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De mi vida y de otras vidas
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Libro electrónico284 páginas4 horas

De mi vida y de otras vidas

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Este es el recuento real de la vida de un cantautor y escritor que, a fuerza de tesón, supo sobreponerse a los obstáculos que la vida le trazó desde su cuna. Nacer afrodescendiente y, por ende, sin peculio, en un país del tercer mundo, racista y discriminador, no fue óbice para llegar a la cima de sus honestos propósitos dentro de las normas establecidas por la sociedad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 jul 2018
ISBN9788417435769
De mi vida y de otras vidas
Autor

Víctor Nemessio Lerma Vallejo

Condecorado en el grado de Caballero por el Honorable Congreso de la República de Colombia, Víctor Nemesio Lerma Vallejo es el hijo de Nemesio Lerma, obrero, y de Ceneida Vallejo, maestra de escuela primaria. Nació en Buenaventura, sobre el mar Pacífico, el 4 de junio de 1943, y a los trece años de edad, su familia se trasladó a Palmira, Valle, en los Andes colombianos. Bachiller del Colegio de Cárdenas, estudió Lenguas Modernas en la Universidad del Valle y Santiago de Cali, e Inglés en La Guardia College de la New York University. Ha escrito cinco libros: La fantástica historia jamás contada, Los depravados jinetes de la Cocalipsis, Un perseverante sin fronteras, El tiple y la araña y De mi vida y de otras vidas. Ha grabado doscientas cuarenta canciones en cinco idiomas (YouTube).

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    De mi vida y de otras vidas - Víctor Nemessio Lerma Vallejo

    Víctor Nemessio Lerma Vallejo

    De mi vida y de otras vidas

    De mi vida y de otras vidas

    Víctor Nemessio Lerma Vallejo

    Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

    © Víctor Nemessio Lerma Vallejo, 2018

    Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras

    Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com

    universodeletras.com

    Primera edición: julio, 2018

    ISBN: 9788417435097

    ISBN eBook: 9788417435769

    "¡Hay golpes en la vida, tan fuertes…yo no sé!

    Golpes como del odio de Dios, como si ante ellos,

    La resaca de todo lo sufrido,

    Se empozara en el alma… ¡Yo no sé!"

    César Vallejo Los Heraldos Negros.

    El amable lector se encontrará de momentos, con una ortografía salida de lo común, pero no debe lamentarse ya que el autor—El primero en escribir novela del Pacífico de su país— lo ha hecho a propósito para mostrar orgulloso, la forma Bantú que tienen los habitantes Afros del Pacífico colombiano, para expresarse en castellano.

    El autor.

    1

    La partida

    —"¿Hacia dónde vamoj?

    —¡Aquí nomáj!

    —¡Pero...!

    —¡No empecéj otra vej!

    —¡Pero si yo no quiero!

    —¡Ej necesario!"

    Richard Wright.

    Pasadas las cuatro de la tarde de ese sofocante sábado del mes de Julio, Tomás Viña Sarmiento vino a verme a mi apartamento del 22 de la Elm Street en Morristown. Su fuerte aliento ocre, sus ojos rojos y abotargados y el temblor de sus nerviosas manos, mostraban las secuelas de los rigores de la francachela de la noche anterior en mi gala en el Johann Sebastian Bar de la Speedwell Avenue en nuestro histórico y hermoso pueblo de New Jersey, importante castrum en la revolución de la independencia estadounidense

    —¡Hola mi don Vítor! — Me saludó cordial — ¡Aquí estoy según lo acordado!

    —¡Pensé que se olvidaría! —Respondí— ¡Lo vi tan contento anoche!

    —¡Qué va mi profe! Tímido por naturaleza; cuando me aplico mis etílicos, desarrollo una rara cualidad por la cual mis talentos se disparan al cielo y todo se me hace fácil. Hasta el recordar. Manejo un auto mucho mejor que en sano juicio y con traguitos encima, pienso y me comporto mejor que un licenciado. Es que como dicen allá abajo en nuestra tierra: Mi Diosito cuida de sus borrachitos. Con unos tragos encima, mando la timidez al palo del carajo!—Dijo Tomás con un tufo como para catear alhajas.

    —Siéntese por favor. ¿Se toma una budweiser, bien fría? —Le dije sabedor de su miserable estado de deshidratación.

    —No, no mi profe. No me haga ese mal, que lo que soy yo, le juro por los calzones de mi abuela, que no vuelvo a tomar trago. No más mire mis manos, un pulso como pa’salar carne. Es que me excedí anoche. Coño ¿Y quién no, con ese ambiente tan chévere allá en el Sebas? Con ese show de baladas que usté nos regaló. No mi profe: Usté canta mucho… como los dioses ¿No se fijó en el silencio de tumba, mientras usté cantaba El Provinciano, que hasta lágrimas me sacó con esa canción que nos recuerda la patria? ¿Y cómo todos cantamos a coro con usté, La Mina, La Casa Nuestra y Mi Niña? Además de esa contry music que tienen allí, de Kenny Rogers, de Willie Nelson, de Hank Williams Jr. tan bacana y... esas monitas¹ y su topless —dijo con pícaro gesto, frotándose las manos — Uyuyuy, mejor ni me acuerdo. ¡Por favor cerveza no, tráigame agua que vengo encendido!—Suplicó.

    Le traigo un enorme vaso cervecero de litro y medio—de esos que tienen una asa grande, como los que usan los alemanes para beberse sus lagers y en el que acostumbramos enfriar el jugo de frutas—repleto hasta el borde de agua bien fría, con sus náufragos cubitos de hielo y él que me lo arrebata desesperado y se lo apura, casi hasta la mitad como si nada, de una sola alzada, antes de sentarse en un sillón que se lamenta del peso de mi regordete amigo, en tanto que yo—asombrado por la sed de mehari de éste—me dispongo a contestar su pregunta de la noche anterior en el concurrido Johann Sebastian Bar, para satisfacer su curiosidad acerca de mi presencia en el país del tío Sam.

    —¡Si, mi viejo Tómas —Comencé— Mi involuntaria partida del puerto de mis amores, hizo que quedaran sólo en mis recuerdos, mis familiares, mis amigos Chelo, Rodolfo y Edgard—con quien solía cantar Julio 4 del ciclón Tito Cortés—las mellizas Carmen y Matilde, además de mis dos amores platónicos de infancia: Olga María Quintero, la mestiza del negrísimo cabello que le llegaba a la cintura y a quien; siendo vecinos pared de por medio, nunca le dije que la amaba, pero le dedicaba mis canciones y María Elena Dickson, la rubiecita de ojos verdes, quien me decía que me quería tanto como quería a Camilo, mi amigo y vecino y a los dos nos lo manifestaba sin tapujos:

    —¡María Elena, mi amor! —le preguntaba yo, mientras le cantaba la canción homónima del mejicano Lorenzo Barcelata— ¿A quién quiere usté máj?

    Y ella en su angelical inocencia de nuestros nueve añitos, sin pensarlo me respondía:

    —¡A usté y a Camilo!

    —¡Pero…!

    —¡A usté y a Camilo! —Me interrumpía inapelable y sonriente.

    Ya no vería más a Héctor César mi primo hermano del alma, quien me enseñó las primeras letras en la cartilla Citolegia o de lectura rápida—A mis cuatro años de vida, aprendí a cantar. Mucho después a leer y a escribir—el fantástico método de lectura, aprobado por la curia para nuestro país en 1913. Ni vería a Eduardo Aníbal, el querido primo hermano que me quiso enseñar a nadar en La Chata sin que yo aprendiera. Este sí que es un mortal pecado el no saber nadar, habiendo nacido y viviendo a la orilla del mar; pero obedecía a mi madre quien temía que se le ahogara su bebé. Ni volvería más a mi escuela Francisco José de Caldas del barrio San Jorge. Ni vería a mi pueblo, con sus horrorosos pero pintorescos palafitos, sus tortuosas calles y su jolgorio—a pesar de todos los pesares, somos gente feliz—Ni vería más a mi turbio pero lindo verde mar que besa a mi abandonada ciudad puerto, vilipendiada por los régulos pero amada por nosotros, los del pueblo.

    No oiría más la marimba de chonta—la onda sonora del alma del litoral—, que con sus unas veces melancólicos y otras veces alegres sones, llenaba el aire de Cinco Bocas, mi humilde y anegable barriada en Pueblo Nuevo, al conjuro magistral de las manos de don Leonidas, el anciano Negro, padrastro del Puyudo, mi amigazo de la etnia Cholo; acompañado de bombos, cununos y guazás que tocaban las mismas Cantaoras, mientras subía la marea, por debajo de las casas, hasta las mismísimas puertas de entrada, inundando la calle. Este Puyudo—que derivaba su nombre, el único que se le conocía ya que hasta su mamá lo llamaba así, de su cabello fuerte como de puerco espín, sobre todo cuando recién don Leonidas le hacía trabajos de peluquería—era mi socio en la colección de cromos de caramelos de artistas del cine, principalmente de Méjico y Hollywood, que me enseñaron a admirar el séptimo arte y a soñar. Sí. A soñar con ser un gran cantante y porqué no, artista de cine. El Puyudo era tan solícito conmigo, que fue capaz de romper una ventana de vidrio, por matar una mosca que me fastidiaba.

    Nunca olvidaré el malabarístico acuatizar en la bahía, de los pintorescos hidroaviones del correo nacional en frente del, en ese entonces parque de Santander, contiguo al hermoso hotel Estación, orgullo del puerto. Debo decir que a pesar del cariño y agradecimiento que la ínsula de Buenaventura le debe al honorable senador Urbano Tenorio, cuyo nombre lleva hoy el parque de Santander, no se debió cambiar el nombre del héroe al espacio abierto más importante de la abandonada ciudad región, porque si bien es cierto que el ilustre político prestó invaluables servicios a la sufrida comunidad porteña, ese era su deber; además de que el parque fue originalmente dedicado a la memoria del principal prócer de la primera independencia—¿Cuándo vendrá la segunda?—nativo de Colombia, quien también le prestó servicios y hasta le dio carta de ciudadanía al puerto de la malaventura. ¿O será correcto que cada que surja un prohombre en nuestra sociedad— ¿Surgirá otro?— para perpetuar su recordación, haya que desalojar a uno anterior, de sus feudos? No señor. A cada héroe (sic) hay que crearle su propio espacio, sin menospreciar a otros. Al senador se le pudo hacer un hermoso monumento en otro lugar de la isla o en su defecto en el mismísimo parque del general Santander, que espacio lo había, sin menospreciar su memoria. Y todos tan contentos: ¿Porqué será que somos tan eclécticos en todos los sentidos? Ojalá que no necesitáramos más héroes.

    Y volviendo a mi triste partida, también dejaba El Arenal o La Baraya², cancha sagrada de la Selección Buenaventura, en donde nuestros grandes futbolistas, derrotaban sin mayor esfuerzo a cualquier equipo del interior del país que osara desafiarlos. Campo de arena playera, que después de las cuatro de la tarde, el mar inundaba en su portería oriental, causándoles inconvenientes a los jugadores y sobre todo al portero que defendía la valla de ese lado. Arenal en donde se forjó la brillante historia deportiva de Delio Maravilla Gamboa—de su época el mejor, aunque el nombre le fue heredado de su hermano mayor que no jugaba football, pero que al ver a Delio jugando tan buen fútbol, decía ¡Qué maravilla!— Marino Klinger, D’aguía Sinisterra, Ingerman Benítez, quien literalmente volaba cual gaviota en el arco, cuando los guardavallas eran como trapecistas y que en una de esas mágicas estiradas, que nos hacían delirar sobre todo a los chiquillos cuando cruzaba los aires para hacerse con el esférico y evitar el gol, al caer se partió una clavícula, terminando así con lo que seguramente sería en un futuro cercano, una brillante carrera internacional; el inmenso Pitihaya y El bombero Truque, Ernesto Plata Platica, Tananena y el Piriz Adalberto Quiñones, mi condiscípulo donde la maestra Octavila, en la escuela No 1 Ignacio Rengifo; el Maestrico Báez—todo un Maradona de su época—el alcalde Rivadeneira, con Pandebono Benítez, Nicolás Lobatón, Achito Vivas, Gallina, Piempie; el impasable defensa central La Tranca que jugaba en Deportivo Industrias El Mangle y tantos otros titanes del deporte universal que alinearon invictos en la Selección Buenaventura y con el tiempo, jugaron en Millonarios, Santafé, Nacional, Deportivo Cali, América y en otros equipos de fútbol profesional del país y en la Selección Colombia que empató 4x4 con el equipo de la Unión Soviética de Yashin, el legendario portero ruso apodado La araña Negra el mejor del mundo en ese entonces, en el campeonato mundial de fútbol, en Arica, Chile.

    Los basquetbolistas Raúl Cuero, hoy científico de la NASA estadounidense y Leonidas Hurtado, mis condiscípulos en la Escuela No 1 con la señorita Octavila de Fontalvo y Guido Domínguez y Luis Bergonzoli y el alcalde Rivadeneira y hasta el mismísimo Marino Klinger, sí señor; Marino Klinger, la estrella de los Millonarios de Bogotá. El del cuarto gol del empate de Colombia con Rusia, en el campeonato mundial de fútbol del 1962, a los 86 minutos; fue también un gran basquetbolista y etc., etc., todos ellos, estrellas del único colegio de bachillerato de ese entonces en Buenaventura, también se quedaron en el puerto, aunque sus recuerdos vinieron conmigo.

    Y desde luego se quedó el estremecimiento en cuerpo y alma que me producía el escuchar la alegre música de mis queridos maestros virtuales: La Sonora Matancera con sus grandes vocalistas, la super banda Billo’s Caracas Boys, orquesta venezolana del inconmensurable músico dominicano Billo Frómeta—perseguido por la dictadura del generalísimo Rafael Leonidas Trujillo—con su crooner cubano Manolo Monterrey y su Sucusucusú. De Bartolomé Moré, el inmenso Benny y su Lajas…mi rincón querido y de Panchito Riset y su Cita a las seis y El Cuartito y del trío San Juan y sus letras desesperadas, como cuando decía que: Tú me hiciste quererte y yo no quería, del compositor del grupo, el Chago Santiago Alvarado, quien mostró al mundo con sus canciones desde La Babel de Hierro, el talento vocal de Johnny Albino, con el borinqueño trio de Nueva York, porque contrario a lo que se dice por ahí: Johnny se hizo famoso en el trío que se formó en la ciudad del nunca dormir, por los años 1949, bajo el nombre de la capital borinqueña y no con Los Panchos de México, con los cuales trabajó desde 1958 por once años, cuando el también portorriqueño Hernando Avilés se retiró por segunda vez del archifamoso conjunto.

    De Los Diamantes y Los Panchos, del Cuarteto Flores y del Cuarteto Marcano, de Arsenio Rodríguez y Los Aragón—Orquesta cubana patrimonio de la humanidad—de la Orquesta Casino y de Los Lecuona Cuban Boys, de los Matamoros y Miguelito Cuní, de Eliades Ochoa y del cubano Tito Gómez, el viejo, porque muchos años después, con el fantástico Grupo Niche del colombiano Jairo Varela, cantó el puertorriqueño Tito Gómez, el joven, el de La Sonora Ponceña. De Barbarito Diez, de María Luisa Landín y María Victoria; de La Lupe y Toña La Negra, del Septeto Nacional y los Guaracheros de Oriente, de Emilio Tuero y Fernando Fernández; de Luis Alcaraz y el ruiseñor cubano Xiomara Alfaro la de Moliendo Café; toda esta pléyade, con las canciones de los fantásticos compositores: María Grever, Rafael Hernández, Agustín Lara, César Portillo de la luz, Rafael Hernández, Pacheco y Matta, José Dolores Cerón, Bobby Capó y Pedro Flores más otros muchos nombres ilustres también, que harían infinita la lista al nombrarlos. Toda esta música—más la de Los Churumbeles de España, con el Gitano Señorón don Juan Legido y las canciones de La Faraona doña Lola Flores—sita en la victrola del bar El Boga en una de las esquinas pintorescas de Cinco Bocas; así como también en todos los rincones de Buenaventura, porque aunque algunos periodiqueros se empeñan en decir que el son cubano en Colombia surgió primero en el altiplano vallecaucano o en Barranquilla, la verdad es que el ambiente natural en el cual se desarrolló la música del Caribe en el país, lo aportó La Ínsula de Cascajal, por ser principalísimo puerto comercial y por la etnia de la mayoría de sus habitantes, que es la misma de la de los trovadores haitianos, cubanos, dominicanos y puertorriqueños que cimentaron el Son. Otra cosa es que se haya comercializado en la Sultana del Valle, por el poder socioeconómico de la hermosa y cálida ciudad de Santiago de Cali y en el Caribe por la llamada Puerta de oro de Colombia.

    Y es que yo, que era un chico muy listo, heredé de mis padres los genes artísticos, pero fue de niño, en mi islita de la malaventura, en donde descubrí mi afinidad con el arte musical: Yo era bueno en todo lo que me proponía hacer con relación a juegos y distracciones para niños: Hacía mis propias cometas, jugaba bien con los trompos, canicas, yoyos, fútbol, etc. Pero cuando me decían de música, me transformaba en un artista y dejaba todo lo demás tirado.

    ¿Cómo olvidar hasta veinticuatro horas seguidas, o más, de lluvias torrenciales cantando con diferentes ritmos en los techos de zinc, para delicia de la muchachada que entonces no tenía que ir a la escuela y podía bañarse y juguetear en los numerosos chorros provenientes de los techos? Lluvias que sustituyen la falta de acueducto eficiente y se aceptan como algo normal en una de las zonas de mayor depresión pluvial del mundo, Viejo Tomás, aunque después de cada diluvio, el astro rey ataca con todo su furor, como para demostrar que es capaz de evaporar, cuanta agua San Pedro se digne mandar. A pesar de que en Buenaventura llueve tanto y su entorno posee innumerables afluentes hídricos, por arte de la corrupción el pueblo no posee un acueducto siquiera decente.

    Imposible no recordar también, los hombres en trajes de colores abigarrados—para estar a la moda—y los más distinguidos o filipichines, de blanco hasta los pies vestidos con ropa de dril o lino, magistralmente almidonada y planchada con utensilios de carbón, cuando los fines de semana se iban con sus engalanadas compañeras a bailar a La Piña Madura o a Los Sauces, sitio este último tan alejado de las sanas costumbres, según el cura de la parroquia del barrio El Firme, que en una noche de rumba se presentó Lucifer, sí señor, el mismísimo Diablo, bailando cobao³ al ritmo de El ron de vinola, con una exótica morenaza de estrechísimo vestido mediopaso, con una abertura en el lado izquierdo que le llegaba a la altura de la minúscula cintura; o al Cocodrilo del kilómetro cinco en la carretera Simón Bolívar, o al Marabá en una esquina de la calle Bavaria, donde la Orquesta Bahía, génesis de Peregoyo y su Combo Vacaná, ponía a mover el esqueleto a propios y turistas. En esa misma esquina estaba Radio Buenaventura, emisora en la cual gané en franca lid, mi primer concurso como cantante solista y no me dieron el primer premio, argumentando que yo era muy niño y que tenía toda una vida, para triunfar.

    Y quedó a lo lejos, apreciado Tomás: El magnífico espectáculo de luz y sonido de un bermejo atardecer, con el astro rey tiñendo el cielo y el mar, el viento enredándose en las hojas de las esbeltas palmeras del parque de Santander y los centenares de golondrinas, en agudo concierto de flautas, buscando cobijo en las generosas ramas de los gigantescos samanes de la capitanía del puerto y en los aleros del hermoso edificio, o en el monumental Palacio Nacional, edificio que siendo diseñado para Manizales, la capital cafetera de Colombia, se construyó en Buenaventura, el puerto del café en el mar Pacífico, a un lado de la iglesia catedral, formando estos tres artísticos bloques de hormigón, un triángulo en cuyo centro se levantó un parquecito en honor al general dictador Gustavo Rojas Pinilla, quien entre otras cosas, dio a la mujer colombiana el derecho al voto como ciudadana en Diciembre de 1954, había traído la televisión al país, el 13 de Junio de 1954 y ordenado por esas mismas épocas, que en las capitales de departamento y ciudades con Batallón militar, se formaran bandas de músicos de calidad, para tocar las recordadas retretas de los sábados, en los parques principales de cada burgo, logrando Manizales tener una de las agrupaciones más complejas, conformada básicamente por 40 músicos que el gobernador militar de Caldas, hizo traer de Italia y que devino en la Big Band de música tropical La Italian Jazz.

    Después del 10 de Mayo, a la caída en Santafé de Bogotá, del hombre más fuerte, del más duro; su busto que en Buenaventura había sido entronizado con júbilo por las autoridades civiles y militares y bendecido por la iglesia; fue arrastrado por todo el centro de la ciudad portuaria, por una masa enajenada, dirigida por la misma clase política.

    Entonces el parquecito fue dedicado al Prometeo de la isla, al Hermano Mayor, al Caballero Andante que usando su sotana como armadura, la cruz de Jesús como su escudo y su pausada palabra como espada, se enfrentó con quijotesco valor a la injusticia social que se ha ensañado en contra de Buenaventura desde siempre. Este amor por los desamparados afrodescendientes, siguiendo el ejemplo de san Pedro Claver, le mereció (sic) a Monseñor Gerardo Valencia Cano, la muerte accidental (sic) en una avioneta en la espesa jungla costanera. Los restos del paladín descansan hoy en la iglesia catedral de San Buenaventura, que fue su bastión, su fortaleza y su última morada.

    Todo esto quedó atrás, querido mío. Y como no hay mal que dure tanto tiempo y menos en los años juveniles, cuando el ser humano se enfrenta sin temor a cualquier desafío; pronto la entereza secó mis lágrimas—Las lágrimas redimen—aunque le confieso Tomás Viña, que hay momentos en los cuales quisiera salir corriendo y no parar, hasta llegar a la orilla del mar. No este mar helado de acá, sino el tibio, mar colombiano de mi niñez.


    1 Chicas rubias.

    2 En el barrio San Jorge, enfrente del Matadero Municipal de ese entonces y detrás del actual Hospital, existió antes de La Baraya, el Estadio Municipal. Encierro de madera con césped natural, en el cual se practicaba el football y que un atolondrado régulo cambió por unas horribles casitas de concreto hasta el techo, tan calientes a 28 grados de temperatura ambiente, como los hornos crematorios Nazis, dejando a la juventud porteña, sin un lugar en el cual practicar su deporte favorito.

    3 La pareja bien pegada y con movimientos de cadera tipo Mapalé, que ponen el erecto pene y la húmeda vulva frente a frente y en actitud lujuriosa.

    2

    Villa de las palmas

    "Todo en el orden físico, a mudanzas

    Sujeto está por voluntad divina,

    Muda el nido la ingrata golondrina,

    Y en el pecho del hombre, la esperanza."

    Balanta Uzuriaga.

    Sepa Viejo Tómas, que después de la nostalgia de los primeros tiempos; la herida que esta abrió, fue cicatrizando. Sólo quedaba en mi alma, el dulce amargo recuerdo de mi infancia junto al mar.

    —¿Porqué dulce amargo, don Vítor?

    —¡Bueno, porque mi infancia no fue muy fácil que digamos! Yo era un niño huérfano de padre y qué falta que él me hacía, ¡Dios mío! Mi mayor consuelo era cantar y jugar pelota. Recuerdo que una tarde como a eso de las seis, llegué sudoroso, cansado de jugar fútbol y transido del hambre. Presuroso me dirigí a la cocina de nuestra humilde casa. La hornilla de carbón estaba apagada y las ollas boca abajo.

    —¡Mamá, tengo hambre!— Dije disgustado, con esa irreverente pretensión de los hijos que nada aportan, pero que siempre exigen, caminando aprisa al cuarto de mi madre. No recibí contestación, así que abrí la puerta del dormitorio de mi Vieja

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