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Odisea: Un año de inmigrante en U.S.A
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Odisea: Un año de inmigrante en U.S.A
Libro electrónico222 páginas2 horas

Odisea: Un año de inmigrante en U.S.A

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Odisea, un año de inmigrante en los EE. UU., narra, como su nombre lo indica, un viaje y las anécdotas que vivió una persona en los EE. UU. como inmigrante, los problemas a los que se tuvo que enfrentar y cómo con su fe puesta en Jesucristo, y encontrando al amor de su vida, pudo salir adelante, despertando en ella ese ser dormido que todos traemos dentro. Como lo dice un refrán español, “De músico, poeta y loco, todos tenemos un poco”.

Este libro puede disfrutarse por su contenido de recetas típicas mexicanas, muy al estilo del autor, sus cuentos infantiles creados por ella misma, y sus poesías inspiradas por ese amor que nos llega a todos en algún momento de nuestras vidas y que sabemos identificarlo, porque en la mayoría de las veces lo dejamos ir sin darnos cuenta, motivado por todos los convencionalismos sociales que vivimos diariamente.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 oct 2019
ISBN9781643341774
Odisea: Un año de inmigrante en U.S.A

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    Odisea - Rosalina Huesca de Gallegos

    4 de junio de 2002, martes

    Mi primer día en EE. UU.

    Llegué en el vuelo C041724 de Continental Airlines. Había salido del puerto de Veracruz a las 7 a. m., y el avión se hizo dos horas de vuelo, hasta la ciudad de Houston, Texas.

    El vuelo fue bastante tranquilo, el cielo estaba con escasas nubes, un azul intenso, se veía hermoso, la luz del sol resplandecía tras las ventanillas del avión.

    Me sentía tranquila, pero muy triste. Cuando despegamos, el miedo se apoderó de mí, pero ya mi tía Antonia, me había preparado un brebaje con las flores de Bach; realmente son muy buenas, me invadía una tranquilidad que daba gusto sentirla.

    Le ofrecí unas gotas del brebaje a mi vecina de asiento. Era una jovencita de Orizaba que iba hacia Canadá a visitar a unos familiares. No quiso las gotas, porque había tomado unas pastillas para el mareo, se llamaban Dramamine.

    Mi muy querida hermana Gloria, me había comprado unas revistas para el viaje, pero solo les eché un vistazo, ya que la plática con la jovencita estaba muy amena. La verdad que durante todo el viaje la pase muy bien, la conversación estaba bastante agradable, hasta olvidé que iba en un avión, con un cambio de vida total, un renacimiento.

    Había estado al borde del llanto, dejar todo a un lado. Lo más importante, mis seres queridos, es un dolor indescriptible el que sentía.

    A mi único hijo lo había dejado con mi hermana; ojalá y quiera Dios pronto nos reunamos.

    En fin, cuando arribe al aeropuerto de Houston, me encontraba desorientada. El agente de la aduana me preguntó a que venía a los EE. UU., y como gracias a Dios volví a elaborar la solicitud de la visa, puse solo la dirección de José Hinojosa, un cliente de mi hermana, le compraba sandia; así que como solo iba a Houston, no me requirió los boletos, me preguntó que cuanto tiempo estaría en el país, y le dije que 15 días aproximadamente, el agente selló mi permiso de entrada y pasé. En ese momento empecé a sentir que tenía sangre en mis venas, había estado como paralizada, siempre la presencia de agentes de la ley me han impresionado.

    La chica del avión iba tras de mí, ella tardó un poco con el agente de inmigración, tenía que explicar que iba hacia Canadá, y después de que salimos, nos despedimos ya que ella tenía boleto de vuelo para las 10:45 a. m., increíble, nunca le pregunté su nombre ni ella el mío, así suele suceder…

    Nadie hablaba español, yo quería comprar una tarjeta telefónica para poder llamarle a mi hermana, debía estar preocupada, sus hijas y mi hijo habían tenido fiebre. Nadie en el aeropuerto me podía informar donde comprar una tarjeta.

    Salí del aeropuerto y me senté en una banca, cuando me percaté de que otro señor estaba sentado también en la banca. El usaba el cabello largo, peinado con una cola de caballo, era de tez morena, supuse que era mexicano o latino, y que por consiguiente hablaría español. Me decidí a preguntarle qué si podría ayudarme, él también estaba desorientado; esperaba a sus suegros, él vivía en Anchorage, Alaska y tenía 10 años de vivir ahí, hablaba bien el inglés, así que no dudó en ayudarme. Le pregunté sobre donde podría comprar una tarjeta telefónica, nos volvimos a meter al aeropuerto, y tomamos el tren ligero; este aeropuerto de Houston es grandísimo, para todo debe uno viajar en tren ligero, si se quiere ir de una sala a otra. En fin, habíamos estado en la sala D, así que nos dirigimos a la sala C, ahí nos bajamos. Después pensé en lo atrevida que había sido, no conocía al tipo, que pasaría que fuera un maleante; ni modo, no me quedaba de otra, solo confiar en él, en un momento que no me di cuenta, se me desapareció, quería que yo fuera con él a documentar su boleto, pero yo me había regresado al área de equipaje para recogerlo, y pensé que él estaba conmigo, pero no.

    Así que tomé mi equipaje y me fui al otro lado de la sala donde vi un anuncio que decía: Vuelos a EE. UU. Continentales.

    Estuve haciendo cola un buen rato, puesto que todos tenían equipaje pesado y grande, a algunos se los revisaban. Cuando me toco mi turno, y llegué con el chequeador de boletos, que era un señor grande medio gruñón, no me entendía, ni yo a él. Se puso a buscar en todos los cajones hasta que encontró un papel que decía en español: ¿Hizo usted sola todo el equipaje?, y le dije: Por supuesto.

    Después entre de nuevo a la sala. Anteriormente había pasado por la revisión del equipaje de mano, y al ir checando las salas, me encontré entre tiendas, restaurantes, y demás negocios comerciales. Me dispuse a buscar donde podría comprar la tarjeta telefónica prepagada. Encontré un lugar donde las vendían, pero fue, creo, la tarjeta más cara puesto que me costó $26, para hablar dentro del país 60 minutos y fuera del país 19 minutos.

    Me dispuse a hacer la llamada, pero no sabía eso del código del país, así que tuve que pedir ayuda de nuevo a un joven que estaba ahí.

    Por fin pude llamar y hablar con mi hijo. Él estaba haciendo tarea, lo escuche tranquilo. Le pregunté como seguía con la fiebre, me dijo que iba mejorando pero que mi hermana no se encontraba en casa. Entonces le dije que todo estaba bien conmigo y que más tarde les volvería a llamar.

    Después me fui a comer a un restaurante que vi que los precios estaban más o menos aceptables. Solicite por supuesto lo más barato, una rebanada de pizza, ensalada y refresco. La pizza no es muy de mi agrado, pero todo lo demás estaba muy caro y aparte de que con hambre todo se come. Me gasté $8.32.

    Mientras estuve sentada, llegaron a mi mesa una pareja de ancianos. Me pidieron permiso de sentarse conmigo, yo no tuve escrúpulos y les dije que no había problema. Ya me había percatado de que todas las mesas estaban ocupadas, así que no tuve opción. El señor era juguetón, y ella muy seria. El señor se quedó sentado conmigo mientras su esposa iba a ordenar la comida, como no encontró lo que quería, le dijo al esposo que iba a otro restaurante, para esto ya el señor había empezado a contarme una fábula en su medio español:

    Una pareja que iba en el desierto se encontraron con una rana, la querían matar, pero la rana habló, y les dijo: Si me dejan libre, yo le concederé a la esposa tres deseos y de lo que pida, al marido le daré 10 veces más". Entonces la esposa habló y su primer deseo fue tener mucho dinero, e inmediatamente fue inmensamente rica, pero el marido 10 veces más; su segundo deseo fue, ser la mujer más bella, pero el marido fue 10 veces más bello. Después en su último deseo, la rana le dijo que lo pensara muy bien, y ella le dijo que su tercer deseo era que le diera un infarto muy pequeño en el corazón y al pobre marido le dio 10 veces más fuerte.

    Imagínate —me dice—, serán crueles las mujeres", inmediatamente se levantó de su silla y se fue.

    Poco tiempo después, llegó un gringo, muy guapo, por cierto, me solicitó permiso para sentarse, y por supuesto, que se lo di.

    Comenzamos a platicar en español, puesto que él lo hablaba perfectamente. Me preguntó de dónde era. Él me dijo que era de Luisiana y venia llegando de Venezuela. Tenía negocios allá y una novia. Yo pensé: «que lastima». Platicamos de que estuvo en Villahermosa, y Palenque, y que le gustaba mucho México. Desafortunadamente, para mí, su vuelo estaba por salir, así que se despidió muy cortésmente.

    Hasta este momento eran las 1:25 p. m., y no me había pasado nada emocionante, trataba de controlar el sueño que de momentos me daba, y nadie se me acercaba.

    He observado que han ido a comer más personas de tez negra que de tez blanca.

    Como estaba súper aburrida, me puse a leer un libro de poesías, y pensé: «A ver si ahora si me aprendo la de A Gloria».

    No podía concentrarme porque frente a mí, estaban unos venezolanos con un escándalo que me daba envidia. Yo sola como tonta escribiendo todo lo que veía y percibía. Los de tez negra con sus peinados extravagantes y los blancos con su postura de somos los dueños del mundo, no pasaba nada; el restaurante se estaba vaciando. En eso llegaron una pareja de hindúes, que me llamó la atención por lo mucho que se parecen a nosotros los latinos; con razón nos dicen desde Cristóbal Colón, indios.

    Estoy muriendo de sueño, son las 2:30 p. m., y mi salida es hasta las 8:50 p. m.

    Para quitarme lo aburrida que estaba, me levanté para ir a comprar un helado; como siempre hago con la mala costumbre, primero pido las cosas y después solicito el precio, por poco y me voy de espaldas, hasta el sueño se me quitó, el helado costó $4.87, carísimo. En un rato ya me había gastado $39.24, que correspondían a $373 pesos mexicanos aproximadamente; al paso que iba, quedándome más tiempo en el aeropuerto, me iba a quedar sin dinero. Mi vuelo era para Salt Lake City, y debía llevar lo suficiente en dinero para no tener problemas, así que con estos costos tan altos me llevé el chasco de mi vida.

    Estaba un gringo cerca de donde yo me ubicaba, joven y muy guapo, y se reía solo, yo disimuladamente volteaba a verlo. Él se percató de eso, y entonces también me vio y sonreía. El tipo iba vestido muy raro, para estar en un aeropuerto, llevaba puesto un sombrero de paja, shorts y en sus pies huaraches, traía además una maleta. Yo en verdad que llegué a pensar si estaría loco, y me dije: «Bueno, pues algo le voy a preguntar, entablar una conversación con él, por lo menos así se me quitará el sueño».

    Se me ocurrió escribirle en inglés, así que agarré una servilleta y le puse: May I help me please? I don’t speak English, but I like to call to a place there are in USA. How?

    Y que me contesta en perfecto español: ¿Quieres hacer una llamada?

    Ja, ja, ja, ja… nunca pensé que iba hacer tamaño ridículo; pero lo bueno de eso fue que sirvió para platicar unos momentos porque su vuelo salía hacia Massachusetts. No cabe duda, me pasa por sonsa, porque estuvo sentado frente a mi como dos horas y se reía cada vez que lo volteaba a ver. Y bueno, me comentó que vivió 3 años en Santo Domingo, 3 meses en Chiapas, México y cerca de Salt Lake City, por eso hablaba bien el español. También me dijo que era economista, y que iba a África la próxima semana, en eso anunciaron su vuelo, y se despidió.

    Volví a quedar sola de nuevo, y pensé: «¿Qué hago aquí como tonta?, mejor voy a caminar para ver las tiendas, venden cosas muy bonitas y novedosas».

    Todo me pareció muy caro, imagino que es por estar en el aeropuerto. Después, fastidiada, que me fui a la sala que me tocaba para el vuelo a Salt Lake City. Me acomodé en un asiento de tal manera que si me jalaban el bolso de mano, o la maleta, me diera cuenta y me dispuse a dormir. Claro está que no iba a conciliar el sueño como en una cama, debía estar ojo avizor por cualquier cosa; en esos momentos la sala estaba vacía, no me di cuenta en que momento me quedé dormida, hasta que escuché mucho ruido, abrí los ojos, y vi que la sala estaba completamente llena.

    Me desperté completamente y les pregunté a unos colombianos si ellos también iban a Salt Lake City y me dijeron que sí, pero que habían cambiado la sala de la D1 a la D3. Así que tomé mis cosas y me cambié de sala. Cuando llegué, escuché por el auricular que una señorita estaba anunciando que el vuelo a Salt Lake City estaba sobrevendido y que iban a dar $300, a quienes quisieran quedarse y salir al otro día. Estuve tentada a aceptar la oferta, casi era la misma cantidad que había gastado y así recuperaría un poco; pero pensé que se iban a preocupar por mí al no llegar como estaba planeado, así que no acepté.

    Me subí al avión, este era un poco más grande, de 6 hileras de asientos, el otro solo tenía 3. En esta ocasión me tocó sentarme en medio, a mi izquierda estaba un muchacho, guapísimo, yo a todos los muchachos los veía guapos, ja, ja, ja. A mi derecha estaba una muchacha, en mi medio inglés y en su medio español, nos pusimos a platicar. Si no hubiera sido por eso, el viaje hubiese sido aburrido.

    De comer para cena, nos dieron dos mini sobres de cacahuates. En el vuelo de la mañana había estado mejor, nos dieron una rosquilla con mermelada, queso para untar y café. Ahora solo los mini sobres de cacahuates. No entiendo los viajes en avión cada vez son más caros y cada vez menos de comer.

    El vuelo estuvo tranquilo, de Houston a Salt Lake City, se hizo el avión como tres horas. Tras la ventanilla, lo poco que podía ver, me percaté de que la ciudad era grande. Aterrizamos a las 12:00 a. m., me sentía muy cansada y con sueño. El aeropuerto era mucho más pequeño que el de Houston. De cualquier modo, yo no podía ubicarme, así que seguí a la gente, imaginé que todas iban a recoger su equipaje.

    Después hice unas llamadas a México, creo que todos estaban durmiendo, pero en una de tantas, me contestó una tía con la que había estado viviendo antes de venirme a los EE. UU.; hablé con ella unos minutos.

    Después le marqué a María, la amiga de mi tía que me invitó a venirme a los EE. UU. y me había ofrecido su casa. Ella llegó con su hijo Gael. Ya los había esperado como 45 minutos, pensé

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