Cielo sangriento: Los impactos de meteoritos, de Chicxulub a Cheliábinsk
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Cielo sangriento - Sergio de Régules
CIELO SANGRIENTO
La Ciencia
para Todos
En 1984 el Fondo de Cultura Económica concibió el proyecto editorial La Ciencia desde México con el propósito de divulgar el conocimiento científico en español a través de libros breves, con carácter introductorio y un lenguaje claro, accesible y ameno; el objetivo era despertar el interés en la ciencia en un público amplio y, en especial, entre los jóvenes.
Los primeros títulos aparecieron en 1986 y, si en un principio la colección se conformó por obras que daban a conocer los trabajos de investigación de científicos radicados en México, diez años más tarde la convocatoria se amplió a todos los países hispanoamericanos y cambió su nombre por el de La Ciencia para Todos.
Con el desarrollo de la colección, el Fondo de Cultura Económica estableció dos certámenes: el concurso de lectoescritura Leamos La Ciencia para Todos
, que busca promover la lectura de la colección y el surgimiento de vocaciones entre los estudiantes de educación media, y el Premio Internacional de Divulgación de la Ciencia Ruy Pérez Tamayo, cuyo propósito es incentivar la producción de textos de científicos, periodistas, divulgadores y escritores en general cuyos títulos puedan incorporarse al catálogo de la colección.
Hoy, La Ciencia para Todos y los dos concursos bienales se mantienen y aun buscan crecer, renovarse y actualizarse, con un objetivo aún más ambicioso: hacer de la ciencia parte fundamental de la cultura general de los pueblos hispanoamericanos.
Comité de selección de obras
Dr. Antonio Alonso
Dr. Francisco Bolívar Zapata
Dr. Javier Bracho
Dr. Juan Luis Cifuentes
Dra. Rosalinda Contreras
Dra. Julieta Fierro
Dr. Jorge Flores Valdés
Dr. Juan Ramón de la Fuente
Dr. Leopoldo García-Colín Scherer (†)
Dr. Adolfo Guzmán Arenas
Dr. Gonzalo Halffter
Dr. Jaime Martuscelli
Dra. Isaura Meza
Dr. José Luis Morán López
Dr. Héctor Nava Jaimes
Dr. Manuel Peimbert
Dr. José Antonio de la Peña
Dr. Ruy Pérez Tamayo
Dr. Julio Rubio Oca
Dr. José Sarukhán
Dr. Guillermo Soberón
Dr. Elías Trabulse
Sergio de Régules
CIELO SANGRIENTO
Los impactos de meteoritos,
de Chicxulub a Cheliábinsk
La Ciencia para Todos / 242
Primera edición, 2016
Primera edición electrónica, 2017
La Ciencia para Todos es proyecto y propiedad del Fondo de Cultura Económica, al que pertenecen también sus derechos. Se publica con los auspicios de la Secretaría de Educación Pública y del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología.
Diseño de portada: Paola Álvarez Baldit
D. R. © 2016, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México
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Tel. (55) 5227-4672
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.
ISBN 978-607-16-5047-4 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
ÍNDICE
Agradecimientos
Portentos y horribles monstruos
I.
Cheliábinsk es una urbe rusa…
II.
Estoy hojeando un libro…
III.
Sin que lo supiera Max Walker…
IV.
Antes de instalarse en su hotel…
V.
La hipótesis del impacto…
VI.
¿Le gustan las sorpresas?…
VII.
Pese a las evidencias…
Injusticia cósmica
Bibliografía
Índice analítico
AGRADECIMIENTOS
Escribí buena parte de este libro en Italia, como escritor residente en el castillo de Civitella Ranieri, en un entorno de paz, belleza y comodidad, y en compañía de un grupo de artistas residentes talentosos e interesantes. Las seis semanas que pasé en el castillo con estas personas maravillosas han sido uno de los periodos más memorables y productivos de mi vida.
Por la oportunidad de trabajar en este ambiente tan fértil agradezco a la Fundación Civitella Ranieri de Nueva York y a su directora ejecutiva, Dana Prescott, reconocida artista visual y excelente anfitriona. Dana es una maestra consumada de la conversación, capaz de pasar sin pestañear de la obra de Piero della Francesca y Fra Angelico a la vida sexual de los delfines, al tiempo que reparte por toda la mesa copitas de digestivos deliciosos para avivar la camaradería. Agradezco también a Diego Mencaroni, escritor y músico que coordina el programa de Civitella, por resolver problemas con una mano en la cintura, pero sobre todo por las conversaciones de sobremesa durante las salidas a cenar. A los becarios Hope Campbell Gustafson —quien nos llevó de un lado a otro por la región gestionando con eficacia boletos de tren, reservaciones y mil detalles de logística— y Francesco Candelori, por su simpatía y su disposición para ayudarnos a resolver problemas cotidianos. A la chef Romana Ciubini y a sus asistentes Patrizia Caini y Patrizia
Corsici, por sorprendernos todos los días con platillos deliciosos y variados, y al resto del personal del castillo: Paola Serpolini, Alem Araya, Francesca Cacioppo, Maurizio Bastianoni y Ennio Santini.
Mi amiga, la poeta Alicia García Bergua, merece un agradecimiento especial por postularme para la residencia en Civitella. Sin Alicia esto nunca habría sucedido. Y tampoco habría sucedido sin la solidaridad y amistad de mis amigas y colegas de la revista ¿Cómo ves?: Estrella Burgos, Isabelle Marmasse, Gloria Valek, Atenayhs Castro, Gina Reyes, Lupita Fragoso, Gaby García Cisneros y Mónica Genis, que me dejaron ausentarme y aumentar su carga de trabajo sin protestar mucho. Tampoco habría podido ausentarme sin la autorización de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde trabajo.
Andrés Castillo Arce y Maia Fernández Miret leyeron el manuscrito con lupa y me hicieron sugerencias que mejoraron mucho el producto final. Me felicito de contar con lectores y amigos tan minuciosos, críticos e inteligentes.
Eso sí: el mayor de los agradecimientos va para Magali Melgar y Ana de Régules. Este libro está dedicado a ellas y a mi papá, que me enseñó a fijarme en los estratos geológicos desde que era niño.
Ciudad de México, noviembre de 2014
Y vendría un día que sería el último.
SUSAN STEINBERG
Lea el que quiera las maravillas que ocurrieron
en años idos y compare con nuestros días.
He aquí, se han visto portentos y horribles monstruos,
llamas, coronas, rayos que refulgen en el cielo,
estrellas diurnas, antorchas, terremotos y abismos en la tierra,
y proyectiles, huracanes, un cielo sangriento.
SEBASTIAN BRANT
Como científicos, conversamos con la naturaleza. Le hacemos preguntas por medio de observaciones o experimentos y la naturaleza contesta en los resultados de la observación o el experimento. Parece fácil, pero en la práctica es muy difícil. El joven científico novato no se puede imaginar qué difícil es entender el verdadero significado de la respuesta de la naturaleza, ni cuántas maneras hay de equivocarse o engañarse.
WALTER ALVAREZ
Portentos y horribles monstruos
Tengo entre mis libros algunos volúmenes que provienen de la biblioteca de mi abuelo, que trabajó toda su vida en Petróleos Mexicanos. En la colección abundan los libros sobre rocas y fósiles, conocimientos que el geólogo y el ingeniero petrolero aplican en la búsqueda de petróleo. Algunos de estos libros, por ejemplo un Textbook of Paleontology, de Karl A. Zittel, llevan el nombre y la firma de mi abuelo en tinta morada cada tantas páginas, señal de que, si no los usó, por lo menos los hojeó. Otros no tienen nombre, pero sí notas a lápiz en inglés, de donde deduzco que no eran originalmente de mi abuelo. ¿De dónde salieron?
La clave del origen de estos libros está en unos cuantos ejemplares de la colección. En la primera página de estos volúmenes se ve un sello en relieve que dice Henry Brosius, apartado 35, Puerto México, Ver., México
. Esto me hace sospechar que provienen de los estantes de petroleros británicos y estadunidenses que los dejaron abandonados cuando Lázaro Cárdenas nacionalizó la industria del petróleo en 1938 y los petroleros extranjeros regresaron a su casa.
Henry Brosius es un misterio. Busqué en Google su nombre, relacionado con la industria petrolera de México, pero nada. No era un personaje importante, pero se ve que sus intereses iban más allá del utilitarismo petrolero. Gracias a su amplitud de miras hoy tengo en mis libreros algunas joyas de la divulgación científica del pasado; por ejemplo, el libro Astronomy for Everybody, del astrónomo canadoestadunidense Simon Newcomb, publicado en 1902. Las páginas del libro son de un tono tostado muy parejo y no tienen desportilladuras, pero las pastas están muy carcomidas por los hongos. El libro pasó muchas décadas en Puerto México, Veracruz (hoy Coatzacoalcos), y luego en la casa de mi abuelo, en Tampico, lugares ambos de mucho calor y humedad. Lo abro y veo con satisfacción que Newcomb dedica algunas páginas a un tema que me interesa para escribir este libro: los asteroides, objetos celestes pequeños y numerosos, el primero y más grande de los cuales fue descubierto por el astrónomo italiano Giuseppe Piazzi el 1° de enero de 1801. Dice Newcomb en 1902:
Recientemente se han encontrado unos diez o doce de estos cuerpos al año. Por supuesto, los que quedan por conocer son más pequeños y al paso del tiempo van siendo más difíciles de encontrar. Pero aún no hay señales de que su número tenga límite. La mayoría de los recientes son diminutos, pero mientras más pequeños son, más numerosos [p. 193].
Más adelante, en un capítulo sobre meteoritos, escribe:
Todo lector de este libro debe haber visto con frecuencia lo que se llama coloquialmente estrellas fugaces
: objetos como estrellas que surcan el cielo a toda velocidad en trayectorias más o menos largas y luego desaparecen […] Tienen brillos muy variados, pero las más brillantes son las menos comunes. Quien salga mucho de noche no pasará un año sin ver alguna bola de fuego de gran brillo. Una o dos veces en su vida verá una que ilumina todo el cielo con su luz [p. 277].
Estas bolas de fuego que encienden todo el cielo y que se ven una o dos veces en la vida no se llaman estrellas fugaces, empero, sino bólidos, y cuando sus fragmentos llegan a tierra se llaman meteoritos. En la descripción de Simon Newcomb parecen bellas e inofensivas, pero hay relatos inquietantes que sugieren que no siempre pasan sin secuela. En noviembre de 1492 cayó un meteorito cerca de la ciudad de Ensisheim. Al poco tiempo circulaba por Europa una descripción poética del acontecimiento compuesta por un escritor alemán llamado Sebastian Brant, quien menciona portentos y horribles monstruos
y luego estrellas diurnas, antorchas, terremotos y abismos en la tierra, y proyectiles, huracanes, un cielo sangriento
… estamos muy lejos del fulgor que de pronto ilumina la plácida noche sin mayores consecuencias.
El libro que tienen ustedes en las manos trata de tres portentos y horribles monstruos, aunque discutiremos más de tres, con todo y estrellas diurnas, abismos en la tierra, proyectiles, huracanes, cielos sangrientos y cosas peores. De esos portentos se puede decir que uno ocurrió en México y los otros dos en Rusia. El primer portento sucedió hace tanto tiempo que su rastro ya no está en la faz de la Tierra: está debajo, a cientos de metros de profundidad, y encontrarlo requirió tiempo, ingenio y una buena dosis de suerte. También nos ocuparemos de las investigaciones que han permitido entender los efectos de ese impacto, pese a que ocurrió hace millones de años. El panorama de horrores que pintan esas investigaciones hace palidecer la descripción de Sebastian Brant. Una consecuencia indirecta de aquel impacto añejo es la aparición de nuestra propia especie, pero me estoy adelantando.
El segundo portento acaeció hace poco más de un siglo, en 1908. Aún quedan misterios acerca de este suceso. El impacto no dejó cráter y muy pocos lo vieron porque ocurrió en una región casi desierta de Rusia.
El tercer portento sobrevino el 15 de febrero de 2013 y ése sí lo presenció mucha gente. De cierta manera se puede decir que lo presenció todo el mundo. Para saber por qué, sigan leyendo.
I
Cheliábinsk es una urbe rusa de un millón de habitantes, situada 1 500 kilómetros al este de Moscú, cerca de la frontera con Kazajistán. Aunque la Unión Soviética se desintegró hace más de veinte años, Cheliábinsk —como muchas ciudades rusas— aún guarda vestigios de la era del comunismo: en el centro de la ciudad hay una Avenida Lenin que fluye junto a la Plaza de la Revolución, donde una imponente estatua del padre de esa revolución contempla el tráfico desde su pedestal.
Frente a la plaza, del otro lado de la calle, se encuentra el número 54 de la Avenida Lenin, un pesado edificio más ancho que alto cuyo frente ocupa la cuadra completa y que parece una fortaleza, con sus torreones en las esquinas y su portón de triple altura. Hoy la planta baja del edificio está ocupada por tiendas de ropa fina y los pisos altos por departamentos elegantes, pero en los años sesenta el inmueble debió de haber tenido otra función, porque en una foto de esa época se le ve coronado por un letrero que dice Glorioso Partido Comunista de la Unión Soviética
.
Como si fuera un eco lejano de aquella época obsesionada con el control y la vigilancia, en lo alto del 54 de la Avenida Lenin está instalada una cámara web que transmite en vivo, por internet, una panorámica de lo que pasa en la Plaza de la Revolución a todas horas del día. En primer plano se ve el tráfico de la avenida, luego la explanada de la plaza con la estatua de Lenin en el centro y cuatro altos faroles en fila a lo largo de la calle. Detrás del prócer se extiende un parque de pinos con un ancho paseo central que remata, al fondo, con el edificio circular del Teatro Nahum Orlov, ápice de una hermosa composición piramidal. La imagen de la cámara de la Plaza de la Revolución tiene las cualidades estéticas de una pintura del Renacimiento.
El tiempo se divide en tres capas en el video continuo que se transmite al mundo desde el 54 de la Avenida Lenin. La capa del tiempo humano es frenética: coches, camiones, autobuses y trolebuses que circulan en dos sentidos por la avenida; gente que va apretando el paso por la plaza y niños que juegan a deslizarse por unas