Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Por una sóla noche
Por una sóla noche
Por una sóla noche
Libro electrónico156 páginas2 horas

Por una sóla noche

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Yo pasé lentamente por todas las etapas del luto.
Pero cuatro años después de la muerte de Eric, el vacío aún parecía demasiado grande. No era hora ya de dejar la pausa de lado y dar play nuevamente en mi propia vida?
Dejando las ataduras de lado, por una sóla noche, quería olvidarme de todo... Y recordar al mismo tiempo.
Y fue sentada en el banco del mismo bar donde todo comenzó que, además de los recuerdos, encontré parte de mi pasado en carne, hueso, piel, y, principalmente, corazón.
Benjamín era prohibido para mí antes.
No es más prohibido ahora.
Pero yo aún sentía como si lo fuera.
Contra todas las posibilidades, cómo sería si el "nosotros dos" pudiera existir? Cómo ignorar todos los impedimentos y motivos por los cuales no deberíamos estar juntos y simplemente dejarnos llevar?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 abr 2021
ISBN9781071598597
Por una sóla noche

Lee más de Letícia Kartalian

Autores relacionados

Relacionado con Por una sóla noche

Libros electrónicos relacionados

Romance para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Por una sóla noche

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Por una sóla noche - Letícia Kartalian

    Para todos los que han amado a alguien prohibido.

    Y para todos los que aún van a amar.

    ESCRIBIR ESTE LIBRO TUVO un sabor diferente. Fue muy agradable ambientar la historia de Branca y de Benjamín en el jardín de casa, en la ciudad donde vivo. Éste no es mi primer libro que se desarrolla en Santos, en el litoral de San Pablo, pero es en el que la influencia de la cultura en la lengua hablada se volvió más clara y tal vez pueda ser motivo de extrañeza aquí o allí.

    Por eso, con un consejo de Natalie, bloguera de Avidez Literaria y que fue lectora-beta de PUSN, que también es santista y sirvió de consultora en esa parte, decidí preparar un pequeño diccionario con las jergas utilizadas en el libro para que, si usted viene a Santos luego de la lectura de Por una sola noche, no se pierda.

    Tu: usted. Porque, sí, conjugamos el pronombre tu erróneamente, sabemos que es erróneo y lo continuamos usando.

    Rua XV: Calle XV de Noviembre, ubicada en el centro histórico de la ciudad y tiene varias fiestas y barcitos.

    Mó: mucho. 

    No veneno / no veneninho: irritado (a).

    Sinaleiro: proveniente de señal, es nuestro semáforo.

    Trocando uma ideia: de conversar, conversando.

    Cemitério da Filosofia: uno de los cementerios municipales de Santos.

    Canal 2: existen varios canales en Santos, algunos tienen números, otros tienen nombres, pero la regla es usarlos como puntos de referencia/localización.

    Casquei o bico: de carcajear, reír.

    Bolado aula: igual a saltarse una clase, faltar.

    Mango: dinero.

    When you said your last goodbye

    I died a little bit inside

    I lay in tears in bed all night

    Alone without you by my side*[1]

    KODALINE, All I Want

    EL DÍA ESTABA AZUL, mi humor oscilando entre la tristeza y la nostalgia, exactamente como venía siendo desde aquel fatídico día. Aquel que había arrojado lejos de mí todo lo que yo tenía.

    Observé el cielo abierto de un hipnotizante tono pastel, típico del atardecer con nubes escasas y espaciadas, y sentí el viento balancear los pétalos de las flores que yo cargaba en las manos. Mis cabellos se habrían volado de no estar bien sujetados en un moño, pero excepto por el polvo ocasional – por el detrimento del hormigón en algunas de aquellas cajas o por la suciedad en el suelo, yo no sabía –, el ruedo de la falda era lo único que tocaba mi piel y me hacía cosquillas a la altura de mis rodillas.

    Recatada y de hogar.

    Yo no me reconocía en aquella chaquetita gris ajustada a la cintura con un cinturón exactamente donde comenzaba la costura de la falda con estampa floral, tan distante como podría de las ropas que la antigua yo usaría. Del vestuario actual, sólo sobrarían las All Stars que calzaba y, aún así, no un par tan estropeado como ese. Pero eran algunas de las únicas prendas en mi armario que no estaban raídas o con varios pequeños orificios o que no entraban en las categorías de ropa de trabajo, sudadera o pijama.

    —Tú no necesitas quedarte aquí todo el día. — La voz temblorosa vino por detrás mío, como era de esperarse. Tan escéptica como yo era, sólo podía ser obvio que mi mejor amiga fuera crédula hasta los huesos. Sofia había adoptado una mala impresión con repecto a los cementerios durante la infancia, cuando un primo suyo, muy cercano, falleció. Un temor que nada tenía que ver con espíritus o fantasmas o, incluso, muertos-vivos apareciendo para tomar aire fresco, sino todo sobre el peso del lugar en sí y de las energías que lo envolvían. No creía que ella estuviera equivocada, aunque no creyera en lo paranormal, pero tampoco comprendía el hecho de pedir permiso al entrar tanto en cementerios como en hospitales.

    Lo que, definitivamente, yo tampoco entendía, pero sólo aceptaba en silencio era que, fuese como fuese, aquel cementerio era el único lugar, en aquellos días, en que yo creía poder sentirlo. Donde yo me cubría de escalofríos, donde yo sentía su energía, su aliento, como si, de alguna manera, no sólo su cuerpo yaciera allí, sino que también su alma estuviera presente. La presencia de Eric en mi vida se había ido desvaneciendo de a poco, siendo ese el único eslabón simbólico con su memoria.

    Detrás de su observación, además del miedo, existía también una crítica. Sofia, atrapada en la burbuja del casamiento feliz con su novio de la infancia, nunca entendió mi devoción por el luto. Ni Camila, por lo que yo sabía, aunque nunca me hubiese dicho nada directamente.

    —Un hombre que no te apoya en tus sueños, no te merece, no es el hombre ideal para tí. — Sofía acostumbraba decir. Se olvidaron de transmitirle el memorándum a ella. El hombre ideal no existía.

    Aún con sus temores y opiniones, Sofía no dejaba de hacerme compañía en todos los cumpleaños y fechas importantes conmemorativas, permaneciendo a mi lado durante el tiempo que mi corazón creyera que debía. Y tal vez por eso, distraída, ella no hubiese reparado que traía sólo las flores en mis brazos o se hubiese incomodado porque yo nos llevara hacia allá en mi propio automóvil. No tenía cinta transportadora, no tenía agua fresca, no tenía diario. Ni siquiera se había agachado un momento, permaneciendo de pie observando el césped bien cortado y las palabras grabadas en el granito a mis pies.

    En el fondo, ella tenía razón. Yo no necesitaba – ni debería – permanecer allí todo el día. No me haría ningún bien, realmente, pero yo sentía que debía o me hundiría en culpa los otros 364 días del año. Aquellos días, sin embargo, eran los únicos momentos en los que yo me permitía visitarlo, en que dejaba las apariencias de lado y admitía el fracaso de no lograr seguir adelante, y que yo largaba todo para quedarme con él.

    —Lo sé. — Respondí apenas.

    Era en esas fechas que, cuanto más intentaba olvidar y no mirar hacia atrás, más las personas parecían tratarme como si fuera una obligación continuar viviendo en aquel martirio y cumpliendo determinadas obligaciones como si fueran amarras enroscándome más aún en algo que yo ya debería haber logrado desenrrollar. O, para confundirme más, las miradas juzgadoras de cómo yo no tenía más una vida cuando no aparecía en los happy hours o parecía un zombie en las confraternizaciones de fin de año de los clientes.

    Con excepción del primer año luego de su muerte, en donde intenté proseguir con mi vida como si nada hubiese sucedido — y había fallado miserablemente —, aquellos eran los días en que apagaba el celular y dejaba que atendiera el contestador automático, cuando desaparecía de las redes sociales y me tomaba el día de descanso por ser imposible concentrarme en otra cosa.

    Era el momento en que me daba cuenta de que estaba sóla.

    Totalmente sóla y completamente sin saber qué hacer.

    Con 38 años de edad, yo era apenas una mujer sin perspectiva, sin familia, sin niños rodeándome, sin marido y con sólo una gran amiga cercana, Sofía, un año mayor y cuya familia me había adoptado como un miembro honorario. Camila vino de brindis y nosotras éramos cercanas, pero ella no sabía tanto de mi historia como el vínculo que nos había unido.

    —Sabes que el clima no está tan feo aquí hoy? — Sofía parloteaba continuamente, pero yo casi no la oía, demasiado concentrada en mis propios pensamientos. —Casi como si algo fuera diferente de aquella vez. Debe ser la costumbre. Ugh, no debería ser normal que yo me haya acostumbrado tan rápido a ese lugar, a pesar de que, bueno, es el final de casi todos nosotros. — Ella hizo una pausa, divagando. —Tal vez yo prefiera ser cremada, es una mejor opción.

    Me agaché, finalmente, y mi amiga, con sus cabellos rojizos, grandes ojos verdes y una sonrisa sencilla y acogedora en el rostro, me observó darle un beso al ramo de azaleas color bien rosado de salmón, las flores que él acostumbraba regalarme, colocándolas sobre la tumba.

    Cuatro exactos años atrás, aquel gesto era hecho por primera vez, cuando perdí a alguien que amaba profundamente. Eric se había ido en un trágico accidente de automóvil, dejándome viuda demasiado temprano y, mientras no importaba cuánto tiempo pasase, nunca me olvidaría de aquella noche ni de todas las otras de dolor y fragilidad, de reticencia y, mucho tiempo después, de aceptación. Era la hora.

    Le dí un beso en la punta de los dedos de la mano izquierda y me incliné, tocando aquella lápida y leyendo una vez más – la última vez – las palabras:

    Eric Gael Castro Foley

    1980 – 2015

    Amado marido, hermano y amigo.

    Con la ceja levantada y la frente arrugada de desconfianza, Sofía me miró y sujetó mi mano, ayudándome a levantarme.

    —Estás bien?

    —Más que bien. Es la hora de irnos.

    —Claro! — concordó ella. —Podemos hacer una noche de cocteles, comenzando con Mojitos y Cosmos en tu casa, un calentamiento hasta que Camila salga del trabajo y entonces...

    —Sofía. — Pronuncié su nombre, lo que hizo que ella parase en medio de su monólogo. Yo no necesitaba oír, sabía exactamente lo que seguiría. Y entonces nos vamos a emborrachar hasta no saber más quiénes somos o qué vidas dejamos en casa o una variación cualquiera de la frase. Estaba al tanto del cronograma. Era la forma en que Sofía y Camila lidiaban con el dolor. Entregadas a la bebida en un club privado cuya entrada costaba un riñón o, en el mejor de los casos, en un bar más sencillito, ambas situaciones contando con la presencia de montones de hombres alrededor, pero esa parte era más por mí que por ellas, ya que Sofía estaba muy bien casada y Camila medio que no necesitaba de mucho esfuerzo en ese ámbito.

    El primer año como una mujer viuda, después de haber sobrevivido como un zombie a un largo día de trabajo, las dos locas que yo tenía en mi vida me hicieron subir a la sierra y me llevaron a un club secreto en la capital paulista. El tipo de lugar al que las mujeres acostumbraban ir en busca de sexo y diversión sin compromiso, lo que no era justamente el tipo de ambiente que me agradaba. Demasiadas parejas, que me disculpen. Entonces sólo volví para casa con las dos detrás mío. No, yo no me consideraba una puritana, sólo que no estaba buscando relaciones casuales sin sentido y no necesitaba un tipo cualquiera para suplir una falta que iba mucho más allá de lo físico. Era muy

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1