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El Fin De Un Principio
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Libro electrónico173 páginas2 horas

El Fin De Un Principio

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Una familia se ve envuelta en las transformaciones y cambios de la sociedad ocurridos como consecuencia de una evolucin incontrolada creada por intelectuales, cientficos y por el desarrollo tecnolgico a travs de los siglos, que han llevado a la sociedad de este planeta a un final totalmente catico, dividida en grupos de humanos y androides rivales entre s, en una realidad en la que se confunden la verdad y la imaginacin, y que conduce a un final incomprensible de los misterios del universo.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento21 oct 2015
ISBN9781506509341
El Fin De Un Principio
Autor

Tito Vertiz

José Vertiz usa el nombre de “Tito” para escribir. Nació en la ciudad del Callao. Realizó estudios de arquitectura en la Universidad de New York, culminó su bachillerato en terapia familiar y servicios humanos en la Universidad de Nebraska, EEUU, además de haber cursado estudios en la Universidad de Florida. Trabajó como terapista en las prisiones de Florida. Actualmente está jubilado y vive en Perú. Además de la escritura, se dedica a la pintura en óleo; algunas de sus pinturas están en exhibición en EEUU. Tiene publicados los libros: “Salvar un alma”, “carrusel familiar”, “verdad o mentira”, y “herencia del terror”.

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    El Fin De Un Principio - Tito Vertiz

    PRÓLOGO

    ¡Abuelo!, ¡abuelo! Cuéntanos de nuevo cómo era antes - decían dos pequeños niños muy delgados con ropas muy sucias hechas casi harapos deshilachados, brotaban en sus labios y en sus delgadas caritas pequeñas ampollas que denotaban el estado precario y las malas condiciones de salud en que vivían, los niños corrían hacia un hombre sentado en una silla muy deteriorada con partes rotas.

    Él miraba tras la ventana de vidrios sucios y rajados el paisaje muerto y desolado, en el cual, remolinos de aire se levantaban parecidos a feroces gruñidos de la naturaleza envolviendo la tierra muerta como queriendo llegar a los nublados y oscuros cielos para exclamar con furor su muerte de una fertilidad desvanecida.

    Se notaba en el rostro del acongojado y débil hombre las marcas de quemaduras y de experiencias que son todo historias que envolvieron sus años jóvenes. Dejó de mirar el desolado desierto entre los sucios y envejecidos ventanales donde había enfocado sus ojos cansados, sintiendo una tristeza feroz al recordar de dónde venía y lo que en su niñez había experimentado. Lo embargó tanta melancolía que le originó dolor en el corazón; así transcurría su vida, sin poder explicar la razón de por qué seguía encerrado aquí y por qué había sido abandonado por sus compañeros.

    Sí, mis queridos muchachitos - contestó con una voz rasgada y oprimida, dejando notar una boca sin dientes que forzaba una sonrisa fingida. Al estirar sus huesudas manos, acariciaba las cabecitas casi sin cabello de estos pequeños quienes, se sentaban alrededor del agotado anciano. Ah, sí… recuerdo cuando yo tenía más o menos su edad… bueno quizás era un poco mayor, no recuerdo bien, en fin… Ese desierto que se ve ahora, era una entrada a una cueva donde se vivían experiencias extraordinarias, antes de llegar a un bello paisaje en el cual había magia; entrar y verlo era increíblemente fascinante. Existían fuentes de agua cristalina, unos cuantos árboles que aún quedaban, pedazos de verde pasto y algunas flores. Los techos de esta cueva se confundían con las estrellas en los cielos, pero mucho antes de encontrarla, cuando algunos sobrevivientes de este planeta tenían la edad de ustedes, se construían afuera de ella, residencias y jardines flotantes en el aire. A veces, eran llevados como adornos sólo para los más acaudalados, para los políticos, o para aquellos que por haber cambiado su ADN, eran a los que llamaban los transformados; tomaba un gran respiro para proseguir… oh sí, a lo lejos se observaba un grupo de árboles que eran parecidos a los pinos altos, y aunque estaban muriendo, aún eran bellos, pero desaparecieron rápidamente y no quedó nada. Sólo en las torres donde vivían los transformados se podía ver algo verde. Lo que se ve ahora es lo único que queda después de la llegada de excesivas ambiciones causadas por la obsesión desbordante de siempre querer más. - Fue interrumpido por la débil voz de uno de los niños que preguntó:

    ¿Qué es un pino?

    Oh… era un árbol alto lleno de bellas espinas verdes, que parecía tocar el cielo azul que en otro tiempo teníamos.

    ¿Un árbol como nos dibujaste antes?

    Bueno, muy parecido; estos eran largos y altos.

    ¡Qué más abuelo, qué más! El abuelo no pudo continuar su relato, pues la vieja y gastada puerta que tenía huecos entre ornamentos tallados que habían sido alguna vez la envidia de muchos vecinos hacía ya muchos años, se abrió abruptamente con un gran soplo del viento, haciendo que una mezcla de tierra y arena entrara en el desolado salón. Esto era lo único que había quedado de la magnífica construcción oculta dentro de la caverna que se había convertido en la residencia para este anciano y los dos pequeños niños por un largo tiempo.

    El anciano al sentir pánico, comenzó a gritar - ¡corran, corran a esconderse!- cosa que los niños obedecieron de inmediato, entrando en una rajadura suficientemente ancha entre las maderas del piso, la cual los ocultaba bien, tanto desde arriba como desde afuera. Casi al instante de abrirse la puerta, aparecieron las figuras de tres hombres armados portando diversos modelos de grotescas armas, y vistiendo algo como un uniforme sucio. En los ojos llevaban unos lentes redondos ahumados que hacía imposible mirarlos directamente. Eran los ojos de unos extraños seres. Todos llevaban larga y descuidada barba que sobresalía enormemente desde los oídos. Emitían brutalmente sonidos metálicos, que luego se convirtieron en palabras dirigidas al viejo hombre.

    ¡Oye, humano inservible! nos hemos enterado de que tú guardas pequeños niños por aquí. ¡Entrégalos!, ¿me oyes, viejo inútil? - decía con sonido metálico, mientras le apuntaba al viejo con una de las armas que llevaba.

    Aquí no hay ningún niño - contestaba valientemente, pero sin dejar de mirar el arma que le apuntaba al pecho.

    ¡No mientas humano! Pues si lo haces, te aniquilamos aquí mismo - le decía con tono sarcástico y diabólico, mostrando dientes que lucían demasiado perfectos para estas criaturas.

    Les digo que no hay niños, no he visto uno en años.

    Tú no nos sirves más, eres muy viejo, ¡y ahora nos mientes! - dijo el hombre, dándole con el arma un fuerte golpe en la cara que hizo que el viejo cayera al suelo. Al caer, la mitad de su rostro se estrelló y quedó tirado sin poder mover la cabeza; con un ojo casi cerrado, pudo distinguir entre las rajaduras del piso a los dos niños que, asustados se abrazaban, mientras miraban horrorizados por entre las rendijas de la desgastada madera.

    ¡Rebusquen la cueva! - gritó el mismo hombre que ya había entrado en ella. Esta cueva, se veía casi completamente enterrada por antiguas lavas ya solidificadas por el tiempo, lo que aumentaba la dantesca y extraña imagen de este lugar. Los que al principio parecían hombres, no eran más que androides.

    Uno gritaba enfurecido salpicando saliva de un color marrón que le escurría por su barba.

    ¡Yo puedo olerlos, están aquí por algún lado! Ah… ¡chiquitos, chiquitos! llamaba con voz fingida y chillona que era aumentada por el sonido metálico y frío que emitía su boca.

    CAPÍTULO UNO

    ¡Uy qué rico! Exclamaba una pintoresca rubia muy atractiva en sus cuarenta y tantos años que, con el cucharón en la mano, daba golpecitos en la mesa al lado de la estufa en la cual hervían dos ollas humeantes que llenaban el ambiente con el aroma de los manjares que se preparaban dentro de esta cocina.

    Como verán mis queridos televidentes, esta es la manera como se puede preparar estos ingredientes que se encuentran tan fácilmente, ya que los que se acostumbraban a cocinar años atrás, casi ya no se encuentran, en fin… así son las cosas, hay que adaptarse a los momentos difíciles de la vida y por eso a esta receta le voy a dar como es mi costumbre de aprobar con golpes de cucharón; no tres, no cuatro, sino un bien merecido cinco - terminando de decir esto, con el cucharón de mano golpeaba enérgicamente la repisa dando cinco sonidos formando un eco en la sala de estudio de la estación de televisión.

    ¡Adiós, mis queridos amigos televidentes, hasta la próxima! Y ya saben, les tengo para el próximo programa una gran sopa de gusanitos especialmente traídos de la Selva, bueno… de lo que queda de Selva. ¡Adiós! - dándose golpecitos en la cabeza con el cucharón dejaba de sonreír y se ponía muy seria cuando le anunciaban que estaban fuera del aire.

    Rápidamente se sacó el mandil y se dirigió a un ayudante extremadamente delgado - preguntando: ¿dónde está el agua que te pedí?

    No me permitieron sacarla. La estación dice que ya tomaste tu ración del día.

    ¡Carajo! Cada día hay más restricciones, ¿a dónde vamos a parar?, ¿llamaron mis hijos?

    No señora. ¿Necesita algo más?, pues tengo que irme, mi itinerario para tomar el bus a casa ya está en la hora y sabe lo difícil que es conseguir otro cupón para transportarse. Me disculpo… si no hay nada más en lo que pueda ayudarla.

    No, anda nomás. El mío todavía no me toca, me queda casi media hora más para tomarlo. Chau, hasta mañana.

    El delgado hombre, haciendo un saludo con la mano, volteó y se dirigió rápidamente hacia una puerta de metal en la que una luz roja alumbraba señalando la salida. Sacó una tarjeta de su bolsillo, la introdujo en una ranura al lado de la puerta, y apareció una pantalla con una voz metálica que decía: Acerque su retina, por favor, de modo que el joven acercó su ojo contra la pequeña ventana; casi de inmediato, la misma voz decía: Reconocido, puede salir. La puerta se abrió y se volvió a cerrar automáticamente después de que él había salido del estudio. Un empleado también muy delgado, se acercó donde la cocinera de televisión.

    Señora, el Director desea verla en su oficina.

    ¡Gracias!, hacia allá voy, casi refunfuñando tomó un abrigo que estaba en una percha en la pared y caminó hacia las oficinas.

    ¿Quería verme, señor Director? Sí - dijo él muy serio. Ya te he dicho varias veces que no hagas ningún comentario en tu programa. La IGG (Inspección General Gubernamental) me llamó para decirme que si lo vuelves a hacer cerrarán la estación.

    ¡Por favor, no nos metamos en más problemas, Teresa!

    Pero… pero, ¿qué es lo que yo dije?, decía consternada y temerosa.

    Sarcásticamente, el Director imitando la voz de la señora Teresa - dijo: ingredientes que no se consiguen - y luego - lo que queda de Selva.

    Pero es la verdad, además, lo acabo de decir, ¿cómo se enteraron tan rápido? Si este programa era para mañana, sólo lo grabé hace unos minutos.

    ¡Por favor! Usted lo sabe, la tecnología es muy avanzada (entre dientes decía muy despacio, en voz casi para él solo, mirando la pared donde él sabía que había un micrófono del Gobierno que lo espiaba) alzando la voz de nuevo, prosiguió: En nuestro Gobierno lo saben inmediatamente, además, demos gracias que es de esa manera. Con esto de monitorear a la gente mantendremos un orden y progreso.

    Bueno, iré a grabaciones para que borren ese pedazo.

    No se preocupe. Ya fue borrado, además, no tengo muy buenas noticias. Los ejecutivos de la IGG informaron el vencimiento de su contrato. Los raitings están bajísimos, a la gente no le interesa ver más programas de cocina.

    ¿Qué quieren? ¿Que mate a alguien y lo cocine? Teresa lo decía con despecho y sarcasmo - a lo que el Gerente, exclamó:

    ¡Eso sería interesante!

    Eso es lo único que quieren ver, violencia y maldad. No hay ningún control de lo que quiere el público, Señor.

    ¡Claro que hay control! No se olvide de IGG que siempre nos está vigilando para nuestro bien.

    ¡Ay! Que poco entiende usted las cosas mi querido Gerente - decía Teresa, entre dientes, dirigiéndose a la puerta de la oficina. ¡Qué lástima que lo de antes desaparezca!, ¿hacia dónde vamos? Salió cerrando la puerta bruscamente.

    Al llegar a la puerta de salida, sacó su carnet de identidad, miró su reloj y se dio cuenta de que no era hora de salir todavía, con un gesto de desesperación buscó una silla donde sentarse. Un muchacho muy joven que había estado mirándola, le dijo:

    ¿Está bien señora Teresa?

    Sí, gracias - contestó automáticamente. Se quedó mirando al joven quien con mucha atención la observaba.

    ¿Eres tú el que trabaja en las oficinas? No te reconozco.

    No. Aquí

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