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Libro electrónico224 páginas3 horas

Impulso

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Información de este libro electrónico

Susana, una hermosa chica caraqueña, cuya vida se disipa entre la rutina y la falta de color. Raquel, una alocada doctora que busca escapar del dolor que es su día a día. Sus líneas se cruzan por un roce del destino y juntas tendrán que superar muchos obstáculos para poder encontrar el amor y la felicidad que anhelan.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 sept 2022
ISBN9788411442534
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    Impulso - Martín Manrique Andrade

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Martín Manrique Andrade

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1144-253-4

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    1

    El error

    Ese día transcurrió como cualquier otro, visitó a cada uno de sus clientes como lo había hecho cada semana, de cada mes, desde hace más de tres años; tenía esa misma cantidad de tiempo sin tomar vacaciones, lo cual ya agregaba más pesar a su rutina; su trabajo era bueno, ganaba buen dinero y tenía buen ambiente laboral, sus clientes ya la conocían y prácticamente eran sus amigos; solo había dos detalles que no terminaban de encajar, la rutina que ya la volvía loca y que seguía trabajando para otro. Aún con todo aquello llevaba sus actividades con el mayor optimismo, era su trabajo y pagaba las cuentas que era realmente lo más importante.

    El día se hizo eterno, cada minuto que pasaba era realmente una agonía, sentía un ardor que no paraba nunca, era como si un fuego se hubiese prendido dentro de ella y no había forma de extinguirlo, estaba distraída, en dos ocasiones olvidó dónde estacionó el auto y mientras caminaba en su búsqueda sentía en la garganta el sabor harinoso del semen del chico, aún notaba su textura pastosa; a su mente venían los recuerdos de aquel momento como si fuesen rayos en una noche sin luna. Podía sentir las manos sobre su cuerpo cuando le presionaban las caderas; el abundante flujo le discurría por los muslos mientras caminaba, el protector diario lo había perdido cuando se vistió apurada en la oscuridad del sótano. Si hubiera querido habría podido exprimir la panty, en dos ocasiones tuvo que ir al baño para secarse porque estaba muy mojada.

    Ya frente al volante de su auto, de regreso a casa, pudo hallar algo de privacidad; allí sola, por fin pudo por fin tocarse, en un embotellamiento con cientos de personas a su alrededor; ahí pudo pensar las cosas con mayor claridad. Le molestaba que hubiera sido tan rápido, tan fugaz, tenía muchísimo tiempo que no sentía un orgasmo tan intenso. Además el carajito acabo como un litro, pensó cuando subió las escaleras del aquel lóbrego almacén sentía cómo le temblaban las piernas, pero no quería demostrar debilidad. «Antes muerta que bañada en sangre» era lo que acostumbraban decir las mujeres fuertes.

    Bajó la mano por su vientre y sintió la panty húmeda, los labios seguían grandes, gordos, su sexo pedía a gritos algo que lo sofocara, no hicieron falta más que unos cuantos movimientos de sus dedos para llegar al clímax, apretó los muslos uno contra otro como si una oleada de lava derretida brotara de sus adentros, sentía como si fuera a quemarse, con la boca abierta dejó escapar un gemido ahogado que retumbó dentro de los vidrios del vehículo, cerró los ojos y sintió que caía por un precipicio. Con su mano izquierda buscó asirse de algo hasta que consiguió el tapizado del techo que golpeó con un fuerte impacto, por unos segundos perdió el control, casi golpea al auto que estaba frente a ella; el orgasmo no fue tan fuerte como el que había sentido en la mañana pero igual funcionó, al menos logró calmarse... Por ahora.

    El sonido de una moto que pasó a su lado le hizo salir con un susto de su pequeño momento de placer y caer en cuenta que alrededor había una ciudad completa que la acompañaba. El vehículo que estaba detrás tocó la corneta para que avanzara, el embotellamiento seguía su paso lento como un gusano hecho de luces blancas y rojas. Fue en ese instante que regresó a la realidad cuando sintió una especie de pequeña vergüenza. ¿Alguien me habrá visto?, ¿alguien me habrá escuchado?, y otro pensamiento vino rápidamente a su mente: Juan.

    Llegó a casa antes que él; se sentía sucia, sentía el sudor de todo el día pegado a su piel como una película fibrosa, olía a sexo, a lujuria, de inmediato se dio una ducha para bajar la temperatura de su cuerpo, allí se quedó un rato sintiendo como las pequeñas gotitas de agua le golpeaban la cara; desde que pensó en Juan camino a casa, sintió un remordimiento que cortó de inmediato todas las placenteras sensaciones que había venido experimentando.

    Juan, el mejor hombre que había podido encontrar, el mejor esposo que cualquier mujer podría desear, el hombre ideal, un hombre respetuoso, considerado, caballero en todo el sentido de la palabra. Solo había un detalle que su esposo no cumplía, uno solo, por el cual arrojó todo por la borda. Pensar en eso no la hacía sentir una mejor persona, se sentía egoísta, se sentía sola, culpable; el remordimiento se convirtió en dolor, un dolor que comenzó en la boca de su estómago y le subió a la cabeza y cuando llegó se transformó en pena, la pena de inmediato en llanto; un llorar solitario y avergonzado que se confundió rápidamente con la pequeña lluvia que caía sobre ella, lluvia que se transformó en tormenta. Juan no merecía su debilidad, la debilidad de la carne, Juan no merecía su infidelidad.

    Absorta en sus tristes pensamientos se encontró frente al espejo, viendo su cara, su mirada era triste y perdida en el vacío, inexpresiva. Como si fuera un robot se vistió, simplemente usó un short de dormir y una pequeña camisa de tela de algodón muy suave y fresca, sus voluminosos senos casi no cabían dentro de la prenda, las areolas de sus pezones traslucían sobre el delgado tejido, eran circulares y grandes, perfectos sería la mejor definición. Aún con la congoja de lo que había venido pensando, trató de llenarse de ánimo, respiró profundo y buscó recomponerse, alejando de sí esos pensamientos negativos, prometiéndose que no volvería a suceder, fue un error, fue debilidad. «De ahora en adelante tendré que ser fuerte», pensó, un tintineo metálico se escuchó en la entrada de su casa.

    Juan dejó las llaves en la bandeja junto a la entrada de su puerta, el sonido fue como un gatillo que sacó a Susana de su concentración; a la carrera fue al encuentro con su esposo, venía con las manos ocupadas cargando dos bultos con víveres; enredado entre los paquetes, las llaves y la puerta, cuando su esposa llegó frente a él la saludó con un cariñoso beso en la boca.

    —Hola, mi vida —fue lo único que alcanzó a decir. Susana abrió la boca buscando su lengua, el sorprendido marido respondió de la forma que cualquier hombre lo habría hecho ante tal demostración de afecto. Ella lo rodeó con sus brazos mientras él dejaba caer al piso la comida para sostenerla por las nalgas, se las presionaba como si no hubiera un mañana, el apretón llegó a dolerle pero no se detuvo.

    La ansiosa mujer jaló por la corbata al sumiso hombre hasta el sofá de la sala, quien sin emitir sonido alguno se dejó ahogar en la marea de la pasión. Susana empujó con violencia a su marido contra el espaldar del mueble para luego subirse sobre él y quitarle la camisa mientras lo devoraba a besos. Era una mujer con anchas caderas y enormes glúteos, así mismo tenía las piernas gruesas, su esposo sentado sobre el mueble le apretaba las carnes que rodean la cintura sin compasión, cuando le pasó las manos por la espalda ella arqueó la cabeza hacia atrás despejando su elegante cuello, él le pasó la lengua alrededor de toda su mandíbula hasta llegar a la oreja, haciendo succión y jalando con delicadeza el cabello de su nuca, ella emitió un gutural gemido que agregó más leña a aquella fogata que tenía tiempo ardiendo.

    En esa comunicación gestual que solo los amantes tienen, ella levantó los brazos para que su pareja le sacara la camisa que ya para ese entonces estorbaba; la prenda voló por los aires a caer quién sabe dónde; sus pechos quedaron al descubierto, ella sentada con las piernas abiertas sobre él, lo miró con malicia desde arriba sonriendo, viendo y sintiendo a la vez como el desaforado esposo se perdía en la inmensidad que se mostraba frente a él. Susana enarcó hacia adelante la cintura dejando a Juan entretenido entre sus mamas. Ella con ambas manos tomó su cabeza cruzando los dedos en su cabello.

    La airada mujer se levantó de un salto para liberarse de sus shorts, mientras él hacía lo mismo con toda su ropa, los pies se le enredaron con los calcetines y cayó sentado en el mueble, la divertida situación provocó risas entre ambos espectadores. Cuando Juan se hubo desvestido por completo, ella lo miró de arriba a abajo con una ansiedad primitiva, pensando qué parte de su cuerpo mordería primero; hizo lo que cualquier mujer hambrienta de placer hubiera hecho, se fue directo hacia su miembro. Miembro que desde hacía rato estaba más que dispuesto para la acción; ella lo deseaba con ansias carnívoras, lo necesitaba, lo quería, lo saboreaba, sentía en la lengua lo salado de su semen diluido, lo engullía con desesperación, por su mente pasaron como flashes escenas de su furtivo encuentro matutino, apretó los ojos y se dedicó con más ahínco a darle placer a su esposo quien con suavidad le pasaba las manos por la cabeza.

    Los recuerdos no cesaron, por más que hizo el esfuerzo no pudo apartarlo de su mente; en su hambrienta dedicación, de pronto no pudo soportarlo más y se retiró moviendo la cabeza hacia un lado, se vio invadida por un sentimiento de vergüenza y rabia la vez, sentimiento que transformó en impulso, con fuerza se levantó hacia la boca de su complacido esposo. El repentino alzamiento tomó por sorpresa a Juan quien no se esperaba esa violenta reacción de su pareja; él tenía la cabeza girada hacia abajo con los ojos cerrados, ella ascendió sin fijarse hacia arriba buscando sus labios para besarlo, la falta de coordinación entre ambos amantes llevó a un fuerte choque entre ellos. El labio superior de ella golpeó con fuerza los dientes de él; el golpe resonó en toda la estancia, ella por un segundo se llevó las manos a la boca como reacción natural al encontronazo, él abrió los ojos ante la sorpresa y la vio con las manos cubriendo la mitad de su rostro, de inmediato su expresión fue de preocupación.

    —¿Estás bien, amor? —preguntó con alarma; el dolor que sentía ella en los labios era como una picada de abeja que aumentaba con cada latir del corazón y tenía el corazón muy acelerado.

    Las ganas que tenía de ser penetrada eran más fuertes que cualquier dolor que pudiera haber sentido en aquel momento, por lo que sin mediar palabras se lanzó de nuevo hacia la boca de su pareja, el beso fue fogoso, al principio su esposo no reaccionó, tenía el sabor a hierro que caracteriza a la sangre, al ver que ella no demostraba ningún remordimiento se unió de nuevo al encuentro. Esta sanguinolenta sensación le imprimió a la pareja de vampiros un nuevo impulso; la enajenada mujer lo besaba jalando el cabello de su cabeza con una mano mientras con la otra no dejaba de masturbarlo, se apartó un segundo para colocar sus manos sobre el espaldar del sofá, con las rodillas flexionadas y un arqueo en la espalda que con claridad mostraba sus intenciones. La comunicación entre amantes había funcionado de nuevo, Juan se agacho detrás de su mujer e hizo con la lengua lo que ella esperaba, con ansiedad pasó la lengua por todo su sexo, sintiendo el calor de sus jugos vaginales que inundaban todo el perímetro, subía y bajaba sin parar, abajo hasta donde le llegaba la cabeza y arriba hasta donde terminaba su espalda, justo donde le nacían los dos hoyitos lumbares.

    Juan trabajó arduamente hasta que los flujos vaginales de su esposa le chorreaban por los muslos y llegaran hasta sus rodillas, ella en un momento se volteó y lo miró a los ojos para indicarle con la mirada que ya era suficiente, necesitaba sentirlo dentro. Él de inmediato se levantó del piso e hizo lo que con la mirada se le pidió, una vez que estuvo todo dentro de ella, ambos soltaron casi a coro un gemido de placer. Ella giró de nuevo la cabeza, la negra cabellera se movió como un abanico

    —¡Dame duro, Juan! —fue lo único que llegó a decir.

    —¡Duro! —enfatizó. El excitado esposo aceleró la marcha como si quisiera partir a su esposa en dos partes, ella aceptó tal frenesí con otro gemido mientras flexionaba su cabeza hacia atrás en señal de aprobación. Él con la mano derecha la tomaba por el hombro haciendo presión hacia adentro mientras con la izquierda le presionaba la carne de la cintura, en un momento él la jaló hacia atrás haciendo que su oído alcanzará llegar hasta su boca; escuchaba la respiración de su esposo, el esfuerzo que estaba haciendo, sentía el calor que expedía, le pasó la lengua por la oreja; volvió a bajarle la cabeza y continuó lamiendo toda su espalda sintiendo el rastro de sal que dejaba su sudor.

    Ella con la cabeza hacia abajo sentía cómo las gotas de sudor le corrían por los cachetes y caían sobre el mueble, tenía el cabello pegado a la cara por la humedad, estaba respirando por la boca, la sangre manaba de su herida mezclándose con su saliva, vio como las gotas rojas disueltas con su sudor dejaban marcas rosadas por todo el mueble.

    Esta visión desencadenó una corriente eléctrica que nació en la parte posterior de su cabeza y bajó por toda la espalda, sintió un temblor que sacudió todo su cuerpo, cerró fuertemente sus ojos y soltó un gemido tembloroso tan largo que al terminar tuvo que tomar una gran bocanada de oxígeno para recuperar el aliento. «Este orgasmo estuvo más divino que el de esta mañana», este pensamiento arrastró consigo recuerdos que habría querido borrar, «borrarlos es imposible, debo aprender a vivir con ellos, ya metí la pata», pensó. El momento de disfrute se tornó en una fracción de segundos en un amargo recordatorio de lo que había pasado más temprano. «Si esto hubiera ocurrido anoche, en la mañana no habría pasado nada», las lágrimas se agolparon frente a sus párpados y lloró. Los sentimientos encontrados hicieron eco en su cabeza y rápidamente con el dorso de la mano secó las lágrimas de sus mejillas, aunque con lo mojada que tenía la cara de sudor, poco se habría notado si fuese el caso.

    Juan no pudo darse cuenta de lo que pasaba en esos momentos, por el rostro de su mujer ya que lo único que veía de ella era su espalda, la tenía tomada hábilmente por la cintura, sus dedos pulgares se acoplaban perfectamente a los dos hoyuelos que tenía en la parte baja de la cadera. Juan sintió un torrente sin control que solamente tenía una salida posible, poco a poco detuvo la embestida contra Susana levantando la cabeza y presionando con las manos la cintura, ella sabía ya que venía a continuación, cuando él empezó a bajar la velocidad, ella con movimientos de cintura empezó a empujar hacia atrás haciendo presión contra él, de esa forma y con un unísono gemido pusieron fin al arrebato de lujuria que los poseyó.

    Se separó de ella y se sentó en el piso secándose la frente con la mano, el sudor le corría por el pecho libremente, intentó controlar su respiración inhalando por la nariz y exhalando por la boca, mientras su mujer se tendía de medio lado sobre el manchado mueble.

    —Creo que nunca lo habíamos hecho aquí —dijo ella sonriendo con complicidad, él solo se sonrió y le tomó de la mano entrecruzando los dedos.

    —Ufff, estoy exhausta, deberíamos hacerlo así más seguido. —Sus

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