Las Posadas
Por V. Castro
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Nola lleva años soltera y ha decidido anteponer el éxito al amor. Sin
embargo, su deseo para Las Posadas de este año es encontrar algo más
junto al atractivo embalsamador que acaba de mudarse a la ciudad para
encargarse de la funeraria tras la muerte de los anteriores propietarios en un
incendio.
La tensión entre Nola y Henry no hace más que aumentar semana tras
semana durante las reuniones del club de puzles a las que acuden juntos. En
el comienzo de Las Posadas, cuando le toca a Nola ser la anfitriona de la
siguiente reunión del club, descubre la presencia de un invitado inesperado
en su nueva casa.
Preparen el pozole y los palos de piñata… porque será sin duda una noche
macabra.
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Las Posadas - V. Castro
CONTENIDO
Las Posadas
Pancho Claus vs. Krampus
OTRAS OBRAS DE V. CASTRO
The Haunting of Alejandra
Immortal Pleasures
The Queen of The Cicadas
Mestiza Blood
Out of Aztlan
Hairspray and Switchblades
Dia de Los Slashers
Goddess of Filth
Rebel Moon
Alien: Vasquez
LAS POSADAS
V. CASTRO
Dedicado a la Santa Muerte, a la familia,
a los lectores y lectoras, revisores y revisoras
y a todos y todas mis fans.
Gracias.
LAS POSADAS
Siempre dije que le compraría una casa a mi madre. Sería toda para ella durante esos años de oro sin un marido. Pasó por dos divorcios complicados, fue madre soltera y estudió dos carreras con dos hijas. Ahora por fin podría cumplir la promesa que me hice a mí misma y que me llevó al éxito, aunque me hubiera desangrado en el camino.
Estábamos tomadas del brazo frente a la casa de dos plantas y tres dormitorios en la ciudad de New Braunfels. Es una ciudad chiquita y maravillosa de Texas ubicada entre otras dos ciudades muy distintas. Ambas nacimos en San Antonio, ahora una urbe en expansión repleta de franquicias y autopistas en cuyo corazón descansa El Álamo. Austin se encuentra al otro lado de New Braunfels. Una ciudad demasiado moderna y vegana para su gusto, y con un tráfico horroroso. Además, la gente de California se trasladaba allí en masa.
Me apretó el brazo con fuerza. Se le quebró la voz.
—Esto es demasiado. No puedo dejar que lo hagas.
Las lágrimas corrían por mis mejillas al recordar aquellos años de trabajo duro y de lucha. Y los años en que tuvimos que vivir con nuestros familiares porque no teníamos una casa propia.
—Sí que puedo, y ya está hecho. Te lo mereces.
Nunca supimos de corazón lo que nos merecíamos de verdad, o de lo que éramos capaces. La apreté contra mí como una madre haría con su hijo. Las lágrimas seguían derramándose sobre mis pómulos, que poseían el mismo ángulo afilado que los suyos. Después me envolvió la calma. Algunos sueños son reales. Sabía lo que eran las pesadillas y los demonios, pero esta era la buena vida; la de las películas navideñas y los libros que te hacen sentirte a gusto. Cuando por fin fui plenamente consciente de esta realidad, reí entre dientes.
—Vamos, mamá. Vamos a ver el interior de tu nuevo hogar.
—Nuestro hogar, al menos por un tiempo. Me alegra que vayas a vivir conmigo.
Tenía una última sorpresa. Como pronto sería Navidad, me tomé la libertad de decorar toda la casa para ella tras elegir unos muebles sencillos que podría cambiar si así lo deseaba. En la amplia sala-comedor instalé un árbol de más de dos metros de alto y lo decoré con bolas de cristal rojas, verdes y doradas. Unas luces blancas iluminaban las dos flores de Nochebuena situadas a ambos lados de la chimenea en la parte derecha de la sala. Estamos en Texas, así que no sabía si le serviría de mucho, pero daba un toque acogedor. En su interior acomodé unas velas anchas con olor a helecho. En la repisa, coloqué varios nichos que había comprado en los puestos mexicanos del Market Square de San Antonio. Cada una de las cajitas mostraba a varios santos. La última representaba el nacimiento de Cristo en el pesebre. A su lado se acurrucaba una mula chiquitita. Me encantaba ver a La Virgen como La Catrina, con su rostro de calavera bajo un manto azul y con dos pozos por ojos que contemplaban al Niño Jesús, que al igual que ella no era más que un amasijo de huesitos arropados.
A la izquierda, en el lado opuesto, había un aparador con un altar familiar que yo misma elaboré. En lugar de flores de Nochebuena coloqué dos jarrones de cristal con rosas rojas como la sangre, una para nosotras y las demás para quienes ya no estaban entre nosotros. Las rosas daban vida al altar al encender las velas. Durante años permanecimos separados como familia; cada uno se ocupaba de sus asuntos a su manera. Algunos fallecían. Nacían bebés. Matrimonios, divorcios. Yo los reuní a todos, y también nuestras creencias, sobre un paño rojo de encaje con siete velas por los siete días de la semana, un arbolito de Navidad decorado con lacitos rojos diminutos, fotografías familiares y un