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Los Títeres de Shelby Dinks
Los Títeres de Shelby Dinks
Los Títeres de Shelby Dinks
Libro electrónico345 páginas5 horas

Los Títeres de Shelby Dinks

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Un terrible secreto.
Un dolor inolvidable.
Una venganza sin límites.
En el enigmático pueblo de Shelby Dinks, la aparición en el bosque de un cadáver en extrañas circunstancias reabre la investigación de un macabro y misterioso caso policial ocurrido trece años atrás. Ese mismo día, los Becker, una peculiar familia en busca de un nuevo hogar, se instalan en una antigua casa de la zona en la que pronto descubrirán que esconde un hermético y oscuro pasado. Pero todos sus planes soñadores serán truncados desde el principio.
¿Podrán ponerse todas las piezas del puzle en su lugar antes de que sea demasiado tarde?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 dic 2023
ISBN9788411818438
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    Los Títeres de Shelby Dinks - Javier Caballero

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Antonio Javier Caballero García

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Ángel Fernández Mesa

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1181-843-8

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    Esta novela va dedicada al miedo, esa barrera invisible que solo a veces puede llegar a ser tan real como la vida misma y terminar por devorarnos el alma.

    Lucha contra él, aplástalo, pisotéalo; disfruta de la vida, disfruta de tu tiempo.

    .

    No te juzgo, pues yo también tengo miedo. Mucho.

    Quizás más que nunca. Pero aquí estoy, escribiendo una historia para todos vosotros.

    Prólogo

    Dejad que dancen los gusanos desde la tumba. Dejad que se alimenten del cuerpo sin vida. Pero no los dejéis escapar al exterior, que contaminen la fruta o que infecten a otro animal. Puede ser peligroso, mortal. Se alimentarán de la rabia, del dolor y de los sueños rotos. Si uno entra en una manzana y alguien la come, todo acabará podrido, todos serán manzanas podridas.

    1

    Introducción

    Titular de última hora, publicado por el diario local de Shelby Dinks, el día 20 de octubre del 2000, 08:00 A.M:

    El caos y el terror vuelven a sacudir a nuestro querido pueblo.

    Otra segunda noticia anunciaba en la portada de un periódico más amateur de la ciudad de Providence, en el condado de Rhode Island, el siguiente suceso:

    Fidedignas fuentes informativas nos comunican que el responsable de las misteriosas desapariciones de los tres niños de hace trece años habría escapado la pasada noche de la Prisión Estatal de Máxima Seguridad del condado; aún se encuentra en paradero desconocido.

    2

    Shelby Dinks. 20 de octubre de 2000.

    Lugar desconocido

    Sus pasos se apresuraban entre el vacuo pasillo. Eran rápidos e intensos. El jadeo de la respiración, cada vez más agitada, aumentaba mientras subía a la segunda planta. Las pisadas sobre las viejas escaleras de madera producían un agudo chasquido, entremezclándose con el fuerte latido del corazón, que podía sentirlo casi en la garganta. Apenas le entraba aire por los pulmones. Y con cada falta de aliento, más mortificante se hacía la llegada. Los dedos de las manos empezaron a agarrotarse muy lentamente. Estaban rígidos, frágiles. La incapacidad del movimiento impedía agarrar con firmeza la oxidada barandilla. Estaba fría y áspera al mismo tiempo. Le temblaban las piernas y, a pesar de todo, no era por el miedo. Se ladeaba ligeramente encorvada, de lado a lado, de una pared a otra a lo largo del pasillo.

    El recorrido hasta la habitación le pareció infinito, no solo por la larga distancia que la separaba, sino también por la poca claridad en el ambiente que no dejaba proyectar las imágenes con nitidez, lo que dificultaba aún más su avance entre aquellos ruinosos muros.

    —Ahí estás, esta vez has tardado más de lo habitual en regresar, tal vez demasiado —pronunció fríamente con una voz grave cuando cruzó la puerta metálica que estaba impregnada por una fina película grasienta—. ¿Cuánto tiempo ha pasado?

    Era una voz masculina y gélida, de las que en mitad de la madrugada provocan un hormigueo en la nuca. Sonaba en un tono melódico, pero al mismo tiempo acompasado y anacrónico.

    —Temo decirte que no me queda mucho, quizás un par de minutos… —tartamudeó—. Supuse que estarías aquí y después de buscar por todos los rincones solo me quedaba este recóndito lugar. Te conozco demasiado bien para saber que no te marcharías de aquí —dijo cayendo de bruces sobre el suelo apoyándose sobre el canto de las palmas de las manos con el último esfuerzo por sostenerse erguida.

    —Este lugar tiene algo que te atrapa, que te envuelve, algo que no te deja ir. Tú misma lo has comprobado, aquí estás de nuevo. La tormenta nos engulló. Aquí puedo refugiarme, pasar desapercibido. Es lo que hacen los monstruos, ¿no es así? No hacer demasiado ruido por el día y salir durante la noche…

    Contemplaba a menos de cinco metros una figura alta, vestida toda de negro, con una especie de larga túnica religiosa que le cubría desde la cabeza hasta los pies, donde solo dejaba asomar unos zapatos que también eran oscuros y estaban un poco manchados de arena mojada. Le daba la espalda y no parecía importarle demasiado su presencia. Es más, radiaba indiferencia respecto a aquellas palabras que espurreaba. Permanecía con la mirada clavada a través de un enorme ventanal que estaba agrietado y que permitía la entrada de la escasa luz de las farolas más cercanas y el de algunas casas rurales que colindaban con sus alambradas en unos acabados de espiral. Las sombras de los árboles se proyectaban en el suelo, que parecían estar a la carrera cuando el viento azotaba sus ramajes. Se encontraba eclipsado por la luna llena que había aquella noche en el cielo, y que quedaba suspendida entre dos pomposas nubes, un cielo parcialmente despejado que no dejaba ver muchas estrellas.

    La habitación era amplia. Las descoloridas y agujereadas paredes color pardo delataban un inmueble algo desgastado y una gran falta de cuidado y de mantenimiento del lugar, fruto del avance de los años y otros muchos más vaivenes de la vida. No había ningún tipo de mobiliario, o al menos ninguno que pudiese resultar útil. Prácticamente todo estaba desocupado. Tan solo había un par de muebles arrumbados en una esquina, encubiertos con un trozo de tela deshilachado, rasgado y teñido en un color verde intenso, donde una capa polvorienta los envolvía y algún que otro papel quemado que dejaba verse entre cajones abiertos. La madera del suelo tenía aspecto astilloso por los diversos levantamientos que presentaba, por donde rodaban varias botellas de vidrio, ya vacías, de la marca Red Bell, que sin duda eran una combinación perfecta de alcohol y cafeína, con la que los grupos de los más jóvenes se la pasaban noche tras noche en un estado eufórico y de adrenalina, arrasando con todo a su paso, haciendo lo que mejor se les daba, destruir. De todo ello sería testigo un viejo reloj colgado al fondo en la pared con el cristal desquebrajado por la mitad, pero funcional, haciendo sonar mediante estridentes sonidos todas y cada una de las horas del día, cuyas manecillas se situaban en este instante en las tres y cuarto de la madrugada. Era, pues, un lugar inhóspito y abandonado, donde el único sonido aparentemente activo era el chirrido de algún despistado roedor, el crujido que emitía la madera mojada sometida a su lenta descomposición que desprendía un fuerte olor avinagrado y el goteo de unas tuberías rotas que pasaban por el techo al caer sobre unas latas de conserva vacías que, muy probablemente, fueron en su día el alimento de algún mendigo.

    —Sé que no vas a descansar hasta cumplir con ello, que volverás a actuar… Sé que vuelves a tener esas intenciones malévolas. Tienes que parar esto de una vez por todas —dijo llevándose las manos a la cabeza con desesperación, marcando una expresión facial de horror que ya se había estado gestando durante algunos años atrás.

    —Es curioso… pero jamás podría olvidar lo dulce que suena tu voz en el oscuro silencio de la noche… Podría reconocerla con los ojos cerrados en cualquier lugar. No te preocupes. Aún puedo arreglarlo —contestó cabizbajo—. Puedo hacer que todo vuelva a funcionar.

    —Definitivamente perdiste la cordura. No, ya no vas a tener que arreglar nada nunca más. Esto debe terminar de la única forma posible. Aunque igual debió haberlo hecho mucho antes…

    Se miró las palmas de las manos. Tenía magulladuras y unos puntos de sangre asimétricos, no muy profundos, causados por permanecer demasiado tiempo ejerciendo presión sobre el astilloso suelo. Aquella templada sangre que comenzaba a borbotear le pareció agradable y hasta le produjo por un instante cierta felicidad. La sensación de sentir sus dedos empapados comenzó a gustarle. Pensó que era síntoma de estar viva, pero, como todo síntoma, al igual que la sensación de hambre, hay que darle un poco de margen hasta que se marche.

    Sus ojos brillaban intensamente. Era un brillo incandescente que estaba a punto de sucumbir. Esa especie de silueta negra que parecía que absorbía la poca luz del entorno, se giró hacia ella y esta vez le fue difícil volver a ignorarla.

    —¿A qué te refieres con terminar…? No me dejará hacerlo… No dejará que esto aún acabe. Siempre aparece, cuando menos te lo esperas. Nunca descansa. Es como una sombra que te va devorando poco a poco, y cuando te quieres dar cuenta de que ya eres suyo y le perteneces… no puedes salir de ahí… Siempre hay algo, siempre queda algo pendiente…

    A pesar de la poca claridad, pudo entrever el rostro cubierto por una inquietante máscara con la forma de un animal salvaje. Era una imagen terrorífica, con largos cuernos afilados y una carcasa de huesos relucientes. De esas que generan sequedad en la garganta e inducen a tragar saliva casi de forma automática. Podía ver el contorno natural de la comisura de su boca que parecía dejar asomar una sonrisa diabólica proveniente del inframundo, contaminada por inmundicias. Pero en el fondo eran sus labios, los mismos de siempre. Los observó durante unos segundos y luego apartó la mirada de ellos. En medio de la conversación se coló el sonido de una verja al abrirse en el exterior. Fue un ruido agudo, que en el silencio de la noche no gustaba. Ponía los pelos de punta.

    —¿Te han visto entrar aquí? ¿Alguien te ha seguido?

    Una cierta preocupación ganó peso y echó un vistazo por el ventanal. Se movía de un lado a otro con intranquilidad y cierto nerviosismo.

    —Deberías saber que para el resto estamos desaparecidos o, en el mejor de los casos, estamos muertos. ¿No lo recuerdas? Nadie debe saber que estamos aquí, esto es mucho más grande de lo que imaginas… Debes marcharte ahora mismo de aquí. Deberías ponerte a salvo. Vamos, ponte en pie.

    —¿A salvo de quién? —miró con incredulidad—. ¿Vas a hacerme daño? ¿Harás lo mismo conmigo? Por favor, te lo suplico… ¡No continúes con esta locura! —gritó haciendo salir de su interior un tono de voz poco enérgico, donde el desánimo y abatimiento sería lo único que le quedaría por ofrecer.

    —Antes debo acabar el trabajo, con él, todo volverá a ser como al principio. Ella me lo prometió. Por fin todo acabará —dijo cerrando el puño con fuerza, con cierta fortaleza y hombría.

    —Nada puede volver a ser como al principio —sollozó —. Creo que siempre has prometido demasiado, más de lo que has estado dispuesto a cumplir. Quién te ha visto y quién te ve… no te reconozco. Esto no puede estar pasando de verdad. Es una maldita pesadilla. Todos sabrán lo que hiciste, tarde o temprano, te lo aseguro. Pagarás por todo. No importa lo que te prometiera, ya nada tiene sentido. ¿No te das cuenta? Te ha manipulado a su antojo. Y, como has dicho… siempre vuelve, siempre vuelve a por ti, siempre queda algo pendiente…

    En ese momento, sintió cómo la aceleración del corazón, más y más rápida, parecía no tener fin y que en cualquier instante sería lanzado fuera de su cuerpo, que explotaría de un momento a otro como una granada. Tras toser bruscamente comenzó a emanar por la boca un líquido amarillento procedente del interior. Ahora aquella anterior sensación de plenitud por estar viva iba consumiéndose. Ya no era tan grata como antes. El blanco de sus ojos se tornó en un color sanguinolento. La piel se fue volviendo cada vez más pálida. Era una piel helada. Como si un fuerte viento polar hubiera estado azotando continuamente hasta dejarla congelada. Sabía que era su inminente final. Así que contuvo el aliento con fuerza y con media sonrisa levantó lentamente su cabeza hasta que sus ojos se alinearon con los suyos, y con voz entrecortada, mientras caía desplomada al sucio y mugriento suelo, le susurró, con gran esfuerzo, las que serían sus últimas palabras:

    —Jamás, ¿me oyes? Jamás vas a encontrarlo…

    —¡No! —salió de su interior un chillido desgarrador.

    Eran uno de esos gritos desoladores, implacables, similares a la caída por un abismo sin fondo. Se acercó a ella rápidamente. Estaba fría, sin pulso, sin vida. Y la esencia de aquella alma se había ido, escapada de este cruel mundo al que había estado acostumbrada a vivir, con el último cometido con el que se armó de valor para regresar a este lugar del que huyó asustada una vez y con el que quizás podría cambiar el destino de toda una familia.

    Todo ocurrió tan deprisa que no tuvo tiempo de reaccionar. No entendía ni cómo, ni por qué. Pero había pasado. Le acarició sus mejillas que ya no eran tan rosadas como lo fueron un día, apartando con la mano de su rostro un mechón del castaño cabello. La miraba de forma perpleja, con asombro y en parte con admiración. Se descubrió la cara totalmente. Una enorme y profunda cicatriz que subía por la mitad derecha desde el mentón hasta la ceja quedó al descubierto. Bajó la cabeza. Con un beso en la frente, procedente de sus carnosos labios, la despidió. Fue un beso tal vez apático, tal vez con dulzura. El odio y rabia que le tenía se enterró, se evaporó, pero su sufrimiento, por ello, fue difícil de soportar.

    Diez minutos más tarde, se oyó un fuerte golpe en seco, la puerta se abrió de par en par y alguien entró. Se respiraba un ambiente calmado, sosegado, pero al mismo tiempo desesperanzador. Un silencio molesto. Ese que domina tras el paso de un tren expreso a toda velocidad. El tic-tac de aquel reloj hacía eco. Pero allí no quedaba nadie, al menos con vida. Sabía que la encontraría allí y en qué circunstancias. Nunca nadie podría estar preparado para ello. Ni el más fuerte del mundo. Estaba hecho. Eso era lo importante. Esperaba que el plan funcionara tal y como ella predijo, aunque nunca podría haber estado de acuerdo, no en esas circunstancias. Solo a veces el fin podría justificar los medios. Ahora debía encontrarlo antes de que ellos lo hicieran. Sus ojos reconocieron rápidamente el cuerpo tendido. Hincándose de rodillas la contempló con gran dolor intentando imaginar que ese tal vez algún día jamás sucedería, y ni tan siquiera podría conformarse con escuchar aquellas carcajadas con las que contagiaba al resto, por más desconocidos que fuesen. El fondo de sus ojos ya no le devolvía futuro. Ahora tocaba despedirse con llanto desgarrador, de esos que provienen de muy a dentro, de más allá del propio subsuelo. Mientras se lamentaba de lo ocurrido no dejaba de repetirse una y otra vez…

    —¿Dios mío… por qué lo has hecho…?

    Dentro de una especie de pequeño compartimento situado al fondo de la sala, alguien que no dejaba de observar con detenimiento toda la escena a través de una diminuta ventana de forma circular, comenzó a reír desconsoladamente. Un sentimiento de felicidad y rabia al mismo tiempo le recorría todo su cuerpo. Aquella sensación tan placentera y a la vez tan maquiavélica, ese terror que comenzó hace trece años y que pretendía continuar por otros cuantos más si fuese necesario no se detendría hasta cumplir todo lo que un día le prometió…

    3

    Shelby Dinks. Octubre de 1987

    —Ahí está. ¿No te parece bonita? —preguntó con entusiasmo Alan, señalándole con el dedo exactamente cuál de ellas era—. Es un poco antigua, lo sé, pero con un par de reformas quedará como nueva.

    A quién pretendía engañar, aquel lugar se convertiría en su nuevo hogar durante muchos años. De modo que, sí o sí, tendrían que convencerse y verla como esa casa de ensueño que tanto habían idealizado, la casa perfecta. La pasada semana le entregó las llaves el simpático chico de la inmobiliaria, un tal Jonathan Thaus. Le hizo un tour por todos los rincones y recovecos. Le pareció menos agradable cuando se molestó en hacerle la cuenta, sin él pedírselo, de los años que le restarían para terminar de pagar aquella larga hipoteca. «Es una casa preciosa, ya no quedan muchas así por aquí, ha tomado una de las mejores decisiones de su vida, señor Warren. Su mujer quedará encantada. En veinticinco años, si todo va bien, será definitivamente suya. ¿Qué son esos años para un chaval como usted? Cuando termine seguirá estando en plenas condiciones».

    Alan quedó convencido, sonaba perfecto, aunque pensó que tal vez era mucho tiempo para adquirir en posesión aquella propiedad y que, para entonces, ya le habrían visitado unas cuantas arrugas y tendría el pelo teñido en un gris tirando a blanco. La sonrisa del joven Thaus fue convincente. Era una oportunidad perfecta. Y a las oportunidades había que hincarles el diente, al igual que ese joven hincó el suyo a miles de dólares que Alan Warren estaría condenado a pagar después del fuerte y duradero apretón de manos.

    —Es más de lo que siempre hemos soñado. Aún no puedo creerlo. Me encanta.

    Para Helen sería la primera vez en tener contacto con ella, después de pasar largas horas sentada en el sofá ojeándola a través de la revista de la inmobiliaria Towers, la misma de la que el joven Thaus y su padre eran dueños. Estaba tan nerviosa como una niña pequeña antes de subir a su atracción favorita.

    —Son 500.000 dólares, Alan, es demasiada cara. Se va del presupuesto, los gastos y el interés del banco nos asfixiarán —le dijo con los ojos brillantes sin pasar la hoja.

    Cuando Alan la miró directamente a los ojos, en el fondo de ellos aún quedaba el reflejo de una casa que, sin lugar a dudas, estaba hecha para ellos.

    Podríamos negociar con la inmobiliaria. Son todos iguales. Están como locos por hacer una venta, ni te imaginas el porcentaje que se embolsan por cada una que se quitan del medio. Estarán dispuestos a sentarse a la mesa y escuchar mi propuesta. No podrán rechazarla.

    Efectivamente, la propuesta fue escuchada y aceptada. 390.000 dólares, gastos incluidos. Alan llevaba razón, la desesperación podía hacer maravillas, incluso para ese sector que movía cientos de miles cada año.

    Helen la observaba boquiabierta. Tenía una cara de felicidad plena. Sus ojos desprendían una ilusión pletórica, de esas que pocas cosas en la vida la hacen despertar.

    —Más vale que vayas creyendo que todo esto es real, tanto como la vida misma. Así es, cariño, ese momento, nuestro momento perfecto, ya está aquí, ha llegado para quedarse con nosotros. Y por mucho tiempo.

    Alan paró el viejo motor del Volvo que le regaló su padre y bajaron del coche antes de que el olor a gasolina cara impregnara todo el interior.

    —Deberíamos cambiar esta vieja carroza. Fíjate en el ruido tan extraño que hace la ventilación cuando está desconectado el motor.

    —¿Cambiarla? ¿Estás loco? Si ha sido nuestro primer nidito de amor.

    Nos ha llevado a todos lados y por todas partes. Nunca nos ha dejado arrumbados en medio de la carretera. Ha cumplido como un verdadero campeón. ¿No le tienes aprecio? Para un detalle que tuvo tu padre con nosotros…

    Y Helen tenía toda la razón del mundo, fue un gran campeón, de esos que ya no se ven. Pero sobre todo en lo del padre de Alan. Durante muchos años, se recorrieron gran parte del país, fueron por la costa de oeste a este de vacaciones y muchas más aventuras que aún seguían recordando con gran nostalgia.

    —Prefiero encapricharme de otras cosas.

    —¿Ah, sí? ¿Qué tipo de cosas?

    —Precisamente de ti, por ejemplo.

    —¿Eso es lo que soy para ti? ¿Un simple capricho?

    Se acercó a ella y, mientras rodeaba con sus manos su delgada cintura, la besó. Le encantaba que hiciera este tipo de cosas, que dijera esas palabras mágicas que parecían sacadas de una película de amor y que hiciera lo mismo que en ellas se esperaba: que el chico diera un buen besazo a la chica. Él sabía que esto le encantaba y por ende sabía cuándo y cómo usar su gran repertorio cinéfilo.

    —Sinceramente, estoy muy cansado de este pedazo de chatarra, pero sí, podrá aguantar un poco más, supongo. En cualquier caso, es ahora cuando podemos permitirnos grandes cosas, ¿no?

    Afortunadamente estaba en lo cierto. El puesto como jefe de Emergencias que había conseguido en el hospital, consecuencia de una baja médica, haría que su sueldo engordase considerablemente como nunca antes lo había visto, al menos durante una larga temporada. Aunque podían permitirse casi de todo, y a Alan le encantaba mostrar su buen posicionamiento social en el que actualmente se encontraba, Helen no necesitaba nada más que la compañía del uno con el otro. Era una mujer muy sencilla. Su discurso sonaba tan convincente para casi todo el mundo, excepto para Alan, cuando decía: «La soledad es la misma en una casa de treinta metros cuadrados que en una de trescientos; no hay dinero que cure una enfermedad terminal por mejor cuidador que se tenga; lo único que te acabará haciendo feliz de verdad serán tus seres queridos, justo en esos momentos tan especiales que vivirás junto a ellos…».

    Llevara o no razón, para Helen estaba clara la esencia de la felicidad, la esencia de la vida. No se molestaba especialmente con Alan cuando alardeaba con cierta prepotencia de lo que tenía o de lo que le gustaría poseer en el futuro. Ella le sonreía igualmente. No era ni el momento, ni el lugar para predicar sus creencias de las que Alan ya era más que conocedor y que no compartía.

    —¿Qué te parece si entramos? Tengo justo la llave en la guantera. Es alucinante. Espera un segundo.

    Se acercó al coche y empuñó la gruesa llave. Había dos copias, las mismas que el joven Thaus le dio antes de marcharse con la firma de Alan en cada página del documento contractual de la vivienda. Extendió la mano al fondo y agarró también una pequeña cajita de color rosa que estaba envuelta en papel de regalo y tenía además un bonito perfecto lazo de seda.

    —Ten. Lo he comprado para ti.

    Helen quedó asombrada. No esperaba ahora un regalo y mucho menos así, sin más. No era precisamente su cumpleaños y tampoco era su aniversario. A pesar de todo quedó encantada con el detalle.

    —Pero… ¿y esto?

    Era un llavero bañado en plata con la forma de una casita. Alan era verdaderamente detallista, siempre lo había sido. Buscaba la manera de inmortalizar todos los momentos importantes, y este era uno de ellos.

    —He pensado que es nuestro primer hogar… y no estaría mal tener un recuerdo de ello. Además, estas llaves están unidas por una simple anilla. Se nos pueden caer y perder… Te sorprendería si te dijera el coste que tienen aquí los cerrajeros —le dijo guiñándole un ojo.

    Alan las separó y cada uno se quedó con una. La misma llave abría la cancela del jardín y la de la puerta principal.

    —Es perfecto. Pero solo hay uno… ¿Y el tuyo?

    —No te preocupes, ya buscaremos otro para mí. Venga, entremos —le dijo agarrándola suavemente de la muñeca.

    Pues sí, era la primera vez que comenzarían a vivir juntos tras haberse casado hace tan solo dos meses. Mientras Alan estudiaba la carrera de Medicina fue imposible. En los tiempos que corrían era muy difícil encontrar un trabajo con el que compaginar los estudios, y tampoco tenían un gran colchón de ahorros. Helen estaba igual que él, terminando el último curso de profesorado, por lo que poder casarse, vivir juntos y comprarse una casa fue durante años algo utópico.

    A pesar de la gran ilusión que sentía por todo aquello, tenía miedo. Aquella era una casa bastante vieja, construida a finales de los sesenta. Solo de pensar que tendría que pasar más de una y más de dos noches allí sola, durmiendo sin Alan, le generaba pavor. Y esto era un hecho que antes o después ocurriría cuando tuviera sus guardias nocturnas en el hospital. Pero son muchas las veces en las que ciertas preocupaciones y miedos tienen su mayor trasfondo en lo que no se ve a simple vista, pero continúan estando ahí, justo bajo el iceberg, y a pesar de ello se intentan negar como un verdadero acto de fe. Helen tenía miedo, terror a que aquello no funcionase. Nunca antes habían convivido juntos más de un mes seguido, tan solo de vacaciones en alguna casa rural o en algún apartamento en la playa. Más de la mitad de las parejas recién casadas terminaban en divorcio en menos de un año, y concebir una vida sin Alan después de trece años de noviazgo era casi imposible de visualizar, al fin y al cabo no todo en la vida se reducía a querer al prójimo.

    No era una casa especialmente grande, pero sí que contaba con bastante capacidad en el exterior. En la entrada había un gran patio donde residía un enorme ciprés. El gran grosor del tronco parecía indicar una antigüedad incluso mayor que la de la propia casa. En uno de los laterales un enorme hueco rectangular sería el lugar perfecto para un proyecto de piscina donde ambos nadarían desnudos alejados de vecinos chismosos. Atrás contaba con un pequeño espacio de tierra apta para crear su propio huertecito ecológico con acceso directo a la cocina. Las habitaciones daban al lateral opuesto y contaban con unos enormes ventanales para disfrutar de los últimos rayos de sol antes del anochecer. La idea sería estupenda, sobre todo en

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