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Una generación perdida. Novela
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Libro electrónico89 páginas52 minutos

Una generación perdida. Novela

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Ésta fue la primera novela de Sergio Gaspar Mosqueda. Se trata de una obra perfecta en estructura, contenido y unidad temática, por lo que se mereció ser publicada originalmente en la colección Voces de México, en que figuran notables escritores mexicanos, como Vicente Leñero, Emilio Carballido, Alejandro Licona, Luisa Josefina Hernández, Víctor Hugo Rascón Banda y Eusebio Ruvalcaba.
El reconocido autor Juan Sánchez Andraka afirma en el prólogo de la primera edición –que aquí se conserva–: “Yo leí este libro. Más bien debo decir: Yo viví este libro. Debo agregar: Lo viví intensamente. Los personajes de Sergio Gaspar son auténticos [...]. Este libro de tema juvenil deben leerlo, sobre todo, los adultos y los viejos".
Sánchez Andraka aseguró al autor que leyó tres veces la copia del original mecanografiado el mismo día que la recibió.

En medio de las vivencias de un grupo de universitarios se perciben graves conflictos internos y de sociabilidad, más evidentes en el protagonista, que sirve como referencia de lo que toda una generación vivía cuando agonizaba el siglo XX. El egoísmo lleva incluso a las personas de fondo noble a actuar de manera deshumanizada y pone en tela de juicio el poder del amor ante tanta barbarie.
Es una novela tan viva que duele.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 mar 2021
ISBN9781005608118
Una generación perdida. Novela
Autor

Sergio Gaspar Mosqueda

Nací en la Ciudad de México en 1967 y estudié la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México, en donde obtuve la medalla Gabino Barreda. En el año 2000, creé y dirigí el proyecto de revista cultural El Perfil de la Raza, en cuyo consejo editorial figuraba Miguel León Portilla, entonces presidente de la Academia Mexicana de la Historia. Trabajo para diversas editoriales y he publicado 31 obras en papel con varias editoriales y 46 en Amazon, entre las que se hallan dos novelas, varios volúmenes de cuentos, leyendas, un poemario, biografías de músicos de rock, diversos libros sobre historia de México y cuadernos de trabajo de varias materias.Mi primer libro, la novela Una generación perdida, se publicó en la colección Voces de México, en la que figuraron autores mexicanos destacados, como Vicente Leñero, Emilio Carballido, Alejandro Licona, Luisa Josefina Hernández, Víctor Hugo Rascón Banda y Eusebio Ruvalcaba. El reconocido autor Juan Sánchez Andraka afirma en el prólogo de la primera edición: “Yo leí este libro. Más bien debo decir: Yo viví este libro. Debo agregar: Lo viví intensamente".Uno de mis libros más vendidos es Cuentos mexicanos de horror y misterio. Próximamente aparecerán en papel mis libros sobre 50 figuras del rock clásico, 50 importantes músicos del metal gótico y 50 figuras del K-pop.

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    Una generación perdida. Novela - Sergio Gaspar Mosqueda

    Yo leí este libro. Más bien debo decir: Yo viví este libro. Debo agregar: Lo viví intensamente.

    Los personajes de Sergio Gaspar son auténticos. No fueron inventados. La realidad los parió, los relacionó y los hizo parte de la historia diaria. Es una realidad, a veces, cruel. A veces, emocionante y bella.

    Los sueños juveniles, la frustración, la angustia y la muerte son los hilos con los que se tejieron las existencias de los jóvenes a quienes Sergio Gaspar recogió de la vida para dar testimonio de su época, de sus tiempos.

    Es cierto. Este relato es un testimonio de lo que la sociedad ha provocado por la permanente desvaloración humana. La inseguridad, la crisis existencial, la superficialidad, el vacío son las constantes con las que se va tejiendo la vida de la mayoría de los jóvenes. Éste es un relato crudo, descarnado pero, también, esperanzador.

    Sergio Gaspar conoce el tema. Lo maneja con tanta precisión que hasta parece haberlo vivido.

    Este libro de tema juvenil deben leerlo, sobre todo, los adultos y los viejos.

    Juan Sánchez Andraka

    Primero

    Yara me ve desde el húmedo balcón de concreto (gris el cielo, gris el balcón); saluda braceando entre el agua trizada que signa frente, mejilla y un hálito al viento.

    Entre el escándalo diurno, termina de dar vueltas por el caracol del multifamiliar. Se me acerca, me abraza, me besa.

    –¿Nos vamos?

    Nos sonreímos pelando los dientes.

    Andamos entre charcos.

    En el microbús nos acompañan los Rolling Stones. Al bajar frente a la casa de Alina se oyen los últimos acordes de Ella es como un arcoíris.

    Antes de tocar el timbre unimos suavemente los ápices de nuestras lenguas. Me atrevo:

    –¿Y si mejor vamos a otro lado?

    –¿A dónde?

    –A… cierto lugar íntimo.

    –¿Al… ho-tel?

    Estiro los labios y pongo cara de tristeza para convencerla.

    –No, vamos a entrar para que platiques con tus amigos. Además, tú organizaste esta reunión.

    –Círculo dizque literario… –con las manos en la gabardina volteo hacia la puerta, miro el timbre, dudo; la encaro–: Ándale, vamos aunque sea un cachito así –y aproximo el pulgar y el índice–, así, del tamaño de una cabeza de hormiga.

    Se ríe. Se asoma a mis dedos.

    –No es cierto, tienen la cabeza más chiquita.

    Me río también.

    –¿’Pachurro el timbre?

    –¿Y si te dan toques?

    –No me dan.

    Llama.

    El humo sale a recibirnos. Ya tienen avanzadas las botellas y las cajetillas de cigarros.

    Me costó trabajo integrarme. Para Yara fue fácil, tiene una habilidad para conversar que le envidio.

    De tal manera me estaba aburriendo sin ella que decidí tomar una botella y subir con Mónica a la empapada azotea. Terminaba de llover. Sólo un viento frío ondulaba entre tinacos y trozos de fierro oxidado.

    Me senté sobre un tambo acostado y perforado. Nos servimos unas cubas y miramos un rato la neblina sobre las casas, en un ocaso opaco muy ad hoc con la tristeza de nuestros cuatro ojos. Todo esto antes de abrir otra cajetilla de mentolados y agotar el gas de mi encendedor.

    –¡Chin! –lo sacudió ella–, vamos a tener que ir por unos cerillos.

    –Me late que yes.

    –¡Qué frío! ¡Está…!

    –Ven, siéntate acá.

    –No manches, qué tal si viene Yara y…

    –¡Mmm!

    Sorbemos, fumamos.

    De vez en cuando nuestras miradas se hacen señales difusas.

    Pasa un avión tras otros, ya con las luces encendidas, y nosotros callados.

    –Platícame algo –dice ella, desganada.

    –¿Como qué?

    –¿Cuándo te suicidas?

    –Mañana –respondo–. Estoy tan viejo –hago chasquidos con la lengua–. Ya se me fue la vida. Cuatro años y tengo treinta. Ya desde ahorita me siento como un viejo achacoso.

    –¡Yo igual! –fuma. La miro.

    –¿Cuándo nos vamos de vagos?

    –Cuando quieras… En las vacaciones, hijo.

    –¿Neta? ¿Sí te irías?

    –Yo sí. Ya me hace falta. ¡Tiene mucho que no me largo! Vámonos a donde sea. Nomás espérame a ver si junto dinero y ¡órale!

    Sube Alina y se sienta junto a Mony, intentando una flor de loto.

    –Qué tristeza, ¡hijo! Estoy en la depre total. Regálame un cigarro, ¿no?

    –Sí, pero vas a tener que ir por unos cerillos –advierto.

    –¿No traen encendedor? No importa, yo aquí traigo. Ay, ¿dónde lo dejé? –habla con el filtro entre los dientes, rascándose el pantalón–. ¿Y Yara, Lalo? ¿Te enojaste con ella?

    –No, pero quise que platicara un rato con otras personas. En la escuela siempre la

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