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Nunca. Jamás. Sucedió.: (Cuentos de ficción)
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Nunca. Jamás. Sucedió.: (Cuentos de ficción)
Libro electrónico111 páginas1 hora

Nunca. Jamás. Sucedió.: (Cuentos de ficción)

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La refinada narrativa e incansable pluma de Fabián Donnini nos invita, en esta tercera entrega, a transportarnos entre mundos infinitos. Un multiverso donde, sin quererlo, encarnaremos el papel de personaje principal, un viajero fuera del tiempo que a cada paso se transforma y vive las más extrañas aventuras.
En solo diecinueve de ellas, tan opuestas a lo que sabemos como cierto, el autor logra efectivamente y afectivamente, alejarnos de la realidad. Esta dificultad para reconocer lo verosímil, incurre en un nivel de incertidumbre que rápidamente estremece y obliga a seguir leyendo.
En dosis medidas a la perfección, que nos recuerda a la magistral prosa de Asimov, Borges, Bradbury, Poe y quizás Sturgeon, el escritor ilustra la posibilidad de lo imposible, lo que podría ser y no es. Interrumpir la lectura sería casi como un crimen.
Pero, ¿y si todo esto fuese cierto? ¿En que proporción lo sería? Como es habitual, Donnini, nos hace preguntarnos al final, si esto es verdad, o quizás,… nunca jamás sucedió.

Guillermo A. Bautis
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 oct 2022
ISBN9789878728735
Nunca. Jamás. Sucedió.: (Cuentos de ficción)

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    Nunca. Jamás. Sucedió. - Fabián Sebastián Donnini

    Prólogo

    ¿Por qué escribe cuentos un notable cirujano cardiovascular? ¿Si los escribe, por qué los publica?

    Conozco a Fabián Donnini hace más de 20 años, y aunque hoy estamos más viejos y tenemos achaques, seguimos compartiendo como colegas el trabajo y por sobre todo una gran amistad. Siempre tratando de ayudarnos mutuamente con desvelos y problemas, encontramos consuelo en la búsqueda, sabiendo que ni uno ni el otro tendrá la solución.

    Pero, quizás un artista, es quién finalmente puede expresar sus sentimientos, y toda expresión requiere un destinatario. El principal destinatario es el artista mismo. Luego, quien lee se identifica con la historia y entiende estar expresando algo similar, o recibiendo un mensaje similar…

    Esta hermosa antología de cuentos del Dr. Fabián Donnini es una declaración a la mujer amada, la expresión de devoción incondicional hacia los hijos, y tal vez una rendición de cuentas que busca la siempre inalcanzable reconciliación con los padres.

    Nos lleva de paseo por un mundo en el que todo se toma un poco en broma para intentar infructuosamente alivianar el peso de la existencia. Además, vamos a encontrar buenas historias con pinceladas de reflexiones profundas, escondidas en la prosa de fácil lectura de un autor culto y brillante.

    Un libro exquisito, que alterna entre la filosofía, el romanticismo y la narración de historias que intentan llevar lo cotidiano a lo sublime.

    Un libro hermoso…

    Gustavo Samaja

    El emperador, el mago y la maldición

    Antes de salir del hotel acomodé mis cosas. Era el último día en Beijing y al siguiente me aguardaba un largo viaje hasta Buenos Aires. Ya llevaba en Oriente más de quince días y aún me sentía cansado. La serie de conferencias a las que había asistido desde la llegada no me habían dado tiempo de adaptarme al cambio de horario y aún me despertaba a la medianoche creyendo que ya había amanecido. Me había ocurrido igual el año anterior, y como entonces recordé que también había supuesto que el viaje me serviría para ordenar mi vida afectiva. Aquella vez igual que esta creí que el tiempo lejos del hogar ayudaría a tomar una decisión sobre lo que debía hacer.

    Tomé un café expreso y un paquete de galletitas de agua de una máquina expendedora y me senté en el lobby evitando el desayuno continental del hotel y el aroma de las frituras exóticas a esa hora de la mañana. Después de esas dos semanas no podía comer más que arroz blanco y agua. Añoraba una medialuna de manteca con un buen café con leche. Ni siquiera una croissant en el aeropuerto de París sería suficiente.

    –Ojalá encontrar la felicidad con los afectos fuera similar que con la gastronomía. Uno siempre sabe lo que quiere y es muy raro que lo cuestione –pensé.– Sería mucho más fácil.

    Me gustaban los hoteles. No había sido siempre así, pero en los últimos años empecé a disfrutar el trato cordial aunque frío e impersonal que ofrecían. Esto me permitía concentrarme en otras tópicos del trabajo o de mi vida.

    El guía turístico entró al hall principal minutos antes de la hora convenida con una banderita en su mano invitando a los participantes del congreso a subir al bus que nos llevaría al palacio del emperador Zhu Mang. No eran muchos ya que la gran mayoría prefirió ir de compras a un shopping lo que motivó el enojo del guía.

    –Hacen un viaje tan largo y en lugar de interesarse por la cultura prefieren perder el tiempo comprando baratijas–. Me dijo en correcto español con acento madrileño.

    –Esas baratijas, como usted las llama, también son parte de su cultura–. Pensé, pero callé para no entrar en una discusión que no llevaría a ninguna parte. El guía había marcado bien sus puntos.

    Observé las calles de Beijing desde la ventanilla del ómnibus pensando que quizás sería la última vez que estaría allí, tal cual lo había supuesto un año antes.

    –Quizás esté destinado a pensar siempre lo mismo, el eterno retorno, el tiempo circular,– razoné con la desilusión que quizás entonces nunca encontraría la solución a la sensación que me agobiaba.

    El bus zigzagueó entre rascacielos hasta que estos desaparecieron, luego por unas verdes llanuras y al cabo de una hora habíamos llegado.

    La imagen del palacio era monumental. Lo había construido un emperador que había gobernado con anterioridad a el gran emperador chino. Mucho más pequeño, pero justamente por eso más exquisito y delicado, erigido en madera por sus propiedades antisísmicas y pintado con una variedad heterogénea de colores. Sus techos, que estaban superpuestos a la manera de las pagodas tenían un alero grande cuyo borde se encorvaba hacia arriba.

    En su interior, un patio cerrado que se conocía como pozo de cielo albergaba una escultura de jade del emperador Zhu Mang de un par de metros de altura. Esta era imponente, pero similar a otras tantas que ya había visto de mayor envergadura y refinamiento ya que se trataba de una obra más antigua. De todas formas lo que resaltaba era la excesiva expresión de tristeza en la boca y ojos del emperador.

    Le pregunté al guía si había alguna explicación y entonces me contó la leyenda de la maldición del mago Woo Long que después confirmé en el libro Leyendas de la antigua China imperial del profesor Dr. Quan Sé 1923 Ed. Prestay.

    "Cuando el emperador Zhu Mang sólo reinaba en su ciudad alrededor del año dos mil antes de Cristo y quiso comenzar a unificar el reino le pidió al hechicero de su regencia, el brujo Woo Long que lo ayudara a triunfar en un ataque al feudo vecino y de esa forma extender su territorio, a lo que él se excusó ya que consideraba que el emperador era codicioso y presentía que ese plan expansionista iba a generar muchas muertes injustificadas.

    El emperador encolerizado por la negativa encerró en los calabozos del palacio al mago no sin antes advertirle que llevaría a cabo su plan de todas formas.

    Woo Long le dijo que mientras él estuviese privado de la libertad, el monarca y su descendencia sufrirían una maldición que consistía en no poder reconocer a la persona amada ya que esta les sería imperceptible a sus sentidos.

    Zhu Mang reconsideró su decisión inicial de ejecutar al nigromante ya que temía de la efectividad de sus conjuros y lo mantuvo prisionero asegurándose que nada le faltare mientras él viviese. Así fue que conquistó gran parte de China, aunque devastando la población durante los ataques. Desposó a la hija del emperador de la ciudad vecina y tuvo tres descendientes, aunque siempre consideró que la verdadera felicidad le era esquiva ya que no podía percibir a su amada y consideraba su vida como un consuelo.

    Un día el emperador enfermó gravemente y sintió que ya era momento de morir. En sus preparativos para dejar este mundo entendió que no podía traspasar su maldición a sus hijos e hizo que llamaran al mago que aún permanecía en cautiverio.

    Cuando este se hizo presente Zhu Mang se dirigió a él no como un emperador sino como alguien que solicita un favor y le rogó que deshiciera el conjuro que lo había mantenido infeliz toda su vida aunque esta hubiera estado plagada de éxitos y gloria.

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