La mano y la pata
Por Marco Milani
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A los pies del pequeño pueblo de Colicchio hay un misterioso laboratorio en el que se llevan a cabo experimentos secretos. Nadie sabe de qué se trata realmente, hasta que ocurre un hecho extraordinario, que cambiará la realidad e invertirá los roles entre hombres y animales. A guiar la revolución, un gato, un mono, un perro y un ratoncito.
Una historia que sabe conmover y hace reflexionar. Un libro intenso y emocionante. Un manifiesto anti-vivisección, pero también anti-especies, que nos pone al frente de una verdad muy a menudo ignorada: la venganza nunca fue el camino a recorrer.
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Comentarios para La mano y la pata
1 clasificación1 comentario
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Un libro que queda en la memoria.
Enternecedor, cautivador e intenso a la vez.
Una forma distinta y novedosa para hablar de y con la naturaleza. Como docente no dudaré en usarlo en mis clases.
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La mano y la pata - Marco Milani
La mano y la pata
(Cuatro colas en un motín)
Autor: Marco Milani
Copyright© 2013 de Milani Marco – Todos los derechos reservados
El padre se enfrentó a la pendiente abriendo las piernas, lanzándose con su bici frente a la frutería de la señora Lía.
Buenos días
dijo en voz alta, recibiendo un coro en respuesta. El día se anunciaba cálido y luminoso y el pueblito en lo alto de la montaña resplandecía bajo los primeros rayos de sol.
Los campos alrededor se iban asomando, emergiendo de la neblina nocturna y el roció cubría el césped verde de las praderas.
Estaba próximo el verano y con los pájaros parecía cantar toda la naturaleza.
Los niños de cuarto grado salieron de la escuela ordenadamente y en fila de dos, todos en sus gabachas planchadas y perfumadas, bajo el control de la maestra, la bella Irene, quien había llegado a Colicchio el diciembre del año anterior y fue de inmediato querida por todos.
La gente del lugar perecía poseer una predisposición natural a la afectuosidad. Quizás era por el aire, la campiña alrededor, el casi completo aislamiento del mundo, pero en Colicchio era fácil quererse.
Irene era realmente bonita. En el Bar del Deporte, al fondo de la plaza donde se reunían los amantes del futbol, del ciclismo, del vino y del licor, se hablaba a menudo de ella. Y de sus curvas.
Era el único lugar donde se podían hacer ciertos comentarios, ya que raramente se arrimaban las esposas de los clientes aficionados. Era un feudo de la masculinidad de Colicchio, un escondite para las fantasías más perversas, donde ni siquiera la ley contra el tabaco pudo abrirse camino.
Entre olor y humo de puros y cigarros sin filtro a menudo era un problema lograr ver y alcanzar el banco del local cuyo único amo y señor era el bigotudo Herminio.
Los dieciséis niños con su bella maestra desfilaron agitando sus manitas hacia el bar y los presentes respondieron sonriendo, siguiéndolos con la mirada hasta verlos desaparecer al final de la calle.
¿Dónde los lleva hoy?
preguntó Gino el viticultor en espera de su café.
Desde ahí se llega justo al laboratorio científico
contestó Temistocle, quien después de haber transcurrido una noche horneando pan, esperaba su cappuccino, indispensable para poder luego conciliar el sueño.
En efecto la maestra Irene había fijado una cita con el director del laboratorio científico Green Future para enseñar a los niños el cuarto de los experimentos, lleno de alambiques e instrumentos fascinantes, deseosa de ver algún prometedor pequeño científico revelar su inclinación por la materia.
Nadie sabía con exactitud en que consistían las actividades del Green Future y parecía que a nadie le importara. Se decía que estudiaban plantas para extraer principios activos. Habían abierto tres años antes y los trabajos, a la gran mayoría, le habían parecido extraños. Habían cavado hasta diez metros en profundidad para construir locales subterráneos.
A trabajo finalizado superficialmente se apreciaba tan solo un edificio bajo bien insertado en la naturaleza, con un impacto ambiental, como como amaba repetir el directos, casi nulo. Nosotros cuidamos de la naturaleza
había declarado el día de la inauguración.
Pero lo que ocurría bajo tierra era un misterio.
Tras el edificio había una rampa que se incrustaba en el subsuelo bien oculta entre muros y árboles, de tal manera que resultaba invisible a los ojos de la gente.
Se observaban camiones entrar y salir pero en cuanto un canciller municipal le había presentado una solicitud al alcalde para averiguar cosa estuvieran transportando, este le había girado el solicito al director del laboratorio, el doctor Pacetti, obteniendo en respuesta un tranquilizador nada de qué preocuparse
.
Una que otra duda en realidad había quedado, pero cuando la Green Future se había ofrecido para arreglar el alcantarillado de las aguas negras del pueblo y había además acercado los terrenos del canciller y del alcalde como acto de buena voluntad, toda sospecha se disipó así como pocos minutos antes se había ido la neblina de la ladera del monte de Colicchio.
El director Pacetti acogió con una gran sonrisa a los niños y su hermosa asistente les regaló unos sombreritos de colores para usar en ocasión de la gira.
Nos preocupan los futuros habitantes de Colicchio
enfatizó el director y por esta razón nos complace abrirles las puertas de nuestro laboratorio, donde nuestros investigadores trabajan a diario en la búsqueda de nuevos medicamentos y sustancias útiles para la humanidad
.
Irene llevó a sus estudiantes dentro del laboratorio y le tembló el corazón al ver la fascinación en los ojos de los niños frente los alambiques y las ampollas llenas de líquidos de colores y burbujeantes.
Tres científicos en sus gabachas blancas manoseaban con tubos de ensayos y goteros, mezclando sustancias misteriosas, todos con una gran sonrisa pintada en el rostro.
Desde una boquilla de metal subió una llama azul y todos los niños soltaron un oh
de admiración.
El científico alto y rubio se volvió hacia ellos, se quitó los lentes de protección y los miró con sus ojos azules.
Este instrumento ser Boquilla de Bunsen. ¿Gustar a ustedes, niños?
Todos asintieron con la cabeza pero de inmediato su atención fue cautivada por el segundo científico quien, vertiendo una sustancia en una gran ampolla de vidrio, hizo que el humo llegara hasta el techo.
Acaban de asistir a una reacción química, es decir el encuentro entre dos sustancias
.
Los estudiantes se miraron entre ellos con asombro y alguien esbozó un aplauso. El pequeño Andrea se acercó a la maestra y la llamó jalándola de una manga.
Maestra Irene
susurró ¿está segura que este sea un verdadero laboratorio?
¿Por qué? ¿Qué pasa?
El pequeño miró alrededor y luego volvió a hablar con voz aún más baja.
La Boquilla de Bunsen es cosa del pasado y aquella reacción química podría hacerla hasta yo si tuviese un poco de nitrato
.
La maestra lo miró estupefacta. Andrea era uno de los alumnos menos activos y sus notas no eran la gran cosa, no obstante era claro que se trataba de un niño inteligente.
A menudo se distraía y perseguía quien sabe cuáles sueños perdiéndose de las explicaciones de la maestra, pero era el único que en ciertas ocasiones sabía formular la pregunta correcta, demostrando de haber comprendido antes que los demás.
Justo como en aquella circunstancia.
Según yo se están burlando de nosotros
.
La asistente del director se materializó a la par del niño y con una gran sonrisa le acarició la cabeza.
Que niño tan inteligente. De hecho...
guiñando el ojo a Irene ...este estudio es exclusivo para las visitas de las escuelas, para darles algo de espectáculo, los estudios reales son muy peligrosos y el acceso está permitido exclusivamente a científicos y operadores
y hablando indicó una pequeña puerta roja al fondo de la sala.
Con las debidas precauciones podríamos entrar, creo yo. Un primo mío que vive en Suiza me contó de una visita que hizo a una gran industria química, sin ningún problema
La sonrisa en el rostro de la doctora se secó como una flor sin riego.
¿Qué tipo de experimentos hacen?
la presionó Andrea.
La maestra notó la incomodidad de la mujer, agarró al muchachito por los hombros y lo llevó de vuelta entre los demás.
Andrea, no insistas tanto, si la doctora no quiere responder no puedes obligarla
.
Esta cuestión no me gusta nada
siguió él, robándole una sonrisa a Irene.
Cuando los estudiantes volvieron al aula la doctora se metió corriendo a la oficina del director. Esta vez no se desvistió y se dejó las pantis de seda (como le gustaba a él) pero lo esperó tensa y preocupada.
Le contó de las dudas del niño y de cómo la había observado con un aire inquisitivo.
Todos los niños tienen un aire inquisitivo. No veo por qué este debería ser diferente. Relájese doctora y acérquese; sabe, verla tan tensa me provoca un cierto efecto. Siéntese aquí, sea amable, y verá que esta ansiedad se le quitará, yo me encargo...
La lechuza lanzó su grito en las tinieblas de la noche. La luna era alta y llena, plateada y brillante y velaba bondadosa sobre Colicchio.
Andrea la observaba desde su ventana, con la barbilla sobre el dorso de las manos, porque no tenía ninguna gana de dormir.
Desde la mañana no había hecho más que pensar en el laboratorio. La ciencia le fascinaba y de no ser posible volverse un futbolista, como anhelaba, habría optado sin duda por una gabacha blanca.
Sus padres trabajaban la tierra y a él le gustaba correr entre gallinas, campos arados y