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Leyendas de la Inquisición
Leyendas de la Inquisición
Leyendas de la Inquisición
Libro electrónico87 páginas54 minutos

Leyendas de la Inquisición

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Un anciano que se cree piadoso debe sufrir un pesado castigo, un caballero injustamente condenado a muerte vuelve del más allá para confesarse, una bella joven que vivió en la esclavitud carga un misterioso paquete que causa la muerte de varias personas, el dios azteca Xipe Tótec aterroriza a las autoridades, el Anticristo amenaza con nacer en México y un bello soneto al amor por Dios es causa de persecución por parte del Santo Oficio. Estas y otras leyendas harán estremecer al lector. Se detallan los métodos de enjuiciamiento y tortura de la Inquisición española y se repasan hechos históricos de gran interés.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 mar 2022
ISBN9781005833275
Leyendas de la Inquisición
Autor

Sergio Gaspar Mosqueda

Nací en la Ciudad de México en 1967 y estudié la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México, en donde obtuve la medalla Gabino Barreda. En el año 2000, creé y dirigí el proyecto de revista cultural El Perfil de la Raza, en cuyo consejo editorial figuraba Miguel León Portilla, entonces presidente de la Academia Mexicana de la Historia. Trabajo para diversas editoriales y he publicado 31 obras en papel con varias editoriales y 46 en Amazon, entre las que se hallan dos novelas, varios volúmenes de cuentos, leyendas, un poemario, biografías de músicos de rock, diversos libros sobre historia de México y cuadernos de trabajo de varias materias.Mi primer libro, la novela Una generación perdida, se publicó en la colección Voces de México, en la que figuraron autores mexicanos destacados, como Vicente Leñero, Emilio Carballido, Alejandro Licona, Luisa Josefina Hernández, Víctor Hugo Rascón Banda y Eusebio Ruvalcaba. El reconocido autor Juan Sánchez Andraka afirma en el prólogo de la primera edición: “Yo leí este libro. Más bien debo decir: Yo viví este libro. Debo agregar: Lo viví intensamente".Uno de mis libros más vendidos es Cuentos mexicanos de horror y misterio. Próximamente aparecerán en papel mis libros sobre 50 figuras del rock clásico, 50 importantes músicos del metal gótico y 50 figuras del K-pop.

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  • Calificación: 4 de 5 estrellas
    4/5
    Me gustaron las partes donde se mencionan y critican las atrocidades que, supuestamente en nombre de la fe, cometía la Santa Inquisición. Desde mi punto de vista el cuento acerca de la supuesta bruja condenada a morir en la hoguera y que regresa para vengarse de su “delator” es el mejor. Aunque creo que a la mayoría de los cuentos les falta algo, como que acaban abruptamente y dan la sensación de estar incompletos o inacabados.

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Leyendas de la Inquisición - Sergio Gaspar Mosqueda

Sergio Gaspar Mosqueda

Leyendas de la Inquisición

Copyright 2022 Sergio Gaspar Mosqueda

Edición de Smashwords

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Diseño de portada: Sergio Gaspar Mosqueda

México, marzo del 2022

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Tabla de contenido

Las cadenas del perpetuo castigo

La confesión del caballero espectral

El secreto de la Negra Antonia

El ídolo demoniaco

Leyenda sobre la sangre de Cristo

La venganza del no nacido

Las llamas del Infierno

La cabeza rodante

El monje misterioso

El regreso de la quemada viva

La rueda

Sobre el autor

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Las cadenas del perpetuo castigo

Decían que la casona de Azcárate estaba embrujada, pero aun así don Pablos quiso habitarla en lo que liquidaba algunos asuntos urgentes referentes a unas fincas en las proximidades de la ciudad de Guanajuato.

La primera noche lo despertaron ruidos parecidos al arrastrar de pies. Tomó su espada y esperó, temiendo la entrada de ladrones. Los pasos se aproximaban a la puerta de su habitación y una luz de velas entró por las rendijas de la hoja de madera podrida. Estaba segurísimo de que se hallaba solo en el edificio que ocupaba un tercio de aquella calle hoy desaparecida y que entonces era denominada de las Ánimas, pues había despedido a los criados.

Pese a ser un caballero muy valiente, cuya fiera mano habían probado los sarracenos en el sur de España, quienes huían ante los terribles mandobles de su espada, ésta empezó a temblarle y las palmas de las manos a sudarle. Conforme la luz se hacía más intensa, creyó percibir un olor sulfuroso. Entonces, previendo que debía enfrentar un peligro que no era de este mundo, buscó con dedos torpes el escapulario bajo su camisa. Sobrevino en ese momento un golpe tremendo en la puerta, que hizo que don Pablos subiera de un salto a su cama.

–¡Una cadena! –se dijo el caballero con la frente húmeda por el sudor del pavor–. ¡Quieren derribar la puerta a golpes de cadena! Pero, y ¿ahora?, ¿qué es eso? Es como… como el arrastrar de grilletes… Un condenado ha venido a mi casa, ha huido de la Inquisición seguramente y busca alojarse aquí.

Armándose de valor, recogió con firmeza su espada, que había dejado caer al piso, y fue decididamente a abrir para enfrentar al desconocido.

–¡A perpetuidad llevarás estas cadenas por tus pecados! –oyó que gritaba una voz cavernosa del otro lado.

¿Pecados?

Hasta ese momento don Pablos se creía libre de faltas que pudieran ganarle un viaje al Infierno, así que, indignado, reclamó:

–¡No tengo deudas con el Divino! Así que lárgate, te has equivocado de hogar, tú, quienquiera que seas.

–Por tu mala conciencia, don Pablos, es que vengo ante ti. La Inquisición me colocó estos grilletes sin razón y me hizo morir con ellos, atado a un húmedo e insano muro. El Diablo me ha acogido entre las llamas de los condenados, pero ha hecho una excepción conmigo, al saber que injustamente los inquisidores me condenaron al Averno. Deberé colocar estas cadenas a un verdadero pecador. Tus faltas han sido graves, pero las ha enterrado tu memoria.

Entonces, como proyectadas en las paredes, surgieron escenas de la infancia de este noble, quien cometiera verdaderos crímenes contra la servidumbre y los esclavos negros. Jamás había caído en la cuenta de que ellos también eran hijos de Dios.

Eternamente cargarás estas cadenas por un estadio de tinieblas. Santíguate, don Pablos Herrero, pues será la última vez que podrás elevar las manos a tu frente.

El cadáver que al día siguiente encontraron las autoridades, informadas de fuertes ruidos de cadenas en la casona de Azcárate, estaba terriblemente amoratado y con una expresión de terror que helaba las venas. En los pies tenía asidos fuertemente los grilletes, pero sin perno, sino que pareciera que le hubiesen sido soldados sobre el hueso. No había manera de retirárselos sin cortarle también los pies, de modo que fue enterrado con ellos y parte de las cadenas.

En los días siguientes al entierro del infortunado don Pablos, los vecinos del cementerio, así como los que habitaban en las inmediaciones de la vieja casona de Azcárate, juraban oír el arrastrar de cadenas, y los más espantados decían haber visto una alta figura en harapos gimiendo y rezando, llevando a cuestas pesadas cadenas, que de vez en vez, al parecer levantadas por un ser invisible, se elevaban y lo flagelaban sin piedad.

La confesión del caballero espectral

Aquella noche de noviembre de mediados del siglo XVIII, el viento se estrellaba furiosamente contra los muros de la antigua Basílica de Guadalupe. Eran aproximadamente las 11 cuando el inquisidor don Hernando Venegas se disponía a retirarse acompañado de algunas importantes autoridades de la Ciudad de México y del abad encargado de dicha basílica, a quien convidarían en la casa de Venegas por ser ése el día de su cumpleaños sesenta y nueve.

–¡Qué ventisca! –decía el oidor Juan de Falces, acomodándose la capa.

–Y que lo diga –respondió el clérigo a varios metros de distancia, cerrando la puerta de la habitación provisional de madera que ocupaba como oficina, la cual se hallaba a un costado de la sillería del coro de canónigos–, y se avecina una lluvia torrencial.

Todos quedaron sorprendidos de la agudeza auditiva del abad.

El rostro del inquisidor Venegas se veía tenso; el hombre se hallaba sentado en una banca, en la esquina más oscura de la nave de la iglesia. Meditaba larga y profundamente en los sucesos de hacía tres días, en que se había ejecutado en la Plaza Mayor a don Luis Heras de Alfarache, acusado

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