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Kaneis: "Somos Uno Y No Somos Nadie"
Kaneis: "Somos Uno Y No Somos Nadie"
Kaneis: "Somos Uno Y No Somos Nadie"
Libro electrónico230 páginas3 horas

Kaneis: "Somos Uno Y No Somos Nadie"

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Información de este libro electrónico

Canek ha estado desaparecido por cuatro días. A su regreso, no es el mismo hombre, pues ha cometido un asesinato para salvar a una jovencita de una repugnante y traumática experiencia. Su regreso, no solo significa para él una búsqueda por su propia paz, sino que también implica volver a su investigación más importante; una tarea que lo llevará a vivir grandes peligros, pues una poderosa secta tratará de silenciarlo. Su espíritu justiciero y su necesidad de redimirse por aquella muerte que estaba marcada en el destino por su propio pasado, lo envolverán en una historia llena de misterio, intrigas y oscuros secretos.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento10 ago 2020
ISBN9781506533575
Kaneis: "Somos Uno Y No Somos Nadie"
Autor

Ernesto Navarrete

Ernesto Navarrete nació en México en 1991. Lingüista de profesión, dramaturgo y poeta. Incursionó en las letras a través de la dramaturgia. Su opera prima le ganó el premio “Víctor Hugo Rascón Banda” de la Asociación de Periodistas Teatrales (APT) en el año 2013, marcando con ello el inicio de su vocación como escritor. “Kaneis” es su primera novela publicada; una historia originada en medio del confinamiento por una pandemia mundial.

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    Kaneis - Ernesto Navarrete

    Copyright © 2020 por Ernesto Navarrete.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 28/09/2020

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    ÍNDICE

    PRÓLOGO

    Cuando se altera el orden de nuestro microcosmos, de ese diminuto universo ordenado conforme a nuestro capricho, nos encontramos abruptamente en medio del caos, enfrentando a lo desconocido en medio de la incertidumbre.

    Kaneis, ópera prima de Navarrete García en el género narrativo, nos revela un mundo ficticio muy cercano a nuestra realidad actual y nos permite reflexionar cuán vulnerables somos frente a entes empoderados por la fuerza de las armas y el dinero.

    La bien urdida trama de esta historia navega entre los límites de la ficción y la realidad, tocando fibras sensibles que provocan en el lector emociones que lo acompañarán en esta aventura literaria, transitando por las oscuras sendas de una secta secreta, cuyos miembros ambicionan el poder, el dominio y la supremacía sobre nuestros semejantes.

    Con un manejo extraordinario del dramatismo y de las situaciones, la lectura nos atrapa con la expectativa de conocer el desenlace de esta historia mientras compenetramos con los personajes, que bien pudieran ser cualquiera de nosotros viviendo una pesadilla de fatales consecuencias.

    Valentín García Márquez

    I

    EL REGRESO

    −Por fin en casa− Pensó mientras caminaba a prisa por el estrecho pasillo. Pero su respiración no reflejaba tranquilidad, por el contrario, el delirio de persecución le hacía pensar que debía entrar lo más rápido posible. Buscó las llaves, miró hacia atrás para cerciorarse que nadie lo seguía. Si tan solo el pantalón no fuera tan ajustado habría sido más fácil. Escuchó unos pasos detrás de sí; volteó a la defensiva. Solo es una vecina. −Buenas tardes− le profiere la anciana. Él únicamente sonríe nerviosamente. Las llaves caen al suelo y las levanta conteniendo el temblor de sus manos. Entró lo más rápido que pudo, volvió a cerrar aquella puerta de metal con llave. La jaló dos veces como si dudara que estuviese cerrada y caminó hacia adentro. Abrió la puerta interior, respiró profundo.

    Dejó las llaves sobre la mesa. Sacó su cartera del bolsillo trasero. Verificó dos veces que sus identificaciones estuviesen allí. Se dirigió al baño e inmediatamente tuvo el impulso de volver atrás y cerrar las ventanas. Se acercó a la primera; está cerrada. Repitió la acción con la segunda, también está cerrada. Una vez más revisó aquella desgastada cartera de piel. Esta vez incluso revisó que estuvieran dentro algunas notas en papel que había guardado en los pliegues. Miró de reojo la tercera ventana, parece estar cerrada. Aún con la idea de ser perseguido se descalza rápidamente a los pies de su sillón y se desprende de aquel saco viejo, el del forro deslavado que no se notaba estando cerrado. El que le acompañaba en las entrevistas que le requerían formalidad.

    Sacó del bolsillo de su pantalón el teléfono móvil, presionó el botón de encendido y miró la hora: 4:24 pm. Tan solo un segundo después, la notificación de batería insuficiente. El teléfono se apagó y él lo tiró sobre el sillón encima del saco, pero lo tomó de nuevo inmediatamente. No podía dejarlo ahí a merced de algún curioso. Con el móvil en la mano aflojó el nudo de la corbata. A prisa se quitó aquel reloj que solo usaba como parte del atuendo, pues hacía tiempo que ya no funcionaba. Aún agitado en su respiración entró al baño. Un lugar oscuro en el que solo se filtraba la poca luz que dejaba pasar una ventana diminuta cubierta con cinta.

    El aroma de humedad y revelador fotográfico se mezclaron con el de su sudor. Colocó el teléfono bajo la luz púrpura que bañaba el enorme lavabo, adaptado para el revelado de las fotografías. Con la mano temblorosa, lo conectó a un cargador que estaba siempre en ese enchufe con una marca de quemado por corto circuito. Aún con pantalón y camisa, entró a la regadera, Abrió la llave y se colocó bajo el chorro de agua sin esperar a que ésta calentara un poco.

    Dejó que el agua cayera sobre su rostro, no era posible saber si el temblor era causado por lo frío del agua o por la ansiedad que aún tenía consigo. Tapó sus ojos con sus manos y las subió hacia su cabello sudado y sucio, recorrió una y otra vez su rostro, sintiendo la aspereza de su barba de candado mal recortada y la tensión de su mandíbula. Su lengua repasaba sus dientes como queriendo limpiar la placa acumulada de varios días, el agua comenzaba a calentarse al tiempo que a través de sus mojadas prendas se delineaba su enjuta y correosa figura.

    Se recargó en la pared y dejó que su cuerpo se deslizara para terminar sentado bajo el agua. El cúmulo de emociones le arrancaron algunas lágrimas que no terminaban de desbordar. Exhaló una bocanada de aire que debió haber sido un grito. Apretó la mandíbula y entre sollozos ahogados golpeó un par de veces el piso. Pasó del miedo a la ira. Sintió el dolor en los nudillos, pero la oscuridad no le dejó ver la sangre que se entremezclaba con el agua y corría hacia la coladera. Las imágenes en su cabeza le atormentaban más que el dolor de sus manos y la temperatura del agua.

    Al sentir que el agua empezaba a quemarle, alargó la mano izquierda, que dolía menos, y cerró la llave. Permaneció sentado hasta que el agua que empapaba su ropa comenzó a causarle un frío que le obligó a ponerse de pie, salió de la regadera de aquel baño.

    El peso del agua empapando su camisa con el cuello desgastado se acumulaba en su espalda. El frío calaba cada más en su cuerpo mientras caminaba hacia su habitación, que estaba a escasos pasos; el agua escurría de sus ropas trazando un riachuelo que llegó hasta una recámara llena de polvo, libros, hojas de papel con notas inconclusas y fotografías colgadas con pinzas de ropa.

    Se miró al espejo como de costumbre para encontrar su rostro, un rostro que pareciera que no le pertenecía, era como mirar un libro en el que estaban escritos cada uno de sus errores.

    Miró la cicatriz en su pómulo izquierdo, la tentó con las yemas de los dedos, disfrutaba su suave textura que contrastaba con la aspereza de su piel; miraba sus propios ojos y repetía en su cabeza diálogos que esperaba haber dicho hace cuatro días. Sentía cómo su lengua se movía dentro de su boca como si articulara las palabras, pero sin emitir sonido alguno.

    Solo quizá el resoplo de un sollozo ahogado que contenía toda la frustración de no poder regresar al pasado para proferir esas palabras que inoportunamente aparecían en su mente… inútiles ya después de haberlas necesitado. Quizá no deseaba haber dicho las palabras correctas, sino haber evitado el desenlace de aquella escena.

    Ahí, frente al espejo, practicaba una sonrisa; el agua todavía caía a gotas desde sus mojados atuendos. Miró sus manos, la izquierda apenas tenía un raspón. La derecha tenía una herida más seria. Tomó una camiseta que estaba tirada en el piso al lado de otras prendas sucias y con ella hizo el intento de vendar su mano.

    Sonó el móvil, sintió que la sangre se le helaba de nuevo. Entró al baño a prisa y tomó el celular, apenas notó cómo la sangre en su mano tenía un color brillante bajo la luz ultravioleta. Pronto sintió calma, era ella. Respiró profundo y atendió la llamada.

    − ¿Hola?

    − ¡Por fin respondes, Canek! ¿Estás bien?

    − ¡Claro! Yo… estoy bien… ¿Por qué la pregunta?

    − ¡¿Por qué la pregunta?! ¡Porque no respondes las llamadas desde hace cuatro días!, ¡Estoy muriéndome de ansiedad por no saber si te ha pasado algo!

    − Estoy bien, estoy en casa.

    − Iré a verte entonces, llegaré en media hora

    Canek cuelga el teléfono. Se dirige a su habitación que está justo frente al baño. Se quita despacio la camisa mojada. Es como si el peso de sus hombros poco a poco desapareciera mágicamente con tan solo escuchar la voz de Alondra… incluso su respiración cambia, ahora respira conscientemente, quiere calmarse un poco, después de este episodio.

    Desnudo por completo, se dirige a su pequeña sala. Cierra la habitación y deja dentro la ropa mojada. Se dirige al baño y toma una toalla con la que seca ese riachuelo del piso y enciende un cigarro para apaciguar la espera. No puede contarle lo sucedido hace cuatro días, no puede contárselo a nadie, pero necesita ser consolado. Se sentó sobre aquel sillón forrado de vinilo, su piel se pegaba un poco, por eso evitaba moverse demasiado.

    Aún el corazón late agitado, aún su lengua se mueve dentro de su boca como si buscara el diálogo perfecto para justificar aquella escena que jamás se borraría de su mente.

    − ¡No soy un asesino, soy un justiciero! −esa frase no le convence − Hoy habrá en el mundo un asesino más, pero un violador menos− suena más dramático, −No me arrepiento, cargaré con tu muerte− no lo siente legítimo −Dichoso tú, que sabes el día en que vas a morir− parece sacada de una película.

    No importa ya la frase, hace cuatro días que un joven está muerto. Yace quizá en descomposición en aquella callejuela intransitada − ¿Y si no murió?, ¿Y si alguna cámara me habrá visto?, ¡Voy a decir que lo merecía! − Le repite su voz interna. Mira cada detalle de su tatuaje, que es una serpiente delgada que da la vuelta a su brazo, hace referencia a su nombre, Canek, la serpiente negra.

    El sol pega directamente en su cara, pero las cortinas no son de mucha ayuda, son delgadas y no combinan con ninguno de los muebles. ¿Cómo pudo convertirse en un asesino? Se levanta nuevamente y se dirige a la mesa, relee un borrador en manuscrito del artículo que dejó pendiente, la redacción no le convence, quizá esta vez envíe al periódico una nota sin relevancia; hoy no quiere saber de muertos, pues le inquieta demasiado como para concentrarse.

    La llegada de Alondra interrumpió la voz de sus pensamientos, al escuchar que alguien llamaba a la puerta, se levantó de aquel sillón de vinilo para abrir la puerta interior, recorrer los ocho pasos que había entre ésa y la siguiente puerta y se asomó por la mirilla, que daba una imagen algo borrosa. Tranquilo de reconocer aquel rostro, abre la puerta. Sin recordar que estaba desnudo, le pide que entre rápido y cierra la puerta exterior.

    Alondra miró con extrañeza su desnudez, él, aún sin darse cuenta de la escena, la abrazó y se sujetó a ella como lo hace un náufrago a un salvavidas, se prendió de su cuerpo como no queriendo soltarla nunca y la fuerza de aquel abrazo solo disminuyó cuando las respiraciones de ambos hicieron armonía. Al sentir la calidez de aquel abrazo, Alondra también olvidó que Canek estaba desnudo, correspondió el abrazo y cuando lo sintió tranquilo, respiró profundo, separó su cabeza de su pecho y lo miró a los ojos.

    −No sé qué estoy haciendo aquí, pero me hace tan feliz verte de nuevo.

    − Estoy bien, estoy en casa.

    − ¿Estás bien?… estás… desnudo.

    Canek sintió una enorme vergüenza, aquel hombre de aspecto correoso inhaló en estrépito una bocanada de aire y su mirada no podría reflejar otra cosa más que pudor, entró por la puerta interior y aquel cascabel navideño que ya estaba lleno de polvo, descolorido por el sol y por supuesto fuera de época sonó anunciando su entrada.

    Corrió hacia el baño y no encontró la toalla para cubrirse, pues estaba tirada en el suelo de la pequeña sala donde minutos antes había secado aquel riachuelo de agua. Salió del baño cubriendo sus partes íntimas, recogió la toalla y levantó la mirada. Sus pies de pronto comenzaron a sentir lo frío del suelo que hace unos instantes sus pensamientos le hicieron ignorar, se la ató para cubrir su bajo torso, llevó su mano derecha al rostro y la deslizó hacia atrás sobre su mojado cabello. Estaba apenado, muchas frases pasaban por su mente. Alondra se acerca y él le pide que cierre la puerta.

    − Gracias por estar aquí, Alondra− fue lo único que pudo decir.

    − ¿Ya comiste?, te traje algo − respondió Alondra con desenfado.

    Alondra acercó con su mano una bolsa de plástico con el logotipo de alguna tienda de conveniencia. En su interior: una bebida energética, una barra de chocolate, y un cuernito de jamón, además del ticket de compra. Canek tomó el ticket, lo apretó en su mano y lo lanzó hacia un bote de basura que estaba totalmente lleno de papeles y colillas de cigarro.

    Se sentó a la mesa, que estaba a escasos pasos de un montón de periódicos apilados en aquella pequeña vivienda donde apenas cabían sus muebles entre tantas revistas y diarios. Ella se sentó frente a él y lo miró comer con ansias el cuernito de jamón. Destapó la bebida energética con prisa y la presión del líquido agitado por el trajín de Alondra corriendo hacia su casa hizo que el líquido explotara y se derramara sobre la toalla que cubría su bajo torso.

    Canek soltó una risa, Alondra también rió. En otro momento, quizá estando solo, esto habría causado un arranque de ira, probablemente habría lanzado la botella de aquella bebida hacia otro lado y se habría privado de beberla, pero no si Alondra estaba ahí con él.

    − ¿Tu esposo sabe que viniste a verme?

    − Sí, no tengo por qué ocultárselo. Claro que cuando le cuente mi día, no repararé en el detalle de que te encontré desnudo cuando entré a tu casa, eso sí que causaría un problema.

    Canek reía de nuevo, yo no creo que le causara problema al esposo el saber que lo habría encontrado desnudo, ni siquiera saber que aquel largo abrazo duró cerca de dos minutos. Alonso no era un hombre tonto, sabía perfectamente que su esposa no era feliz con él y había interiorizado la

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