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Cuentos Del Linaje
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Libro electrónico298 páginas4 horas

Cuentos Del Linaje

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Amigo con esto no compras ni el pronstico del clima en un da nublado. Eso es, ya estamos progresando, pero todava puedes hacerlo mejor. Ah por cierto, perdn por mi falta de modales, pero uno nunca es demasiado precavido. Ahora dime Qu puedo hacer por ti?

El origen del Linaje? Lo que pides no es cualquier cosa.

Vampiros. Una palabra muy en boga en nuestros das que no define a la sociedad de los no-muertos, sus luchas intestinas, su pasado envuelto en un halo de misterio. Tampoco su futuro, encarnado en un asesino de sonrisa macabra.

Estas pginas son un atisbo al Linaje, un mundo oculto que bien puede encontrarse al borde del colapso.

IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento18 feb 2012
ISBN9781463320157
Cuentos Del Linaje

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    Cuentos Del Linaje - Juan León.

    Cuentos del Linaje

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    Juan León

    Copyright © 2012 por Juan León.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:    2012901727

    ISBN:       Tapa Dura                978-1-4633-2017-1

                    Tapa Blanda              978-1-4633-2016-4

                    Libro Electrónico       978-1-4633-2015-7

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Este Libro fue impreso en los Estados Unidos de América.

    Para pedidos de copias adicionales de este libro, por favor contacte con:

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Llamadas desde los EE.UU. 877.407.5847

    Llamadas internacionales +1.812.671.9757

    Fax: +1.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    387052

    Contents

    Advenimiento

    EL PASADO

    Evenor

    Drakulya

    Kalas

    Nosferatu. El Lictor

    EL PRESENTE

    Sobre El Origen Del Linaje

    Moroi. La Mensajera

    Deva. El Hereje

    Una Noche Entre Las Mensajeras

    Wodfreca. El Cazador

    Donde Penan Las Almas Secas

    LO QUE DICEN

    Sobre La Plata Oscura

    Anatomía Del Linaje

    Breve Tratado Sobre

    El Origen De La Invocacion

    LO QUE VIENE

    La Invocacion

    En el principio fue La Nada. La degeneración perversa y perfecta que se devoraba así misma antes de que el todo pudiera nacer. Pero este mundo fue elegido por Algo más.

    El Algo creció, reduciendo a La Nada a los últimos rincones. Más el silencio permaneció, decretando la caída del Algo. Y el Algo escuchó. Y tuvo miedo….

    ALAK SULU.

    En los tiempos en que cabalga la nostalgia,

    me encuentro desolado, inútil

    intentando hallar, en los rescoldos,

    el calor fugaz de los secretos de ayer…

    Búsqueda fracasada, no están,

    ni las voces ni los deseos…

    Ni la soledad asoma en este valle

    que cual páramo desola la esperanza…

    Ánimo existe en la mirada,

    el sabor de antaño pervive, desesperado,

    pero no hay camino,

    estoy solo,

    nadie me ha dicho que he muerto…

    ALBERTO LEON.

    Todo es silencio en las salas de los muertos.

    Todo es olvido en las salas de piedra de los muertos.

    Contemplad las escaleras que se alzan en las tinieblas.

    Contemplad las salas de ruina.

    Estas son las salas de los muertos, donde hilan las arañas y los grandes circuitos enmudecen uno a uno.

    STEPHEN KING.

    Enjambres de demonios pululan por el alto firmamento.

    Con terribles culatazos desgarran mi corazón.

    MILORAD PAVIC.

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    Advenimiento

    Frío.

    Sensación quemante; cosquilleo tortuoso que resquebraja la piel y detiene el corazón. Asesino que viste de negro, su color favorito cuando sale a cazar. Noche y frío. Una combinación temida por la anciana que caminó por los pasillos de piedra al alba.

    Puede que en lo siglos venideros el término anciana deje de ser adecuado, pero el destino hizo que naciera en una era donde superar los treinta inviernos no era regla, sino excepción. De modo que ella, con sus setenta y cinco inviernos, sería una anciana hasta el fin de sus estaciones.

    Odiaba el ambiente amodorrado de la mañana, en la que sus pasos se retorcían ante la crueldad de la gélida roca que daba forma al castillo desde sus murallas hasta las almenas, donde el frío vestido de oscuridad se paseaba negándose a ceder terreno al alba y a la mujer, cuyo orgullo sufría junto a la carne y a los huesos, junto a su espina, cada día más frágil, que parecía gritar frente a las garras del viento que danzaba entre las antorchas todavía encendidas.

    En silencio maldijo a la mañana, pues todo en ella parecía recordarle que sus bucles de ébano se estaban extinguiendo; pronto no serían más que una rareza en medio del mar de blancura en que se estaba transformado su melena, cuyo único recuerdo de aquellos días de antaño era su longitud, la espalda del vestido esmeralda deslustrado que había usado tantas veces que ya no podía imaginar la vida sin él ¿Cómo había terminado sola y dedicada al cuidado de los niños de otros? Hacia mucho que evadía esos recuerdos. Después de todo no podía quejarse. Había terminado al servicio de una poderosa familia que la había protegido en esos tiempos tan difíciles, y en cuyo heredero había conocido la alegría de ser madre. El recuerdo de la alegría vivida la trajo de vuelta a la realidad, reprochándole por permitir que el frío le helara el corazón en un día que a todas luces debería ser hermoso. Después de todo ¿Cuándo volvería a cumplir doce inviernos? La simple idea pareció renovar sus energías, imprimiéndole una vitalidad largamente olvidada.

    La vieja nodriza siempre se había preguntado el motivo de su señor de colocar la habitación de su hijo en un sitio tan retirado, así como el fuerte número de guardias que rondaban sigilosamente por toda el ala del castillo. Nunca habría osado preguntar; una sierva no era nadie para cuestionar sus acciones y más importante, su señor siempre la había asustado. Había algo en él, aunque no supiera decir la naturaleza del problema. Era gélido como las almenas que acababa de dejar atrás. La certeza de que su niño no hubiera heredado sus rasgos la llenaba de un alivio casi palpable.

    Después de llamar a la puerta con suavidad, segura de que aún seguiría medio dormido –el joven señor nunca había sido bueno para madrugar –se decidió a entrar. La etiqueta exigía esperar la autorización de su señor, pero la rigidez del protocolo había quedado relegada por la rutina y la confianza.

    -¡Hora de levantarse!

    Su oración cedió paso ante el incómodo silencio, pues el pequeño bulto en la cama al que ya se había acostumbrado no estaba presente. No había más que cobijas, enrolladas como si hubieran librado una batalla con su dueño. La nodriza entró en la habitación esforzándose por romper la parálisis de la que era presa a causa de la temperatura, que parecía haber reducido su cuerpo a cristal quebradizo. Hacia tiempo que el fuego de la chimenea se había apagado, por lo que sus cansados ojos se vieron envueltos en una cruenta batalla contra esa mancha negra que se había aposentado en el lugar. Con suavidad, llamaba al joven amo por su nombre:

    -¿Erick? ¿Erick dónde estas?

    Ni las mantas ni las cortinas tenían lengua para responderle. Tampoco el mar de espadas de madera y soldados de juguete ahí esparcidos. Sus cansados ojos no lograron imponerse al fragmento de noche que ahí parecía haberse quedado aletargada hasta que, harta de estar perdiendo la batalla, decidió abrir las cortinas. Las sombras se dispersaron ante los primeros rayos del sol. El frío tardaría un poco más en irse, pero el turno ya le llegaría.

    Al darse la vuelta, lista para poner a prueba cualquier escondite que pudiera albergar la habitación, estuvo a punto de chocar con algo que su visión maltratada había tomado como parte de la pared. Una pared que tenía ojos, una cabellera desgreñada y que estaba apoyada en un rincón, hecha un ovillo en el piso.

    -¡Con que aquí estas! ¿Se puede saber que estas haciendo ahí?

    La sonrisa que había vuelto a asomarse se escurrió como agua. Tal vez no fuera parte de la pared, pero fue como si le hubiera hablado a la piedra.

    -¿Erick? ¿Qué es lo que tienes?

    La emoción del día y las noticias de la celebración fueron relegadas a un segundo plano ante la visión del joven al que amaba como si fuera suyo. Había huellas de lágrimas en su rostro. Sus ojos eran dos puntos rojizos como monedas. Su voz estaba encerrada en un seco mutismo que, por alguna razón, ponía a sus gastados huesos a temblar de una forma que el viento y la noche nunca consiguieron.

    - Lo vi…otra vez lo vi.

    No es mi Erick pensó para sus adentros. Más bien una copia de porcelana fría y blanca como la nieve, hecha a su imagen y semejanza y animado por las artes del demonio que le habían enseñado a temer y odiar.

    -¿A quién viste?

    -El.

    Una de sus manos se arrastro hacia su pecho y aferró el objeto que se ocultaba entre los pliegues de la gastada prenda.

    -¿Quién es él?

    -El hombre triste.

    Permaneció ahí, enmudecida, víctima de una cruel ignorancia que la volvía incapaz de ayudar al pequeño que amaba más que a la vida misma. Mirarlo sin estrujar el amuleto que en su desesperación su mano amenazaba con reducir a astillas era inútil. Era algo que la quemaba desde el interior.

    -Erick…. ¿Dónde está el hombre triste?

    Su respuesta fue distante; ajena a cualquier cosa que pudiera asemejarse a la voz de un niño:

    -En la casa oscura de almas luminosas. Su lengua camina entre gritos…sus ojos valen un alma…es un muerto con hambre…nos está esperando.

    Miedo.

    La palabra fue eclipsada por el primitivo impulso de la mujer de gritar, de arrancarse los cabellos. Incluso, acarició la idea de lanzarse al abismo entre la ventana y el suelo anhelando encontrar en el un fragmento de reconfortante olvido. Todo ello impulsado por la superstición reverencial, que parecía haberse manifestado contra su amado señor, que había venido a envenenar su alma dulce y frágil. Por la certeza de que su temor no era más que un escueto boceto de una emoción sin nombre, que la envolvía cual mortaja que cubre a los que ya han regresado a la tierra para esperar el día del juicio.

    -Ahí…..hay algo más ahí…….…no quiero ver….ya no quiero saber más.

    La mirada de Erick se abrió paso entre las sombras, cortándolas como el metal que cortaba la carne con tanta frecuencia en aquellos días, alcanzando a los gastados ojos de su nodriza. Cuál fue su alegría al encontrar el azul en sus ojos en lugar de ese rojo enfermizo.

    -Quiero que pare…

    La venerable matrona no pudo resistir. Sus brazos de abrieron para recibirlo en su seno. Sus manos arrugadas pero aún suaves, acariciaron su cabello negro, dejando el viejo talismán olvidado y oculto entre los pliegues de su vestido. Estaba acostumbrada a sentirlo entre sus brazos, a limpiar sus lágrimas con sus viejos vestidos. Pero había algo nuevo esta vez. Otro sentimiento que no podía que la poseía de pies a cabeza. Su niño estaba creciendo y, por un instante, había visto en él un atisbo de su padre. La idea le arrebató el aliento con la misma fuerza que los años vividos.

    Erick se separó de ella, limpiándose de la cara los mocos y las lágrimas que aún no dejaban de manar mientras ella luchaba por mantener a raya las propias. No quería verlo así nunca más. No deseaba volver a sentir ese miedo ni ver en él la marca de su señor. En ese momento que su mente, tocada posteriormente a su parecer por la divina providencia, tuvo una idea.

    -Tengo algo para ti.

    Su sonrisa apremiante ante la noticia recibida le alegró el corazón. En silencio se maravilló de la fuerza de los niños, superior a la de los adultos, para recobrar la compostura luego de un episodio por demás desagradable. La vieja sonrisa, renació en su rostro mientras deslizaba su mano dentro de sus ropas, buscando el objeto que antes había aferrado como si temiera que se lo arrebatasen.

    -¿Sabes lo que es?

    Erik asintió con un movimiento de cabeza de la forma que solo los niños pueden hacer: con demasiada energía y una mirada que es mezcla de ansia y curiosidad. Por supuesto que sabía lo que era. A pesar de su corta edad, el sacerdote del castillo y su madre le habían asistido en esta materia de la resurrección de la carne. Aquella vieja cruz de madera, unida a un hilo tan limpio como sólo algo usado todos los días puede estarlo, no tenía ningún misterio para él, salvo por el detalle de que no estaba al tanto de que su nodriza contara con uno de esos entre sus posesiones terrenales.

    -Esto fue un regalo de mi madre cuando yo era pequeña como tú. Durante toda mi vida me ha protegido y a través de los años ha sido un gran consuelo para mí, pues me recuerda que Dios nuestro Señor siempre esta conmigo y que ha su lado nada puede dañarme.

    Erick se sorprendió un poco cuando la mano derecha de su nodriza busco la suya, mientras la siniestra colocaba el crucifijo en su pequeña palma, al tiempo que la cerraba formando un pequeño puño. El rostro adusto de su nodriza, contrastaba y armonizaba a la vez con su afable sonrisa.

    -El te protegerá del hombre triste. Cada vez que te sientas asustado o triste; cuando te encuentres perdido y solo, sostén esta cruz y reza tus oraciones para que el Señor te escuche. El te encontrará donde quiera que estés. El siempre cuidará de ti y verá por que estés a salvo.

    Ella se sorprendió por la seriedad de su rostro, más parecido al de un adulto. Sus rasgos infantiles momentáneamente eclipsados por la severidad de su cara, le hizo recordar la cercanía de la madurez y la entristeció sin permitir que las palabras dejaran de fluir. Erick contempló su pequeño puño antes de abrirlo para contemplar el preciado regalo.

    -¿Lo prometes?

    En el rostro de la anciana sierva había una sonrisa, que barrió con todos los pensamientos oscuros que aún trataban de escurrirse por los recovecos de su mente, mientras su mano diestra rozaba el rostro de su joven amo con la suavidad de una caricia.

    -Lo prometo.

    Por un breve momento de una fría mañana, eso fue suficiente para sanar a un joven y hacer brotar una sonrisa en un pequeño rostro que nada sabía de violencia y que, por tanto, nada sabía acerca del peso de acarrear lágrimas.

    -¡Válgame el cielo! Se nos ha hecho tarde. No tenemos tiempo que perder

    -¿Por qué? ¿Qué sucede?

    -¡Dios santo criatura! –exclamó la nodriza con un gesto teatral – ¿Es qué te has olvidado de que día es hoy?

    De nuevo, Erick solo respondió con ese característico movimiento de cabeza, tan natural en un niño.

    -Bien, por que hay mucho que hacer antes de la fiesta. Para empezar tu padre quiere verte.

    El rostro del niño pareció brillar como mil soles al escuchar a su nodriza, que no recibía de tan buen grado la noticia para sus adentros. No obstante, la emoción de su niño era suficiente para aligerar la carga que constituía el recuerdo de su señor.

    -¡Muy bien! –declaró la anciana, levantándose con un leve quejido –suficiente pérdida de tiempo para un día ¡Tenemos que alistarte!

    En menos de lo que canta un gallo Erick estuvo peinado, perfumado y ataviado con las mejores ropas que pudieran corresponderle a un noble inglés. Al recorrer los pasillos de piedra, ahora caldeados por la victoria aplastante de la luz sobre el frío, no dejó de pensar en su padre, al tiempo que jugueteaba distraídamente con el regalo de su nodriza. La venerable matrona luchaba por seguirle el paso en medio de la multitud de sirvientes que recorrían el castillo a esa hora, enfrascados en sus deberes y en los preparativos para los festejos de esa noche. Y no solo era eso. Había más soldados apostados de lo normal. Hombres que no vestían los colores ni lucían la insignia de su amo. Al parecer, el nuevo día había resultado más importante de lo que ella hubiese podido juzgar. Esos soldados no habían llegado solos ni eran simples mensajeros, no. Se trataba de una escolta. Pequeños regimientos entrenados para proteger a sus amos de cualquier peligro que pudiera presentarse.

    -Nodriza… ¿Quiénes son ellos?

    La pregunta la sobresaltó un poco, tan absorta estaba en el desfile de colores y estandartes que ahí desfilaban. No le agradaba la presencia de aquellos hombres, más parecidos a una unidad de caballería (aunque poco supiera ella de estas cuestiones) que a un destacamento de otro noble aliado de su señor. Y era evidente, a juzgar por la variedad de uniformes, que no se trataba solamente de uno solo hombre de alcurnia que había acudido a estos, sus dominios.

    -Silencio muchacho –respondió ella en voz baja –son guardias de los otros nobles. Los aliados de tu padre.

    -¿Y a qué han venido?

    -Eso no lo se.

    Se dio cuenta de lo mucho que agradecía esa ignorancia. De pronto, el chirriar de unos goznes delató a la puerta que se abría para dejar pasar a una extravagante comitiva, que hizo que a la nodriza le faltara poco para arrodillarse en el suelo, arrebatarle el talismán a Erick y ponerse a rezar mientras lo apretaba entre sus dedos con toda la fuerza que le quedaba. Pues lo que ante sus ojos se alzaba bien pudo tomarse, en esta época, como algo ajeno a esta tierra del Señor. Erick, a diferencia de su guardiana, se negó a bajar la cabeza mientras el singular séquito pasaba frente a él ¿Por qué hacerlo? ¿Qué no eran nobles como él? ¿Es que acaso no eran sus iguales? Por ende no les debía ninguna muestra de sumisión, sino que al contrario, era necesaria una demostración de fuerza y poder para dejarles muy en claro de quien era el techo bajo el que en ese instante se alojaban.

    Que diferencia existió en ese momento entre la sierva y su amo, pues la anciana nodriza no se atrevió a moverse más allá de su pose de reverencia y sumisión ante lo que, cada fibra de su cuerpo, le gritaba era una cohorte venida de la vorágine donde el ángel tenebroso urdía sus planes para neutralizar la bendición que el galileo impuso sobre todos los hijos del hombre. Su piel pálida; sus ojos refulgentes; su mirada desdeñosa ¿Eran estos los aliados de su señor?

    Erick no salía de su asombro al contemplar a aquellos hombres, que se movían con una suavidad casi etérea y no obstante, exudaban una fiereza demasiado sutil para ser comprendida. Todos tenían rasgos que él reconocía en otra parte: Piel del color la cera; ojos refulgentes; caminar firme y a la vez suave. Tal vez sean parientes de mi padre pensó el niño noble.

    De pronto un par de ojos que se toparon con los suyos, con un brillo que sólo reconocía en los ojos de los perros bajo la mirada de la luna menguante. Dos brazas exangües que lo atravesaron en un parpadeo, mientras una palabra, un sonido silencioso, se escurrió a su cerebro resonando como si su mente se hubiera convertido en la capilla del castillo, decorada permanentemente de ecos.

    BLASFEMIA.

    El joven noble permaneció ahí, incapaz de entender a profundidad la emoción que exudaba ese brillo ardiente y blanquecino. No obstante, su mirar no. No fue el único.

    Su guardiana aterrada y servil observó el brillo perlado de una sonrisa demasiado albina, demasiado resplandeciente como para ser real……y los dientes…esos dientes… Su dueño era una criatura más similar a una figura de mármol, de cabello blanco como el suyo y con un rostro reluciente, sin cicatrices ni arrugas que lo mancillaran. Más que un rostro, era una máscara. Una careta usada por un arlequín del tártaro que había ascendido para echar un vistazo a la tierra de la que se mofaba sin recato alguno.

    Por supuesto, la sonrisa no fue dirigida a ella. Ese gesto, esa caricatura de emoción humana fue dedicada a su joven señor, que solo parecía tener ojos para el desfile que marchaba frente a él. Jamás vio la mueca hecha en su honor, pero eso no le importó a la anciana sierva. Lo único que ocupó su mente, fueron palabras de agradecimiento hacia su Dios por haber enviado la atención de semejante criatura lejos de ella ¡Cuánto deseó entonces su viejo amuleto para usarlo como escudo entre ella y esa horda inefable!

    Cuando todo hubo pasado, el joven Erick fue convocado por uno de los sirvientes del interior de la habitación donde aguardaba su padre. La nodriza podía irse. Antes de obedecer, se arrodilló frente a su niño.

    -¿En dónde esta tu crucifijo?

    Erick deslizó su mano por el cuello de su camisa, que emergió con el viejo talismán de madera entre sus dedos. Ella no dijo nada. Solamente se limito a contemplarlo detenidamente; a rozarlo con la punta de sus dedos, como si la menor brisa fuera a reducirlo a polvo. Sus labios depositaron un tierno beso en la frente de su hijo amado. Erick observó las huellas que las lágrimas fueron creando en su rostro. Ella no pudo mirarlo a los ojos. Ya nunca sería capaz de hacerlo:

    -Que Dios te proteja mi amado hijo…mi amor –dijo ella, con voz quebrantada – nunca olvides….el diablo siempre esta cerca… Recuerda lo que te he dado. No bajes la guardia nunca.

    Fue la última vez que sus cuerpos se tocaron; la última vez que él escucho su dulce voz o la calidez de su arrugada piel. Ella se marcharía cuando él cruzase el umbral. Partiría de ahí sin decirle a nadie y tan rápido como el anciano burro que consiguió a escondidas se dignase a consentir. Partiría con su viejo espíritu destrozado, resentido con el tiempo. En las breves estaciones que aún contemplaría, entre las auroras y atardeceres que aún le quedaban por ver, sería incapaz de borrar

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