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Crionizados: The Third Thaw Trilogy, #2
Crionizados: The Third Thaw Trilogy, #2
Crionizados: The Third Thaw Trilogy, #2
Libro electrónico412 páginas5 horas

Crionizados: The Third Thaw Trilogy, #2

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Esta secuela de 'Crionizados: la Tercera Reanimación' responde a las preguntas que se presentan al final de ese libro. 'Una inesperada aparición' continúa siguiendo la vida de un grupo de personas que llegaron al Planeta K851b como embriones crionizados, y que posteriormente fueron criados por robots guardianes. Después de restablecer la civilización humana en el Planeta K851b, el asentamiento de Nueva Múnich ha aumentado su población a varios cientos de personas, una sociedad que es tecnológicamente equivalente a la Tierra de 1950. Cuando un cohete terrestre aterriza en el desierto, los reanimados descubren a dos astronautas congelados. Uno de ellos, una hermosa mujer llamada Anastasia, ha perdido todos los recuerdos de su pasado, incluida su capacidad para hablar. La historia sigue la nueva vida de Anastasia, mientras vuelve a aprender todo desde cero, y eventualmente se verá plagada de preguntas sobre su verdadera identidad en la Tierra. Mientras tanto, Horst, el líder y capitán de la Tercera Reanimación, ahora de 45 años, regresa de la expedición a Nuevo Edén, con la mitad inferior del cuerpo paralizada. Trabajando como director de la compañía farmacéutica de Nueva Múnich, Horst busca desesperadamente una forma de reparar su columna, utilizando las avanzadas capacidades robóticas. Junto a estas dos historias entrelazadas está Chet Gurke, un ex fabricante de encurtidos que se ha convertido en el primer locutor de noticias en la incipiente estación de televisión de Nueva Múnich. Chet, un exitoso hombre de negocios, actúa como un némesis de Horst. Chet tiene una pasión por todas las cosas novedosas... incluida la hermosa Anastasia. Mejor descrito como “ficción con ciencia”, este libro al igual que 'la Tercera Reanimación', explora la ciencia de una manera pedagógica dentro del contexto de una aventura. Destinado a lectores que disfrutan leyendo sobre ciencia, incluidos aquellos que se inician en este género.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento7 jul 2021
ISBN9781667406039
Crionizados: The Third Thaw Trilogy, #2

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    Crionizados - Karl Hanson

    También por Karl J. Hanson:

    Crionizados: La Tercera Reanimación:

    Libro 1 de la serie Crionizados

    Crionizados: una inesperada aparición

    Libro 2 de la serie Crionizados

    Karl J. Hanson

    E. L. Marker

    Salt Lake City

    E. L. Marker, una publicación de WiDo Publishing Salt Lake City, Utah

    widopublishing.com

    Copyright © 2019 por Karl J. Hanson

    Reservados todos los derechos. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopiado, grabación o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información sin el permiso escrito del editor, excepto para el uso de citas breves en una reseña del libro o un trabajo académico.

    Diseño de portada por Steven Novak

    Diseño de libro de Marny K. Parkin

    ISBN 978-1-947966-26-0

    Impreso en los Estados Unidos de América.

    Para Lisa, Julie y Paige

    Prólogo

    Charles Timoshenko se sentía incómodo sentado dentro de la iglesia; los bancos de madera le castigaban la espalda, y esta iglesia —esta catedral— era mucho más grande que la de San Nicolás. La Catedral Nacional de Washington, una enorme estructura neogótica que se eleva 100 metros con una gigantesca nave de nueve bahías, eclipsaba a la antigua San Nicolás, la iglesia católica ucraniana a la que asistía en Chicago.

    De niño, Charles había prácticamente vivido en San Nicolás, donde había pasado cinco días a la semana en la escuela parroquial, los sábados en la escuela ucraniana y los domingos en la iglesia como monaguillo. No fue una sorpresa que se sintiera devastado cuando sus padres decidieron abandonar la parroquia en 1967, solo porque la iglesia había cambiado al nuevo calendario gregoriano.

    ¿A cuántos bautismos había asistido en su vida? ¿Cientos? ¿Miles? Pero el bendito evento de hoy no era lo que se dice un bautismo, ¿o sí?

    A petición del presidente de los Estados Unidos, Charles y su familia habían volado a Washington, D.C. para asistir a la bendición de los embriones en la Catedral Nacional de Washington. Era martes, un día a mitad de semana elegido para evitar al mayor número de feligreses posible. Esta ceremonia no fue pública; se llevó a cabo bajo la más estricta confidencialidad, y los invitados juraron el mayor secreto. Si la noticia se hiciera del conocimiento público, habría anarquía.

    Apenas el mes anterior, en agosto, Charles había cumplido setenta años. Se había auto impuesto esa fecha límite para jubilarse como ingeniero civil. Su esposa, Elisa, era siete años menor. Seguía interesada en su trabajo, aunque últimamente se había vuelto menos entusiasta debido a su escaso aumento de sueldo. Prometió trabajar solo tres años más.

    Pero la triste verdad era que incluso si ambos se jubilaran de inmediato, solo tendrían cuatro años de jubilación, como máximo.

    Charles y Elisa se sentaron en la parte posterior de la iglesia, que se estaba llenando rápidamente. Guardaron tres lugares en el banco para Jennifer, Joseph y Tina. En los últimos cinco minutos, varias personas ya les habían preguntado si los asientos estaban ocupados.

    Charles miró hacia los techos abovedados del edificio de siete niveles. Tenía la costumbre de criticar la estructura de un edificio, probablemente porque trabajaba muy a menudo con arquitectos. Como ingeniero, estaba interesado en los esqueletos estructurales de los edificios: el armazón, las vigas, las columnas, los pisos y los arriostramientos laterales. Mientras miraba hacia el techo, se imaginó lo difícil que debió ser para los artesanos trabajar a tal altura. ¿Qué clase de andamio utilizaron? ¿Se construyó el techo con torno y yeso, o eran verdaderos arcos estructurales de ladrillos y argamasa?

    —Muy impresionante —dijo inclinándose hacia Elisa —. ¿Sabías que esta iglesia se construyó con defectos?

    —¿Qué quieres decir? —dijo Elisa.

    —Tiene fallas intencionales. Los arquitectos no querían construir nada perfecto. Había una tradición entre los arquitectos clásicos de incorporar imperfecciones intencionales en los edificios porque solo 'Dios puede ser perfecto' —explicó, haciendo un gesto con los dedos para mostrar el símbolo universal de citar algo. Usaba mucho ese gesto.

    —¿Puedes advertir algún defecto?

    —Esto suena divertido, algo así como '¿Dónde está Wally?' Prestando una mayor atención, Elisa escudriñó el interior de la iglesia. Finalmente, encontró algo.

    —¿El pasillo principal está ligeramente torcido?

    Charles lo examinó.

    —Ah, tal vez esté un poco descentrado. Te daré un punto. Continuando con el juego, Elisa miró los ventanales, enfocándose en una característica arquitectónica particularmente inusual en el exterior.

    —Corrígeme si me equivoco, pero recuerdo algo que leí en los Pilares de la Tierra sobre catedrales góticas. ¿Ves ese detalle ahí arriba? Charles miró hacia una estructura arqueada con forma de puntal.

    —Sí lo veo.

    —¿Cómo se llama esa cosa? ¿Es algo... arbotante? ¿Estoy en lo cierto?

    —Correcto. Se llama arco arbotante —respondió Charles —. Es un refuerzo lateral.

    —¿Hay algún defecto en ese arbotante? ¿Es un detalle falso, como un arco de McDonald's?

    —No, definitivamente no es falso —rio Charles —, pero tienes algo de razón. Estos arbotantes originalmente tenían imperfecciones, en el sentido de que, estructuralmente eran inadecuados.

    —No lo entiendo.

    —Originalmente, fueron construidos sin ningún refuerzo de acero. Posteriormente se instalaron varillas en los arbotantes para fortalecer el edificio contra un terremoto.

    —¿Un terremoto, en Washington, D.C.? ¿Cómo sabes estas cosas?

    —Leí un folleto en el vestíbulo —dijo Charles sonriendo —. De hecho, hubo un ligero temblor hace un momento.

    Elisa rio.

    —¿Tengo un punto por encontrar un defecto?

    —Está bien, te daré uno.

    Elisa y Charles habían conservado una visión cómica de la vida, a pesar de todas las preocupaciones. Preocuparse sería contraproducente. No tenían control sobre lo inevitable.

    Habían pasado seis años desde que Charles se enteró por primera vez del asteroide que impactaría a la Tierra. Durante ese tiempo, fue miembro de la Academia Nacional, el grupo asesor más importante del país para el presidente en temas de ciencia y tecnología. Ante el desastre global, el presidente había pedido a la Academia Nacional que desarrollara un plan para salvar a la raza humana de la extinción. Así fue como Charles y su amigo Frank se convirtieron en los planificadores críticos de lo que se conocería como la misión.

    Inicialmente, había varios planes para salvar a la humanidad. El primer plan —llamado Plan Armagedón por la película de 1998 del mismo nombre— era destruir el asteroide usando cohetes armados con bombas de hidrógeno. Sin embargo, el plan fue abandonado rápidamente una vez que se hizo evidente que las bombas de hidrógeno serían tan inútiles como petardos contra un asteroide de 160 kilómetros de diámetro.

    Una segunda propuesta, Impacto profundo, recibió el nombre de otra película de 1998. Este plan no tenía la intención de salvar a la población de la Tierra, sino solo a algunos. Implicaba la construcción de gigantescas viviendas subterráneas donde los elegidos vivirían durante cinco a diez años hasta que desaparecieran los efectos de la colisión. El Plan de Impacto Profundo tenía mérito, excepto por un pequeño problema: Se predijo que el asteroide causaría la extinción masiva de toda la vida terrestre.

    Por lo tanto, incluso si estas personas lograran sobrevivir, serían las últimas formas de vida que quedarían. Es decir, algo nada deseable.

    Por accidente, se desarrolló un tercer plan basado en una idea tan descabellada que no fue sorpresa que se originara a partir de una broma. Este plan llegó a ser conocido como el plan Cuando los Mundos Chocan por la película de 1951 del mismo nombre.

    Durante varios años, antes de que nadie supiera de la inminente catástrofe de asteroides, Charles y su familia participaron en un programa de investigación avanzada llamado Simulador de Personalidad Artificial, o simplemente, SPA. Como su nombre lo indica, el SPA era un programa de ordenador —un programa de súper ordenador— que podía simular las personalidades y el conocimiento de personas reales, a través de un extenso proceso de entrevistas. Casi al mismo tiempo que se descubrió el asteroide, el SPA ya había digitalizado las personalidades de Charles y su familia. El fundamento de este proyecto de investigación era encapsular el conocimiento y la personalidad de las personas para las generaciones futuras. El SPA ya había simulado a muchos especialistas de diversos campos: biólogos, plomeros, cocineros, médicos, contratistas, costureras, mecánicos, ingenieros... También se había simulado a uno de los viejos amigos de Charles, Frank Erbstoesser, un químico nuclear.

    Según cuenta la historia, poco después de enterarse del asteroide, Frank y Charles se reunieron para hablar sobre su estancia en el Laboratorio Nacional de Los Álamos. Frank acababa de regresar de un año de investigación en la Universität zu Köln, en Alemania. Mientras estaba en Alemania, conoció a varios biólogos quienes le contaron que estaban trabajando en algo llamado "die Geburtmaschine, que se traduce como la máquina de dar a luz". Frank había visto la máquina que resultó ser una hazaña asombrosa de ingeniería biomecánica; era esencialmente un útero artificial diseñado para mujeres que tenían dificultades para dar a luz.

    Después de que Frank mencionara la máquina, Charles hizo un comentario jocoso: ¿No sería interesante si se pudieran enviar embriones congelados a otro planeta, para que estas máquinas los criaran y los robots los educaran? Ambos se habían reído de lo absurdo de esta sugerencia hasta que se dieron cuenta de que la broma tenía posibilidades de materializarse. A medida que hablaban más sobre esta loca idea, se convencieron de que enviar embriones a un planeta para que fueran criados por robots era una forma viable de salvar a la raza humana de la extinción.

    Fue por esto que Charles y Frank se convirtieron en los Planificadores originales de la Misión. Primero presentaron su plan al presidente de los Estados Unidos y luego al presidente de Alemania, quienes estaban desesperados por cualquier plan de acción. Los gobiernos estadounidense y alemán formaron rápidamente un acuerdo para continuar con un proyecto masivo ultra secreto para lanzar embriones crionizados en un cohete a un planeta habitable donde serían cuidados por robots.

    Mientras Charles continuaba buscando defectos en la catedral, sintió que alguien le tocaba el brazo.

    —Disculpa, papá.

    Era su hija de treinta años, Jennifer, con su esposo, Joseph, y su hija de cinco, Tina.

    —Lo siento, llegamos tarde. Nos perdimos.

    Charles se puso de pie, indicándoles que se sentaran entre él y Elisa.

    —Hola, Tina —le dijo Charles a su nieta, una vivaz niña de cabello rubio.

    —Hola, Opa —respondió Tina, quien usó la palabra familiar en alemán para abuelo.

    La pequeña Tina se subió inmediatamente a su regazo. Llevaba una pequeña mochila rosa que contenía sus lápices de colores y libros para colorear; su Buzz Lightyear colgaba de la mochila mediante un clip. Llevaba al muñeco a todas partes, desde que Toy Story se había convertido en su película favorita.

    Tina le mostró a su abuelo un dibujo arrugado.

    —Mira lo que hice, Opa.

    Charles examinó el dibujo de Tina con los ojos de un experto detallista estructural.

    —Muy, muy bien, Tina —hizo una pausa.

    Señalando algo, dijo:

    —Esto es muy interesante. ¿Qué es?

    Tina señaló la forma circular.

    —Es una tortuga, Opa —dijo en tono de reproche.

    —Ah, sí, eso es lo que pensé —dijo Charles.

    Elisa sonrió, viendo el dulce parloteo entre su esposo y su nieta. Ella dirigió su atención a Jennifer y Joseph.

    —No os habéis perdido nada. Acabamos de llegar apenas unos minutos antes que vosotros. No ha pasado nada.

    —Y, ¿qué hay de nuevo, Charles? —preguntó José.

    —No mucho. Estamos buscando imperfecciones en la arquitectura de la iglesia.

    —Charla de trabajo. Siento haber preguntado —dijo su yerno, quien también era ingeniero.

    —¿Cuántas personas creéis que hay aquí? —preguntó Jennifer.

    —Mmm...  Déjame ver.

    Elisa calculó rápidamente el número de personas en cada banco y luego contó el número de bancos.

    —Yo diría que unas 240 personas, esa sería mi suposición.

    —Buena estimación —dijo Charles —. Sesenta embriones. Aproximadamente cuatro miembros de la familia por embrión. Nos da 240.

    Charles notó que Jennifer miraba fijamente la mesa en la que había cuatro cajas. Debían ser las cajas que contenían los embriones. Cada caja medía aproximadamente el tamaño de una caja de zapatos. Los contenedores de alta tecnología de color gris mate con resistentes pestillos de metal parecían estar hechos de aluminio. ¿Quizás contenedores criogénicos?

    Había dos soldados parados junto a las cajas. Detrás de los soldados había un área con cortinas.

    —Me pregunto, ¿qué caja es la nuestra? —dijo Jennifer, enjugándose los ojos con un pañuelo —. Todo esto es tan extraño.

    —Recuerda, Jenny, aunque no llegaremos a conocer realmente a este niño, él llegará a 'conocernos' —dijo haciendo el gesto de las comillas con los dedos.

    Ella esbozó una sonrisa.

    —Sí, lo sé, papá. El niño no llegará a conocernos, pero llegará a conocer nuestro yo virtual. Esto apesta.

    Mientras Tina dibujaba con sus crayones, remedó a su madre:

    —Sí, esto apesta.

    —¡Tina, no quiero que uses esas palabras en el jardín de niños! —espetó Jennifer.

    —Lo siento, mami.

    Escuchar a su nieta decir: Esto apesta hizo sonreír a Charles.

    Entonces notó que Elisa sollozaba. Cambiando de tema, dijo:

    —¿Viste al presidente en el primer banco?

    Sonándose la nariz, Elisa miró a su alrededor.

    —¿El presidente? ¿De verdad? ¿Dónde?

    —Alcancé a verlo cuando entrabamos. Está sentado en el banco delantero con su esposa, Amy, y un grupo de muchachos del servicio secreto.

    Pero antes de que Elisa pudiera verlo, el órgano de la iglesia comenzó a sonar y todos se pusieron de pie. Las puertas de la parte posterior se abrieron y un grupo de cinco hombres y dos mujeres procedieron a entrar a la catedral por el pasillo central. A juzgar por sus atuendos ornamentales, eran un grupo interconfesional de clérigos, formado por ministros cristianos, rabinos e imanes. Los siguieron cuatro monaguillos que llevaban una pieza inusual de escultura plateada que medía aproximadamente un metro de altura.

    El clero caminó hacia el frente de la iglesia y se dividió en dos grupos, sentándose en sillas a cada lado del podio del orador. Los monaguillos colocaron la escultura de plata en una mesa frente al podio.

    Al mirar la escultura, Charles le comentó a Elisa:

    —¿Es una tira de Mobius?

    Elisa estudió la escultura.

    —Sí, creo que tienes razón. Una tira de Mobius posee un solo lado, ¿no es así?

    —Correcto —confirmó Charles.

    La tira de Mobius parecía un pretzel retorcido colocado de forma horizontal. Había dos varillas negras muy delgadas, casi invisibles, que sostenían la tira sobre una base.

    Uno de los ministros se acercó al podio. Era un hombre alto, que parecía estar cerca de la cincuentena, con el pelo salpimentado. Llevaba una casulla de lino blanco almendra, con una cruz verde esmeralda que iba de arriba abajo por delante y por detrás. En contraste con su atuendo religioso medieval, usaba unos auriculares modernos con un pequeño micrófono, con un cable conectado a una batería en su cinturón.

    De pie en el podio y mirando a la audiencia, el ministro sonrió, como suelen hacerlo los predicadores. Saludó con la mano al presidente y a la primera dama con un hola silencioso, luego continuó observando a la audiencia.

    Alguien del público tosió; un bebé lloró, seguido de otra pequeña tos y un susurro, hasta que la habitación se quedó en silencio, con la atención de todos centrada en el orador.

    —Vaya, vaya, qué grupo tenemos aquí hoy —dijo el ministro —. ¡Buenos días señores!

    Al observar la sonrisa plástica del ministro, Charles hizo una mueca y desvió la mirada. «¿Por qué estaba tan feliz el tipo? ¿No se daba cuenta que un asteroide pronto impactaría al planeta?»

    —Para aquellos que no me conozcan, soy el reverendo Graham, el ministro presidente de esta gran catedral. Quiero agradecer a cada uno de vosotros por los sacrificios que habéis hecho para el éxito de esta misión. El clérigo señaló las cajas.

    —Hoy, bendeciremos los preciosos contenidos dentro de estas cuatro cajas. Nada —literalmente nada en el mundo— es tan importante como el contenido biológico dentro de ellas. Representa nada menos que la única esperanza de la humanidad.

    Al escuchar esto, Jennifer comenzó a sollozar. Elisa la rodeó con el brazo, pero su propio rostro estaba empapado de lágrimas. La pequeña Tina, con los ojos muy abiertos, miró primero a su madre y luego a su abuela. Aferrándose a su Buzz Lightyear, se acurrucó junto a su abuelo. A su alrededor, mucha gente lloraba, incluso el reverendo Graham parecía a punto de ahogarse.

    —Estamos reunidos aquí hoy como seres humanos de todas las religiones, incluidos los ateos. Sin embargo, al preparar el discurso de hoy, encontré que es imposible evitar el uso de referencias bíblicas. No puedo evitar hacer una analogía con la historia del Arca de Noé, porque, además de los seres humanos congelados dentro de estas cajas, hay muchas otras cajitas como estas, que están llenas de toda clase de animales terrestres. Me dicen que hay cajas para engendrar pájaros, caballos, cerdos, patos, perros, gatos y hasta abejas.

    La audiencia rio, incluido Charles. ¡Imaginaos enviando abejas!

    —Y al igual que el Arca de Noé, también habrá sacos de semillas para cultivar maíz, heno, algodón, trigo, manzanas, uvas y naranjas. Habrá semillas para plantar árboles y bosques.

    «Lo hace bien», pensó Charles. «Imaginaos, habrá árboles y bosques, como en la Tierra».

    —La semana que viene, este precioso cargamento de humanos y animales terrestres será enviado en un cohete, una moderna Arca de Noé, a un planeta distante, que no tiene nombre —continuó el Reverendo  Graham —. Los científicos le han dado a este planeta un nombre en clave que es...  Disculpadme, pero tendré que sacar mis notas.

    Hizo una pausa para ponerse las gafas de lectura y luego sacó un pequeño trozo de papel de su bolsillo.

    —Lo siento, amigos. Los científicos han identificado este planeta con el nombre en clave K851b. ¿No había un nombre mejor que ese? —La audiencia rio, incluido Charles.

    —Imaginaos, la semana que viene enviaremos a nuestros niños y animales al planeta... K... 8... 5...1...b, ubicado a veintitrés años luz de la Tierra. ¿Podéis imaginarlo? Veintitrés años luz de distancia.

    —Y cuando lleguen, ¿qué encontrarán allá? ¿Habrá calor, frío, oscuridad o luz? Nuestros científicos están seguros de que este planeta se parece mucho a la Tierra. Y cuando lleguen allí, y sé que llegarán, construirán un Nuevo Edén.

    Charles pensó: «Por supuesto, Nuevo Edén»

    .

    El ministro bajó del podio y se acercó a la escultura de plata. Sin esfuerzo, la levantó, girándola lentamente, para que todos pudieran ver.

    —Quiero llamar vuestra atención sobre esta pieza de metal frente a mí. Algunos reconocerán esto como una tira de Mobius.

    Elisa sonrió y le susurró a Charles:

    —Tenías razón.

    El ministro continuó:

    —Observad con atención mientras paso el dedo por la tira.

    El reverendo Graham colocó su dedo índice en la parte superior de la tira y movió lentamente su dedo. Cuando su dedo regresó al punto de partida, estaba en la parte inferior.

    —Muy interesante, ¿no? Mi dedo estaba arriba; ahora está en la parte inferior. Muy inteligente. Quizás haya un profundo significado matemático en esto. Enviaremos esta tira de Mobius en el cohete a Nuevo Edén, como un regalo para las generaciones futuras y como un recordatorio de sus antepasados terrestres.

    Cuando el reverendo Graham concluyó su parte de la presentación, otro hombre se acercó al podio, vestido con un uniforme militar decorado con cuatro estrellas en cada hombro y muchas medallas en el bolsillo del pecho. Charles lo reconoció de inmediato como el mismo general que había anunciado por primera vez el descubrimiento del asteroide seis años antes.

    —Gracias, reverendo Graham. Como algunos de vosotros sabéis, soy el general Leslie Mitchell. Antes que nada, quiero agradecer al presidente por ponerme a cargo de esta misión.

    Mientras la audiencia aplaudía, el presidente de los Estados Unidos se puso de pie, se volvió e hizo una reverencia.

    —Mira, el presidente —dijo Elisa dando un codazo a Tina, que ahora estaba casi dormida.

    —Damas y caballeros, quiero que prestéis atención a la cortina de enfrente —dijo, señalando las cortinas azul oscuro detrás del podio; tenían aproximadamente dos metros y medio de alto por seis de largo. Un soldado estaba de pie junto a ellas, listo para tirar del cordón.

    El general dio la orden:

    —Sargento, abra las cortinas.

    Cuando se abrieron las cortinas, Charles vio a tres personas con los ojos cerrados, sentadas, inmóviles. ¿Estaban dormidas?

    El general continuó:

    —Señoras y señores, permitidme presentaros a los Guardianes. Estos tres guardianes no son humanos; son robots.

    Fascinado, Charles observó cómo los robots comenzaban a abrir los ojos, a mirar alrededor de la habitación e inclinar la cabeza. Sus movimientos parecían algo rígidos y espasmódicos; sin embargo, sus rasgos y expresiones faciales eran extremadamente realistas. Sus ojos miraron a izquierda y derecha, luego parpadearon; levantaron las cejas apenas perceptiblemente. Charles notó que uno de los robots incluso tenía hoyuelos cuando sonreía.

    Entonces, uno de los robots comenzó a hablar, en japonés. Al escucharlos, muchas personas del público comenzaron a reír, incluida Tina. A estas alturas, estaba completamente despierta, aplaudiendo.

    —Estos robots fueron fabricados por una empresa japonesa llamada AIST, lo que explica su apariencia —continuó el general.

    —Como podéis ver, parecen muy humanos. Pero, francamente, estos robots de versión estándar son demasiado estúpidos para que críen niños. Carecen de la sofisticada inteligencia artificial necesaria para simular una personalidad humana.

    El general hizo una pausa y miró a su audiencia.

    —Esto me lleva al SPA. La mayoría de vosotros, incluyéndome a mí, estáis familiarizados con el programa de súper ordenador SPA. El SPA: el Simulador de personalidad artificial. Sí, sí, puedo ver algunas cabezas asintiendo. ¿Cuántas horas pasamos siendo entrevistados por el SPA?

    Hubo algunos murmullos en la audiencia.

    —Lo sé, hicimos muchas entrevistas, ¿no es así? Hemos tenido nuestras propias personalidades simuladas hasta el punto en que el SPA puede imitar la forma en que hablamos, la forma en que pensamos, la forma en que bromeamos y reímos. Demonios, incluso he tenido conversaciones muy largas, algunas de las cuales duraron horas, con mi propia personalidad SPA. ¿Y sabéis qué? Me gustó mi otro yo.

    Charles rio. Él mismo había tenido varias conversaciones extremadamente interesantes con su propia personalidad. Era como hablar con un hermano gemelo.

    —No es una exageración de la imaginación que si fusionamos estos robots japoneses con nuestras personalidades SPA, entonces, diantres, podríamos tener un robot que pueda criar y educar a los niños —continuó el general —. Y, como sabemos, el SPA requiere un súper ordenador. Por lo tanto, haremos una conexión a uno para la próxima parte de esta demostración —dijo, dirigiendo su atención a un soldado que tenía un ordenador portátil.

    —Teniente Rolsing, ¿está listo para hacer la conexión remota?

    —¡Sí, señor! —respondió el soldado.

    Mientras el soldado marcaba algunas instrucciones en su teclado, Charles observó un cambio sutil en la apariencia de los tres guardianes: sus movimientos se volvieron mucho más fluidos y realistas. Cada uno volteó la cabeza, de izquierda a derecha, arriba y abajo, pareciendo evaluar su ubicación en el espacio, como si estuviera pensando. Se miraron las manos y empezaron a mover los dedos, abriendo y cerrando las palmas. Después, los tres se pusieron de pie y comenzaron a descender por los escalones del altar, hacia el pasillo central, sonriendo y mirando a su alrededor. Mientras caminaban, se detuvieron para saludar a la gente y estrecharles la mano.

    Una de las guardianas se acercó directamente a Charles y Elisa y dijo:

    —Hola. ¿Cuál es vuestro nombre?

    Elisa respondió:

    —Hola. Soy Elisa y este es mi marido, Charles.

    —Encantada de conoceros, Elisa y Charles. Mi nombre es Clara. ¿Sois los padres de uno de los embriones?

    Charles respondió:

    —Ah, no. Somos los abuelos. Los padres están allí —dijo señalando a Jennifer y Joseph.

    La guardiana Clara miró a Jennifer y a Joseph.

    —Encantada de conoceros, Jennifer y Joseph. Tengo entendido que seré responsable de criar a vuestro hijo.

    Entonces Clara miró a Tina.

    —Y, supongo que, ¿eres la hermana del embrión masculino?

    Tina miró fijamente a Clara. Sus padres ya le habían explicado que el embrión congelado era su hermano gemelo.

    —Sí, es mi hermano —dijo con orgullo.

    Después de que los Guardianes hicieron sus rondas para presentarse a las familias, el Reverendo Graham regresó al podio una vez más. Sin embargo, Charles notó que había algo diferente en la apariencia del ministro: se había cambiado la túnica de lino a un traje dorado. Ya no llevaba un crucifijo, sino un collar verde esmeralda; su cabello, de alguna manera, se había vuelto absolutamente blanco, y tenía grandes bigotes.

    El reverendo empezó a hablar, pero esta vez más lentamente que antes, con una voz casi monótona.

    —Es un placer presentarme. Soy el guardián número 1, el guardián principal. Como podéis ver, soy la versión simulada del humano conocido como Reverendo Graham.

    Por supuesto, era una simulación del reverendo Graham. Charles quedó impresionado por estos Guardianes. Eran tan auténticos, tan realistas. Excepto por su discurso monótono, si hubiera visto uno en la calle, asumiría que eran humanos.

    Entonces, apareció el verdadero reverendo Graham. Caminó directamente hacia el Guardián número 1 y le estrechó la mano.

    —Gracias, número uno —dijo el verdadero reverendo.

    —Gracias, reverendo —respondió el reverendo simulado en un tono monótono.

    Luego, el número 1 se alejó del podio, acomodándose junto a los

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