinardó.
Luego descubrimos que detrás de la nevera
había un nido de cucarachas.
Eran miles.
Clarice Lispector hubiera escrito muchísimos libros en mi casa.
Él se quemó los antebrazos sirviendo paella.
Yo metí nombres en una base de datos
de la Asociación de Veterinarios de Cataluña.
Lloré en el baño de la Asociación de Veterinarios de Cataluña.
Fui becaria a los 30.
Fui a muchos cócteles literarios.
Demasiados.
Escribí por dinero, todo,
hasta el horóscopo de cómo folla cada signo.
Y nunca había oído la palabra «decolonial».
Por eso seguí corriendo detrás de Europa,
detrás del boom
y de Bolaño,
de una obra,
del Babelia.
Por un piso,
por papeles,
por dinero,
por prestigio.
Y un día por fin pude volver a ser periodista
y escritora
y alquilar un piso en el Raval.
La calle Carmen está al lado de la Boquería.
Podía ver a los turistas desde mi váter.
Yo nunca había oído la palabra «gentrificación».
El piso nos costaba mil euros,
un maldito montón de billetes,
pero lo valía.
Teníamos lavaplatos,
invitábamos a Caparrós a comer ceviche,
mi hija tenía una habitación llena de juguetes bonitos
y hablaba en catalán.
Mi baño era tan grande
que mis amigos se drogaban en él
de cinco en cinco.
Y el walk in closet, oh, podía verme de cuerpo entero.
El colegio de Coco quedaba a dos calles de allí, justo al lado de nuestro bar favorito,
El Benidorm.
Podíamos salir del bar y llevarla al colegio
o salir del colegio y llevarnos al bar.
Me emborrachaba hasta enseñarle las tetas
a Javier Calvo.
Podíamos ver A dos metros bajo tierra
durante seis horas seguidas.
Una vez vino a visitarnos una amiga