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Familia de Extraños
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Libro electrónico287 páginas4 horas

Familia de Extraños

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Información de este libro electrónico

En los embriagadores primeros meses de 1939, la vida de Eva Thorne se hace añicos para siempre.

Es el amanecer de la Segunda Guerra Mundial, pero para los residentes de Fielding la vida continúa de una manera sencilla. Sin embargo, la paranoia y la sospecha empañan el mundo de Eva cuando su amiga más querida simplemente se desvanece y nadie afirma haberla conocido en absoluto.

Comenzando a dudar de su propia cordura pero desesperada por encontrar a Annie, Eva conoce a dos misteriosos extraños: la anciana y excéntrica Lola, y el tierno pero distante Gabe. Sin mostrar sorpresa por la historia de Eva, los dos le abren los ojos a un mundo oculto, uno en el que la gente puede perderse y todo recuerdo de ellos es abandonado. Gabe y Lola prometen ayudar a Eva en su búsqueda, pero pronto comienza a sospechar que pueden estar guardando secretos importantes.

Una historia reflexiva y conmovedora, Family of Strangers explora lo que significa amar y pertenecer en medio del miedo y la incertidumbre.

IdiomaEspañol
EditorialNext Chapter
Fecha de lanzamiento7 ene 2021
ISBN9781071583036
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    Familia de Extraños - Barbara Willis

    Prólogo

    Recuérdame por Christina Rossetti (1830 - 1894)

    Recuérdame cuando haya marchado

    Lejos en la Tierra Silenciosa;

    Cuando mi mano ya no puedas sostener,

    Ni yo dudando en partir, queriendo permanecer.

    Recuérdame cuando se acabe lo cotidiano,

    Donde revelabas nuestro futuro pensado:

    Solo recuérdame, bien lo sabes,

    Cuando sea tarde para plegarias o consuelos.

    Y aunque debas olvidarme por un momento

    Para luego evocarme, no lo lamentes:

    Pues la oscuridad y la pena dejan

    Un vestigio de los pensamientos que tuve:

    Es mejor el olvido en tu sonrisa

    Que la tristeza ahogada en tu recuerdo.

    Encontrado y perdido

    Ella me encontró un tiempo después, sentada en una banca tan lejos del portón como podía. Mis manos envueltas en mi regazo y mi mente muy lejos de ahí, la primera vez que sentí su presencia fue cuando su mano gentilmente cubrió la mía. A pesar de que fue un toque inesperado de una extraña, mis instintos no hicieron que saltara o retrocediera, miré en su dirección y observé su rostro. ¿Puedo unirme? ella pidió gentilmente, a pesar de eso, ella no esperó mi respuesta.

    Mirando atrás, me doy cuenta de que sentí seguridad en la manera en que sostuvo mi mano por debajo de la suya.

    Hasta ese acto de calurosa compañía, nunca había sentido tanto miedo cómo lo habría imaginado. Mi mano se había relajado debajo de la suya; solo una parte de mí que sintió esa liberación del miedo.

    Esta diminuta dama sosteniendo mi mano me hizo pensar en un niño sosteniendo la cuerda de un globo, sintiendo como rebotaba y jugueteaba en el viento, que al soltarlo lo verías escapar en lo alto del interminable cielo. Después se iría a la deriva, rebotaría entre las nubes y el viento, hasta que se hiciera tan pequeño que llevaría la vista al límite y jamás volvería a ser visto. Sentía que yo podría ser el globo y la realidad era el apretón de esta vieja mujer, de la cual podría deslizarme fácilmente. No quería que ella me soltara.

    Mi día ya se sentía bastante irreal, lo cual hizo que la invitación para tomar el té de una pequeña y vieja mujer que acababa de conocer se viera normal en comparación. El día había comenzado como cualquier otro de los cientos de días anteriores a ese, sin ninguna pista de lo que pronto me hubiera sido revelado.

    Solía trabajar en una tienda – un lugar pequeño y amigable. En los veinticuatro meses que trabajé ahí me había encariñado con todos los clientes recurrentes del Señor Grayson, ya conocía sus gustos y disgustos, además, de unos cuantos, sus peculiaridades. El señor Grayson y su esposa son personas muy amables y siempre me he sentido a gusto en su compañía. Mi trabajo era como un par de cómodas pantuflas o una vieja pijama, era tranquilizador y familiar. Con el tiempo el trabajo se ha moldeado para mí, o supongo que yo para él, de la misma manera en que el pueblo donde vivo lo ha hecho.

    Fielding es un pequeño pueblo sin complicaciones; la calle principal atraviesa el centro como el tronco inflexible de un enorme árbol – están los parques usuales, casas, escuelas y tiendas que corren a través del centro proporcionando su núcleo y centro de actividad. Una iglesia se encuentra en el límite del pueblo con una granja a su izquierda. Hay campos que se enroscan hacia la derecha y su frente mira hacia la ciudad a la cual sirve. Esta se encuentra ligeramente elevada en la inclinación natural de una pendiente promoviendo su estatus, se fundó hace 200 años y sus puertas siempre han estado abiertas. 

    No me criaron en Fielding, pero pasé mi niñez en los brazos de su cercano y más pequeño vecino, Rushton. En vez de seguir la extendida tradición de abandonar el hogar únicamente cuando el matrimonio me haya envuelto, me mudé a Fielding por mi cuenta en mayo de 1937 habiendo encontrado mi trabajo con una encantadora pareja con la cual alojarme. Mi nueva independencia se ajustaba a mí, como dicen, como anillo al dedo.

    Yo sé que di mi feliz y sencilla vida por sentado en vez de darme cuenta de lo afortunada que había sido de siempre haber podido vivir con paz y seguridad.

    El día en que me encontraba sentada en un parque fue durante tiempos extraños, de duda e inseguridad internacional. Mucha gente estaba compartiendo sus opiniones acerca de cuándo o si nuestro país y sus hombres tendrían que marchar y enfrentar, una vez más, los horrores de la guerra. Aunque afortunadamente, era demasiado joven para haber experimentado la Gran Guerra, nací el año en que terminó, las ondas y repercusiones todavía se sienten y las historias, la ira y la tristeza se agitan sin esfuerzo. Es una herida vieja que, aunque los signos externos parecen estar curados en su mayoría, sigue siendo tan frágil que incluso el más mínimo trauma puede hacer que la sangre pegajosa del recuerdo fluya libremente una vez más.

    Recé muchas veces para que no volviéramos a caer en semejante terror. La voz más común en ese momento era que el conflicto era seguro, pero que podíamos encontrar consuelo en el hecho de que todo terminaría en Navidad. Ciertamente esperaba que eso fuera cierto, aunque se escucharon algunas voces murmurando que todos habíamos dicho eso antes. Nunca he conocido el terror paralizante de despedirme de un ser amado hasta que, vestidos de uniforme, desaparecieran de la vista durante meses o incluso para siempre. En mi inocencia, a pesar del retumbante latido de la inquietud siempre audible a lo largo de nuestras vidas cotidianas, había estado libre de precauciones. Tal miedo había sido, por el momento, desconocido para mí.

    Los sábados eran, y aún son, mi día favorito de la semana a pesar de que mis hábitos se han modificado un poco. Mi vieja rutina consistía en subirme al autobús, tan pronto como terminara mi trabajo a la una, y viajar ocho millas hacia Rushton para pasar la tarde con mi mejor y más cercana amiga, Annie. Esto por lo regular incluía un viaje a la librería para reabastecernos, con nosotras comparando notas y recomendándonos nuevas lecturas. No tengo tanto tiempo para leer ahora y la librería solo me recibe de vez en cuando, así como lo harías con un distante pero muy querido amigo.

    Varios de mis viejos sábados eran completados al compartir una de las encantadoras comidas familiares de la tía Kathleen. La tía Kathleen y el tío Bob siempre me han dicho que debería visitarlos más seguido, a pesar de que nunca dejo de aparecer cuando estoy de regreso en Rushton o Fielding, eso me hace sonreír siempre. Como es señal habitual de respeto yo crecí llamando a los padres de Annie tío y tía; todavía lo hago, incluso ahora.

    A pesar de todos los cambios que el mundo absorbió, siempre me ha parecido que estamos encerrados en nuestros dos amigables pueblos. A medida que mi pequeño mundo se sentía cálido y seguro, los signos ocasionales de los grandes cambios a nivel mundial, como la disponibilidad de ciertas cosas en las tiendas o los rumores de evacuaciones o el reclutamiento de jóvenes, casi no se sentían reales. En aquel entonces yo llevaba mi vida sin cambio alguno. Hubo por supuesto, la conversación ocasional con personas que visitaban la tienda acerca de lo que podía o no suceder en los próximos meses; a veces escuchaba charlas similares entre los que pasaban su tiempo en las calles. Pero las cosas le sucedían a otras personas, nunca a mí, mi vida en nuestras ciudades estrechamente vinculadas continuaba sin molestias ni cambios.

    Inicio y final

    El sábado en abril cuando pensaba que la vida había acabado, me di cuenta tiempo después que solo había comenzado, subí al autobús con destino a Rushton y me senté en mi asiento habitual dos filas detrás del conductor habitual de la ruta. Ocho millas después, dejé que una rápida despedida flotara sobre mi hombro mientras me bajaba y me dirigía hacia la librería. Annie no estaba afuera así que me aventuré a buscarla. Nunca tuvimos un plan establecido de donde nos encontraríamos; a veces era afuera, otras veces nos encontrábamos dentro entre los deliciosamente largos corredores de libros que esperaban para revelarnos sus historias.

    Ya que Annie aún no llegaba, deambulé arriba y abajo, ocasionalmente tomando un libro para decidir si se iba a casa conmigo. Si los libros fueran seres vivientes, me pregunto si ellos contendrían el aliento con anticipación cuando los levantaban del estante para ser considerados. Tal vez dejarían salir un suspiro, abatidos, a través de sus silenciosas páginas si fueran rechazadas. Susurré lo siento mientras regresaba un libro al estante y sonreí para mí mientras caminaba por el pasillo. Tendría que contarle a Annie, eso la haría reír.

    Los minutos pasaron. Annie no estaba ahí. Una hora pasó. Annie no estaba ahí

    Ya había recogido unos cuantos libros en mis brazos mientras caminaba entre las repisas, dos para mi y uno que pensé que Annie disfrutaría, pero no podía esperar en línea para sacarlos. Los dejé en una silla solitaria al final del una de las filas literarias, algo que yo hubiera desaprobado si hubiera visto a alguien más hacer, y me fui rápidamente. Algo dentro de mí estaba perturbado, inquieto, pero no encontraba la razón de aquello, estaba fuera del alcance de los pensamientos razonables. Annie nunca llegaba tarde; tal vez mi inquietud era la preocupación de que ella no estuviera bien.

    A los diez minutos ya me encontraba en su casa, cuando usualmente me tomaba veinte en llegar.

    ‘¡Hola!’ llamé sin aliento, abriendo la puerta trasera ‘¡Tía Kathleen, tío Bob! Annie, ¿estás en casa?’ El tono melódico de mi saludo casual timbraba en mis oídos, una chapa lisa cubría los bordes ásperos de la inquietud que se afilaban a medida que la preocupación se acentuaba.

    ‘Hola linda’ sonrió el tío Bob, entró detrás de mí desde el jardín ‘No esperaba verte hoy.’ Me dio un beso en la mejilla y se fue directo al lavabo para lavar la tierra de sus manos trabajadoras. Miré la parte trasera de su querida cabeza calva mientras estaba de pie frente al profundo lavabo de piedra blanca, volviéndose hacia mí mientras tomaba la toalla para secar sus ásperas manos. 

    ´Confieso que no planeaba venir hoy, tío Bob, pero estoy buscando a Annie’ No había tiempo para una plática sin sentido.

    Luego llegó.

    El momento que cambió mi vida.

    ‘Lo siento corazón, no la conozco. ¿Es conocida de tu tía Kath?’ El tío Bob ahora estaba hurgando y revoloteando en un cajón. ‘Ah, aquí estás’ Levantó una bola de hilo, mostrándome con orgullo lo que había encontrado en las caóticas profundidades del cajón. ‘Tengo unos cuantos trabajos que hacer en la parcela de verduras, así que no puedo detenerme. Dile a la tía Kath que ponga la tetera en un momento, ¿podrías hacerlo corazón? Vendrás a cenar más tarde ¿no?’

    Después me dio otro beso y desapareció.

    Me quedé parada ahí mismo, completamente inmóvil, mirando al tío Bob por la ventana de la cocina mientras desaparecía por el camino y de mi vista, agitando una mano hacia mi sin darse la vuelta. No pudo haberme escuchado correctamente, razoné mientras repetía sus palabras en mi cabeza. Ya que no había señales de mi tía, me dirigí a través del pasillo hacía el frente de la casa, luego giré y subí corriendo las estrechas escaleras. Giré a la derecha en la parte superior, hacia la habitación de Annie.

    ‘¿Annie? ¿Estás aquí?’ La puerta de la habitación se abrió lentamente ante mi tentativo toque. Me quedé en la puerta mirando, dándome cuenta un segundo después que me encontraba boquiabierta. No estaba Annie, pero tampoco había una habitación de Annie. El espacio que había sido de Annie, donde habíamos pasado muchas horas riéndonos, imaginando, jugando a creer, creciendo, se había ido. 

    Las paredes estaban desprovistas de las pocas fotos de Annie. Ninguna de sus cosas personales parecía estar en lo absoluto. No había ropa arrojada sobre la cama, ni libros en la mesita de noche. No estaba el peine sobre el tocador o el osito de peluche de su infancia en la silla. No había cuadernos con fragmentos de papel asomándose o un montón de lápices y plumas. Los muebles seguían ahí, pero nada más. Crucé la habitación hacia los cajones y encontré que ahora contenían fundas de almohadas y sábanas. El armario entonces; un viejo abrigo de invierno de mi tía, el traje de boda y funeral de doble uso del tío Bob. Me sentí enferma y, en respuesta subconsciente, me tapé la boca con la mano.

    Escuché pisadas que subían por la escalera detrás de mí. Una voz.

    ‘Hola Eva. ¿Estabas buscándome?’

    Giré cuando sentí la mano de mi tía sobre mi brazo

    ‘Am, no, De hecho, estaba buscando a Annie. Se supone que nos encontraríamos en la librería.’ El rostro de mi tía me hizo saber que el tío Bob me había escuchado correctamente, y no era el único teniendo algún tipo de crisis – ella parecía estar preocupada por mí, como si yo fuera la que estaba confundida.

    Luego sus palabras lo confirmaron.

    ‘¿Te sientes bien? Ven y siéntate, cariño’ Se veía muy preocupada por mí, pero no sentí una cálida inundación de afecto o consuelo por su preocupación. Lo único que sentía era rabia. Era una emoción que ahora sabía, nunca había experimentado en su totalidad anteriormente. Hasta este momento, había fijado la palabra enojo a sentimientos que podían calificarse como irritación, frustración o molestia. Esta era la primera vez que había tenido una verdadera causa para estar enojada, y la sensación era dura y desagradable, en forma de una roca fría y afilada clavada en las profundidades de mi estómago, después de haber desgarrado la parte posterior de mi garganta al bajar. Esta mueva emoción, hasta ahora extraña, hizo que mi cabeza se sintiera pesada y cada músculo tenso. Luché por hablar a través de este sentimiento intenso y la agresividad seca en mi garganta.

    ‘Lo último que quiero hacer es sentarme tía Kathleen’ El tono afilado de mi voz me sorprendió mientras salía por mis labios, porque nunca había le levantado mi voz en mi vida. ‘¿Dónde está Annie’ ¿Dónde están sus cosas? ¿Qué está pasando?’ Las preguntas surgieron torpemente, cayendo una encima de la otra y sin darle tiempo de responder entre ellas. Así que me detuve a mirarla. Y esperé. Sus ojos perplejos me miraron por un momento, como si estuviera resolviendo qué decir o hacer a continuación. 

    ‘Querida, por favor siéntate. ¿Te sientes bien?’ Ella intento poner su mano sobre mi frente, pero me alejé de ella. Hubo un ruido abajo. Mi tía giró la cabeza a medias como para dirigir su voz sobre su hombro hacia el fondo de las escaleras, sin dejar de mirarme en ese tiempo. ‘¿Bob? ¿Eres tú? Eva no se siente bien. ¿Podrías subir?’ Su expresión y la manera en que su voz fue proyectada hacia las escaleras mientras me bloqueaba el paso, me recordó del día en que ella encontró un pequeño pájaro que había logrado perderse y bajar por la chimenea hacia la sala de estar. Lo había arrinconado, bloqueando su escape hacia la libertad, mientras llamaba por encima de su hombro al tío Bob para que viniera a ayudar. Quizás él también me atraparía con una funda de almohada y me dejaría en libertad afuera. 

    Ella me dio la espalda ‘Ven corazón – quédate con nosotros por unos días para que podamos cuidarte. ¿Te sientes con fiebre? Seguramente tienes la temperatura elevada, estás delirando.’ Levantó una de sus manos nuevamente para sentir mi frente, la otra me sostuvo firmemente del codo, como si estuviera esperando a que me colapsara. Aparté mi brazo de un tirón.

    ‘De verdad, estoy bien. Son ustedes los que están enfermos, no yo. ¿Dónde está su hija?’ Las palabras salieron escupidas de mi boca.

    ‘Eva, lo que dices no tiene sentido alguno, corazón’ Su voz era suave y gentil. ‘Nosotros vivimos solos. Desde que te mudaste a Fielding solo hemos sido nosotros dos. Aquí no hay niños cariño, tú lo sabes.’ Suspiró y se hundió en esa vieja silla mecedora que siempre esperaba fielmente al llamado de servicio, siempre estaba ahí pero raramente la utilizaban.

    El tío Bob se encontraba de pie en las escaleras, quieto, como si se hubiera congelado en pleno movimiento, a mitad de las escaleras. Fotografías de un libro de La Bella Durmiente que tenía cuando era pequeña cruzaron rápidamente mi mente. Todos los residentes del castillo habían sido congelados, en el preciso momento en que la princesa se había pinchado el dedo, a la mitad de cualquier actividad que estuvieran realizando en ese momento; una sirvienta limpiando, un cocinero mezclando una sopa, un guardia cuidando la entrada principal del castillo, un pequeño niño persiguiendo un perro en el campo. El tío Bob se había unido a ellos, inmovible como una estatua. Aún tenía la bola de hilo en su mano que, si no hubiera sido por la desagradable escena que se estaba desarrollando, podría haberme parecido gracioso. Ahora, sin embargo, parecía como si hubiera estado esperando, con cuerda en mano, para subir las escaleras. Ahora el hilo parecía casi amenazante, como si se estuviera acercando para atrapar a la loca parada en lo alto de las escaleras. 

    Mirándome, la tía Kath llamó ‘Busca al médico, Bob’ demasiado fuerte, tal vez porque en su angustia pensaba que el tío Bob estaba más lejos de lo que en realidad se encontraba.

    ‘Yo...no...necesito...ningún...médico’ Enuncié lentamente, ofreciéndoles una sílaba a la vez. Recuperándose, mi tía se levantó, me rodeó el hombro con su brazo. La aparté por tercera vez, pasé por en medio de ellos, empujando a mi tía y golpeando a mi tío Bob en el brazo mientras bajaba apresuradamente las escaleras. ‘Esto es ridículo.’ Lancé las palabras detrás mío con veneno. ‘Regresaré a la librería. Seguramente estará allí ahora. Entonces Annie me podrá decir de que se trata esta ridícula farsa’

    Me detuve y giré al fondo de las escaleras y me encontré con el hilo que había desprendido de la mano del tío Bob, y que me siguió rebotando por las escaleras detrás de mí, como si también tratase de escapar. Ahora se encontraba deshecho y enredado en mis pies. Miré hacia atrás cuando mi tío atrapó a mi tía, su brazo enrollado protectoramente alrededor de su cuerpo desplomado. Mi ira se desvaneció un poco y se transformaba de una dura furia, a un miedo delicado, frágil y tembloroso.

    ‘No sé qué demonios estás haciendo, pero esto tiene que parar ahora’. Me detuve esperando algún tipo de explicación. ‘¿Tuvieron alguna discusión con Annie?’ Luego pregunté un poco más tranquila ‘¿Qué pudo haber sido tan malo para que la desheredaran así?’ Suspiré y agité mi cabeza, un poco de exasperación se unía con el miedo y confusión, y se mezclaban en un extraño coctel cuyo sabor no disfrutaba.

    No era para nada común que mi tía y tío tuvieran un conflicto o mostraran cualquier cosa que no fuera compasión por nadie, así que no podía imaginar lo que habría provocado esta terrible fractura en su familia. Su familia era una unidad tan completa y solida que nada lo había hecho tambalearse, mucho menos caer completa y brutalmente en pedazos. Ahora me miraban como si hubiera enloquecido e imaginaba la existencia de mi querida amiga, su única hija. 

    La cabeza de mi tía estaba inclinada y no podía ver su rostro; mi tío, sin embargo, me miraba atentamente y cuando habló fue de manera lenta y considerada, como si estuviera escribiendo y leyendo las palabras para sí mismo primero. Podía escuchar la verdadera tristeza en su voz, quería forzarme y volver a la conciencia, escapar de esta horrible pesadilla y abrir mis ojos incrédulos a la luz del día y la seguridad

    ‘Y yo no sé lo que te está sucediendo a ti, corazón, pero sea lo que sea, claramente no quieres nuestra ayuda. Puedes ver que estás molestando a tu tía, creo que deberías irte. Me duele decirlo, corazón, pero hasta que puedas explicarte... o aceptar algún tipo de ayuda con esto...’ Mi tía levantó la mirada hacia él y puso su mano en su brazo como si intentara detenerlo, pero golpeó gentilmente su mano sin mirarla y prosiguió ‘...deberías mantenerte alejada.’ Intercambiamos miradas por unos segundos, una espera eterna, antes de que diera media vuelta y me fuera. 

    Mientras avanzaba por el jardín, mi rostro se enrojeció y ardió de ira, tenía fe de que Annie me explicaría todo y luego podríamos comenzar a reparar lo que sea que se hubiera roto. Tantos pensamientos tambalearon a través de mi cabeza, pero ninguno era tan malo que pudiera ocasionar esta reacción en los padres de Annie. Ellos eran cariñosos y siempre la apoyaban, eran tranquilos y prácticos. Cualquier colina que encontraban, sin importar el tamaño, siempre la escalaban con optimismo, fe y unión

    Gradualmente, mis pasos enojados disminuyeron y caminé a un ritmo más tranquilo hacia la biblioteca. Contra mi piel podía sentir la brisa fría mientras abofeteaba la humedad de mi rostro. Ahora comprendía la frase 'sudor frío', ya que mi cara estaba fría y húmeda, me estremecí como si unos helados dedos se extendieran por mi espalda. Estaba pensando o intentando pensar. Pero no importaba cuánto lo intenté, era imposible darle sentido a algo que no tenía sentido.

    Seguía escaneando a las personas a mi alrededor, estaba segura de que Annie se aparecería detrás de mí en cualquier momento, haciéndome saltar y luego riéndose a mi costa. No la había visto en mi camino de regreso a la librería y asumí que debía adentro estar preguntándose dónde yo estaba. Entré en el fresco del familiar y seguro viejo edificio, el olor tranquilizador de papel y libros me dio la bienvenida. Entre los estantes encontré mi montón de libros abandonados, todavía sentados tristemente en la silla esperando a ser reclamados o que cada uno fuera devuelto, decepcionados, a su vida de estante por el bibliotecario. Los recogí y me senté en la silla, colocándolos en mi regazo.

    Me senté sin moverme por tanto tiempo que mi espalda empezó

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