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Corazones Protectores
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Libro electrónico595 páginas8 horas

Corazones Protectores

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Después de ser secuestrada por el Destripador de Corazones de Chicago, Finn O’Flaherty es su única víctima sobreviviente. Rescatada por su hermano, Finn lucha para superar lo que ha pasado y se enfrenta a la amnesia que le impide identificar al asesino serial.


Caleb Sheppard está determinado en proteger a Finn y sospecha que hay más en el prolífico asesino serial de lo que se sabe. Una pregunta lo acecha: ¿por qué mantuvo con vida a Finn? Con el Destripador en su búsqueda, tienen una carrera contra el tiempo para recuperar los recuerdos de Finn, mantenerla fuera de las garras del asesino y descubrir los secretos de su identidad.


Lo que Finn no sabe es que Caleb y su familia también ocultan secretos… algunos de los cuales Finn podría no ser capaz de aceptar.

IdiomaEspañol
EditorialNext Chapter
Fecha de lanzamiento23 feb 2023
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    Corazones Protectores - D.S. Williams

    UNO

    Ella estaba allá afuera.

    En alguna parte.

    Él lo sabía.

    Aunque el enlace no estaba completo,

    estaba seguro de que podría localizarla.

    En su debido tiempo.

    De pie al lado del carro, observé impasible la casa, con mis brazos rodeando firmemente mi pecho en una pose de autoprotección. No estaba consciente de la postura que había adoptado pero Ash lo notó, colocando su brazo alrededor de mis hombros en un gesto reconfortante.

    —Sé que no es mucho —comenzó a decir con duda.

    —Estará bien —le aseguré con suavidad. Era una casa estrecha de dos pisos en un triste estado de deterioro, el revestimiento azul desvanecido estaba en extrema necesidad de una capa de pintura y las tejas necesitaban reemplazarse. Pese a su aspecto destartalado, la estructura parecía ser sólida, tenía una cerradura pesada y un picaporte visible en la puerta frontal.

    Como si leyera mis pensamientos, Ash avanzó hacia las ventanas.

    —Todas están aseguradas, Finn. Candados en cada ventana, cerraduras en cada puerta. Hay un sistema de alarma instalado, que conecta directo a la Oficina del Alguacil en el pueblo.

    Por unos minutos, estudié la casa y Ash me escudriñó discretamente, aparentemente sintiendo la tensión que salía de mí en gran cantidad. Era evidencia tangible del estrés que había soportado, aprensión que no podía ocultar de uno de mis más queridos amigos.

    —Vamos, te mostraré el lugar —ofreció. Siguiendo a Ash por las escaleras, me mantuve atrás mientras él abría la sólida puerta frontal y me condujo adentro. El interior de la casa era inesperado, la sala estaba reluciente y llena de muebles contemporarios, un sofá de piel de cuero leonado y dos sillones a juego. Las estanterías de roble estaban a cada lado de una ventana de imagen, con una vista impresionante al Atlántico que se movía con fuerza al fondo. Cortinas frescas colgaban en las ventanas y las paredes habían sido recientemente pintadas, dejando un ligero olor a humos de pintura aún perceptible. A la derecha de la sala había un comedor con elegantes muebles de haya que llevaban a una cocina destartalada. Aunque las encimeras estaban desgastados y las alacenas astilladas, la cocina era funcional. Más allá, un solario adjunto conducía a un balcón arruinado, el cual Ash me aseguró que era lo suficientemente fuerte, pese a su desvencijada apariencia.

    Me guió al piso superior, donde la habitación principal estaba cómodamente amueblada, y el baño obviamente había sido renovado, con azulejos frescos, pintura y accesorios. Las otras dos habitaciones estaban llenas de latas de pintura, pilas de piso de madera y los restos y deshechos de renovar una vieja casa.

    —El lugar se estaba colapsando cuando lo heredé de mis abuelos —Ash pasó su pulgar por su quijada, pensativamente mientras estudiaba la habitación principal—. Hice que contratistas reemplazaran el baño e hicieran algunas reparaciones en la estructura. El resto es un trabajo en progreso, cuando puedo permitirme un fin de semana libre para volar hasta aquí.

    Le lancé una mirada, una rápida apreciación que capturó la incertidumbre de sus ojos. Me apresuré a asegurarle:

    —Es genial, Ash. Perfecta.

    Ash pasó sus dedos a través de su cabello, observándome con duda.

    —Quédate aquí tanto tiempo como quieras, Finn. No vengo aquí muy seguido y el lugar se queda solo la mayor parte del tiempo. Estarás a salvo aquí —Sus ojos café lucían preocupados, finas líneas arrugaban su frente—. El sistema de seguridad se encargará de que nadie ingrese.

    Alcanzó a distinguir el brillo de ansiedad en mis ojos antes de que dejara caer un velo de compostura sobre mis facciones.

    —Lo aprecio —dije suavemente.

    Ash maldijo por lo bajo, yo sabía que odiaba verme así. Habíamos crecido juntos y nos habíamos convertido más en hermanos que solo amigos. Ash, mi hermano Bryan y yo vivíamos en la misma calle cuando niños, creciendo en los suburbios de Chicago. Ash y Bryan se habían odiado al inicio, pero cuando un pequeño desacuerdo terminó en una pelea a puños sobre una disputa juvenil, fui yo quien había intervenido como árbitro. Una niña de cuatro años regañando a dos muchachos de catorce años. Fue un momento crucial para Ash y Bryan, que cambiaron un odio mutuo en una profunda amistad, la cual se extendió por dos décadas.

    Incluso ahora, tenía problemas para recordar por qué se desagradaban el uno al otro en primer lugar. Había habido diferencias de cultura, con Ash proviniendo de una familia de descendencia Americana Japonesa y Bryan y yo siendo puramente Americano Irlandesa. Eran amigos incongruentes desde el inicio, Ash tenía la piel oscura, cabello negro azabache y ojos de color castaño chocolate; Bryan era pecoso y bendecido con ojos azul cielo y flameante cabello rojo, sinónimo de una ascendencia Irlandesa. Por suerte, para mí, yo había perdido ese legado en particular.

    Siendo niños, Ash y Bryan habían tenido una estatura y complexión similar, pero cuando cumplieron quince las similitudes terminaron abruptamente cuando Bryan alcanzó la enorme altura de un metro noventa, mientras que Ash estaba decepcionado por su máxima estatura de solo un poco más de uno setenta y cinco. A pesar de sus diferencias físicas, ambos hombres compartían una habilidad equitativa de atraer a las mujeres, pues ambos tenían rasgos atractivos y cuerpos bien musculosos, perfeccionados debido a las horas de ejercicio físico.

    Su amistad continuó a lo largo de la preparatoria y la universidad, antes de unirse a la academia de policía, juntos. Cimentando su amistad mientras trabajaron subiendo de rango, su promoción a Detectives fue simultánea. Sus caminos se diversificaron desde ese punto, Ash ingresó a Homicidios mientras Bryan ingresó al duro mundo del trabajo encubierto con el Escuadrón Antivicio. Durante meses, él desaparecía en las áreas más sórdidas de Chicago, sumergiéndose en el vientre de la ciudad ventosa.

    Un dolor familiar se revolvió en mis intestinos cuando pensé en Bryan, y observé discretamente a Ash, observé mi dolor reflejado en su expresión. Era una agonía que él sentía profundamente, la pérdida de un amigo que había sido como un hermano. Hice una mueca de incomodidad, apretando mis brazos con más fuerza alrededor de mi pecho. Era un gesto común en estos días, un intento de mantener mi frágil psique en una pieza.

    El sonido de la bocina de un carro rompió la quietud y yo inhalé de forma entrecortada, el sonido me hizo saltar. En estos días odiaba los sonidos fuera de lo ordinario, eventos inesperados, los cuales se combinaban para romper mis frágiles nervios. Ash sonrió de lado y tiró de mi mano gentilmente, tomándola entre la suya.

    —No te preocupes, sé quién es —Me dirigió escaleras abajo y hacia el pórtico, donde dos carros se habían estacionado atrás del ‘Chevrolet Equinox’ de Ash.

    —Hola muchachos —Shep se estiró a la par que salía del auto, tensando sus brazos musculosos. Su oscuro cabello ondulado voló frente a su cara cuando la brisa del mar lo atrapó, enmarcando sus sorprendentes rasgos—. Cielos, Ash. ¿No podrías haber elegido cualquier lugar más lejos de Chicago? —Shep me atrapó en un amistoso abrazo, besando mi mejilla y revolviendo mi cabello—. ¿Cómo te va, gatita? —preguntó.

    —Estoy bien —murmuré.

    —No lo estás —contrarrestó Shep suavemente—. Pero lo estarás, Finn —Me ofreció una sonrisa afectuosa y revolvió mi cabello una vez más, como si yo aún fuera una niña —. Lo estarás.

    Fue difícil no llorar de alivio cuando mi mejor amiga, Shelby, descendió del segundo carro, junto con su novio Taylor Deveraux. Shelby se precipitó hacia mí, de forma increíblemente elegante con sus tacones de aguja, y me apretó en un fuerte abrazo, sujetándome por un largo rato mientras yo luchaba por controlar las lágrimas que amenazaban con fluir. Cuando recuperé algo de compostura, la observé con incredulidad.

    —¿Qué estás haciendo aquí?

    Shelby observó la vieja casa y no se molestó en ocultar el desdeño en sus ojos celeste.

    —Cuando Ash insistió en traerte aquí, tenía que venir y asegurarme de que estuviera bien. Volamos con Shep hacia Boston, contratamos unos carros ahí —Frunció delicadamente su nariz y observó el exterior que se desmoronaba—. No es el Hilton, eso es seguro.

    Incluso mientras la regañaba, no pude evitar sonreírle:

    —Shelby, no seas grosera. Está bien.

    Shelby levantó sus cejas.

    —Es el trasero del fin del mundo, eso es lo que es —Ella observó a Ash, quien le miraba con una sonrisa divertida. Se conocían desde hacía años, desde que Shelby y yo nos conocimos en la primaria y Ash estaba muy acostumbrado a la personalidad mordaz de Shelby y su forma tan directa de tratar las cosas—. ¿Cuánto tiempo vas a hacerla permanecer aquí en Hicksville, E.U.?

    No fallé en notar la mirada que Ash y Shep intercambiaron, ni el preocupado ceño fruncido que cruzó la frente de Shep antes de borrarlo sutilmente.

    —Hasta que esté seguro que está a salvo —anunció Ash, con decisión—. Ahora deja de quejarte, Shelby. Massachusetts no es un lugar lejano.

    Shelby sujetó mi brazo firmemente y me guió hacia la casa, dejando a los perplejos hombres atrás.

    —Yo seré quien juzgue eso.

    Shelby paseó por la casa desde arriba hasta abajo, mientras Ash y Taylor se dirigieron a la casa con cajas de la cajuela del carro de Shelby

    —Traje todo lo que pensé que necesitarías mientras estés aquí —anunció, mientras descendía de las escaleras—. Algunos de tus libros, ropa, unas cuantas de tus películas favoritas —Llegó al pasillo y dirigió a Ash y a Taylor sobre dónde poner las cajas—. Cosas que te hagan sentir más en casa —Colocó sus manos sobre sus caderas vestidas de mezclilla y fulminó con la mirada a Ash—. En serio, Ash, ¿no podrías haberla llevado a una de esas… cómo se llaman? ¿Casa de seguridad?

    Ash dejó caer una caja en el piso y se enderezó.

    —No. Es mejor si Finn está a kilómetros de distancia de Chicago, en algún lugar que solo nosotros cuatro conozcamos.

    Un largo silencio cayó en el grupo y yo tragué profundamente, intentando alejar el pánico, que amenazaba con ahogarme. Era una emoción con la que nunca había lidiado hasta recientemente, una que me parecía era excesivamente difícil de controlar. Froté una mano sobre la parte superior de mi pecho, con una sensación de malestar en lo profundo de mi estómago.

    —Shelby, aquí es más seguro para ella —declaró Ash, con firmeza—. Ahora dime ¿cuántas más malditas cajas de cosas has transportado aquí? Debes haber pagado una fortuna por el maldito exceso de equipaje —El tenor en su voz dejó en claro que la discusión había terminado, y aunque un rastro de irritación apareció en las delicadas facciones de Shelby, se lo tragó con un esfuerzo visible.

    Un sonido de rasgueo en el pórtico de madera atrajo mi atención y Shep apareció en el marco de la puerta, llevando lo que parecía ser un enorme perro negro.

    —Finn, este es Rebel.

    El animal observaron mis ojos azules alerta, ladeando una oreja como si me evaluara en silencio.

    —Rebel —repetí vacíamente. Rebel era extremadamente largo, más grande que cualquier perro que hubiera visto antes. Con largas orejas puntiagudas, enmarañado pelaje negro y un conjunto de colmillos que daba miedo, Rebel también parecía que atacaría con felicidad sin pensárselo dos veces.

    Shep sonrió de lado.

    —Rebel pertenece a un amigo mío. Se quedará contigo aquí en la casa.

    Observé a Rebel, con duda. Nunca había tenido un perro y éste lucía intimidante. Rebel me escudriñó meticulosamente, lo que sugería que no estaba tan impresionado sobre quedarse, tampoco.

    —Shep, no hablamos sobre esto. No creo que sea una gran idea… —dijo Ash, con sus manos descansando sobre sus caderas mientras observaba al perro con cautela—. ¿Tan siquiera es un perro?

    —No, es un lobo. Y va a ser sencillo. Rebel se quedará aquí y vigilará a Finn. Todo lo que ella tiene que hacer es darle de comer una vez al día, asegurarse de que tenga agua limpia y dejarlo salir cuando necesite ir. Es simple —anunció Shep—. Me quedaré esta noche, así tendré tiempo para enseñarle a Finn las órdenes que necesitará saber.

    —¿Órdenes? —pregunté cortantemente.

    —Claro —Shep acarició las orejas del lobo y Rebel levantó su hocico, frotando su cabeza contra la cadera vestida de color caqui de Shep, con aprecio—. Rebel te protegerá, Finn. Dale la orden y partirá en pedazos a quien intente acercarse a ti.

    Hundiéndome en el colchón, negué con mi cabeza de forma incrédula.

    —¡Shep, no puedo hacer esto! —Lancé mis manos al aire, con impotencia, suplicando a Shep por que comprendiera—. No sé qué hacer con un perro, ¡mucho menos con un lobo!

    Shep soltó su agarre de la correa y Rebel se acercó, dando saltos a través de la habitación, y deslizándose hasta detenerse abruptamente en frente de mi rodilla. Ladró fuertemente y dejó caer su enorme cabeza sobre mi pierna vestida de mezclilla, observándome intensamente mientras frotaba su hocico contra mi cadera.

    Shep rio a carcajadas recargándose contra el marco de la puerta, el sonido hizo eco a través de la habitación.

    —Puede que no pienses mucho de Rebel, pero aparentemente a él le agradas.

    DOS

    Cepillé mi cabello minuciosamente, sentada en la orilla de la cama, desenredando los nudos del día. No era excepcionalmente tarde, pero había alegado estar exhausta pues necesitaba escapar de las miradas de consternación y discusiones de seguridad constante en el piso inferior.

    Dejé el cepillo en el buró con un suspiro y retiré las cobijas, deslizándome entre las frescas sábanas de algodón y acomodándome contra las gordas almohadas. El sonido del océano chocando contra la costa era fácil de distinguir desde aquí, un recordatorio de lo lejos que estaba de casa. En veinticuatro años, nunca había dejado Illinois y ahora aquí estaba, a más de medio país de distancia, en una extraña casa, en un extraño pueblo, en un extraño estado. Por centésima vez, me pregunté si era una gran idea. Ash parecía pensar que lo era.

    Acostada sobre mi espalda, observé el techo, trazando los patrones ornamentados en el yeso con mis ojos, mientras hacía un determinado intento de relajarme. Ash y Shep actuaban de buena fe y mi seguridad era primordial importancia para ellos; sin embargo, los recordatorios constantes de qué tan a salvo estaría en Cabo Washington eran sofocantes. Era un recordatorio implacable de cómo la vida se había puesto de cabeza, por qué Bryan estaba muerto. Cerrando fuertemente mis ojos inhalé profundamente, deseando que las lágrimas se fueran. Había derramado un millón de lágrimas en las últimas nueve semanas, las suficientes para llenar un océano y aún así continuaban cayendo cada vez que pensaba en mi hermano. Él había sido mi protector, mi amigo, y perderlo había sido como perder una parte de mi alma.

    En alguna parte allá afuera estaba la persona de la que me protegían. El hombre que había asesinado a mi hermano, quería matarme. Ash pensaba que su plan era infalible; traerme aquí, lejos del territorio del asesino, en teoría parecía ser una propuesta factible. Además de las cuatro personas abajo, nadie sabría dónde estaba. A pesar de la confianza de Ash, dudas persistentes continuaban surgiendo, haciéndome pensar si el plan de Ash en verdad funcionaría. El asesino era conocido por su astucia superior, una habilidad misteriosa de acechar a su presa y capturarla. ¿Era posible que Ash y Shep pudieran burlarlo?

    Ruidos de arañazos me alertaron de una presencia afuera de la puerta de la habitación y contuve el aliento. Odiaba estar así de nerviosa. Nunca había sido alguien asustadizo, siempre tuve la confianza suficiente para cuidar de mí misma. Ahora saltaba al ver sombras, asustada de la oscuridad y la odiaba. Por semanas había dormido con la luz encendida, necesitando esa pequeña medida de seguridad, que mantenía las sombras a raya. Me hacía sentir tan tonta el necesitar una luz nocturna, y aún así el apagarla me llevaba a una oleada de pánico y me hacía sudar frío. La oscuridad era un enemigo, un recordatorio de la impotencia que había sufrido mientras estuve cautiva.

    Los arañazos se escucharon una segunda vez, seguidos de un leve gemido y rolé mis ojos con molestia. Rebel. El lobo insistía en seguirme a donde fuera, para la diversión de Shep. Retirando las cobijas, salí de la cama, caminando descalza a través de la habitación para abrir la puerta y ahuyentar al perro. Antes de tener la oportunidad para hacerlo, Rebel se deslizó a través del angosto hueco e ingresó en la habitación, acomodándose en la alfombra. Con un gruñido contento, dejó caer su cabeza sobre sus patas y cerró sus ojos.

    —Oye, espera un minuto… —comencé a decir, observando al lobo con incertidumbre. Shep evidentemente estaba loco, por pensar que debería tener a un lobo aquí. Era un animal salvaje y no tenía nada que hacer en una casa, mucho menos en una habitación.

    Rebel levantó su cabeza y me observó por un momento, como si esperara una discusión. Cuando ninguna ocurrió, dejó caer su cabeza de nuevo sobre sus patas y cerró sus ojos otra vez.

    Con un suspiro irritado, observé al animal con sospecha. Parecía amistoso, pero el asunto de atacar me tenía asustada. Nunca habíamos tenido un perro cuando éramos niños y mucho menos había tenido en mente tener un lobo como mascota. Particularmente uno que insistiera en acostarse a un lado de la cama. Parecía que le agradaba ahora, pero su opinión podía cambiar fácilmente en medio de la noche. Por un momento, consideré en pedirle a Shep que viniera por él y después deseché la idea. Shep solo se reiría y me diría que estaba siendo ridícula.

    Caminando con cautela hasta pasar a Rebel, me acomodé en la cama, observando al lobo con precaución. Evidentemente, él no estaba estresado en lo más mínimo, sino acurrucado cómodamente y profundamente dormido. Por unos segundos deseé ser él.

    El sonido constante de una conversación era distinguible desde el piso inferior, interrumpido ocasionalmente por arranques de risa. Shelby se estaba divirtiendo, a pesar de estar atrapada en ‘Hicksville’, como le había dado por bautizar el lugar. Personalmente, descubrí que me gustaba un poco. Después de vivir en Chicago toda mi vida, era apaciblemente tranquilo en comparación. Con las olas rompiendo en la costa y ningún sonido de tráfico, era pacífico y relajante.

    Shelby era una chica de la ciudad de corazón, nacida en Chicago y sin duda viviría ahí toda su vida. La vista y los sonidos de la vida en la ciudad eran una parte integral de lo que ella era, de lo que amaba. Era mucho más sofisticada de lo que yo jamás sería y consideraba Chicago como la ciudad más hermosa de la tierra. En la escuela, ella había sido la chica popular, con estilo, la mejor de la clase y extremadamente inteligente. Yo había sido del tipo bohemio que estaba más interesada en las artes, un espíritu libre que elegía su propio camino y no buscaba perseguir modas que todos los demás seguían. A pesar de nuestras diferencias, nos volvimos amigas cercanas, pasando la mayor parte de nuestros años de adolescentes juntas y dependiendo la una de la otra. Cada fin de semana Shelby se quedaba en nuestra casa o yo me quedaba en la suya. Cuando la familia de Shelby salía de vacaciones, me invitaban a ir con ellos y, a cambio, Shelby pasaba horas en nuestra casa, aprendiendo a hornear con mi Mamá y uniéndosenos a los viajes anuales de campamento.

    A Shelby le interesaron los hombres antes de que yo los descubriera, y se había convertido en la meta de su vida el conseguir una pareja para mí. Su frustración incrementaba en gran medida mientras yo rechazaba sus esfuerzos con el paso de los años. Era normal encontrarme aceptando ir a una cita y después cancelarles al poco tiempo. Lo que fuera que yo buscara, él no había sido encontrado en la selección de hombres que Shelby me presenta frecuentemente. No había duda de que me gustaría tener a un hombre en mi vida. Tristemente, ninguna de las posibilidades que Shelby me lanzaba era la correcta.

    Para Shelby era tan fundamental como aprender el alfabeto, ella adoraba a los hombres y tenía abundantes citas. Su relación con Taylor había durado seis meses hasta la fecha, un nuevo récord. Eran extremadamente felices y por mucho la pareja más atractiva que jamás hubiera visto. Shelby era alta y delgada, elegante y clásicamente bella. Con cabello largo y rubio y piel perfecta de porcelana, ella podía haber modelado si hubiera elegido esa profesión, pero el derecho corporativo era su obsesión y una carrera en la que era excelente. Shelby y Taylor se conocieron en una función de Navidad. Taylor era un bombero, que había estado trabajando como barman durante ese evento. Encajaron inmediatamente y la tranquila serenidad de Taylor era la frustración perfecta para la personalidad llena de espíritu de Shelby. Taylor era afroamericano, de un metro ochenta y ocho de altura con cabello muy recortado y una plétora de músculos finamente definidos. Eran una pareja dramática con la complexión clara de Shelby y el tono de piel de chocolate batido de Taylor.

    Satisfecha de que no me encontraba en peligro de algún ataque inminente de Rebel, me giré sobre mi espalda y observé el techo otra vez. Sería lindo tener un hombre en mi vida – alguien que me quisiera, alguien con quien compartir mi vida y amor. No era por falta de intentar, gracias a la continua intromisión de Shelby había tenido citas en exceso. Todos los hombres con los que había salido habían sido amables, pero nunca habían tenido esa chispa mágica que yo buscaba.

    Con un suspiro, cerré mis ojos, entrelazando mis manos sobre mi cintura. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué estaba esto en mis pensamientos, cuando tenía mayores problemas con los qué lidiar?

    La honestidad me obligó a confrontar la razón por la cual este tema estaba en mi mente. Él estaba sentado en el piso inferior, en la sala de estar.

    Caleb Sheppard.

    Conocido como Shep para mis amigos, Caleb tenía treinta y nueve años. Era un metro noventa de músculos finamente definidos, con una línea de mandíbula cuadrada y un magnífico conjunto de hoyuelos. Sus ojos eran de un verde brillante, su piel oliva bronceada, su cabello oscuro y a la altura de sus hombros. Había desarrollado una amistad con Bryan hacía seis años y me había parecido increíblemente atractivo desde la primera vez que puse mis ojos sobre él.

    Y él estaba tan lejos de mi alcance; podíamos estar viviendo en diferentes planetas.

    Girándome de nuevo sobre mi costado, me pregunté por qué estaba tan atontada por Shep, además de la obvia atracción física, lo cual era razón suficiente para un amor ciego. Era divertido pasar el tiempo con él, tenía una profunda risa ronca y se deleitaba con cualquier aventura que apareciera en su camino. Vivía la vida al máximo, trataba a sus amigos con respeto y cuidaba de su familia. Por lo que sabía, tenía unos padres que lo adoraban, dos hermanos que habían sido bendecidos con el mismo aspecto impresionante, y una hermana mejor que él disfrutaba molestar sin piedad. Era brillante en su carrera de elección, dirigía una compañía de seguridad privada, que estaba bien establecida y era altamente respetada. De hecho, era sobresaliente en todo lo que hacía. Desde el inicio lo había catalogado como inalcanzable y nuestra relación siempre había sido de amistad con el común denominador de Bryan. Cuando lo conocí, yo tenía dieciocho años, él tenía treinta y tres y me trataba como a una hermana pequeña, lo cual nunca había cambiado.

    Nuestros círculos sociales nos vieron ocasionalmente asistiendo a las mismas funciones y Shep siempre llegaba con una hermosa chica tomando su brazo. Las mujeres lo seguían como las abejas a la miel y él nunca le faltaba una cita. Los rumores con el paso de los años sugerían que él era un hombre apasionadamente sexual, sus proezas en el dormitorio alcanzaban proporciones legendarias. Tanto Shelby como Bryan habían informado de este hecho de vez en cuando y no tenía ninguna duda de que era cierto. El hombre era como un Adonis y las mujeres sin duda se tropezaban para meterse a su cama.

    Yo nunca le admití a nadie cómo me sentía, ni siquiera a Shelby. Era obvio que yo no era su tipo.

    No me malentiendan. No soy fea. Descalza mido un metro sesenta y siete, mi figura tiene curvas. Pechos redondos, cintura delgada y caderas curvas. Más curvas de las que me gustaría, pero bueno, no se puede tenerlo todo. Mi cabello castaño es largo y abundante, cayendo en ondas suaves hasta a mediación de mi espalda. Mi piel es sonrosada y mis ojos son azules, rodeados por largas pestañas oscuras. Mamá me dice que soy muy bonita, pero naturalmente es parcial. Yo nunca me clasificaría como hermosa, no como las mujeres con las que Shep salía. Claramente él tenía un tipo: altas y delgadas, caderas pequeñas y pechos pequeños, características exóticas, cabello largo y rubio, cuidadosamente diseñado, había salido con docenas de ellas.

    La sensación de alivio era tangible cuando pensaba en Mamá, sabiendo que ella no tenía por qué preocuparse por mi situación. Relocalizarme a Cabo Washington no era un problema, porque no había nadie que me extrañara. Mamá estaba internada en el asilo de ancianos, y no podría recordar si yo iba de visita. Mi padre vivía en Wisconsin con su nueva (y mucho más joven) esposa e hijos y no lo había visto en un par de años. Papá estaba ocupado criando a su nueva familia y nuestra relación se había reducido a intermitentes llamadas telefónicas. Una variedad de tías, tíos y primos no se preocuparían si no escuchaban de mí en meses. La mayoría de ellos eran parientes de Papá y tenían poco trato con nosotros desde el divorcio de mi Mamá y Papá.

    Y Bryan se había ido, dejando un enorme hoyo en mi corazón y mi vida.

    Rehusándome a pensar en la muerte de Bryan, regresé a reflexionar sobre Shep. Era completamente inútil pensar sobre él de esta manera. Él me veía como a su hermana pequeña, nada más. Era protector porque había sido el amigo de Bryan y naturalmente se preocupaba por mi seguridad. Nunca había mostrado ningún interés sexual, además del ocasional cumplido o una pequeña burla sin daño. ¿Y por qué lo haría? Shep buscaba chicas exóticas, sexys y que bordeaban en material de supermodelo.

    No había nada particularmente llamativo sobre mí. La cosa más excepcional que había hecho era renunciar a la universidad y tomar mi propio camino, creando una carrera como escultora independiente. Había creado mi propio negocio; ‘Los Perifollos de Finn’ y vendía mis piezas únicas a una tienda de regalos en Chicago. Tenía un grupo de amigos leales, nunca había viajado lejos de Chicago, nunca me había metido en ningún problema. El ocasionalmente beber demasiado y fumar marihuana difícilmente eran signos de un estilo de vida nervioso. Tenía unas cuantas perforaciones y un tatuaje. Mi vida podía ser considerada mundana.

    Al menos hasta recientemente. Mi vida había tomado una divergencia pronunciada de promedio al día en que había sido secuestrada por el Destripador de Corazones de Chicago.

    TRES

    El amanecer salía por el horizonte cuando desperté, la luz proyectaba sombras plateadas a través de las paredes de la habitación. La casa estaba en silencio, solo el golpe de las olas contra las colinas rompían la quietud de la mañana.

    Una mirada cuidadosa reveló que Rebel yacía exactamente donde había estado la noche anterior. Al menos no me había comido mientras dormía. Viendo que mis ojos estaban abiertos, Rebel se puso en pie, bajando sus patas frontales y estirando su cuerpo con una larga sacudida, la cual atravesó todo su cuerpo hasta su cola peluda. Cuando dejó caer su enorme cabeza sobre la almohada a mi lado, consideré arrojarme de la cama por un segundo. Pero su expresión era tan patética, que me reí en su lugar. Acaricié su cabeza tentativamente, sorprendida por descubrir que su largo pelaje negro era sorprendentemente suave. Rebel cerró sus ojos y un ruido bajo se instaló en su pecho, haciéndolo parecerse a un enorme gato ronroneando.

    Por unos minutos, continué acariciando su piel, divertida por la reacción que recibía. Era más perro de lo que había esperado, obviamente saboreaba el gesto reconfortante de ser acariciado. Pareció indignarse cuando dejé de rascarlo, observándome con reproche.

    —No puedo pasar todo el día rascándote —le advertí.

    Haciendo las cobijas a un lado, me senté a un lado de la cama, bostezando mientras estudiaba la habitación.

    Era innegablemente masculina y exactamente lo que esperaba de Ash. Muebles de roble dominaban la habitación, la madera oscura se equilibraba con un edredón de diseño oriental con sombras de verde y dorado. Una alfombra felpuda de pino verde hacía juego con cortinas pesadas de un tono similar. Ash había colocado una pintura grande sobre la cama, una mujer afroamericana con cabello cubierto de cuentas y unos sensuales labios llenos.

    Ash necesitaba a una mujer en su vida. Había sido soltero por tanto tiempo como podía recordar, tenía citas constantemente pero nunca se establecía en una relación a largo plazo. A través de los años que lo había conocido, solo había tenido una novia de largo plazo, que llevó a un matrimonio corto hacía siete años. Marianne era hermosa, pero Ash estaba muy dedicado a su trabajo, atado a una carrera que lo veía trabajando por muchas horas y que lo llamaba de inmediato. Era difícil para cualquier mujer ser el rol secundario en la carrera de un hombre y aunque Ash y Marianne habían intentado en serio, el esfuerzo fue demasiado tras dos años. Lo último que había escuchado era que ella se había vuelto a casar y vivía en Colorado con su esposo y un par de niños. Ash no había tenido muchas citas desde el rompimiento de su matrimonio, en su lugar se sumergió aún más en su carrera. Era una lástima, porque era un hombre maravilloso y merecía una amorosa relación con una mujer que lo amara.

    Bryan había tenido la misma opinión sobre el matrimonio, insistiendo que estar casado con un policía de encubierto no era una vida para una mujer. Bryan había hecho tiempo para tener citas prolíficamente, desarrollando un aterrador hábito de amar y dejar a las mujeres de forma estable. Algunas veces me preguntaba yo si la vida de encubierto había hecho a Bryan como era, ¿o era un rasgo inherente de su personalidad? Nunca había mostrado ningún deseo de establecerse con una mujer, y muy seguido era yo quien tenía que recoger los trozos, actuando como la tía agonía de muchas de las novias que habían caído a sus pies y se habían quemado sus dedos cuando buscaron más de lo que Bryan estaba dispuesto a dar.

    Masajeé el champú a través de mi cabello en la regadera mientras pensaba en Bryan. Él había sido un conquistador, pero nunca dañaba deliberadamente a las mujeres con las que salía. A decir verdad tenía una habilidad misteriosa de tratar a las mujeres con profundo respeto; ellas invariablemente se culpaban a sí mismas cuando él terminaba con ellas. Milagrosamente nunca era la culpa de Bryan; las mujeres en su vida estaban convencidas completamente de que había sido por algo que ellas habían hecho.

    Lo extrañaba con tanta intensidad, y eso creaba un dolor físico en mi pecho. Él siempre se hacía de tiempo para verme, a pesar de estar ocupado con su carrera y su desfile interminable de novias. Había venido a casa al menos una vez a la semana, algunas veces se quedaba dormido en mi sillón debido al agotamiento puro. La vida como un operativo encubierto era brutal, pero él no podía vivir sin su dosis de adrenalina. No podía hablar de lo que hacía y era claro por los tiempos erráticos en que llegaba, que estaba haciendo tiempo para mi, alrededor de los casos en los que trabajaba. Algunas veces llegaba a las dos de la mañana, pero siempre llegaba, siempre le importaba, siempre había estado ahí para mí.

    Estar de encubierto era un trabajo peligroso la mayoría de las veces, pero no lo había matado. Bryan había perdido su vida intentando salvarme y eso había creado una sensación de culpa tan intensa, que pensé que mi corazón se rompería por ello. Si no me hubiera vuelto víctima del Destripador, Bryan seguiría vivo.

    Cerrando las llaves, salí de la bañera y busqué una toalla, rolando los ojos a Rebel quien yacía sobre el suelo de azulejo.

    —Esto va a parar —le advertí, frotando la toalla contra mi piel mojada—. Shep podrá pensar que necesito un guardia… lobo, pero ciertamente no te necesito en el baño.

    Rebel observó hacia arriba y ladró una vez, antes de dejar caer su cabeza sobre sus patas.

    Vistiéndome con mis pantalones de mezclilla y un suéter rojo de cachemira, me puse calcetines y un par de tenis antes de dirigirme al piso inferior. Mis esfuerzos por no hacer ruido fueron tirados a la basura cuando Rebel bajó corriendo las escaleras, con sus garras haciendo ruido en la madera. Una mirada hacia la sala confirmó que Ash aún estaba dormido en el sofá. Shelby y Taylor habían decidido quedarse en un motel, pero no había señal de Shep. Quizá también había decidido la opción de un motel.

    —Buenos días, Gatita. ¿Quieres café?

    La aparición abrupta de Shep en la puerta del comedor fue alarmante. Estaba sin camisa, vistiendo unos pantalones de mezclilla deslavados, que llegaban a su cadera baja. Las hormonas agitadas rebotaron con vida mientras mi mirada recorría la amplia extensión de piel bronceada, realzada por pezones marrón oscuro, lo cual capturó mi atención. Tenía un tatuaje sobre su pezón izquierdo, un patrón tribal que se expandía sobre su hombro y bajaba por su brazo. Tomando un profundo respiro, me forcé a levantar la mirada, captando el brillo divertido de sus ojos.

    —Sí, gracias.

    Shep caminó hacia la cocina y lo seguí, intentando recuperar algo de control sobre mis reacciones. Observar el músculo finamente definido flexionarse en su espalda no me ayudó, y resistí la necesidad de estirarme y tocarlo.

    Apretando mis manos en puño, subí a un taburete en la barra desayunadora, viendo a Shep verter café en una taza y agregarle leche antes de entregármelo.

    —¿Dormiste bien?

    Me encogí de hombros, dando un sorbo al café caliente.

    — Tan bien como siempre lo hago.

    Shep llevó su propia taza a sus labios, dando un trago antes de hablar:

    —Estar lejos de Chicago podría ayudar. No me gusta el plan de Ash, pero podría ayudarte a relajarte.

    —¿Por qué no te gusta el plan de Ash?

    —No estoy cómodo contigo aquí sola. Por eso traje a Rebel conmigo, me hace sentir más seguro saber que tienes un respaldo.

    —Nadie sabe que estoy aquí. ¿Seguramente esto es más seguro que quedarme en Chicago?

    Shep frunció el ceño y un músculo en su quijada palpitó.

    —Eso espero, gatita. Este bastardo es inteligente. Me gusta pensar que estamos un paso delante de él, pero hasta que no esté encerrado, no podré relajarme.

    —Gracias por cuidar de mí —ofrecí suavemente.

    Shep sonrió con debilidad.

    —Se lo debo a Bryan el cuidar de ti, Finn. El era un buen hombre.

    Sostuve la taza entre mis manos, calentando mi piel contra la porcelana caliente.

    —Podría ayudar si pudiera recordar algo de utilidad.

    —¿Aún no puedes recordar los detalles?

    Negué con mi cabeza desanimadamente. El doctor había dicho que sufría de amnesia histérica, lo que fuera que eso significara. Nunca había sufrido histeria en mi vida, y sin embargo ahora había grandes fragmentos faltantes de mi memoria. Las primeras horas después de que fui capturada eran claras, todo lo que ocurrió después estaba en blanco, o borroso en el mejor de los casos.

    El día que había sido secuestrada había comenzado de forma normal: había ido a hacer entregas, llevando piezas terminadas al dueño de la tienda que las vendía. El día de entregas siempre era frenético, pero prefería asignar un día a la semana para hacer el trabajo, dejando el resto de la semana para esculpir y dar clases en el colegio comunitario local. Después de detenerme para comer con un par de amigos, me dirigí a casa, con la intención de trabajar por una hora o dos antes de prepararme para una cita. La siempre optimista Shelby me había presentado a un nuevo sujeto, y él me llevaría a cenar. Al llegar al edificio de mi departamento, me detuve en el aparcamiento subterráneo, deteniéndome solo lo suficiente para juntar unos papeles y mi bolso.

    Al bajar del carro, descendí a una pesadilla. Alguien se colocó detrás de mí, sujetando una tela con un aroma dulce en mi rostro y perdí la conciencia en segundos.

    Cuando desperté, la oscuridad era absoluta; estaba convencida de que había sido cegada. Mis brazos estaban estirados sobre mi cabeza y amarrados. Agité frenéticamente mis dedos temblorosos, descubriendo que mis muñecas estaban sujetas con esposas, atadas a un aro de metal sobre mi cabeza. No había ni una grieta de luz, pero conforme el tiempo pasaba y yo agudizaba mis demás sentidos, escuché un sutil goteo sobre mí. El aire helado y el olor a tierra húmeda me sugirieron que podría ser una cueva. Si era una cueva, debía estar en lo profundo de las entrañas de la tierra dada la total falta de luz.

    Me tomó un tiempo darme cuenta que no estaba sola. Débiles gemidos y quejidos eran difíciles de distinguir al principio, pero se volvieron más fuertes conforme pasaba el tiempo y yo grité, intentando atraer la atención de la otra persona.

    Cuando ella comenzó a hablar, sus palabras me estremecieron hasta la médula, y destacaba exactamente a qué tanto peligro nos enfrentábamos.

    Su nombre era Bonita Templewood y, en débil voz, confirmó que también era una prisionera. Bonita no sabía cuánto tiempo llevaba ahí, solo que había llegado antes que yo.

    —¿Ya te ha lastimado? —preguntó de forma apática.

    —Mi pecho duele, arriba de mi busto —confirmé, asustada por el contexto de la pregunta.

    —Eso es lo primero que hace, te marca como al ganado —dijo Bonita con amargura—. Te marca como suya —Hubo una larga pausa y la escuché toser violentamente antes de que hablara de nuevo—. Es un corazón.

    Mi sangre se congeló en mis venas y un temblor violento comenzó en mis extremidades, el cual intenté controlar. Había escuchado del Destripador de Corazones de Chicago, era imposible no haber escuchado de sus violentos ataques. Por más de dieciocho meses, había estado secuestrando prostitutas por toda la ciudad. Eran encontradas exactamente siete días después de desaparecer, tiradas en las calles de Chicago, desnudas, con sus cuerpos cortados y mutilados. Cada una podía ser reconocida como la víctima del Destripador, por el corazón tallado en sus pechos, arriba del seno izquierdo. Era la única marca distinguible en cuerpos sádicamente lacerados. Los informes de los medios sugerían que las heridas eran perpetradas cuando las víctimas estaban con vida, torturadas por días hasta que el Destripador se cansaba de sus juegos enfermos y las sacaba de su miseria.

    —¿De dónde te tomó? —preguntó Bonita—. Yo estaba trabajando en la Calle 49, cerca de ‘Cromwell’.

    —Me secuestró del edificio de mi departamento.

    —Oye, niña, ¿no estabas trabajando en la calles? —demandó saber Bonita.

    —No, yo nunca he sido… —Me esforzaba por filtrar mis pensamientos a través del pánico que incrementaba.

    —¿No eres una puta? Pues, mierda, eso no tiene sentido —dijo Bonita con incredulidad, con un tono de voz más fuerte—. ¿Por qué te secuestraría?

    —No lo sé —admití.

    —Bueno, sean cuales sean sus razones, una cosa es segura. Mi tiempo ya casi termina.

    —¿Qué? ¿Qué quieres decir? —exigí, probando las ataduras nuevamente.

    —Secuestra a una nueva mujer, justo antes de matar a la que tiene cautiva. Solo me quedan un día o dos —declaró Bonita—. Todos tienen siete días, eso es lo que decían en el noticiero.

    —Bonita… lo siento tanto —Era una respuesta insignificante, pero me esforzaba por comprender la dimensión de la situación.

    —No lo sientas, niña —respondió Bonita, por lo bajo—. Estaré encantada de morir.

    Era imposible imaginarse lo que Bonita había sufrido. ¿Qué podría ser tan terrible como para hacer que la muerte fuera la mejor opción? Imágenes horribles llenaron mi mente mientras yo recordaba los fragmentos espantosos de los periódicos.

    El tiempo no era sencillo de medir en la completa oscuridad. Parecía que habían pasado horas, o quizá solo habían sido minutos, cuando el sonido cadencioso de fuertes pisadas llegó a mis oídos. Los pasos eran dados con deliberación, y se acercaban cada vez más, haciendo un eco extraño. Mi corazón latía desbocado al ritmo del castañeteo de mis dientes. El sonido de esas pisadas era lo más aterrador que jamás había escuchado. Bonita comenzó a gemir, el sonido era escalofriante en la oscuridad total.

    Lo que siguió es insoportable de pensar y ha llenado mis pesadillas. Bonita gritó y repetitivamente rogó por misericordia, mientras el Destripador hacía cosas inconcebibles, su voz era gutural y monótona. Habló de lo que estaba haciendo, como si estuviera narrando un documental pervertido.

    Describió lo que me haría a continuación.

    Las lágrimas recorrieron mis mejillas y la sangre goteó de mis antebrazos mientras yo tiraba de las esposas, desesperada por escapar.

    Los gritos de Bonita disminuyeron, siendo progresivamente reemplazados por gemidos de misericordia, y después un silencio bendito. Me pregunté si ella estaba muerta, si él la había matado. Un terror abyecto llenó mi pecho, sabiendo que yo era la siguiente.

    El sonido de pasos rítmicos comenzó otra vez, avanzando hacia mí sin prisa y yo tiré contra las ataduras, frenética en medio de mi pánico.

    Unas manos frías acariciaron mis brazos y yo grité. Aunque no podía verlo, podía sentirlo de pie cerca de mí y mi piel se estremeció. Él frotó sus manos lentamente y de forma sistemática sobre mis hombros y brazos, antes de acariciar mis pechos.

    —Eres mi princesa, Finnola —murmuró, frotándose contra mí y yo quise vomitar, sintiendo la bilis en mi garganta, ahogándome—. Siempre serás mía,

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