Hijos de Darwin
Por Dario Fo y Carlos Gumpert
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El Nobel italiano, con su siempre personalísima manera de enfrentarse al saber y a la historia para así entender mejor al ser humano, ofrece en estas páginas una sencilla, documentada y divertida respuesta a quienes, aún hoy, siguen defendiendo el creacionismo frente a Darwin y su teoría de la evolución.
Nos acercamos pues como nunca antes a la figura del viajero incansable y sus años pasados en alta mar, a la del gran naturalista que recogía conchas, coleópteros y crustáceos en tierras remotas, a la del teólogo que se hizo científico y rebatió con brillantez los dogmas del determinismo. Redescubrimos a un hombre que dedicó su existencia a desentrañar cómo está hecho el mundo en que vivimos y por qué es como es el ser humano; a demostrar, en definitiva, que somos todos descendientes del mismo homínido, que somos todos iguales.
Dario Fo
Dario Fo (Sangiano, Lombardía, Italia, 1926 - Milán, Italia, 2016), autor, director, actor y Premio Nobel de Literatura 1997, escribió su primera obra de teatro en 1944, y en 1948 apareció por primera vez en escena. En colaboración con su esposa, Franca Rame (fallecida en 2013), ha escrito y representado más de cincuenta obras, ácidas sátiras políticas en las que arremete sin piedad contra el poder político, el capitalismo, la mafia y el Vaticano, y que lo han convertido en uno de los hombres de teatro con mayor prestigio internacional. Entre sus obras teatrales señalamos Misterio bufo y otras comedias (Siruela, 2014), Muerte accidental de un anarquista y Aquí no paga nadie.
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Hijos de Darwin - Dario Fo
Edición en formato digital: mayo de 2018
Título original: Darwin.
Ma siamo scimmie da parte di padre o di madre?
Diseño gráfico: Ediciones Siruela
© Chiarelettere editore srl, 2016
Gruppo editoriale Mauri Spagnol
© De la traducción, Carlos Gumpert
Ilustraciones del interior y cubierta
diseñadas y dibujadas por Dario Fo
con la colaboración de Jessica Borroni
© Ediciones Siruela, S. A., 2018
Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Ediciones Siruela, S. A.
c/ Almagro 25, ppal. dcha.
www.siruela.com
ISBN: 978-84-17454-24-1
Conversión a formato digital: María Belloso
Índice
En el principio fue la Biblia
Adiós, paraíso terrestre
El redescubrimiento del mundo
Un joven curioso y sediento de saberes
Patas que se acortan y picos que se alargan
Un diluvio colosal
Un auténtico mundo utópico
Dos libros revolucionarios
Correspondencia que despachar y conocimientos que divulgar
Contra la trata de esclavos
Un éxito inesperado
En parte peces, en parte monos
La evolución sometida a ataques
Bajo el fuego cruzado de católicos y conservadores
Mivart el envidioso
La revancha de Darwin
El libro de las caras
De hormigas, perros, caballos y aves cantarinas
Insectos hiperconectados y kamikazes
La cúpula del hormiguero
El perro al que le gustaba Brahms
Un caballo como amigo
El sentido estético entre los animales
Cada nuevo pensamiento genera insultos y amenazas
Darwin y las mujeres
La misoginia nació con el varón
Y fue la mujer acuática
La (escasa) fortuna del evolucionismo
Un chamán darwinista en las Galápagos
La sociedad matriarcal de Madagascar
Métodos, errores y maravillas
De vuelta a casa
La cooperación gana a la competencia
Mi abuelo y la pasiflora
La balsa de las hormigas
La observación antes que nada
Injertos, cruces y metamorfosis
Dinosaurios, peces voladores y otras monstruosidades
La lección de Darwin
Meticulosidad, prudencia y generosidad
Nunca te detengas
Galería
En el principio fue la Biblia
Adiós, paraíso terrestre
Yo tenía diecinueve años cuando terminó la última guerra mundial. Todo se estaba transformando ante mis ojos y ante los de los chicos y chicas que tenían más o menos mi edad. Descubrimos que había otro mundo que se nos había mantenido oculto. Escritores y científicos extraordinarios que durante toda nuestra juventud nos habían sido prohibidos.
Descubrimos por ejemplo que, a propósito de la Biblia, todo el Génesis, es decir, la historia de Dios que crea al hombre y a la mujer y los pone a vivir en el paraíso, especialmente en lo que se refiere a los tiempos, casaba mal.
Y, sin embargo, hasta hace solo dos siglos, toda la población de la esfera terrestre estaba más que convencida de que el mundo en el que vivimos había sido creado por el Padre eterno en seis días. E incluso se conocía la edad exacta de la Creación, cuyo origen un erudito, católico por supuesto, como James Ussher, quien vivió en Irlanda en la primera mitad del siglo XVII, situaba con absoluta certeza, gracias a sus cálculos, en el 22 de octubre de 4004 a. C., alrededor del mediodía más o menos, justo a la hora en que todo el mundo suele irse a comer. Hoy no hay ningún científico en todo el mundo que no sonría irónicamente cuando se le recuerda esa fecha tan precisa. Y es que, en efecto, como los chicos de entonces descubrimos más tarde, el nacimiento del universo se remontaba a más de 13.000 millones de años atrás —¡una notable diferencia!—.
Y pensar que la Biblia, que nos ha transmitido esta historia, nos fue dictada, según los profetas, nada menos que por el Padre eterno en persona.
Si seguimos leyendo las Sagradas Escrituras, veremos al Creador terriblemente enojado por la simple razón de que Adán y Eva, esos dos hijos suyos varón y hembra, nada más venir al mundo, escogieran, entre sus distintas propuestas, el árbol del saber y del conocimiento en lugar del que prometía la eternidad.
—Fuera de aquí —ordenó Dios entre gritos—. Como castigo, sufriréis hambre, frío y grandes bochornos. Tú, mujer, parirás entre atroces dolores y, al final, ambos, en lugar de vivir para siempre, moriréis.
Caramba, ¡cómo se las gastaba ese dios, menudo carácter!
Pero la conmoción más impactante para mí y para los chicos de mi edad, justo después de 1945, vino cuando nos enteramos con absoluta certeza de que el primer hombre y la primera mujer no vieron la luz entre el Tigris y el Éufrates, como nos asegura la Biblia, sino en el corazón de África, y no el segundo día de hace seis mil años, sino dos millones de años antes. Pero entonces, nos dijimos, Adán y Eva eran africanos. Eso significaba que los primeros dos seres humanos eran de piel negra.
Al instante se me vino a la cabeza un pasaje bíblico en el que se advertía de que Dios creó a sus dos primeras criaturas a su imagen y semejanza. Así pues, si negras eran sus criaturas, ¡Dios también tenía que ser negro! ¡Dios mío! ¡Un dios negro! Y no había discusión alguna que sacar a la palestra.
¿Qué es lo que me lleva a desvelar al lector estas verdades históricas? Pues el hecho de que son más o menos las mismas que las que hace dos siglos provocaron en el joven Darwin una consternación igual a la que a este respecto sentimos nosotros, los jóvenes de la inmediata posguerra.
Pero ¿quién era este Darwin? Y, sobre todo, ¿por qué he venido aquí para hablar de él con tanto entusiasmo?
El redescubrimiento del mundo
Un joven curioso y sediento de saberes
Charles Darwin, nacido en Inglaterra a principios del siglo XIX, acabó demostrando según crecía, con su evolución cultural, que era uno de los genios absolutos de la ciencia de los últimos siglos.
Empiezo por decir al lector que Darwin provenía de una familia de personajes fuera de lo común. Sus abuelos y su padre eran médicos de profesión, todos ellos obsesionados por un deseo irresistible de descubrir, a través de la nueva ciencia, la verdad de un saber completamente desconocido. Y, sobre todo, formaban parte de esa parte de la humanidad que hoy llamamos progresista.
Para empezar, participaron con ímpetu extraordinario en las batallas contra el tráfico de esclavos y la explotación forzada de los trabajadores.
El joven Darwin se sintió a su vez intensamente partícipe en ese mismo deseo de conocimiento: «Cuando me hallo frente a toda realidad establecida —solía repetir—, siempre me surge la duda de