Leyendas de miedo y espanto en América
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Los otros relatos incluidos en este volumen son: "Sed bienvenida, princesa" (Colombia); "Un conjuro de Jesusa Urubú" (Brasil); "Las manadas de Misiones" (Paraguay); "Las pasiones de Nerio (Colombia); e "Indulgencia de la Caa Yarí" (Uruguay).
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Leyendas de miedo y espanto en América - Gonzalo España
Primera edición, en Panamericana editorial,
agosto de 2021
© Panamericana Editorial Ltda.
© Gonzalo España
Calle 12 No. 34-30, Tel.: (57 1) 3649000
www.panamericanaeditorial.com
Tienda virtual: www.panamericana.com.co
Bogotá D. C., Colombia
Editor
Panamericana Editorial Ltda.
Edición
César A. Cardozo Tovar
Ilustraciones
Luis San Vicente
Diagramación
Jairo Toro Rubio
ISBN 978-958-30-6505-7
Prohibida su reproducción total o parcial
por cualquier medio sin permiso del Editor.
Impreso por Panamericana Formas e Impresos S. A.
Calle 65 No. 95-28, Tels.: (57 1) 4302110 - 4300355. Fax: (57 1) 2763008
Bogotá D. C., Colombia
Quien solo actúa como impresor.
Impreso en Colombia - Printed in Colombia
Contenido
C • O • L • O • M • B • I • A
Un corte pasado de moda
P • E • R • U
Sed bienvenida, Princesa
B • R • A • S • I • L
Un conjuro de Jesusa Urubú
P • A • R • A • G • U • A • Y
Las manadas de Misiones
C • O • L • O • M • B • I • A
Las pasiones de Nerio
V • E • N • E • Z • U • E • L • A
Los secretos de Ignacio Selm Selm
M • É • X • I • C • O
«Nom serviam»
U • R • U • G • U • A • Y
Indulgencia de la Caa Yarí
C • O • L • O • M • B • I • A
Un corte
pasado de moda
Un domingo al anochecer, junto a la luz de una vela que pretendía reemplazar la claridad moribunda, la pobre y desamparada Ulogia trabajaba a morir. Sobre la tosca mesa de tabla, que ocupaba casi la mitad del cuartucho, se acumulaba todavía un rimero de piezas de tela para armar pollerines, sayos bordados, faldones, pecheras y cuantas prendas de sastrería sea posible enumerar. Aquella parecía una misión imposible. Bajo la menguada luz de la bujía sus puntadas empezaban a confundirse, y sus ojos, que habían seguido sin descanso la aguja durante los últimos días, amenazaban cerrarse. Aquel, sin embargo, era tan solo un suplicio complementario, sumado al dolor de la espalda y al entumecimiento de las falanges de los dedos, todo por culpa de la maldita gente, que dejaba sus encargos para la última hora. Pero Ulogia no tenía opción, la siguiente era semana de fiestas patronales. El lunes, muy temprano, su clientela estaría reclamando el pedido a la puerta del rancho, sin concederle un minuto de plazo.
El rancho de Ulogia era el último de un largo caserío explayado sobre una pequeña barranca. Además de quedar apartado del resto de casas, contaba con la desventaja de estar ubicado en la parte más baja, a la orilla del río. En caso de inundación estaba condenado a anegarse, y si llegaba a producirse una impetuosa creciente era seguro que la costurera y sus hijos no sobrevivirían al percance. Por esta razón, Ulogia nunca dormía tranquila, especialmente en las noches de invierno. El verano era más confiable, y hasta hubiera llegado a ser llevadero sin las nubes de mosquitos que traía consigo. Como fuera, para ella nunca sonaban las campanas de la iglesia del pueblo. El eterno fragor de las aguas del río apagaba cualquier sonido que viniera de allí. Ulogia vivía aislada, cual si un cruel encantamiento la apartase de un mundo sin embargo muy próximo. Pero la gente sabía que era buena costurera, y al acercarse las celebraciones recibía muchos encargos. Este trabajo la sacaba de apuros y le permitía vivir con sosiego unos meses. Solo que la condenada gente siempre dejaba sus arrebatos para última hora, y era en los dos o tres días anteriores al comienzo del festejo que Ulogia la veía negra.
Aquel domingo, pues, unos minutos después de encender la bujía, y cuando la oscuridad exterior fue total, comenzó a penetrar por la pequeña ventana un escuadrón de voraces mosquitos, que iniciaron una alocada revista acrobática alrededor de la llama. Uno fue a posarse sobre la nuca adolorida de Ulogia, que lo aplastó de un palmetazo, exclamando:
—¡Calma, doña Sixta, vieja repuerca! ¡No apure demasiado!
La aludida era una de las matronas del pueblo, que acorde a la inveterada costumbre dejaba el encargo para el último instante, y ya había incurrido en el descaro de enviar tres veces por él. Con sabia previsión, Ulogia le había recordado durante varios meses: Doña Sixta, ordene su ropita con tiempo
. Pero la vieja respondía siempre con desaliento, frunciendo los labios: Este año nadie va a estrenar en casa
. Todo para salirle en el último instante con un pedido aterrador: encajes, faldones, pañuelos, bordados, apliques, y no solo para ella sino también para sus hermanas y sobrinas. Un recado que Ulogia, fingiendo felicidad absoluta, aceptó mordiéndose la lengua, para no soltar una palabrota.
—¡Tranquilícese, Ño Ruperto, viejo puerco! —chilló, mientras aplastaba entre sus palmas otro zancudo, evocando a un cliente que siempre discutía el precio a la hora de pagar.
—¡Aquí tiene lo suyo, Ña Rosita! —ladró luego, dándose un golpe en la frente, para abatir otro zancudo.
Hasta que al fin, en medio del placer de despanzurrar mosquito tras mosquito, evocó a su marido, el hombre que la había abandonado dejándole tres hijos a cuestas. Entonces sus reniegos se