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Dolores, pan y agua
Dolores, pan y agua
Dolores, pan y agua
Libro electrónico62 páginas48 minutos

Dolores, pan y agua

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Desde pequeña, Beatriz Velázquez fue forjando relatos en su mente. Las historias en voz baja, escuchadas con prudencia y temor durante la dictadura, sus años como magistrada judicial y su fe religiosa se entrelazaron como una telaraña que dio vida a los personajes -quizás anónimos, quizás no tanto- de cada uno de sus cuentos. Como parte de su compromiso con nuestra historia, la autora hace, en este libro, un homenaje a nuestros ante- Cesores y deja un legado para las nuevas generaciones.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 jul 2022
ISBN9798201909321
Dolores, pan y agua

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    Dolores, pan y agua - Beatriz Velázquez

    Prólogo


    Cuando la autora me entregó el borrador de los cuentos ordenadamente anillados, me indicó: «Quiero objetividad. Si no te gustan, me decís que me dedique a otra cosa; y si te gustan, ¿me harías el favor de corregir los errores de ortografía o las incongruencias?». No pude hacer lo uno ni lo otro. Desde el momento en que me senté y tomé el borrador, devoré uno tras otro los cuentos, con la avidez con que acostumbro a leer las novelas de Allende, García Márquez o Vargas Llosa.

    Una sensación extraña provocó en mí leer estos cuentos, no solo por la enorme felicidad de tener la primicia, sino también por haber pasado de la risa al llanto, del escalofrío a la euforia y de la rabia a la esperanza. Es que solo alguien que ha vivido puede narrar con tanta claridad y pasión; y si a eso le sumamos la chispa y el ingenio, obtenemos unos relatos que nos entretienen, nos hacen reflexionar y nos dejan una enseñanza: una trilogía demasiado perfecta para quien escribe por primera vez.

    Sin embargo, la agilidad narrativa de la autora no debería sorprendernos: Bea no es una escritora primeriza, pues los cuentos que hoy nos regala se fueron forjando en su mente desde pequeña. Las historias en voz baja, escuchadas con prudencia y temor durante la dictadura, sus años como magistrada judicial y su fe religiosa se entrelazaron como una telaraña hasta darles vida a los personajes —quizás anónimos, quizás no tanto— de cada una de las narraciones. José Dearimatea, Cantalicia la Rara, Dolores Paniagua y muchos más son personajes ficticios, pero quienes conocemos a la autora podemos adivinar su fuente de inspiración: una de las tantas picardías que atrapan al lector.

    Me unen con Bea una amistad de muchos años, una pasión compartida por la lectura y muchas historias vividas. Por eso, sé que no ha sido fácil tomar la decisión de publicar estos cuentos, pero estoy segura de que ni ella ni los lectores se van a arrepentir y que, como en las obras de teatro, recibirá aplausos de pie al son de «otra más».

    Gracias, Bea, por elegirme para escribir el prólogo de este libro de cuentos que no lo son tanto y, lo más importante, por crear esta colección, que es un orgullo, un placer y un compromiso con nuestra historia: un homenaje a nuestros antecesores y un legado para las nuevas generaciones.

    Belén Prieto

    Asunción, 2020

    Dolores Paniagua


    Dolores Paniagua

    Parecía de setenta, pero no había cumplido ni sesenta años. Sus anteojos gruesos de marcos marrones, los cabellos crespos hasta los hombros le caían desordenados sobre el rostro. Caminaba por los pasillos con la mirada perdida, arrastrando no solo los pies, sino su alma toda, con esa vieja costumbre de andar muy pegada a las paredes, con la cabeza gacha. No había blusa que resistiera a la cal de los muros: la mancha de color a la altura del antebrazo, siempre. Uno podía adivinar perfectamente qué atajo había tomado esa mañana para llegar al Palacio de Justicia. A veces, en forma repentina, desaparecía por una hora o dos, pues vivía a menos de dos cuadras, con la madre enferma e inmóvil. Los vecinos escuchaban a la anciana quejarse por las noches, con voz ronca, casi varonil, de tanto dolor.

    —Sufre mucho, seguro ya le habrá agarrado los huesos esa odiosa enfermedad —murmuraban.

    Dolores Paniagua de Aguilera era, definitivamente, muy extraña. Por debajo de las uñas parecía traer siempre restos de barro, al igual que en sus zapatos. Sobre su pecho, permanentemente colgaba una llave de una desteñida cinta que algún día fue azul.

    —Escarba la tierra buscando algún tesoro escondido —se burlaban los muchachos.

    A mí me daba más bien la impresión de que toda ella quería estar escondida. Jamás miraba a las personas a la cara. Bajaba la cabeza como si estuviera hablando solo para sus adentros. Nada parecía ambicionar, solo sobrevivir.

    —Trabajo solo medio día, después me encargo de mi madre. Mi hermana no piensa venir del campo para ayudarme, Zuny me rechaza

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